La decadencia de ser kirchnerista

Recuerdo en nuestra juventud cuando los del Partido Comunista y alguna otra variante del marxismo nos aclaraban que si ganaban ellos clausuraban la democracia. Lo contaban y lo copiaban de los países que decían imitar. Era un juego perverso: si ganás vos, te pido libertades y derechos; si gano yo, la cosa cambia, soy dueño de la verdad y te la impongo de manera definitiva. Y uno se quedaba con alguna duda. Ser democrático implica aceptar a todos, pero el limite y es no permitir que jueguen los que no aceptan las reglas.

Algo parecido me pasa con los kirchneristas. Cuando ellos gobernaban no me dejaron pisar la televisión pública -eso sí, no perdieron oportunidad de utilizarla en mi contra-y ahora que fueron derrotados en las elecciones, se hacen los ofendidos y los perseguidos en Radio Nacional y en el canal oficial porque no se los respeta como se debe en una democracia. Uno se queda dudando, si será que tienen algo de razón o si simplemente nos toman de idiotas. Nos corren con el cuento de la Dictadura -digo cuento porque ellos en su mayoría no tuvieron nada de dignos- y se suben a la tribuna la Señora Cristina y el prócer de la amplitud de límites, el doctor Zaffaroni, y nos dan discursos revolucionarios, ellos, abogados que jugaron a los distraídos en la difícil y ahora, en la cómoda, se compraron una patente de heroísmo tardío. La tía Alicia Kirchner estaba colaborando, los Kirchner perseguían deudores, los Zaffaroni juraban por la causa y todos juntos nos explican cómo es el camino del heroísmo.

Y ni hablemos de los del PC, esos que lograron zafar a partir de un pacto con el mundo comunista que trasmitía por Radio Moscú mensajes tan revolucionarios como uno que jamás olvidaré, y decía, “los sectores progresistas de Videla y Viola”.

Y además, andan pidiendo que los Estados Unidos y la Iglesia abran los archivos para ver qué pasaba; eso sí, los que conducían la guerrilla, ellos no tienen ningún archivo que desnudar. Ellos no tienen obligación de nada, ni de autocrítica ni de otro deporte que el de jugar a la víctima. Y lo peor, que en ese juego se mezclan muchos que practicaron el oportunismo de ayer y el de hoy, como  Zaffaroni, cuyas condiciones son tan amplias que le permiten jurar por los principios que el poder imponga en cada momento. Los otros, los que defendemos una causa, esos somos los giles que molestamos a los catedráticos de la agachada.

Ahora vienen con la cantinela que “Macri es de derecha”, como si Scioli fuera la avanzada de la cuarta internacional marxista. Macri es democrático, en consecuencia mucho más avanzado que los kirchneristas, gente además es autoritaria y corrupta. Tanto cacarear con la Ley de Medios y no derogaron un convenio firmado por Domingo Cavallo que les permitía a las empresas de Estados Unidos comprar medios aclarando que nosotros no podíamos hacerlo allá.

La verdad es que, esta gente, cuando gana te oprime y cuando pierde te acusa. Menos mal que el peronismo -o lo que queda de él- se va corriendo, y se quedan solos como fanáticos de una revolución que entienden ellos porque sin duda son los únicos beneficiados.

El kirchnerismo es un partido de burócratas enamorados del poder que no tienen ninguna coherencia ni lógica. Hemos recuperado la democracia, ahora debemos dentro de ella luchar por la justicia social. Y eso no es tarea de fanáticos ni de burócratas, es responsabilidad de una sociedad democrática y de opciones políticas que se respeten.

Perón nos pedía “no sean ni sectarios ni excluyentes”. El viejo era tan visionario que nos estaba previniendo para que no terminemos cayendo en la peor de las decadencias, la de ser kirchneristas.

La agonía del pasado

La política es el reflejo más expresivo de la situación de una sociedad. En nosotros, cualquiera de sus versiones desnuda nuestra absoluta pobreza. La ambición deglutió a las ideas, la viveza ocupo el espacio de la inteligencia, la queja y el resentimiento fueron haciéndose cargo del lugar de la esperanza.

Néstor Kirchner era un constructor ambicioso pero detallista, capaz de armar un poder enorme que heredó y malgastó Cristina. Un juez exagera su salida del letargo y nos enfrenta a una presencia agresiva del pasado. Cristina, experta en provocaciones, intenta transformar la acusación en un retorno político. Todo es patético: las multitudes soñadas son amontonamientos agresivos, los colectivos siguen siendo imprescindibles, el discurso que intenta convocar aliados olvida que se refiere a los que desprecio desde el poder. Todo transita la secuencia de los que no le asignan importancia a la realidad.

Un ejército derrotado por muy poco se anima a convocar a sus guerreros sin asumir que al hacerlo estará delatando la magnitud de sus desertores. Una congregación de amantes del poder transita el llano convocados por la ilusión de que la derrota sea pasajera. Todo se convierte en ficción, las multitudes que no vienen, el pasado que no retorna, el futuro que se preocupa en ignorarlos. Ellos imaginan forjar su fortaleza en las debilidades de la democracia vigente0; ignoran que esa debilidad relativa es solo aparente, que además de quienes gobiernan hay una sociedad que se va acostumbrando a la democracia y a la libertad, y eso deja los discursos de Cristina como piezas de museo pero también como duros recuerdos de antiguas pesadillas.

Cristina le habló a sus fieles seguidores, a esos que fue convirtiendo en una secta. Podemos imaginar cuántos sintieron rechazo frente a este acto de iniciados, donde a nadie se le ocurrió en seducir adversarios. El fanatismo en el poder impone miedo, pero en el llano solo engendra desprecio. Gastan plata y energía en espantar votantes, fruto indiscutible de la soberbia convicción de los sectarios.

La fe es necesaria en la religión, la pasión es imprescindible en el deporte, la razón es necesaria en la política. Los dogmas solo expulsan a los que dudan y los fanatismos derrotados son tan solo convocantes del resentimiento. La presencia de Zaffaroni junto a Cristina mostraba a las claras que hasta la confrontación con la Dictadura fue un invento para convocar distraídos. Ya no son mayoría, y ni siquiera son coherentes.

Ayer Cristina nos mostró un pasado del cual ella misma nos ayudó a alejarnos. Solo quedó claro que eligieron el camino del partido pequeño, sectario y excluyente, de la fuerza de los que se creen superiores, vanguardia iluminada. Hasta algunos sintieron miedo, para la mayoría resulto patético, y, para ellos solo dejó en claro la decisión de no volver más al poder. Después están los logros y desaciertos del nuevo Gobierno, pero esa si es harina de otro costal.

Apuntes sobre un debate pendiente

Lo malo de los Gobiernos fracasados es que suelen arrastrar sus ideas o las que dijeron que los guiaban al fango de su propia derrota. El Gobierno de Cristina Kirchner, que por suerte nos dejó, expresaba como pocos esta mezcla absurda de ideales dignos con ejecuciones desastrosas. La dictadura de los setenta fue tan genocida con la guerrilla que terminó destruyendo para siempre el lugar de las Fuerzas Armadas y devolviéndole a la guerrilla un prestigio de víctima respetable que era discutible su merecimiento. En eso el kirchnerismo ocupó un espacio desde ya menos nefasto, pero también lastimó con dureza aquellos principios que decía defender.

Si la desmesura de Domingo Cavallo y Roberto Dromi por destruir el Estado les dejó a los Kirchner un enorme espacio para ocuparlo, la manera agresiva y corrupta con la que el matrimonio degradó la función pública le deja al PRO un enorme margen para recuperar el lugar del mismo Estado expulsando a los negociantes que lo usurparon. Ahora vuelven los fanáticos del liberalismo como religión de los ricos, fe donde los gerentes ofician como sus sacerdotes. Esta caterva de personajes menores no llega a comprender que el Estado y lo privado son instrumentos de la política y no dogmas salvadores de ninguna sociedad. Continuar leyendo

La sociedad está recuperando la plenitud democrática

Los que limpiaban la plaza después de la despedida de Cristina se estaban llevando los restos del kirchnerismo. El viento de la historia había terminado para siempre con un autoritarismo asentado en la costumbre de ponerle mística a la desmesura.

El discurso fue el de siempre; ella expresa el bien y los disidentes obedecemos a los imperios y las corporaciones. Ella quería festejar su derrota como si fuera el paso a la sublime oposición, y eso le impedía compartir el cartel con el Presidente electo -la continuidad de la misma democracia era menor a la dimensión de sus caprichos.

Y llenó la Plaza, como si su fuerza, en lugar de despedirse, estuviera naciendo. Claro que debe haber tomado conciencia al otro día, cuando los vio a Evo y a Scioli en el acto; se habrá enterado con esa foto de que su tiempo había pasado.

Gobernadores y Legisladores fueron rompiendo filas, acercándose al nuevo fogón del poder, al mismo que ella usó a sus anchas para imponer su voluntad.

Eso es lo malo de gobernar con el terror y- parece tarde ya para que ingrese a un curso acelerado de seducción.

La sociedad está recuperando una democracia plena; ahora podremos discutir temas como izquierdas y derechas. El autoritarismo, ese que ella ejerció para imponer sus caprichos, ese, no expresa ninguna ideología; eso sí, tanto aquí como en el país hermano de Venezuela encontró su final. Scioli visitó a Macri, y ninguno debe haberse acordado de Cristina. Urtubey largó antes. Los viejos peronistas encontraron sus restos de dignidad en la derrota, no tuvieron reflejos ni siquiera para percibir que iban derecho al precipicio. Y Massa juega muy bien su partido.

Hubo dos plazas en dos días: la del fanatismo que se despedía y la de la razón que anunciaba su llegada. Era sentir que estábamos de nuevo en los tiempos del abrazo de Perón con Balbín, era recordar aquello y asumir que los cultores del odio se equivocaron de nuevo. Y uno ahora espera que sea definitivo, que se vayan con la misma demencia que los acompaño desde siempre. No pueden vivir sin enemigo, encuentran la identidad en el odio, sin él no saben siquiera quiénes son.

Van renunciando de a uno los que soñaban quedarse en el carguito, seguir usufructuando de las prebendas del poder. Tanto hablar de las mayorías que creían que las tenían alquiladas. Hicieron leyes con la mayoría de ayer para poder durar y manejar las mayorías de mañana. En rigor nunca imaginaron que les tocaba sufrir la derrota. La plaza y los colectivos de la despedida eran una muestra de esa sorpresa; viajar en avión de línea no sólo no simulaba la humildad que nunca tuvo sino que desnudaba el sinsentido de su falta de coherencia.

El kirchnerismo ocupará su lugar de partido minoritario, se irá achicando hasta encontrar su verdadera dimensión. Fue el fruto de un poder que impuso la unidad a sectores que no pueden continuar juntos, que tienen poco o nada que ver. Una vanguardia que se creía esclarecida manejando a su antojo a viejos restos de un peronismo más unido al atraso que a la justicia social.

Y vino lo nuevo: Macri dialogó con la oposición. Fueron todos, salvo esos grupos de izquierda que insisten en mantenerse pocos, no sea cosa de que los confundan y los voten. Se agota el miedo, el cuento del terror a la derecha y las consignas gastadas de viejos militantes extraviados. Lo normal –dialogar- se impuso de pronto, sentimos sorpresa por algo tan simple como el sentido común. Se terminó la etapa donde dudamos de la sobrevivencia de la misma democracia. El peronismo necesita superar su desviación kirchnerista, y tiene cuadros y votos para intentarlo. La centro-izquierda sigue siendo un espacio político vigente y la centro-derecha ocupa el poder con creciente apoyo electoral.

Somos una sociedad que recién ahora se vuelve a enamorar de la política (en una de esas, la única virtud del kirchnerismo es que nos asustó lo suficiente como para que nos ocupemos de pensar en la necesidad y la obligación de participar).

Salimos de una dura amenaza contra la democracia en todas sus expresiones, reingresamos en el dialogo y la convivencia con heridas -que van a tardar en cicatrizar pero estamos obligados a debatir, a ser parte de esta nueva relación entre nosotros que se inicia. Sepamos estar a la altura de lo que la sociedad nos demanda.

Se retiran enojados

En las palabras de Martín Sabbatella están presentes todas las deformaciones del kirchnerismo. Es maravilloso ver cómo se ponen en movimiento las dos teorías del estalinismo: “la culpa la tuvo el otro” y  “no hacerle el juego a la derecha”. Parecen las palabras del pobre Diego Brancatelli, sucesor y digno heredero de Carta Abierta: “Nosotros queremos el bien del país”, como si a los restantes nos impulsara la pasión del mal y “Cristina está muy por encima del resto, por eso no la entienden”. Ya lo había dicho José Pablo Feinmann al que llaman filósofo, “es demasiado inteligente para el resto de la sociedad”. De paso Sabbatella más que duplicó el número de empleados en la AFSCA (Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual) de la que es titular; todo sea por el bien de las instituciones.

Cuando impusieron la absurda y deformada  Ley de Medios lo hicieron con el objetivo de quedarse con todo; lo habían dicho, “venían por todo”. Fue una Ley contra Clarín, un enemigo elegido a partir de su virtud – defectos le sobran – pero Clarín dice lo que piensa; eso es una corporación.  Era brutal escucharlos a estos nacionalistas de Puerto Madero contar las licencias de cable por pueblo mientras dejaban a DIRECTV libre de aplicaciones a cambio tan sólo de que no hablen mal del Gobierno. El empresario nacional es enemigo porque opina, el extranjero es amigo siempre que haga silencio, como Canal 11, que al pertenecer a Telefónica y ser extranjero, con hacer silencio sobre el Gobierno ya estaba todo bien. Y el señor Sabbatella dice que lo persiguen las mafias, las de los otros. Las de ellos están siendo derrotadas  por los votos. Se olvidó de mencionar a la mafia de los votantes, la que limpió del mundo a los estalinistas como él. Continuar leyendo

La sociedad votó en contra de Cristina

El kirchnerismo fue un retroceso para nuestra democracia. Degradó todas y cada una de las instituciones y midió todo por una sola vara: la obsecuencia a la Presidenta, dueña de un discurso tan autoritario como incoherente. Estamos divididos entre los que la aplauden y los que no entendemos qué diablos aplauden, tomaron el Estado por asalto, y desde esos espacios de prebendas y beneficios nos cantaron la marcha de una supuesta revolución.

Nunca respetaron el peronismo, y ni siquiera tuvieron la dignidad de asumir que lo usaban porque sus verdaderas identidades no lograrían ni siquiera ser votadas. Quisieron instalar a Néstor Kirchner en un lugar de la historia que para la gran mayoría no corresponde, salvo en ese uso desmedido del poder del Estado para apropiarse de todo, dineros y dignidades.

Me molestan y mucho, los que inventaron la izquierda kirchnerista, demasiado falsa para no ser interesada. Ellos, mis viejos amigos -los Kirchner- nunca se ocuparon de los derechos humanos en la difícil. Lo mismo que sus amigos, los Zaffaroni o los Verbistsky, que durante la Dictadura caminaron por las calles, hicieron negocios y negociaron. En el caso de los Kirchner, ya en democracia, se dedicaron con Menem a privatizar YPF con Parrilli de miembro informante; todos jugados al negocio de la venta. Luego, años más tarde, fortunas de pérdidas para el país de por medio, jugaron a los héroes recuperando todo con un costo que pagaran generaciones. Todos tramposos, ya en el poder, usaron una parte del botín para los restos de viejas izquierdas y de derechos humanos, que pasaron de ser el orgullo de una sociedad a ser parte de un gobierno pasajero, una importante bajada de categoría.

No me pueden decir que Macri es de derecha y que la Presidenta es de izquierda. Macri es conservador pero absolutamente democrático; la Presidenta es absolutamente autoritaria y cultora de la desmesura, mucho más cercana a la incoherencia que a la justicia social. Ha conducido su fuerza a la derrota sin que nadie se atreva a señalarle que cada intervención suya era una manera de espantar votos de todas las clases sociales. Su egoísmo la llevó a imponer fórmulas que lograron la derrota en la provincia de Buenos Aires, un logro digno de una jefa irresponsable y poco conocedora de la misma sociedad a la que dice conducir.

El kirchnerismo fue una enfermedad del poder que se retira con sus propios gestores, dura lo mismo que sus dueños. La corrupción no es un simple dato que acusa la oposición, está en la misma esencia del “modelo”.

Yo voy a votar a Macri. Podría haber votado a Scioli si él dejaba de ser un fiel seguidor de la Presidenta, si hubiera sido capaz de ser él. Soy peronista, Macri no daña mi historia porque no la usa; Scioli la sigue arrastrando sin siquiera recordar a Perón y sus aportes. La Presidenta nunca respetó al peronismo, por eso quiso inventar a su esposo como un fundador de algo, pero olvidó que aquello que no arraiga en el pueblo no dura más que el tiempo fugaz que sus inventores en el poder. No crean que son más que Menem, son tan pasajeros y olvidables como él. Lograron adhesiones sectarias y de formación marxista, pero eso es más para espantar votos que para explicar lo sucedido.

El domingo, la sociedad que le entregó el poder a la Presidenta decidió que era tiempo de retirárselo. La culpa no fue de Scioli ni de Aníbal, la culpa fue de la Presidenta y de un entorno que aplaudió mientras sus desmesuras eran rentables en poder y en dinero, ahora que dan pérdida viene el tiempo del pase de facturas y el alejamiento paulatino.

Su último discurso, donde ni mencionó al candidato que la hereda, fue una muestra de su falta absoluta de respeto por su mismo partido. Sus seguidores y obsecuentes disfrutaron hasta hoy de esa desmesura, ahora ya de nada les sirve, salvo para darles cierta garantía de que los conduce hacia una nueva derrota. Como opino hace tiempo, el ciclo del kirchnerismo está agotado y de ese fanatismo no quedará pronto más que un amargo sabor de fracaso. No mucho más.

Gane quien gane, el fanatismo habrá sido derrotado

Desde el retorno de la democracia, la dirigencia nacional, en todas sus variantes (política, empresarial, sindical y deportiva) y en todas su opciones, elige mayoritariamente lo peor. Pareciera que de alguna manera, dado que las ideas habían llevado al genocidio, la sociedad se dedicó a los negocios, a las rentas, y todo el resto fue perdiendo valor y sentido. Alfonsín fue el mejor intento de trascender esas limitaciones, pero la misma Coordinadora desapareció sin pena ni gloria en los vericuetos de las otras variantes del poder. De hecho, no dejó candidatos y casi tampoco pensadores con vigencia actual. Y su contracara, la renovación peronista, sufrió un proceso de desaparición parecida. Entre ambos grupos había casi una veintena de dirigentes de los cuales casi no hay sobrevivientes, al menos en el mundo de la política, aunque varios de ellos lograron asimilarse al espacio empresarial.

Los tiempos de Menem fueron la decadencia en su versión de frivolidad, donde los economistas influidos por la caída del muro de Berlín creyeron que vendiendo todo ingresaríamos al mundo capitalista. De golpe, luego de haber rematado todos los bienes del Estado, nuestros ciudadanos golpeaban los bancos desesperados para recuperar sus depósitos. El soñado “derrame” mojaba otras tierras fronteras afuera. El anti-estatismo mediocre y servil no tuvo otro logro que deuda pública y miseria privada y, lo peor, engendró un estatismo novedoso con pretensiones de izquierda progresista en manos de los feudales del sur. De un liberalismo mediocre y dogmático heredamos un estatismo de simétricas consignas. Y fracasamos dos veces, cuando permitimos que las empresas pasaran a manos extranjeras y cuando luego de semejante dislate terminamos rearmando un Estado de mucho mayor tamaño y con mucha menor razón de ser.

La política fue siendo reducida a otras miradas. Los economistas aparecían como propietarios de verdades trascendentes, mientras tanto los sucesivos candidatos iban tiñendo con sus apellidos las agrupaciones de sus circunstanciales seguidores. El peronismo, como memoria de viejas mayorías, se convirtió en una muletilla salvadora de ambiciones sin rumbo. Los radicales, con menos poder, sufrieron parecida diáspora. Con Menem, una antigua derecha liberal conservadora imaginaba ponerle lógica a su exacerbada frivolidad. Con los Kirchner, viejos y gastados revolucionarios de café se acercaron a recibir en la senectud las caricias del poder por las que tanto habían bregado en la juventud. Ambos, Menem y los Kirchner, llegaron al gobierno con apoyos populares pero luego eligieron rumbos de ideas y grupos que jamás podrían haber ganado una elección. Claro que no podemos utilizar el comodín del término populismo para obviar lo más patético de esa cruel realidad: no es que las mayorías elijan a los peores, es que la oferta política suele estar toda ella teñida por la misma mediocridad.

El termino populismo, que vino a substituir la antigua acusación de demagogia, culpa a los votantes de los desaciertos de los votados. Se usa como si la sociedad dejara de lado brillantes y prometedores candidatos de sólidos y estructurados partidos. Buena manera de echarle la culpa a las masas, al pueblo, a las mayorías, en una sociedad donde no existe siquiera una clase dirigente, donde el peronismo que agoniza hace años no se cruza con una opción digna de superarlo. El peronismo arrastra su pobreza de dirigentes y su desaliño ideológico tan solo porque el resto, el no peronismo, no se toma el trabajo de construir opción alguna. Y lo vivimos a diario. La decadencia de nuestras elites abarca todo el espectro, desde lo sindical a lo empresarial, desde lo deportivo a lo académico. Una generación de oficialistas a cualquier precio no permite forjar una dirigencia que siempre implica un margen de riesgo, una actitud de rebeldía y una cuota de dignidad.

El Estado que debió gobernar Alfonsín era todavía débil frente a los sindicatos y las fuerzas armadas, el viejo peronismo derrotado pasaba sus facturas entre los sueños de retornar al poder. Ese primer gobierno fue quizá el último intento de la política de imponerle un rumbo a la sociedad. Algunos que repiten la muletilla de que solo el peronismo puede gobernar olvidan que eso era antes, cuando el Estado era todavía débil frente a los factores de poder. Hoy todo ha cambiado, no hay más fuerzas armadas y los mismos sindicalistas o gobernadores, todos ellos dependen de las limosnas del poder central. Pocas provincias y sindicatos son libres de opinar con libertad, quien gobierna ya no seduce ni convence, solo impone la dependencia del gobierno de turno.

La mayoría absoluta que se retira con sus cadenas de noticias oficiales, esa mayoría que tanto daño le hizo a la democracia, ingresa hoy a otro escenario donde gane quien gane el poder será compartido. Se va quien nos trataba como enemigos, vuelve el tiempo de los adversarios. Se va quien eligió heredar a los que el General echó de la Plaza, vuelve el país del abrazo de Perón con Balbín.

El fanatismo habrá sido derrotado, aun cuando deje sus huellas de medios oficialistas. Estuvimos cerca de caer en el autoritarismo de los negocios justificado por los reservistas de pasados fracasos revolucionarios. Nunca una mezcla tan absurda y nefasta invadió nuestra dirigencia, pero ese es el fruto de la selección de los peores. Cuando una sociedad es conducida por sus mejores representantes, sin duda encuentra un camino de realización colectiva. En nuestro caso solemos optar por la situación inversa. Y estamos superando a duras penas un gobierno donde el discurso autoritario intentó deformar los índices que miden nuestra realidad y ocultar la corrupción con pretenciosas justificaciones progresistas.

La política está retornando. En una mesa de dialogo estaban representados el sesenta por ciento de los votantes, en el asiento vacío estaba el cuarenta por ciento gobernante. Y el Estado trasmitía un partido de futbol para proponer que miremos para otro lado. Y Daniel Scioli nos enrostraba su desprecio por los que pensamos distinto participando de eventos musicales. Esperemos que no ganen, pero en todo caso, ya habremos superado lo peor, que fueron los tiempos de Cristina con autoritarismo, corrupción, pretensiones progresistas y mayoría absoluta. Gane quien gane, salimos de lo peor. Estamos volviendo a la política, esa que tiene vigencia cuando los pueblos son más fuertes que los gobiernos. Y debatiendo con pasión, ya vendrán tiempo de elegir los mejores. Falta poco.

Scioli, ¿testaferro del poder cristinista?

Escuchamos demasiadas propuestas de mantenimiento del poder actual en manos del candidato elegido. Un partido puede optar por un heredero, pero algo absolutamente diferente es proponer un delegado. Sería como deformar la Constitución para instalar el poder en manos de un supuesto “gerente” sin otro valor que el de representar al verdadero “propietario”. Acostumbrados a ocultar los dineros mal habidos, estaríamos votando a un testaferro. Ellos se consideran propietarios del poder, la Constitución y sus limitaciones les resultan una molestia innecesaria.

El debate sobre la entidad del candidato está sobre la mesa. Algunos esperan que asuma su lugar de Presidente para mostrar su capacidad de serlo; otros piensan que lo dejan tan condicionado que no le será fácil salir del triste papel de suplente. Y hay quienes dicen que la esperanza sobre su libertad final es sólo un sueño de los que no se animan a rebelarse y esperan subirse a cualquier colectivo dignificador que se les ofrezca. Un antiguo dirigente peronista me dijo: “tenemos el sueño de que Scioli o algún gobernador se va a sublevar, va a salvar la dignidad peronista, pero es un sueño que nos sirve sólo para poder soportar mejor la pesadilla de Cristina”. Y es cierto, ya algunos amagan gestos de dignidad, pero a esa virtud no se retorna con dosis homeopáticas, se necesitan gestos de valentía y esos están ausentes sin aviso.

En Brasil se agotaron las mieles de la bonanza. Si bien fueron más previsores que nosotros, igual sufren el retorno a la realidad de las dificultades. Para la Presidenta el gran tema es postergar la crisis, cosa de hacer responsable de la misma a su seguidor. Olvida que Menem logró que le estalle a De la Rúa, pero no por eso la historia dejó de hacerlo responsable. El peronismo duró tanto porque se hizo carne en los trabajadores. El kirchnerismo es como el menemismo, un mal pasajero – ya que se asienta en los necesitados- y esas lealtades permanecen sólo durante los buenos tiempos de la economía.

El discurso presidencial es tan valioso para sus seguidores como insoportable para los que no lo somos. El verdadero prestigio es aquel que obliga al respeto de los adversarios, ese que la Presidenta no tiene ni tendrá nunca ya que como todo humano sólo cosecha en relación a lo que siembra. El próximo Presidente puede ser oficialista u opositor, pero consumida la bonanza vienen los tiempos donde nadie tiene mayoría absoluta y sólo es posible gobernar acordando políticas con los adversarios. En eso Scioli no tiene salida, deberá superar las limitaciones de los odios kirchneristas y volver al último peronismo que asumió la colaboración con los adversarios como esencial a la construcción de una nueva sociedad.

Estamos viviendo un proceso electoral de grandes angustias y escasas soluciones. Ni el oficialismo ni la oposición son capaces de sacarnos del miedo al futuro. Las acusaciones degradan a los candidatos y algunos duros personajes más cercanos al patotero que al estadista, se creen valientes por los pocos amores que generan frente a los muchos odios y miedos que van sembrando. La Presidenta eligió a Scioli sabiendo que los que pensaban como ella eran invotables y que ella misma no hubiera salido bien parada de la contienda. Como en el final de Menem, hay un importante acompañamiento de los necesitados y como en ese triste final, estamos comenzando a sufrir las consecuencias de una nueva frustración.

Podemos discutir sobre quien será el ganador, pero no ignorar la crisis que hoy Brasil padece y preanuncia la nuestra. Vuelven esos tiempos difíciles que por desgracia ya todos conocemos; tiempos que no soportan ligereza de opiniones y donde la angustia que retorna, es el duro castigo de la ineptitud.

Pelear contra el oportunismo y la obsecuencia

Tuve un problema de salud recientemente. Recurrí primero a Malvinas Argentinas, donde me atendieron médicos idóneos y me diagnosticaron. Mi obra social incluía el Sanatorio Anchorena, no la había utilizado nunca. Allí fui tratado muy bien y el médico que me dio de alta al ver mis estudios me contó que había hecho su especialización en Malvinas. Hace tiempo que hablando con mi amigo y compañero Jesús Cariglino lo interrogué sobre cómo había construido semejante estructura sanitaria, social y administrativa, y terminamos convirtiendo nuestro diálogo en libro. Tardé en darme cuenta que viviendo en pleno centro había confiado un tema de salud que me asustaba en una estructura del conurbano. No era solo conocimiento personal, eran dueños de un prestigio científico indiscutible y socialmente compartido.

Cariglino puede ser amontonado entre los “barones del conurbano”, pero en rigor no tiene nada que ver con ellos. Enfrentó a la Presidenta en el 2011, en la plenitud de su poder, y logró triunfar contra el oportunismo y la obsecuencia. Y fue el único, o sea que además de la obra es dueño de su propio pensamiento. Y con todos estos años con el poder oficial en contra, logró continuar su obra, mientras muchos obsecuentes convertían sus beneficios oficiales en clientela electoral y deterioro social.

Somos fanáticos del fútbol y conocemos a fondo las virtudes y defectos de cada jugador, somos displicentes en política y decimos barones, peronistas o políticos como si todos fueran iguales. Y así nos va. Lo mismo nos pasa con cada uno de los candidatos. La política es un arte de sutilezas, no podemos convertirla en un pintura de brocha gorda. Tucumán y Jujuy nos muestran el rumbo de la peor política, de aquellos lugares donde la decadencia se instala y además se desarrolla, donde hace tiempo que la degradación de la dirigencia se va convirtiendo en degradación de la misma sociedad.

Uno puede votar o no a un candidato, pero además debería conocerlo y poder hablar de su gestión. Nadie puede negar el avance económico que los Rodriguez Saá implicaron para San Luis, tan evidente como el atraso que Gildo Infrán implantó en Formosa. Hay gobernadores y legisladores que son una verdadera vergüenza para la política, no piensan ni ejecutan, ni opinan otra cosa que no sea adular al oficialismo de turno. El kirchnerismo fue la degradación de la política en obediencia, y los que no tienen otra forma de vivir que el oficialismo es normalmente porque no sirven para nada. Para poder enfrentar al oficialismo actual, enfermo de personalismo e impunidad, para poder hacerlo había que tener obra y no ser vulnerable a la obsecuencia de sus servicios de informaciones. Lo mismo paso en el sindicalismo, donde un sector decadente se convirtió en mero administrador del sistema de obras sociales dejando siquiera de opinar de política.

Escuché a un personaje de La Campora que va a salir a enfrentar a Cariglino. Nadie tiene que quedarse para siempre, pero esa agrupación es ahora tan solo una expresión del peor atraso. Usan el Estado para ganar elecciones, aprenden de la Presidenta que quiere seguir ganando votos usando la cadena oficial. Y nadie todavía se anima a decirle la verdad, no se atreven a avisarle que sus enojos están más cerca de espantar votos que de seducirlos.

El kirchnerismo agoniza como intento de totalitarismo sin otro sentido que el de satisfacer la ambición de un grupo más parecido a una secta que a una fuerza política. La Presidenta no quiere a nadie, ni al candidato que ella misma eligió. Nos recuerda a Menem, que trabajaba para impedir el triunfo de Duhalde. Scioli todavía no nos dice si va a ser un candidato o un simple delegado. Se retira Cristina y no van a tener más mayoría absoluta, por suerte la democracia se está recuperando. Y salgo en defensa de Cariglino como un símbolo de los que pelearon cuando nadie lo hacía y además porque su gestión es digna de ser rescatada. Obra y rebeldía, dos temas tan escasos que merecen ser respetados.

La agresiva despedida del kirchnerismo

El ego suele crecer con el halago y cuando éste es excesivo, puede terminar enfermando al elogiado. El kirchnerismo es una degradación de la democracia que necesita no tener adversarios, un intento de desmesura que apuntó siempre a quedarse con todo. Es la ambición desbordada por la impunidad. Y la Presidenta, en su final, nos aclara que no nos deja un heredero sino tan sólo un delegado. Falta que diga que no le interesa si gana o no su fuerza política, sino que le sigan obedeciendo.

Para Scioli la idea es ampliar los votos del oficialismo, algo que para la Presidenta ya tiene olor a traición. Me imagino que en sus sueños, si ganara Scioli, a ella le correspondería ejercer el poder; no creo que (ni) siquiera le reserve el derecho al primer discurso presidencial. Tiene su ego desmesurado a tal nivel que se considera a sí misma como un ser superior, como una estadista digna de quedar en la memoria de su pueblo. Ella cree que nos queda grande y nosotros ni siquiera logramos respetarla; eso sí que es una fractura, no ideológica, tan sólo psicológica.

Los aplaudidores desnudan la degradación de los cargos públicos en empleos públicos, todo nombramiento expresa un grado de ascenso en la cadena de la obsecuencia. Resulta absurdo que una sociedad se encuentre dividida entre los que imaginan que nos gobierna una estadista y estamos avanzando hacia grandes logros y los que no podemos soportar una cadena oficial y estamos convencidos que el conflicto no es con el neoliberalismo sino con la cordura. Los viejos restos revolucionarios beneficiados por la burocracia de los negocios santacruceños justifican en la desmesura el sentido difuso del cambio. Dado que el orden es burgués, el desorden será transformador. Días pasados, en un canal de alcahuetería oficial, una fanática explicaba que son sólo doce años de gobierno justiciero, todo lo anterior no era rescatable.

El peronismo sobrevivió porque nunca se encerró en explicaciones dogmáticas, cada uno decía y pensaba y adhería por lo que se le diera la gana. Y siempre despreciamos a los del comunismo ya que todos parecían loros repitiendo los mismos memorizados argumentos. Cuando no hay razones se deben inventar consignas que generen certezas y eso es lo que sucede hoy. Claro que los discursos presidenciales son de difícil digestión y de imposible justificación. Como viejo rico con novia joven, todos sabemos cuáles son las razones del amor. Y a ellos se les hace complicado explicar -no aplaudir-, porque lo bueno de la obsecuencia es que viene con el mecanismo de aplauso incorporado.

En mi opinión, Daniel Scioli no será un títere de Cristina en caso de llegar a la Casa Rosada. La Presidenta mantiene únicamente el poder del lugar que ocupa, al irse difícilmente logre darles una perorata deshilachada y sin sentido a sus parientes más cercanos. El verdadero poder está en la persona, a veces solo en el cargo; los grandes logran que coincidan ambos, sin duda, este no es nuestro caso. La Presidenta parece no tener vida fuera del sillón de jefa y se enoja demasiado cuando la realidad le anuncia que pronto pasará a habitar un lugar en el vecindario del anonimato. Hay un Scioli antes y otro después de estar debajo de su poder y cuando uno es sabio sabe bajarse del cargo. En la necedad, los autoritarios logran que los termine derrotando el olvido. Tanto soñar con un golpe imperial o de mercado, nuestra Presidenta termina en la aburrida amnesia que suele engendrar la mediocridad. Ésto es algo más cruel que la misma justicia a la que tanto le teme -y le sobran razones para hacerlo.

Y unas palabras finales dirigidas a la Presidenta. La gran mayoría de sus aplaudidores prefiere el cargo a la dignidad y usted les plantea el peor de los dilemas, los obliga a optar entre el fanatismo que lleva a la derrota o a tomar distancia de su persona. Su talento es un tema discutible, no así su egoísmo y queda claro que a usted no le importa nada más que su persona. En cada cadena oficial, a los muchos que no la queremos nos regala una alegría importante: gane quien gane ya nunca más deberemos soportar esta tortura. Antes creía que el noventa por ciento de sus aplaudidores lo hacían por beneficio o necesidad y un diez por ciento convencido de sus ideas. Ahora que la escucho en su agresiva despedida ya no creo que haya inocentes, el poder explica a sus mismos seguidores. Si no fuera por el lugar que ocupa y las riquezas que reparte, usted no lograría más seguidores que los de cualquier partido menor.

Me resulta perverso que termine eligiendo a Scioli para luego ni siquiera acompañarlo con su respeto. Pareciera que es de sobra consciente que, al no respetar a quienes la rodean o a quienes la enfrentan, usted deja de respetarnos a todos. Lo más importante de su gobierno será sin duda la alegría de no tener que seguir soportando sus peroratas. Son un espejo en el que no merece mirarse nuestra sociedad.