Convertir el capricho en dogma

La democracia es imprescindible para evitar lo que hoy nos pasa: un grupo de energúmenos empecinados en el error y convencidos de ser los únicos dueños de la verdad. Realmente me resultan insoportables. Me recuerdan el personaje del Principito repartiendo órdenes en un planeta inexistente. Han llegado a un punto donde la realidad y los otros somos detalles que molestan a su omnipotencia. La Presidente nos da cátedra a los que pensamos distinto, pero ahora intenta extender su docencia al resto del universo. Asumido el hecho mágico de convertir el capricho en dogma, le declaran al mundo las consecuencias de sus verdades que despliegan como si fueran reveladas. Y un joven que se dice marxista nos describe el mundo según su mirada de universitario sin experiencia, donde la soberbia ocupa el lugar que los años, a veces, otorgan a la sabiduría.

Y no se andan con chiquitas. Es con ellos o con el Mal, que es, obviamente, el espacio que no opina igual. La historia los enfrentó con un Juez de discutible lucidez, razón que les sirvió a los que nos gobiernan para edificar la certeza de que la cordura está de su lado. No les importan los detalles, lanzan discursos sin medir las consecuencias como si el supuesto hecho de tener razón se convierta por arte de magia en una verdad universal. Entre mi convicción de tener razón y el hecho de que me la otorguen, suele estar el camino de las leyes. La voluntad de los otros que, en este caso, por ser de discutible egoísmo no deja de
conservar sus derechos. Nadie quiere pagar lo que no corresponde, pero jamás a nadie se le ocurrió que ese rumbo se altera con un discurso.

Nos convocan a acompañarlos como si por el mero hecho de hacerlo convirtiéramos a la propuesta oficial en Ley universal. De sólo analizar la realidad, queda claro que esencialmente nos convocan a participar de un papelón colectivo. El objetivo de todos es pagar lo menos posible; a nadie con una cuota normal de cordura se le ocurrió que este resultado depende de la grandiosidad de un discurso ni de la pretendida originalidad de una ley. No somos los únicos humanos agredidos por los acreedores. Pareciera que somos los únicos que ejercieron el alarido como propuesta de solución beneficiosa. Años elogiando el acuerdo firmado por Néstor Kirchner, para terminar dinamitando ese arreglo como si careciera de valor. Algo nos llama la atención, antes de engendrar esta ley supuestamente proveedora de justicia ¿alguno se ocupó de estudiar su viabilidad?

La idea de los controles a los abastecimientos, leyes que persiguen ganancias privadas y son concebidas por burócratas que no podrían soportar el análisis de los negocios oficiales. Y mudar luego la Capital a una provincia un poco más feudal y decadente que el resto. Feudos donde los esposos se nombran alternativamente en el poder, nepotismos acompañados de marxismos. ¿Qué otros atrasos de la humanidad estamos dispuestos a reiterar?

Y las condenas que emiten los esbirros de turno. Capitanich sentenciándos al infierno de los buitres, Kicillof guiándonos desde un arriba sólo afirmado en el afecto de la mirada presidencial. El personalismo desplegado a su antojo y los oficialistas estirando el límite donde la obediencia lastima la dignidad. Pareciera que el kirchnerismo se los quiere llevar puestos a todos, que no hay vida después de la obediencia ejercida al grado de la humillación. Pasaron los tiempos donde ser oficialista permitía hacerse el distraído. Ahora, es una pertenencia sólo para fanáticos y beneficiarios. Ya toman conciencia que, después de este oficialismo, vendrá el paso a la clandestinidad de los leales. Demasiados odios para intentar después pasar desapercibidos. Demasiados oportunistas obedientes para soñar con la vigencia de un partidito kirchnerista. Como los seguidores de Menem, los beneficiarios se diluyen a la par de los beneficios que los engendraron.

Vendrá otro Gobierno, sin duda. Vendrán tiempos de debatir matices, discusiones de los demócratas que respetan la opinión ajena. Hoy no estamos confrontando ideologías, supuestas izquierdas o derechas. Lo de hoy es más simple y transparente. En el presente confrontan la demencia y la cordura. Los demás son detalles.

Los logros de ayer son los fracasos de hoy

De golpe, la Presidente decidió que la soberanía era una expresión más de su autoritarismo, y reformuló las normas del canje realizado por el mismo Néstor Kirchner. Tantos elogios que había merecido Néstor por aquella tarea perfecta de negociar la deuda, tantos méritos que lo llevaban a entrar en la historia, y de pronto, la Presidente le enmienda la plana. El grande de Néstor había sido un genio al negociar la deuda, al nombrar la Corte, controlar la inflación y detener la corrida al dólar. Todo eso se había logrado en el primer gobierno, sin necesidad de gastar fortunas en medios propios y con una sola cadena oficial en todo el período.

Aquella lista de méritos figura hoy como la boleta de las deudas contraídas, y en casi todos los casos se nota una voluntad de confrontar con el ausente. Néstor jugaba con la supuesta izquierda pero nunca le dio poder real; Cristina la suma a su gabinete sin pensar en las consecuencias. Néstor logró un éxito negociando la deuda que la gran mayoría no hubiera imaginado; Cristina obtuvo un rotundo fracaso que casi nadie esperaba. Los mismos logros de ayer convertidos en fracasos de hoy.

Cuando el dólar había quedado clavado en torno a los cuatro pesos todo el período de Néstor, ahora salimos con el descubrimiento de que es un mercado marginal. La inflación es tan creativa como los delitos de Boudou; los discursos sustituyeron a la obligación de gobernar.

Si hay algo que marca el fin de un gobierno es la necesidad de inventar enemigos para obligar a la sociedad a apoyar al oficialismo. La caricaturesca figura del jefe de Gabinete, convertido en conducción de los patriotas, anunciando que Macri apoyaba a los buitres, esa mera imagen acompañada de Julián Domínguez con su convocatoria “Todos a Santiago” y a Jorge Taiana como candidato presidencial de la Cámpora, todo eso junto aparecía de pronto como un desmadre en el espacio del poder. Un cambalache difícil de entender, una mezcla rara de ingredientes revolucionarios y delictivos, todo conducido por una ineficiencia más penosa que digna de respeto. Y por debajo, un Scioli que ve como sus posibilidades se desdibujan, un Gobierno que sin duda termina su ciclo y ya no piensa en dejar ni herederos ni descendientes, solo enemigos.

En una segunda vuelta imaginaria para enfrentar a Capitanich, de seguro que a Griesa no le iría muy mal. Pero lo importante es cómo fueron desarmando todo lo realizado por Néstor, por qué esa profunda necesidad de tomar distancia del fundador. Y son un partido del poder -eso es muy importante, muchos lo ignoran: el oficialismo tiene normas y prebendas que no soportan la dureza del espacio opositor. ¿Dónde irán tantos supuestos periodistas cuando cambien los vientos electorales? Todo lo sostenido a pura publicidad, oficial y oscura, todos esos revolucionarios del carguito, ¿cuántos se irán borrando haciendo mutis por el foro?

Ellos, los oficialistas, quisieron ser fundacionales. Eliminarnos a todos los que cometíamos el delito de no aplaudirlos, de asumir la disidencia. Restos del viejo partido comunista, una de las estructuras más gorilas que soportó el movimiento popular, y restos de la guerrilla que confrontó con la pacificación que impuso el General Perón a su regreso. Esos dos pasados sumados se creyeron capacitados para cuestionar al peronismo y a la misma democracia. Estalinistas fuera de época, fracasados de toda relación con lo popular.

El peronismo fue fruto de la alianza entre los trabajadores industriales y los empresarios productivos. El kirchnerismo es el resultado de la alianza entre algunos docentes de clase media con sectores improductivos de la sociedad. Por eso el peronismo sigue vivo y el kirchnerismo es, por suerte, una enfermedad pasajera.

Los discursos presidenciales y las explicaciones del ministro de Economía y del jefe de Gabinete tienen un amargo sabor a haber sido todos superados por la época. Son los finales de esta década extraviada, que para algunos fue ganada, pero solo para algunos.