Scioli, ¿testaferro del poder cristinista?

Escuchamos demasiadas propuestas de mantenimiento del poder actual en manos del candidato elegido. Un partido puede optar por un heredero, pero algo absolutamente diferente es proponer un delegado. Sería como deformar la Constitución para instalar el poder en manos de un supuesto “gerente” sin otro valor que el de representar al verdadero “propietario”. Acostumbrados a ocultar los dineros mal habidos, estaríamos votando a un testaferro. Ellos se consideran propietarios del poder, la Constitución y sus limitaciones les resultan una molestia innecesaria.

El debate sobre la entidad del candidato está sobre la mesa. Algunos esperan que asuma su lugar de Presidente para mostrar su capacidad de serlo; otros piensan que lo dejan tan condicionado que no le será fácil salir del triste papel de suplente. Y hay quienes dicen que la esperanza sobre su libertad final es sólo un sueño de los que no se animan a rebelarse y esperan subirse a cualquier colectivo dignificador que se les ofrezca. Un antiguo dirigente peronista me dijo: “tenemos el sueño de que Scioli o algún gobernador se va a sublevar, va a salvar la dignidad peronista, pero es un sueño que nos sirve sólo para poder soportar mejor la pesadilla de Cristina”. Y es cierto, ya algunos amagan gestos de dignidad, pero a esa virtud no se retorna con dosis homeopáticas, se necesitan gestos de valentía y esos están ausentes sin aviso.

En Brasil se agotaron las mieles de la bonanza. Si bien fueron más previsores que nosotros, igual sufren el retorno a la realidad de las dificultades. Para la Presidenta el gran tema es postergar la crisis, cosa de hacer responsable de la misma a su seguidor. Olvida que Menem logró que le estalle a De la Rúa, pero no por eso la historia dejó de hacerlo responsable. El peronismo duró tanto porque se hizo carne en los trabajadores. El kirchnerismo es como el menemismo, un mal pasajero – ya que se asienta en los necesitados- y esas lealtades permanecen sólo durante los buenos tiempos de la economía.

El discurso presidencial es tan valioso para sus seguidores como insoportable para los que no lo somos. El verdadero prestigio es aquel que obliga al respeto de los adversarios, ese que la Presidenta no tiene ni tendrá nunca ya que como todo humano sólo cosecha en relación a lo que siembra. El próximo Presidente puede ser oficialista u opositor, pero consumida la bonanza vienen los tiempos donde nadie tiene mayoría absoluta y sólo es posible gobernar acordando políticas con los adversarios. En eso Scioli no tiene salida, deberá superar las limitaciones de los odios kirchneristas y volver al último peronismo que asumió la colaboración con los adversarios como esencial a la construcción de una nueva sociedad.

Estamos viviendo un proceso electoral de grandes angustias y escasas soluciones. Ni el oficialismo ni la oposición son capaces de sacarnos del miedo al futuro. Las acusaciones degradan a los candidatos y algunos duros personajes más cercanos al patotero que al estadista, se creen valientes por los pocos amores que generan frente a los muchos odios y miedos que van sembrando. La Presidenta eligió a Scioli sabiendo que los que pensaban como ella eran invotables y que ella misma no hubiera salido bien parada de la contienda. Como en el final de Menem, hay un importante acompañamiento de los necesitados y como en ese triste final, estamos comenzando a sufrir las consecuencias de una nueva frustración.

Podemos discutir sobre quien será el ganador, pero no ignorar la crisis que hoy Brasil padece y preanuncia la nuestra. Vuelven esos tiempos difíciles que por desgracia ya todos conocemos; tiempos que no soportan ligereza de opiniones y donde la angustia que retorna, es el duro castigo de la ineptitud.

El enemigo

El tema es simple: el gobierno grita, agrede, degrada y luego cuando le toca negociar piensa que su interlocutor está obligado a olvidar las afrentas y a entender sus argumentos. Recuperan lo peor de los ’70; por ejemplo aquella idea que aseguraba que, como las dictaduras eran genocidas, entonces resultaba que las guerrillas eran lúcidas. Siempre actúan igual. O sea, “yo elegí la revolución violenta pero el error fue de los que no me acompañaron en mi propuesta suicida”. Yo agredo y cuestiono, y luego convoco a los argentinos a que me acompañen en hacernos cargo de las consecuencias.

Entre los discursos de Néstor y los de Cristina ya deberíamos haber derrotado al imperialismo y a los monopolios, o al menos a estos últimos los habríamos sustituido por amigos de Santa Cruz. No nos privamos de nada, todas las actitudes infantiles que aparentaban ser revolucionarias fueron llevadas a la acción.  El Canciller con un alicate desarmando un avión me recordaba a Nikita Khruschev  golpeando el estrado en la ONU con su zapato para cuestionar al sistema. Lástima que no teníamos el poder del imperio Ruso. Los actos que acompañaban las agresiones de Venezuela eran tan innecesarios como superficiales. Brasil y Uruguay caminaban su propio rumbo sin necesidad de sobreactuar sus decisiones. Nosotros, como siempre, convencidos de que en la exageración de los gestos se encontraba el sentido y el valor de la convicción.

Continuar leyendo

El dolor del dólar

El General llegó a decirle a la plaza “¿Quién de ustedes vio un dólar?”. Era cierto en ese entonces, sería absurdo hoy. Hubo quien dijo “el que apuesta al dólar pierde”, y finalmente fue el que ganó. Y el querido maestro Pugliese con su queja de que les habló al corazón y le respondieron con el bolsillo. El dólar es el reprobado en el curso de manejar el país.

Pasaron diez años y en esta despedida hay uno que plantea cambiar la capital; tiene avanzado el reloj de la ambición y atrasado el tiempo político. Ayer se sublevaron los conspiradores policiales, hoy los empresarios con la moneda, y el ministro de Economía volvió al micrófono para explicar que los mismos que ayer decían que valía uno hoy dicen que vale trece. Es el neoliberalismo, ese que infiltró a los policías y a los ladrones. “Deben ser los gorilas, deben ser”, era el estribillo pegadizo que dio origen al término. Si uno le pone un nombre al enemigo ya se puede quedar más tranquilo. Si los malos son ellos, queda claro que los buenos somos nosotros. Si somos el progreso es porque los demás son el atraso. Si mi ideología no logra conducir la realidad no queda duda de que la culpa es de la realidad.

El peronismo fue un pensamiento que nunca le tuvo miedo a ejercer el poder. Menem les entregó el poder a los empresarios y los Kirchner se guardaron lo importante para ellos y le dejaron lo secundario a los derechos humanos y los restos de izquierdas pasadas. Dicen ser progresistas, queda claro que ese lugar está bien ocupado en Brasil, Chile y Uruguay, nosotros sólo tenemos una versión del autoritarismo, que desde ya es otra cosa. YPF fue privatizada con los Kirchner como actores principales, expandieron el juego y las tragamonedas y dicen que son de izquierda por enfrentar al campo. El juego y la obra pública como rentas privadas del poder, una enorme lista de medios oficialistas con plata del Estado y una masa de empleados públicos como militantes: frente a todo esto, gorila termina siendo la realidad.

Continuar leyendo