La decadencia agresiva del kirchnerismo

La Presidenta no para de hablarnos, de decirnos que no estamos a su nivel, a veces de comparar nuestra inflación ilimitada con la de España, todo vale para cadena oficial. La confrontación con la Justicia tiene cada vez más ribetes de querer evitar consecuencias personales. Y la tropa que le obedece no duda nunca, ni tiene bajas: es un ejército rentado y obediente donde ya hace tiempo que se abandonó la pretensión de pensar, de opinar, de poder diferenciarse en algo de la conducción. Algunos dicen que el peronismo siempre fue así, absurda manera de describir lo que ignoran. El peronismo tenía sectores que pensaban distinto y lo manifestaban. El partido y los sindicatos se enfrentaban, la rama femenina estaba en otra posición, a veces Perón lograba encolumnar a todos y otras, muchas, tenía que asumir las limitaciones de su poder. Era un movimiento pleno de matices. El kirchnerismo es una versión aburrida de los partidos marxistas, con controles de lealtades y alcahuetes denunciantes. Si el peronismo hubiera sido como el kirchnerismo no hubiera durado ni una década.

La Presidenta actúa como si pudiera imponer un poder absoluto sobre sus seguidores, cosa que las prebendas del Estado hacen posible pero que sin duda desde el llano no son imaginables. Años de democracia donde el poder fue creciendo sin límites, a la destrucción ilimitada que proponían Cavallo y Dromi le siguió esta ocupación sin rumbo ni sentido. Ayer se privatizaba para hacer negocios, hoy se estatiza por la misma razón. Y sin duda los Kirchner participaron en las dos oleadas, ellos fueron imprescindibles para vender YPF -recordemos que su amanuense Parrilli fue el miembro informante de esa traición-  y ellos intentaron apropiarse de una parte con ganancias adelantadas, demencia inexplicable, y la volvieron a comprar como si estuvieran salvando nuestro destino.

El Futbol para Todos fue utilizado para ellos, los barras bravas eran contratados para defender oficialistas, la justicia flexible nos fue dejando sin castigo y en consecuencia sin límites. Ya no podemos ni siquiera compartir un partido de futbol, sembradores de vientos, estamos recogiendo tempestades. Entre oficialistas y opositores se fue gestando una distancia y una agresividad que carece tanto de explicación como de sentido. Como si fuéramos dos culturas, como si habláramos dos lenguas, como si tuviera algún sentido convivir agrediendo supuestos enemigos. La Justicia también fue dividiendo sus alas, terminó siendo tan ciega para la venganza como impotente frente al delito.

La inflación es de las más importantes del mundo, ni siquiera sabemos cuánto es. La deuda era un logro ganador de la década, ya quedan dudas de como saldremos de ella. El orden era necesario y ahora ya parece parte de un recuerdo. Los derechos humanos que ayer eran un logro hoy ya se encuentran devaluados por los excesos y el oportunismo de su uso.

Los discursos son tantos que apabullan, los hechos son tan graves que lastiman, que obligan a tomar distancia a gente que no se caracteriza por su tendencia a diferenciarse. El poder es una autoridad excedida en sus discursos y su guardia pretoriana esta exasperada por el temor de la derrota. Soy de los que opinan que el kirchnerismo agoniza, que cualquiera sea el ganador tendrá que ir diferenciado de esta decadencia agresiva. Tanto que no se animan a pensar en la derrota. Eso sí, el inconsciente los lleva a perseguir a los jueces que no manejan, que no les obedecen. Niegan la derrota pero le tienen miedo a la justicia. Es una manera de asumir que imaginan la proximidad de la derrota.

Concentraciones enfermizas

En una sociedad que no logra encontrar su rumbo, el Estado se convierte en la principal fuente de riquezas, y en consecuencia, en un distribuidor de injusticias. Y en sus pliegues se va instalando una burocracia infinita, una nueva clase social que no vive las angustias del resto, de los que están sometidos a las inclemencias de capitalismo. La misma burocracia genera puestos de trabajo basados en supuestas necesidades políticas o en simples prebendas personales o familiares.  Cuando se retire, el Kirchnerismo nos va a dejar como legado una enorme cantidad de empleados que son en rigor los miembros del partido gobernante. Un oficialismo rentado que se lleva para sí buena parte de las riquezas que debiera haber canalizado hacia los necesitados. Como en tantos proyectos para combatir la pobreza, la burocracia se lleva una parte muy superior a la que llega a los destinatarios. Estos terminan siendo una excusa para que vivan los que dicen ocuparse de ayudarlos.

En otras épocas los sindicatos definían el momento de la sociedad, el Cordobazo era impulsado por la industria automotriz, los metalúrgicos fueron vanguardia cuando la sociedad se forjaba industrial. Menem y Cavallo, cuando destruyeron el ferrocarril, entre otras cosas hicieron fuertes a los camioneros. En el presente, el cargo estatal es el camino más corto para la estabilidad laboral.  Los gremios de empleados públicos pueden ser fuertes en cantidad pero nunca vanguardia de transformación. Los estatales terminan siendo más débiles en salario a cambio de mayor tranquilidad en el empleo. Ser oficialista da más seguridades que la de ser eficiente o esforzado.

La energía vital de una sociedad está en su capacidad productiva, y su desarrollo social en la distribución que ese capitalismo logre. Cuando dejamos venir los supermercados los tomamos sin asumir su costo social, los centenares de almacenes que caían en su avance. Cuando recorremos Europa tomamos conciencia de que esa enfermedad no los invadió a ellos, que defendieron sus pequeños comercios como parte de su calidad de vida. Ahora hasta los bares caen en manos de cadenas capitalistas. Y las farmacias y hasta los quioscos son presa fácil de la concentración.  Los taxis han sido un recurso familiar, ahora son demasiados los que convirtieron a sus choferes en inquilinos. Cada avance de la concentración de capital es un paso en la decadencia de la sociedad. El capitalismo, cuando no encuentra limites en las instituciones, termina convocando al estallido social, incitando y desarrollando a la izquierda que lo confronta.

Los economistas se ocupan de la renta pero ignoran las leyes sociales. Los estatistas como el gobierno actual desarrollan concentraciones enfermizas como la de los medios propios, el juego o la obra pública. Los grandes capitales son necesarios cuando así lo exige la producción, como es el caso de la energía, pero el pequeño comercio familiar no puede ni debe caer en manos de capitales de supuestos inversores que se comportan como destructores de la trama social. Entre la desmesura del Estado y la concentración de los privados, los ciudadanos vamos quedando reducidos a la situación de meros sobrevivientes de un capitalismo más adicto a las mafias que a las instituciones.

La ambición de ganancia no es el único motor del progreso. Desde ya que es más lógico en su desarrollo que las prebendas de la burocracia, pero una sociedad que crece en justicia necesita detener la desmesura de su Estado y la concentración de sus privados.  Mucho más una sociedad como la nuestra, donde el poder del Estado genera y distribuye más riquezas que el agro y la industria juntos.

La sociedad necesita viviendas, pero eso implica un esfuerzo de mediano plazo. El gobierno, entonces, decidió fomentar la fabricación de automotores por ser un logro de más rápido resultados. Claro que, como carecemos de rutas y estamos en deuda con la energía y los combustibles, lo automotriz iba sin duda a terminar en frustración, en huelgas y fracasos. Pero los ayudó a pasar un veranito consumista.  Lo demás no les parecía importante.  Y gastaron fortunas en generar una prensa propia, un relato rentado y oficial donde no pudieran penetrar las fisuras de la realidad. Como tomar una foto del pasado y quererla convertir en espejo del presente. El Kirchnerismo no fue un modelo de sociedad sino tan sólo de autoritarismo. Un enorme Estado que construyó un aparato político en torno a sus prebendas. Termina con un final parecido al menemismo tan odiado. Otra nueva frustración: salimos de la inflación y el miedo al dólar en el primer gobierno de Néstor, retornamos en el de Cristina.  Tanto aplaudir el haber salido del drama de la deuda para terminar retornando a ella.  Tanto cacarear con una Suprema Corte digna para intentar el grotesco de “Justicia legítima”.

El Kirchnerismo retornó a todos los males de los que decía habernos liberado. Pero hay algo que debemos asumir y aprender: no por cambiar de gobierno, vamos a lograr superar esta triste sensación de fracaso. Necesitamos gestar un proyecto de sociedad, basado en un sólido compromiso político. Sólo la política entendida como madurez tanto de la dirigencia como de los votantes nos puede sacar de la crisis. Y bajarnos de las certezas para acostumbrarnos a las dudas. En especial, a dudar de nuestras propias propuestas. Cuando dejemos de tener salvadores de la patria habrá llegado el momento de asumir que únicamente lograremos salvarla entre todos. Esperemos estar cerca de alcanzarlo.

Cuando la Presidenta convoca a la unidad, queda claro que la imagina como una sumisión a su proyecto. La unidad es tan necesaria como la de asumir que la verdad no tiene dueño. Lo demás es poco democrático, y en este caso esa imposición no se disimula ni siquiera en el discurso. La unidad es necesaria, pero para ser válida necesita integrar a las demás visiones. La convocatoria  actual es nada más ni nada menos que una simulación del autoritarismo. En rigor, cuando la Presidenta convoca a la unidad está reiterando un simple llamado a profundizar la fractura. 

El enemigo

El tema es simple: el gobierno grita, agrede, degrada y luego cuando le toca negociar piensa que su interlocutor está obligado a olvidar las afrentas y a entender sus argumentos. Recuperan lo peor de los ’70; por ejemplo aquella idea que aseguraba que, como las dictaduras eran genocidas, entonces resultaba que las guerrillas eran lúcidas. Siempre actúan igual. O sea, “yo elegí la revolución violenta pero el error fue de los que no me acompañaron en mi propuesta suicida”. Yo agredo y cuestiono, y luego convoco a los argentinos a que me acompañen en hacernos cargo de las consecuencias.

Entre los discursos de Néstor y los de Cristina ya deberíamos haber derrotado al imperialismo y a los monopolios, o al menos a estos últimos los habríamos sustituido por amigos de Santa Cruz. No nos privamos de nada, todas las actitudes infantiles que aparentaban ser revolucionarias fueron llevadas a la acción.  El Canciller con un alicate desarmando un avión me recordaba a Nikita Khruschev  golpeando el estrado en la ONU con su zapato para cuestionar al sistema. Lástima que no teníamos el poder del imperio Ruso. Los actos que acompañaban las agresiones de Venezuela eran tan innecesarios como superficiales. Brasil y Uruguay caminaban su propio rumbo sin necesidad de sobreactuar sus decisiones. Nosotros, como siempre, convencidos de que en la exageración de los gestos se encontraba el sentido y el valor de la convicción.

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