Un modelo de odio

Cuando las instituciones son débiles suelen incitar las ambiciones de los peores. Es cuando las sociedades aparentan ser desiertos a cultivar, jóvenes sin rumbo a los que se puede malear a gusto del invasor. Toda sociedad necesita de un tiempo fundacional, tanto como que ninguna aguanta que esa pubertad se convierta en la reiteración de un tiempo de dudas que impida alcanzar la madurez. Con Menem, los adoradores del mercado y la moneda nos degradaron a un universo de gerentes extranjeros, devaluaron al ciudadano para convertirlo en consumidor o inversor. La irracional idea de destruir el Estado lo dejó al servicio de quienes soñaban con invadirlo.

Con los Kirchner, el Estado se convirtió en un poder absoluto que ya no intentaba negociar con los privados sino que gestaba su propia burguesía. El juego y la obra pública fueron el eje del poder económico; las infinitas prebendas que distribuye el Estado engendraron luego las adhesiones políticas. Se subsidió a las empresas para convertir en corrupción lo que hubiera debido ser beneficio para el ciudadano. Un buen momento para los países productores de alimentos se derivó en un tiempo de enriquecimiento de dispersas burocracias. Disfrutar del Estado engendró un partido del oportunismo coyuntural, nunca antes las ideologías terminaron siendo un simple decorado de la ambición y los negociados. Vetustos restos de pretendidas izquierdas aportaron su experiencia en engendrar teorías justificadoras para cualquier desaguisado. Haber apoyado las dictaduras marxistas de ayer los convertía en expertos para justificar los desatinos de hoy.

Sólo recordar que habían instalado un grupo de intrigantes para cuestionar al Cardenal Bergoglio, una filial de esos servicios que hoy dicen repudiar se ocupaba de denunciar a la Iglesia Católica. Cuando el Papa Francisco deslumbra al mundo con su pensamiento delata, entre otras cosas, la pequeñez de sus detractores. Pero queda claro que los verdaderos enemigos del Gobierno somos los que no estamos dispuestos a dejarnos aplastar por sus imposiciones ni mucho menos a convencer por sus tediosas y mediocres justificaciones.

Toda secta genera explicaciones que las hacen aparecer como racionales. Explicaciones que repiten como loros, obligados por la obediencia y el castigo a la libertad individual. Este tenebroso Gobierno actúa como si nunca tuvieran que abandonar el poder, intentan olvidar que transitan su último año. Cuando uno escucha a la Presidente o al jefe de Gabinete siente vergüenza ajena, es difícil entender a los que le asignan talento a la simple ausencia a veces de cordura y casi siempre de sentido común.

Todo autoritarismo es un intento de convocar a lo peor de una sociedad, a todos aquellos que sueñan con una cuota de poder y no les importa demasiado el costo que deban pagar para obtenerlo. Están todos, desde los oportunistas de siempr -en los negocios, los sindicatos y la política- hasta los jóvenes que imaginaban que con un cargo público y un odio compartido se convertían en dueños de una causa. De pronto una muerte los obligó a desnudar sus limitaciones, y entonces, los que pretendían grandeza y eternidades, se arrastran negando finales y encarnando la peor versión de su pequeñez.

Se imaginan de izquierdas sólo por cuestionar las democracias y enamorase de los países donde con la excusa de distribuir justicia se ejerce la opresión o la misma limitación de la libertad. Dicen que nos ayudaron a avanzar. Sin embargo, nunca la división de nuestra sociedad fue más cruel testigo del atraso que lograron imponer. Los enemigos y los odios han ocupado el espacio de los sueños. Ese logro es el triste fruto de doce años de kirchnerismo, del modelo que necesitamos derrotar.

Agonías

El gobierno soñó eternidades: un Presidente, al que heredó su esposa, en una sociedad con enormes necesidades, donde la Hermana es la ministra de Bienestar  Social y una caterva de empleados públicos rentados ocuparon un estadio de fútbol para aplaudir al Príncipe heredero, que comenzó a balbucear sus palotes políticos, pocos meses antes de que su Madre debiera retirarse.

En Cuba, el socialismo eliminó a la democracia. Los cubanos se quedaron sin libertad pero nunca llegaron a gozar del preciado bien de la  Justicia, que sería el fruto codiciado de la planta de la Igualdad.  Y los disidentes perseguidos, y los que debían optar entre la obediencia o el mar con sus tiburones, conviven con un Fidel que poco o nada aportó a la justicia mientras se dedicó a eliminar la libertad. Y en su final lo hereda el hermano, no sea que el socialismo olvide su pasión por la monarquía hereditaria.  Y los rusos, que ayer desplegaban imperialismo revolucionario, y después de que el muro les aplastó las veleidades socialistas se expanden al ritmo del nacionalismo y de las mafias.

Las viejas izquierdas educaban en el desprecio a la democracia y en el valor secundario de la libertad. Como si la humanidad estuviera obligada a optar entre los ricos y los burócratas. Todavía los ricos guardan algunos datos de la competencia, los burócratas no soportan esa veleidad. En la ambición suelen ganar algunos de los mejores; en la obsecuencia burocrática sólo se  selecciona a los peores. Los ricos, en su ambición, no suelen ser generosos; los burócratas directamente necesitan entregar su dignidad unida al espíritu crítico, y después de eso no queda más que odio y resentimiento.

Nuestras viejas izquierdas, abundantes en pensadores y escritos, nunca lograron armar una fuerza que les permita abordar el poder por los votos. La violencia vulneró en demasía los sueños de poder revolucionarios, fue una enorme entrega de vidas a cambio de ninguna posibilidad de tomar el poder. Solo el viento de los tiempos explica el absurdo de que critiquen a Perón mientras aplauden a los Kirchner, quizá el genocidio fue el dato central de este cambio de exigencias. Ayer, plenos de vitalidad juvenil, fracasaron al elegir la tragedia;  hoy, cansados de mirar con “la ñata contra el vidrio”, se conforman con asumir un protagonismo obediente y  sin crítica en los nítidos tiempos de la comedia.

Y construyeron una secta en torno al poder. Responden a toda crítica repitiendo como loros los logros de la década ganada. Enumeran todos de la misma manera; la ausencia de convicción los obliga a memorizar las respuestas. Los dogmas son ideas cerradas; un error puede gestar una fisura y si por ella se filtra una duda, ella implica un ataque a la verdad. Pensamiento cerrado, Jefe absoluto, discurso que se escucha, se aplaude y se incorpora al dogma sin meditar. Y ocupación del Estado, asalto de los cargos y las prebendas; en nombre del pueblo, actúan como si se fueran a quedar para siempre en el poder.

Sea quien fuere el elegido para el próximo gobierno, deberá gastar tiempo en expulsar esa caterva de empleados públicos que se apropian de dineros que les quitan a los verdaderos necesitados. Un supuesto pueblo de universitarios agresivos usurpando un Estado que debiera estar al servicio del pueblo verdadero. Eso fue el Kirchnerismo, una usurpación de los necesitados por los oportunistas y, en su desfachatez, intentaron llamarse  “militantes”. Perón, que fue en todo un adelantado, ya había expulsado a los imberbes de la plaza.