Los violentos y el poder

En los setenta, la violencia de la guerrilla conduce al suicidio a una parte importante de mi generación. Digo suicidio ya que encararon una guerra en la que era imposible vencer. Y de esa voluntad desesperada va a surgir lo impensable, que fue la desaparición definitiva de sus represores. En la demencia de hacer desaparecer a la guerrilla encontraron el lugar de su propia inexistencia. La derecha, en su variante militar e intelectual, va a quedar reducida al triste espacio del verdugo; va a sufrir castigos tan excesivos como los que soñó imponer, pero no como fuerza de las armas sino como decisión de una democracia. Y contra eso no quedó siquiera ni el valor de las palabras.

Fue tan definitivo el triunfo del derrotado que tuvo espacio para inventar una supuesta teoría donde- para que nadie imaginara la existencia de dos demonios- la única violencia ilegal era la del Estado, quedando la otra unida al sueño imaginario de las revoluciones. Aún en democracia, cuando la guerrilla mataba era épico y cuando les respondían era siempre López Rega y las tres A. Una deformación de la realidad que permite desvirtuar la voluntad del pueblo, degradar a su partido, el peronismo y convertir el error de buscar la violencia suicida en el recuerdo del heroísmo revolucionario.

Nunca fui de derecha, claro que tampoco por ejercitar la violencia nadie tuvo autoridad para instalarse en la izquierda. Perón no fundó ninguna guerrilla, sólo convocó a un sector a acompañarlo en su retorno democrático y es esa misma organización, premiada con Gobernadores, Ministros y legisladores, la que decide retornar a la violencia en plena democracia. No estamos debatiendo la violencia contra la Dictadura, sino su demencia de ejercerla en medio de una democracia de la que formaban parte.

La deformación de esa historia intenta imponer el protagonismo de los guerrilleros por sobre el del pueblo, como si a Perón lo hubieran traído ellos, como si la violencia de las minorías fuera más importante que el peso enorme de la clase trabajadora. El peronismo no era ni yanqui ni marxista y eso, en un tiempo donde el marxismo parecía ser el dueño del futuro. Hoy, cuando el Gobierno se abraza a deformaciones que nos separan de las democracias y las libertades con la absurda excusa de confrontar con el supuesto imperialismo, debemos denunciar que en nada este accionar se asienta en nuestras ideas. En rigor, estuvo tan lejos Carlos Menem de nuestro pensamiento al articular sus “relaciones carnales” como absurdo es que hoy nos alineamos con sectores que jamás fueron parte de nuestra historia. Pareciera que los negocios privados de los funcionarios son más importantes que los intereses colectivos.

El peronismo tiene elementos culturales y políticos dignos de ser recuperados, por encima de la deformación derechista de Menem o de la violencia discursiva del kirchnerismo. No propongo recuperarlo para volver al poder, sino tan solo para aportar sus aciertos, criticar sus errores y para sumarlos a futuras fuerzas donde se recupere lo mejor de cada sector.

Se agota un Gobierno que utilizó el nombre del peronismo únicamente para deformar sus ideas. Es tiempo que los peronistas recuperemos nuestros aportes, para la memoria colectiva y no para ponerlos al servicio de ninguna ambición personal.

Un modelo de odio

Cuando las instituciones son débiles suelen incitar las ambiciones de los peores. Es cuando las sociedades aparentan ser desiertos a cultivar, jóvenes sin rumbo a los que se puede malear a gusto del invasor. Toda sociedad necesita de un tiempo fundacional, tanto como que ninguna aguanta que esa pubertad se convierta en la reiteración de un tiempo de dudas que impida alcanzar la madurez. Con Menem, los adoradores del mercado y la moneda nos degradaron a un universo de gerentes extranjeros, devaluaron al ciudadano para convertirlo en consumidor o inversor. La irracional idea de destruir el Estado lo dejó al servicio de quienes soñaban con invadirlo.

Con los Kirchner, el Estado se convirtió en un poder absoluto que ya no intentaba negociar con los privados sino que gestaba su propia burguesía. El juego y la obra pública fueron el eje del poder económico; las infinitas prebendas que distribuye el Estado engendraron luego las adhesiones políticas. Se subsidió a las empresas para convertir en corrupción lo que hubiera debido ser beneficio para el ciudadano. Un buen momento para los países productores de alimentos se derivó en un tiempo de enriquecimiento de dispersas burocracias. Disfrutar del Estado engendró un partido del oportunismo coyuntural, nunca antes las ideologías terminaron siendo un simple decorado de la ambición y los negociados. Vetustos restos de pretendidas izquierdas aportaron su experiencia en engendrar teorías justificadoras para cualquier desaguisado. Haber apoyado las dictaduras marxistas de ayer los convertía en expertos para justificar los desatinos de hoy.

Sólo recordar que habían instalado un grupo de intrigantes para cuestionar al Cardenal Bergoglio, una filial de esos servicios que hoy dicen repudiar se ocupaba de denunciar a la Iglesia Católica. Cuando el Papa Francisco deslumbra al mundo con su pensamiento delata, entre otras cosas, la pequeñez de sus detractores. Pero queda claro que los verdaderos enemigos del Gobierno somos los que no estamos dispuestos a dejarnos aplastar por sus imposiciones ni mucho menos a convencer por sus tediosas y mediocres justificaciones.

Toda secta genera explicaciones que las hacen aparecer como racionales. Explicaciones que repiten como loros, obligados por la obediencia y el castigo a la libertad individual. Este tenebroso Gobierno actúa como si nunca tuvieran que abandonar el poder, intentan olvidar que transitan su último año. Cuando uno escucha a la Presidente o al jefe de Gabinete siente vergüenza ajena, es difícil entender a los que le asignan talento a la simple ausencia a veces de cordura y casi siempre de sentido común.

Todo autoritarismo es un intento de convocar a lo peor de una sociedad, a todos aquellos que sueñan con una cuota de poder y no les importa demasiado el costo que deban pagar para obtenerlo. Están todos, desde los oportunistas de siempr -en los negocios, los sindicatos y la política- hasta los jóvenes que imaginaban que con un cargo público y un odio compartido se convertían en dueños de una causa. De pronto una muerte los obligó a desnudar sus limitaciones, y entonces, los que pretendían grandeza y eternidades, se arrastran negando finales y encarnando la peor versión de su pequeñez.

Se imaginan de izquierdas sólo por cuestionar las democracias y enamorase de los países donde con la excusa de distribuir justicia se ejerce la opresión o la misma limitación de la libertad. Dicen que nos ayudaron a avanzar. Sin embargo, nunca la división de nuestra sociedad fue más cruel testigo del atraso que lograron imponer. Los enemigos y los odios han ocupado el espacio de los sueños. Ese logro es el triste fruto de doce años de kirchnerismo, del modelo que necesitamos derrotar.

Superados

Parecían dueños del destino universal, salvadores de la patria, fundadores de un sistema que aplastaba a los otros con las sombras del pasado. Soberbia, eso era lo que les sobraba, y explicaban que en todo disidente habitaba una corporación y también en el que pensaba y opinaba distinto anidaba la traición. Así fue que la democracia inició su lento pero firme retroceso; la libertad se fue enredando con las explicaciones; las corporaciones y los imperialismos terminaban definiendo al que se animaba a pensar. Si el Gobierno le tiraba un pedazo de poder al progresismo, entonces, se volvía progresista. Algunos que de jóvenes imaginaron ser capaces de convertir su pensamiento en concreción del mundo nuevo, del hombre nuevo y ya de mayores, se arreglaban con bastante poco, si los reconocen y los respetan y los eligen para ser elogiados y financiados. Si todo esto pasa, uno se puede volver oficialista porque el poder engendra caricias que se parecen a las ideas.

Se creían eternos, hasta que una muerte les quedó grande, o su pretendido talento les quedo chico, entonces se amontonaron todos a aplaudir y a leer una escritura de lealtades que parecía más ser un agradecimiento de las prebendas conseguidas que una reivindicación de las ideas apoyadas. El documento daba pena, aquellos que ayer se imaginaban eternos daban hoy un triste espectáculo de mediocridad militante. La obediencia al poder y las ganancias económicas, ambas juntas y sumadas, dejaban a la vista de la sociedad una burocracia miserable y enriquecida, que ni siquiera guardaba la lógica conciencia del ridículo. Engendraron bronca y ya dan pena, decadencia en estado puro, aplaudiendo en público su alegría de haberse enriquecido en privado. Como si la bonanza que vivían ellos fuera la misma que beneficiaba a todos.

Se imaginaban fundacionales, de pronto son sólo un resto histórico que genera vergüenza. Una muerte alcanzó para dejarlos desnudos, para mostrar que únicamente tenían talento para hacerse de los beneficios de la coyuntura, pero lejos estaban de entender y poder manejar las complicaciones de la crisis. Una muerte los llamó a silencio, los mostró repitiendo discursos obedientes, asustados del afuera y del adentro, una secta que al vivir la dulzura de los beneficios del poder se sentía superada por la dura realidad que se acercaba marcada por la muerte. Las cadenas mediáticas con las que la Presidente aburría no pudieron enfrentar el conflicto real de la vida.

Un Gobierno ocupado en espiar disidentes inventó servicios de informaciones que al final terminaron discutiéndole el poder. La secta ya no tenía autocritica, había roto su relación con la misma sociedad, la realidad le molestaba. Toda secta inventa su adentro para que la proteja de la realidad. Pero una muerte es demasiado para seguir jugando al distraído y los vientos que desnudan falsedades se les metieron por la ventana. Y entonces buscaron culpables lejanos: los medios de comunicación que los acusaban, las mafias que hacía rato habían renunciado a la crítica al ser invitadas al festín que distribuía el Estado.

Si ayer la vida al llevarse a Néstor les regaló una elección, hoy al llevarse al Fiscal los dejaba en el llano para siempre. En la buena todos somos expertos y aparentamos talento; en la difícil, las cosas son distintas.

Una muerte ya fue demasiado, y no supieron qué hacer. Vendrán otros a gobernarnos, ya era hora. Y esperemos que a quien sepamos elegir no practique el peor de los pecados, el de la soberbia. Ya los Menem y los Kirchner se pretendieron fundacionales e intentaron eternizarse en el poder. Necesitamos elegir al más humilde, al que sea capaz de dejar el gobierno, volver al llano y ser y sentirse uno más entre nosotros. 

Para nuestra lastimada democracia, la cordura es más necesaria que cualquier otra pretensión de inmadurez. Votemos al mejor, aprendamos a ayudar a la suerte.

Académico apabullado

Viajé a Córdoba por casualidad en el mismo avión que lo hacía Graciela Fernández Meijide, persona que merece mi admiración y respeto. Graciela fue capaz de convertir su dolor en sabiduría y dejar un legado de paz, aun cuando es capaz de aclarar que no perdona a los asesinos de su hijo. Al mismo evento al que asistía, iban Joaquín Morales Solá, Miguel Ángel Broda y Javier González Fraga. Nos encontramos todos y hablamos como ciudadanos civilizados. No todos pensamos lo mismo, por suerte.

Sólo al subir al avión pude observar a Atilio Borón, con cara de concentrado en sus profundos pensamientos revolucionarios. Estuve a punto de decirle que había subido a mi cuenta de YouTube un diálogo con él de hace unos quince años. Imagino que, de haberlo intentado, hubiera escuchado su admonición medieval ¡Vade retro, enemigos de la revolución! Luego supe por su Facebook que se quiso bajar para no compartir el vuelo con nosotros, y me di cuenta de que, en su condición de académico, tenía todo claro: éramos todos defensores de dictaduras siniestras y fondos monetarios atroces. Y está bien que lo diga. Me lo imagino viajando en el mismo vuelo con Lázaro Báez o Amado Boudou. Ahí sí se hubiese sentido acompañado por la revolución socialista. Y si se encontraba con Alicia Kirchner o alguno de los tantos héroes que enfrentaron con valentía a la dictadura… ¡qué alegrías habría compartido! Ni hablemos si se encontraba con Gildo Insfran, el que le pagó los siete millones a Boudou. Esos amigos juntan fondos para la revolución.

En el gobierno de Menem la cosa estaba clara: Borón dialogaba conmigo en televisión y visitaba a Morales Solá cuando era invitado. Como buen marxista ortodoxo, se expresa como demócrata cuando está en minoría y te manda derecho a Siberia cuando es dueño del poder. No vayamos a creer que los votó la sociedad. Nada que ver. Sólo que la Presidenta votada por peronistas y otras gentes de miradas democráticas les dio un espacio de poder a los restos del Partido Comunista. Y esos sí que son revolucionarios. Los votos serán ajenos, pero los odios los ponen ellos.

Atilio Borón es un docente universitario que casi nunca da clases. Los alumnos no tienen el gusto de disfrutar de la amplitud de su mirada. Hubiera sido un excelente dirigente tanto en la Gestapo como en la KGB. En la Inquisición, un discípulo de Torquemada; en espacios menos pretenciosos, un simple denunciante de disidentes. Personas como Borón aportaron resentimiento y obsecuencia al actual gobierno, encabezaron “Justicia Legítima” y otras columnas de admiradores de la “Dictadura del proletariado”. Lo del proletariado lo cambiaron por burocracia. Lo de dictadura lo dejaron como sueño de eternidades.

Fue bueno viajar con Borón. Sirvió para saber cómo hubiera sido si ellos ganaban de nuevo la elección, si, como quería su hermana ideológica Diana Conti, nos dejaban a Cristina para siempre. Viajar con este humilde y democrático catedrático nos sirvió para recordar de qué nos salvamos, y un poco también para recordarle a Borón que estuvieron cerca pero no ganaron. La libertad de los que pensamos distinto se impuso otra vez a los que necesitan que todos nos achiquemos por igual. Gracias Borón, una alegría recordar de qué me salvé.

Democracia sólo si ganamos

Las derrotas suelen dejar las almas al desnudo. En los triunfos todos se expresan con dignidad, el único riesgo es la exageración. Por el contrario, las derrotas exponen a que se delate la falta de grandeza, que se caiga en al espacio de lo patético.

Como en las postrimerías del gobierno de Carlos Menem, hoy los seguidores se refieren al valor de los logros. El discurso de la Presidenta fue una muestra de desprecio a quienes no la votamos. Dijo que quería hablar con nuestros dueños, las corporaciones y los bancos, no nos supo respetar como ciudadanos. Los que no la apoyamos somos empleados del mal. Nos alejamos del bien en el momento en que dejamos de aplaudirla.

Había miedo. Flotaba la imagen de la Venezuela dividida, el recuerdo del cincuenta y cuatro por ciento era el mantra oficialista que autorizaba la desmesura. Yo mismo ya me conformaba con la seguridad de que apenas llegarían a ser un tercio de la sociedad. Ahora que sabemos que son sólo la cuarta parte estamos todos más tranquilos.

En el 2011 expresaban una postura más dialogante, más abarcadora. Sacaron demasiados votos y decidieron ir por todo. En ese esfuerzo terminaron perdiendo la mitad.

No son un partido, no quieren a nadie, ni al peronismo ni a Scioli, ni a los que dudan ni a los que callan, ellos gritan y aplauden, están poseídos por el estigma de la verdad. Y acariciados por las delicias del poder.

Son los dueños del “modelo”, un camino sinuoso trazado a manotazos, un adentro delimitado por el enemigo para un grupo donde los odios son más fuertes que los amores.

Alguno buscó la culpa en la ausencia de la ley de medios, imaginaban que si ya nadie opinaba distinto habría llegado la hora donde todos votaran igual.

El voto válido era el que los apoyaba, quien deja de hacerlo cayó en manos de las corporaciones y los imperios. La democracia si ganamos, tan solo en ese caso. Una visión particular.

Gritan que no son cifras definitivas y que siguen siendo la primera fuerza política, y todo es cierto, y si no se calman  ya todo puede ser peor.

Una sociedad donde muchos intentan subirse al poder y todavía nadie se animo a bajarse de él con dignidad. Hasta ahora todos se cayeron. En lugar de agradecer que los hubieran elegido hoy nos acusan por haber dejado de hacerlo.

No sólo terminó un ciclo político, para la gran mayoría se supero el riego del autoritarismo. Pero nos dejan un enorme retroceso, un odio que dividió sin sentido ni necesidad. Somos muchos, demasiados, los que dejamos de saludarnos por una supuesta causa que ni siquiera llegamos a entender.

Nos dejan eso,  un odio que nos va a costar superar.