La decadencia de ser kirchnerista

Recuerdo en nuestra juventud cuando los del Partido Comunista y alguna otra variante del marxismo nos aclaraban que si ganaban ellos clausuraban la democracia. Lo contaban y lo copiaban de los países que decían imitar. Era un juego perverso: si ganás vos, te pido libertades y derechos; si gano yo, la cosa cambia, soy dueño de la verdad y te la impongo de manera definitiva. Y uno se quedaba con alguna duda. Ser democrático implica aceptar a todos, pero el limite y es no permitir que jueguen los que no aceptan las reglas.

Algo parecido me pasa con los kirchneristas. Cuando ellos gobernaban no me dejaron pisar la televisión pública -eso sí, no perdieron oportunidad de utilizarla en mi contra-y ahora que fueron derrotados en las elecciones, se hacen los ofendidos y los perseguidos en Radio Nacional y en el canal oficial porque no se los respeta como se debe en una democracia. Uno se queda dudando, si será que tienen algo de razón o si simplemente nos toman de idiotas. Nos corren con el cuento de la Dictadura -digo cuento porque ellos en su mayoría no tuvieron nada de dignos- y se suben a la tribuna la Señora Cristina y el prócer de la amplitud de límites, el doctor Zaffaroni, y nos dan discursos revolucionarios, ellos, abogados que jugaron a los distraídos en la difícil y ahora, en la cómoda, se compraron una patente de heroísmo tardío. La tía Alicia Kirchner estaba colaborando, los Kirchner perseguían deudores, los Zaffaroni juraban por la causa y todos juntos nos explican cómo es el camino del heroísmo.

Y ni hablemos de los del PC, esos que lograron zafar a partir de un pacto con el mundo comunista que trasmitía por Radio Moscú mensajes tan revolucionarios como uno que jamás olvidaré, y decía, “los sectores progresistas de Videla y Viola”.

Y además, andan pidiendo que los Estados Unidos y la Iglesia abran los archivos para ver qué pasaba; eso sí, los que conducían la guerrilla, ellos no tienen ningún archivo que desnudar. Ellos no tienen obligación de nada, ni de autocrítica ni de otro deporte que el de jugar a la víctima. Y lo peor, que en ese juego se mezclan muchos que practicaron el oportunismo de ayer y el de hoy, como  Zaffaroni, cuyas condiciones son tan amplias que le permiten jurar por los principios que el poder imponga en cada momento. Los otros, los que defendemos una causa, esos somos los giles que molestamos a los catedráticos de la agachada.

Ahora vienen con la cantinela que “Macri es de derecha”, como si Scioli fuera la avanzada de la cuarta internacional marxista. Macri es democrático, en consecuencia mucho más avanzado que los kirchneristas, gente además es autoritaria y corrupta. Tanto cacarear con la Ley de Medios y no derogaron un convenio firmado por Domingo Cavallo que les permitía a las empresas de Estados Unidos comprar medios aclarando que nosotros no podíamos hacerlo allá.

La verdad es que, esta gente, cuando gana te oprime y cuando pierde te acusa. Menos mal que el peronismo -o lo que queda de él- se va corriendo, y se quedan solos como fanáticos de una revolución que entienden ellos porque sin duda son los únicos beneficiados.

El kirchnerismo es un partido de burócratas enamorados del poder que no tienen ninguna coherencia ni lógica. Hemos recuperado la democracia, ahora debemos dentro de ella luchar por la justicia social. Y eso no es tarea de fanáticos ni de burócratas, es responsabilidad de una sociedad democrática y de opciones políticas que se respeten.

Perón nos pedía “no sean ni sectarios ni excluyentes”. El viejo era tan visionario que nos estaba previniendo para que no terminemos cayendo en la peor de las decadencias, la de ser kirchneristas.

La secta

En la radio el taxista escuchaba a un joven dirigente de La Cámpora. Me llamó la atención el despliegue de su mundo de certezas. Explicaba la lucha entre el espacio del bien y la virtud ocupado por el Gobierno y el deterioro que esa virtud sufría al ser erosionada por el espacio del mal refugiado en los medios monopólicos. Era una verdad que no soportaba fisuras. Cuando el periodista lo interrogó acerca del lugar de la autocrítica, respondió que no le gustaba la palabra. Que ellos no la necesitaban. Y a la pregunta de por qué habrían perdido votos , la respuesta fue que siempre en las elecciones legislativas se pierde pero en las nacionales se recuperan. Y que mucha gente se dejaba llevar por los medios hegemónicos y que por esa causa dudaba de la coherencia del modelo.

Me bajé del taxi en silencio, no me pareció que sirviera para algo generar algún comentario. Recordé los tiempos en que las dictaduras nos acusaban de “idiotas útiles” a los que dudábamos de sus virtudes. Se me ocurrió que las convicciones que no soportan la duda albergan el temor en el inconsciente, perciben que les queda el dogma o la traición. Son los que van por todo y no soportan la duda o la fisura que implica recuperar el espacio de la libertad.

Siempre recuerdo la frase genial de Albert Camus: “Debería existir el partido de los que no estén seguros de tener razón, sería el mío”. Y me pregunto de donde surgió esta sarta de verdades de fanáticos que no aguantan al que piensa distinto, al que se atreve a dudar. Desde ya, nunca fue el peronismo el que eligió el camino del fanatismo y las certezas, de haberlo hecho no hubiera durado ni siquiera una década. El General nos indicaba no ser “ni sectarios ni excluyentes”. Pero en este caso, en el kirchnerismo, este fanatismo implica un injerto tardío de un pensamiento tan ajeno a su desarrollo como al ejercicio del gobierno. Formé parte de los cuatro años de la presidencia de Néstor Kirchner y a nadie se le hubiera ocurrido referirse a un supuesto modelo ni a nada que se le parezca. El pragmatismo ocupaba el espacio de la virtud y de la debilidad. En el gobierno siguen los mismos ministros de esos tiempos, solo que ahora con pretensiones de ortodoxias ideológicas y eternidades.

Los dogmas implican siempre la degradación de las ideologías. La secta es una manera de separarse de la sociedad, de forzar un espacio que los salve de las dudas que acechan a todo ciudadano común. Y la secta implica una manera de selección, consolida el fanatismo de los leales de la misma manera que expulsa a todos aquellos que no comulgan con el fanatismo. La secta selecciona una sola clase de adherentes, los fanáticos. La secta implica un desarrollo del sueño de ir por todo, sueño que siempre termina en la pesadilla de la minoría en camino hacia la nada. La secta oficialista es un espacio ocupado por la burocracia y sus prebendas, por los funcionarios y empleados y sus beneficios. Esa dura manera de explicar que son los dueños del espacio del bien y las virtudes, esa rígida forma de auto definirse, en ella subyace el germen de su propia perdición.

Y la enorme injusticia que implica que esta gente imagine que por el solo hecho de no estar con ellos todos ocupamos el espacio de los medios monopólicos, las oligarquías y los imperialismos. El sectarismo es una desviación tan lógica en el fanatismo como imposible en el espacio de la razón. El fanatismo implica una enfermedad de la democracia, un intento de destruir la necesaria relación entre adversarios por la enfermiza confrontación entre enemigos. Y lo que es peor, esa división que el gobernante le impone a la sociedad lastima la integración y termina sembrando violencia en el conjunto de la sociedad. Gobernar imponiendo divisiones y rencores es una falta absoluta de responsabilidad democrática. Considerarse dueños de la verdad implica siempre y en todos los casos una limitación mental que encierra a la víctima en el reducido espacio de la mediocridad. Y aplaudir todo discurso que exprese la Presidente es en principio una falta de respeto al que aplaude tanto como una baja consideración del respeto al aplaudido.

Todo pensamiento que no soporta la duda es porque no soporta la confrontación con la realidad. Nunca se habló tanto del relato como ahora que el gobierno decidió vivir en su espacio. Nunca se imaginó tamaño poder a los medios de comunicación como cuando el gobierno actual decidió gastar fortunas que deberían ayudar a los necesitados en un desmesurado aparato de apoyo al relato estatal. Cuando uno solo puede ser defendido por medios propios, no es porque sólo confronta con los supuestos medios hegemónicos, sino porque esencialmente duda del criterio y la sabiduría del votante. Es cuando un gobierno dejó de expresar a sus votantes. Es cuando comenzó a confrontar con la misma realidad. Y ese es el tiempo del fin del relato y el necesario cambio democrático.