La agonía del pasado

La política es el reflejo más expresivo de la situación de una sociedad. En nosotros, cualquiera de sus versiones desnuda nuestra absoluta pobreza. La ambición deglutió a las ideas, la viveza ocupo el espacio de la inteligencia, la queja y el resentimiento fueron haciéndose cargo del lugar de la esperanza.

Néstor Kirchner era un constructor ambicioso pero detallista, capaz de armar un poder enorme que heredó y malgastó Cristina. Un juez exagera su salida del letargo y nos enfrenta a una presencia agresiva del pasado. Cristina, experta en provocaciones, intenta transformar la acusación en un retorno político. Todo es patético: las multitudes soñadas son amontonamientos agresivos, los colectivos siguen siendo imprescindibles, el discurso que intenta convocar aliados olvida que se refiere a los que desprecio desde el poder. Todo transita la secuencia de los que no le asignan importancia a la realidad.

Un ejército derrotado por muy poco se anima a convocar a sus guerreros sin asumir que al hacerlo estará delatando la magnitud de sus desertores. Una congregación de amantes del poder transita el llano convocados por la ilusión de que la derrota sea pasajera. Todo se convierte en ficción, las multitudes que no vienen, el pasado que no retorna, el futuro que se preocupa en ignorarlos. Ellos imaginan forjar su fortaleza en las debilidades de la democracia vigente0; ignoran que esa debilidad relativa es solo aparente, que además de quienes gobiernan hay una sociedad que se va acostumbrando a la democracia y a la libertad, y eso deja los discursos de Cristina como piezas de museo pero también como duros recuerdos de antiguas pesadillas.

Cristina le habló a sus fieles seguidores, a esos que fue convirtiendo en una secta. Podemos imaginar cuántos sintieron rechazo frente a este acto de iniciados, donde a nadie se le ocurrió en seducir adversarios. El fanatismo en el poder impone miedo, pero en el llano solo engendra desprecio. Gastan plata y energía en espantar votantes, fruto indiscutible de la soberbia convicción de los sectarios.

La fe es necesaria en la religión, la pasión es imprescindible en el deporte, la razón es necesaria en la política. Los dogmas solo expulsan a los que dudan y los fanatismos derrotados son tan solo convocantes del resentimiento. La presencia de Zaffaroni junto a Cristina mostraba a las claras que hasta la confrontación con la Dictadura fue un invento para convocar distraídos. Ya no son mayoría, y ni siquiera son coherentes.

Ayer Cristina nos mostró un pasado del cual ella misma nos ayudó a alejarnos. Solo quedó claro que eligieron el camino del partido pequeño, sectario y excluyente, de la fuerza de los que se creen superiores, vanguardia iluminada. Hasta algunos sintieron miedo, para la mayoría resulto patético, y, para ellos solo dejó en claro la decisión de no volver más al poder. Después están los logros y desaciertos del nuevo Gobierno, pero esa si es harina de otro costal.

Superados

Parecían dueños del destino universal, salvadores de la patria, fundadores de un sistema que aplastaba a los otros con las sombras del pasado. Soberbia, eso era lo que les sobraba, y explicaban que en todo disidente habitaba una corporación y también en el que pensaba y opinaba distinto anidaba la traición. Así fue que la democracia inició su lento pero firme retroceso; la libertad se fue enredando con las explicaciones; las corporaciones y los imperialismos terminaban definiendo al que se animaba a pensar. Si el Gobierno le tiraba un pedazo de poder al progresismo, entonces, se volvía progresista. Algunos que de jóvenes imaginaron ser capaces de convertir su pensamiento en concreción del mundo nuevo, del hombre nuevo y ya de mayores, se arreglaban con bastante poco, si los reconocen y los respetan y los eligen para ser elogiados y financiados. Si todo esto pasa, uno se puede volver oficialista porque el poder engendra caricias que se parecen a las ideas.

Se creían eternos, hasta que una muerte les quedó grande, o su pretendido talento les quedo chico, entonces se amontonaron todos a aplaudir y a leer una escritura de lealtades que parecía más ser un agradecimiento de las prebendas conseguidas que una reivindicación de las ideas apoyadas. El documento daba pena, aquellos que ayer se imaginaban eternos daban hoy un triste espectáculo de mediocridad militante. La obediencia al poder y las ganancias económicas, ambas juntas y sumadas, dejaban a la vista de la sociedad una burocracia miserable y enriquecida, que ni siquiera guardaba la lógica conciencia del ridículo. Engendraron bronca y ya dan pena, decadencia en estado puro, aplaudiendo en público su alegría de haberse enriquecido en privado. Como si la bonanza que vivían ellos fuera la misma que beneficiaba a todos.

Se imaginaban fundacionales, de pronto son sólo un resto histórico que genera vergüenza. Una muerte alcanzó para dejarlos desnudos, para mostrar que únicamente tenían talento para hacerse de los beneficios de la coyuntura, pero lejos estaban de entender y poder manejar las complicaciones de la crisis. Una muerte los llamó a silencio, los mostró repitiendo discursos obedientes, asustados del afuera y del adentro, una secta que al vivir la dulzura de los beneficios del poder se sentía superada por la dura realidad que se acercaba marcada por la muerte. Las cadenas mediáticas con las que la Presidente aburría no pudieron enfrentar el conflicto real de la vida.

Un Gobierno ocupado en espiar disidentes inventó servicios de informaciones que al final terminaron discutiéndole el poder. La secta ya no tenía autocritica, había roto su relación con la misma sociedad, la realidad le molestaba. Toda secta inventa su adentro para que la proteja de la realidad. Pero una muerte es demasiado para seguir jugando al distraído y los vientos que desnudan falsedades se les metieron por la ventana. Y entonces buscaron culpables lejanos: los medios de comunicación que los acusaban, las mafias que hacía rato habían renunciado a la crítica al ser invitadas al festín que distribuía el Estado.

Si ayer la vida al llevarse a Néstor les regaló una elección, hoy al llevarse al Fiscal los dejaba en el llano para siempre. En la buena todos somos expertos y aparentamos talento; en la difícil, las cosas son distintas.

Una muerte ya fue demasiado, y no supieron qué hacer. Vendrán otros a gobernarnos, ya era hora. Y esperemos que a quien sepamos elegir no practique el peor de los pecados, el de la soberbia. Ya los Menem y los Kirchner se pretendieron fundacionales e intentaron eternizarse en el poder. Necesitamos elegir al más humilde, al que sea capaz de dejar el gobierno, volver al llano y ser y sentirse uno más entre nosotros. 

Para nuestra lastimada democracia, la cordura es más necesaria que cualquier otra pretensión de inmadurez. Votemos al mejor, aprendamos a ayudar a la suerte.

El problema no es Tinelli, es la corrupción del Estado

Los medios existen, están de moda, definen todo; considerarse progresista y culto implica oponerse a sus oscuros designios. Tenemos un Gobierno convencido de que éstos debilitan el talento y la genialidad de sus acciones. Una gestión perfecta que es deformada por los medios, instrumentos de los ricos contra los revolucionarios justicieros. Hay una carrera que estudia a los medios de comunicación; no me parece el mejor camino hacia su comprensión. Los estudiantes leen demasiado sobre una realidad que imaginan conocer, teorías de todo tipo. Es llamativo: los que estudiamos política terminamos de asesores de los que la hacen, algo así como estudiar de crítico de arte, cosa de poder conocer a los artistas. Con los medios pasa lo mismo, los que dicen estudiarlos jamás los terminan de entender. Y casi nunca los llegan a manejar. Cuando Néstor Kirchner grito “¿Que te pasa, Clarín?”, quería decir “A este Gobierno no le gustan los disidentes”.

A Marcelo Tinelli, cuando asumimos, Néstor Kirchner lo ayudó a comprar una radio. Nos invitó al acto de lanzamiento y fuimos todos al festejo, a acompañar a ese Marcelo que hoy parece la expresión del mal. Los Kirchner recordaban el final de De la Rúa, y entonces era importante acercarse a Tinelli. Guardo más recuerdos de esa época, pero solo me refiero a lo público, lo otro es lealtad al pasado, aun cuando ellos no lo merezcan, me siento obligado por mi propia historia. Y había que ayudar también al otro comunicador importante a quedarse con una radio, a Pergolini. Eran tiempos de construcción de poder. Luego vendrían los de convocar a delatores e intrigantes, pero esa es otra historia. Y un detalle importante: ni Tinelli ni Pergolini pudieron sostener económicamente las radios que el Gobierno los ayudo a adquirir, ambos las terminaron vendiendo. No es lo mismo escribir novelas que ser el dueño de la editorial.

Los medios no siempre tienen poder, y nunca cuando van contra la historia. Los medios son parte del poder, son parecidos al Gobierno: cuando acompañan al pueblo, aciertan; cuando lo enfrentan, suelen conocer el fracaso. Por más que los restos del estalinismo autóctono imaginen derrocar al enemigo, ser perseguidos por los gobiernos le asegura a los medios su momento más glorioso. Gastaron fortunas en medios estatales solo para convertir a sus detractores en dueños absolutos de la audiencia. Hasta para odiar hay que tener talento, y a estos les falta demasiado. Si fuera cierto el poder de los medios, no hubieran sido necesarios los golpes de Estado. Los medios son conservadores y nunca lograron imponer un Gobierno de ese signo. Los medios influyen, pero no tanto. El Estado, cuando intenta ocultar, se delata; cuando impone el fútbol la noche de los domingos muestra demasiado la herida que le deja el que les pega. A veces los medios se convierten solo en una enorme lupa que aumenta la visión de los detalles, convierten la percepción colectiva en constancia real. Pero la percepción es anterior, se concreta con la denuncia de los medios, pero ya estaba vigente en la conciencia de la sociedad.

Si el enemigo es Tinelli y la fuerza propia tiene su avanzada en 6,7 y 8, cualquier inocente nos puede adelantar el resultado. Si uno dice que no ve televisión, la va de culto y genera signos de admiración. Todos somos admiradores de la cultura, demasiados nos critican la “tinellización” de la sociedad. Para mi humilde opinión, la decadencia es la imagen de un parlamento con obedientes imponiendo propuestas que pocos entienden. No es Tinelli el que nos pega el golpe bajo, la sociedad tiene derecho a la distracción, lo que la degrada es el conjunto de instituciones en las que nadie cree. La corrupción no se inicia en el entretenimiento. El humor nos rescata de la violencia que nos impone el sectarismo de la mediocridad. Nuestro problema no está en el circo ni en la vigencia de la mujer barbuda, nosotros transitamos el grotesco en el espacio donde las instituciones deberían convocar al talento y la idoneidad. Estamos viviendo una corrupción que es hija dilecta de la obsecuencia y la mediocridad.

La idea de terminar con el opositor y convertirse en único dueño de la opinión se impone en todos los regímenes donde algún personaje se queda con el poder y decide que la democracia y la libertad son una molestia. Los discursos por cadena oficial no dejan espacio para los que dudan, la Presidente impone un criterio que dice referirse a los cuarenta millones de habitantes cuando se solo se refiere a los definidos millones de obedientes.

El debate sobre Tinelli es infinito, no porque el personaje de para tanto, sino por eso que nos quiere enseñar la Presidenta de que todo tiene que ver con todo. Y sin duda hay dos idiomas y dos mundos, los medios oficialistas y los otros, los privados. Y ese cuento de que los ricos son los privados y los pobres los del estado, ese cuento esta vencido, todos sabemos qué hace rato que los más ricos son los que gobiernan. Tinelli sirve para alegrarles un rato la vida a la mayoría, esa que además de un subsidio está necesitada del sueño de un mejor mañana.

Gastaron millones en inventar una televisión para los pobres, dicen que compraron dos millones de “Decos”, que solo 300 mil están conectados. Tantos millones para no ocupar ni siquiera el uno por ciento del mercado. La televisión paga sigue siendo más del noventa por ciento de la vigente. Pero eso es ineficiencia, luego hay algo mucho peor, en la gratuita todos los canales son subsidiados, y no llegan a diez. Y la exagerada dilapidación de dinero en el “Fútbol para Todos” les ha permitido a los cables ganar fortunas evitando un gasto. Siempre dejan en claro que son más ineficientes que corruptos, todo un logro.

Como regalo progresista el Gobierno les otorga a los necesitados un sistema de televisión gratuita que no incluye a la producción privada. Me parece un exceso. Encima del dolor de ser pobre le imponen el castigo de ver solo canales oficialistas. A mí me parece demasiado.

Una concepción monárquica de la política llega a su fin

El kirchnerismo es un sistema feudal de provincias marginales que una vez llegado al poder elaboró una alianza de conveniencias con un sector de los organismos de Derechos Humanos y algunos restos de revolucionarios fracasados. Tan feudal que, en Santa Cruz, lo mismo que en Formosa, la reelección es para siempre, y ahora aparece el hijo dedicado a los negocios opinando que la madre nos debe seguir gobernando. Una concepción de la monarquía encarnada en su versión decadente pero hereditaria: de Néstor a Cristina, a la hermana Alicia que se ocupa de los necesitados; o como en Santiago del Estero y Tucumán, donde el poder se queda en familia porque se eligen matrimonios. Menem y Kirchner expresaban la visión marginal de la política que teníamos como sociedad. Triunfadores en provincias donde ni siquiera se imponía con transparencia la democracia.

Ahora estamos cambiando esencialmente de actitud; los candidatos surgen de Santa Fe, Córdoba, Capital, Buenos Aires o Mendoza; es decir, provienen de democracias con alternativas. Claro que nos falta un paso fundamental y es devolverle el contenido a la política. Para el poder económico los partidos eran la Fundación Mediterránea e IDEA, los lugares donde los gerentes defienden los intereses de sus patrones. El poder de los negocios dejó en un sinsentido al lugar de las ideas y en eso nos convertimos en uno de los más atrasados del continente. La dirigencia política fue seducida por el poder de los negocios y en el fondo, después de tantas vidas entregadas a los sueños de cambio, demasiados candidatos son pura imagen sin ninguna idea. Incluido el gobierno que confunde ideas con enemigos, odios y resentimientos.

El menemismo fue la entrega de la política a la farándula y los negociados. Su herencia marcó una decadencia que el kirchnerismo sólo enfrentó con la mística de los empleados públicos y los necesitados subsidiados con planes sociales. Los personajes del kirchnerismo sólo se caracterizan por la obediencia convertida en obsecuencia. De tanto aplaudir y repetir el mantra de la década ganada ningún candidato podrá sobrevivir al enfermizo personalismo de la Presidenta. Los rostros de los aplaudidores van ingresando al anonimato de los sin rasgos particulares; baten palmas y se mimetizan con una multitud tan ficticia como rentada.

El gobierno sabe inventar enemigos para justificar sus desaciertos, pero de tanto odiar a los de afuera ha dejado de gobernar con eficiencia. La ideología la pintan de revolucionaria pero la ineficiencia no se puede disimular con nada. Quien gobierna tiene enemigos, pero eso no implica que estos justifiquen la incapacidad. Una cosa es hacer discursos y otra muy distinta es conducir con talento hacia el éxito.  Gritarle a los buitres puede ser un camino hacia el fracaso de toda negociación. Tantos gritos sólo porque imaginan que los partidos se ganan en la tribuna.

Néstor Kirchner nos sacó del miedo al dólar y de la inflación desmedida. Cristina nos hizo retornar a aquel lugar de atraso y debilidad que parecía superado. Menem y los Kirchner tardaron diez años en demostrar que el camino elegido llevaba al fracaso. Dos décadas perdidas mientras los países hermanos las dieron por ganadas. Dos gobiernos donde la soberbia se mezcló con la mediocridad, y el resultado fue el de siempre, el personalismo exacerbado acompañando del autoritarismo que se termina consumiendo a sí mismo. Una receta que nunca falla; un seguro camino al fracaso.

Menem se alió con sectores de la derecha y Cristina con los de izquierda, pero ambos gobiernos fueron tan oportunistas como carentes de proyecto, usaron el peronismo cuando en rigor a ambos no les importaba ni siquiera discutir un proyecto de sociedad. Fueron tiempos de liderazgos fuertes y pensamientos débiles, de obsecuencias impuestas por sobre la verdadera política.

Nos lastima la convicción enfermiza de que se necesita un jefe con poder. Por el contrario, si el gobernante lo hiciera en minoría estaría obligado a negociar, y eso sería en bien de todos. Los gobiernos fuertes generan pueblos débiles, necesitamos transitar el camino inverso.

De los Menem y de los Kirchner quedará un conjunto de personajes enriquecidos. Esa fue la política de los últimos años, una mezcla de mediocridad con fanatismo y triunfo de unos pocos.  Y un seguro retroceso de la sociedad.  Cuando los que gobiernan se creen la minoría lúcida que guía al resto, entonces sucede que el fracaso se impone. Todos queremos que la democracia no tenga alteraciones; a veces pienso que todos menos uno. Y lo malo es que ese uno es hoy la Presidenta. 

Los logros de ayer son los fracasos de hoy

De golpe, la Presidente decidió que la soberanía era una expresión más de su autoritarismo, y reformuló las normas del canje realizado por el mismo Néstor Kirchner. Tantos elogios que había merecido Néstor por aquella tarea perfecta de negociar la deuda, tantos méritos que lo llevaban a entrar en la historia, y de pronto, la Presidente le enmienda la plana. El grande de Néstor había sido un genio al negociar la deuda, al nombrar la Corte, controlar la inflación y detener la corrida al dólar. Todo eso se había logrado en el primer gobierno, sin necesidad de gastar fortunas en medios propios y con una sola cadena oficial en todo el período.

Aquella lista de méritos figura hoy como la boleta de las deudas contraídas, y en casi todos los casos se nota una voluntad de confrontar con el ausente. Néstor jugaba con la supuesta izquierda pero nunca le dio poder real; Cristina la suma a su gabinete sin pensar en las consecuencias. Néstor logró un éxito negociando la deuda que la gran mayoría no hubiera imaginado; Cristina obtuvo un rotundo fracaso que casi nadie esperaba. Los mismos logros de ayer convertidos en fracasos de hoy.

Cuando el dólar había quedado clavado en torno a los cuatro pesos todo el período de Néstor, ahora salimos con el descubrimiento de que es un mercado marginal. La inflación es tan creativa como los delitos de Boudou; los discursos sustituyeron a la obligación de gobernar.

Si hay algo que marca el fin de un gobierno es la necesidad de inventar enemigos para obligar a la sociedad a apoyar al oficialismo. La caricaturesca figura del jefe de Gabinete, convertido en conducción de los patriotas, anunciando que Macri apoyaba a los buitres, esa mera imagen acompañada de Julián Domínguez con su convocatoria “Todos a Santiago” y a Jorge Taiana como candidato presidencial de la Cámpora, todo eso junto aparecía de pronto como un desmadre en el espacio del poder. Un cambalache difícil de entender, una mezcla rara de ingredientes revolucionarios y delictivos, todo conducido por una ineficiencia más penosa que digna de respeto. Y por debajo, un Scioli que ve como sus posibilidades se desdibujan, un Gobierno que sin duda termina su ciclo y ya no piensa en dejar ni herederos ni descendientes, solo enemigos.

En una segunda vuelta imaginaria para enfrentar a Capitanich, de seguro que a Griesa no le iría muy mal. Pero lo importante es cómo fueron desarmando todo lo realizado por Néstor, por qué esa profunda necesidad de tomar distancia del fundador. Y son un partido del poder -eso es muy importante, muchos lo ignoran: el oficialismo tiene normas y prebendas que no soportan la dureza del espacio opositor. ¿Dónde irán tantos supuestos periodistas cuando cambien los vientos electorales? Todo lo sostenido a pura publicidad, oficial y oscura, todos esos revolucionarios del carguito, ¿cuántos se irán borrando haciendo mutis por el foro?

Ellos, los oficialistas, quisieron ser fundacionales. Eliminarnos a todos los que cometíamos el delito de no aplaudirlos, de asumir la disidencia. Restos del viejo partido comunista, una de las estructuras más gorilas que soportó el movimiento popular, y restos de la guerrilla que confrontó con la pacificación que impuso el General Perón a su regreso. Esos dos pasados sumados se creyeron capacitados para cuestionar al peronismo y a la misma democracia. Estalinistas fuera de época, fracasados de toda relación con lo popular.

El peronismo fue fruto de la alianza entre los trabajadores industriales y los empresarios productivos. El kirchnerismo es el resultado de la alianza entre algunos docentes de clase media con sectores improductivos de la sociedad. Por eso el peronismo sigue vivo y el kirchnerismo es, por suerte, una enfermedad pasajera.

Los discursos presidenciales y las explicaciones del ministro de Economía y del jefe de Gabinete tienen un amargo sabor a haber sido todos superados por la época. Son los finales de esta década extraviada, que para algunos fue ganada, pero solo para algunos.

El enemigo

El tema es simple: el gobierno grita, agrede, degrada y luego cuando le toca negociar piensa que su interlocutor está obligado a olvidar las afrentas y a entender sus argumentos. Recuperan lo peor de los ’70; por ejemplo aquella idea que aseguraba que, como las dictaduras eran genocidas, entonces resultaba que las guerrillas eran lúcidas. Siempre actúan igual. O sea, “yo elegí la revolución violenta pero el error fue de los que no me acompañaron en mi propuesta suicida”. Yo agredo y cuestiono, y luego convoco a los argentinos a que me acompañen en hacernos cargo de las consecuencias.

Entre los discursos de Néstor y los de Cristina ya deberíamos haber derrotado al imperialismo y a los monopolios, o al menos a estos últimos los habríamos sustituido por amigos de Santa Cruz. No nos privamos de nada, todas las actitudes infantiles que aparentaban ser revolucionarias fueron llevadas a la acción.  El Canciller con un alicate desarmando un avión me recordaba a Nikita Khruschev  golpeando el estrado en la ONU con su zapato para cuestionar al sistema. Lástima que no teníamos el poder del imperio Ruso. Los actos que acompañaban las agresiones de Venezuela eran tan innecesarios como superficiales. Brasil y Uruguay caminaban su propio rumbo sin necesidad de sobreactuar sus decisiones. Nosotros, como siempre, convencidos de que en la exageración de los gestos se encontraba el sentido y el valor de la convicción.

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La secta

En la radio el taxista escuchaba a un joven dirigente de La Cámpora. Me llamó la atención el despliegue de su mundo de certezas. Explicaba la lucha entre el espacio del bien y la virtud ocupado por el Gobierno y el deterioro que esa virtud sufría al ser erosionada por el espacio del mal refugiado en los medios monopólicos. Era una verdad que no soportaba fisuras. Cuando el periodista lo interrogó acerca del lugar de la autocrítica, respondió que no le gustaba la palabra. Que ellos no la necesitaban. Y a la pregunta de por qué habrían perdido votos , la respuesta fue que siempre en las elecciones legislativas se pierde pero en las nacionales se recuperan. Y que mucha gente se dejaba llevar por los medios hegemónicos y que por esa causa dudaba de la coherencia del modelo.

Me bajé del taxi en silencio, no me pareció que sirviera para algo generar algún comentario. Recordé los tiempos en que las dictaduras nos acusaban de “idiotas útiles” a los que dudábamos de sus virtudes. Se me ocurrió que las convicciones que no soportan la duda albergan el temor en el inconsciente, perciben que les queda el dogma o la traición. Son los que van por todo y no soportan la duda o la fisura que implica recuperar el espacio de la libertad.

Siempre recuerdo la frase genial de Albert Camus: “Debería existir el partido de los que no estén seguros de tener razón, sería el mío”. Y me pregunto de donde surgió esta sarta de verdades de fanáticos que no aguantan al que piensa distinto, al que se atreve a dudar. Desde ya, nunca fue el peronismo el que eligió el camino del fanatismo y las certezas, de haberlo hecho no hubiera durado ni siquiera una década. El General nos indicaba no ser “ni sectarios ni excluyentes”. Pero en este caso, en el kirchnerismo, este fanatismo implica un injerto tardío de un pensamiento tan ajeno a su desarrollo como al ejercicio del gobierno. Formé parte de los cuatro años de la presidencia de Néstor Kirchner y a nadie se le hubiera ocurrido referirse a un supuesto modelo ni a nada que se le parezca. El pragmatismo ocupaba el espacio de la virtud y de la debilidad. En el gobierno siguen los mismos ministros de esos tiempos, solo que ahora con pretensiones de ortodoxias ideológicas y eternidades.

Los dogmas implican siempre la degradación de las ideologías. La secta es una manera de separarse de la sociedad, de forzar un espacio que los salve de las dudas que acechan a todo ciudadano común. Y la secta implica una manera de selección, consolida el fanatismo de los leales de la misma manera que expulsa a todos aquellos que no comulgan con el fanatismo. La secta selecciona una sola clase de adherentes, los fanáticos. La secta implica un desarrollo del sueño de ir por todo, sueño que siempre termina en la pesadilla de la minoría en camino hacia la nada. La secta oficialista es un espacio ocupado por la burocracia y sus prebendas, por los funcionarios y empleados y sus beneficios. Esa dura manera de explicar que son los dueños del espacio del bien y las virtudes, esa rígida forma de auto definirse, en ella subyace el germen de su propia perdición.

Y la enorme injusticia que implica que esta gente imagine que por el solo hecho de no estar con ellos todos ocupamos el espacio de los medios monopólicos, las oligarquías y los imperialismos. El sectarismo es una desviación tan lógica en el fanatismo como imposible en el espacio de la razón. El fanatismo implica una enfermedad de la democracia, un intento de destruir la necesaria relación entre adversarios por la enfermiza confrontación entre enemigos. Y lo que es peor, esa división que el gobernante le impone a la sociedad lastima la integración y termina sembrando violencia en el conjunto de la sociedad. Gobernar imponiendo divisiones y rencores es una falta absoluta de responsabilidad democrática. Considerarse dueños de la verdad implica siempre y en todos los casos una limitación mental que encierra a la víctima en el reducido espacio de la mediocridad. Y aplaudir todo discurso que exprese la Presidente es en principio una falta de respeto al que aplaude tanto como una baja consideración del respeto al aplaudido.

Todo pensamiento que no soporta la duda es porque no soporta la confrontación con la realidad. Nunca se habló tanto del relato como ahora que el gobierno decidió vivir en su espacio. Nunca se imaginó tamaño poder a los medios de comunicación como cuando el gobierno actual decidió gastar fortunas que deberían ayudar a los necesitados en un desmesurado aparato de apoyo al relato estatal. Cuando uno solo puede ser defendido por medios propios, no es porque sólo confronta con los supuestos medios hegemónicos, sino porque esencialmente duda del criterio y la sabiduría del votante. Es cuando un gobierno dejó de expresar a sus votantes. Es cuando comenzó a confrontar con la misma realidad. Y ese es el tiempo del fin del relato y el necesario cambio democrático.