Una degradación al servicio de los peores delitos

En la vida recorrí demasiadas ideologías, creencias y pasiones. Hubo un ayer donde “la causa” era una pertenencia obligada de una generación de jóvenes dispuestos a transformar el mundo. Católicos o ateos, trotskistas o marxistas, derechas o izquierdas, recorríamos las ideas como el territorio obligado del compromiso político. En el 73, electo diputado, pasé más de un mes en la Cárcel de Trelew, con detenidos que solo encontraban en la violencia la vía al futuro. Acompañé desde allá a los dos primeros aviones de liberados; viví de cerca el conflicto con la democracia de muchos de aquellos que la imaginaban un despreciable rumbo reformista. Tengo horas de charlas y discusiones con militantes románticos más atravesados por la voluntad de entrega cercana al suicidio que por la misma ambición de poder. Eran muchos grupos -algunos pequeños- donde el “Che” Guevara era imitado por demasiados; y luego las infinitas tesis que debatían los caminos hacia la toma del poder.

Nunca acepté el ejercicio de la violencia y tampoco dejé jamás de ayudarlos en sus dificultades, pero nunca en sus demencias. Conservo hoy la amistad de muchos de ellos, de los mejores, los que jugaron fuerte y no cayeron nunca en la tentación de vivir de los recuerdos o encontrar un destino en el simple victimizarse.

Hasta a los del Partido Comunista de otros tiempos, los de en serio, tuve como amigos; a su conducción de entonces, Fernando Nadra, le presenté un libro en plena Dictadura. El sueño de la revolución era un espacio infinito donde todos sabíamos respetarnos y ayudarnos, y también intentar enfrentar los errores. Cuando volvió la democracia ya hubo algunas deserciones, románticos transformados en triunfadores económicos, antiguos guerreros devenidos en ricos ambiciosos. El menemismo se llevará algunos otros, y luego, este triste final del kirchnerismo, ese espacio que arrastra historias pero también lastima y mucho al volverse tan difícil de entender.

Mi comprensión fue amplia, tanto como mi capacidad de asombro. Jamás estuvo en nuestros debates la caída fatal del mundo comunista, solo estaba el peso místico de su expansión ilimitada. El marxismo ateo jamás soñó ser derrotado para siempre por la fe, el Papa y el capitalismo. Pero esa es la realidad, un Presidente del imperio nos visita después de cerrar con su saludo la última etapa del pretendido y agresivo socialismo.

Y en esa apabullante realidad, el kirchnerismo se convierte en una convicción absurda e incomprensible que amontona ambiciones económicas desmesuradas y las mezcla con restos fósiles de lejanas militancias derrotadas. Y ahí si mi comprensión se cierra, es imposible como absurdo imaginar que semejante cambalache de negocios y prebendas pueda terminar ocupando el lugar de suplente del viejo espacio de los sueños de ayer.

Siento que todo fue comprensible y hasta explicable, menos el kirchnerismo, ese me supera por lejos, me deja un aroma a sin razón, o simplemente a mera justificación de un poder permisivo que les dio un lugar a algunos sobrevivientes dispuestos a dejar de lado sus mismos sueños y también la dignidad.

Siempre queda la historia: ni los Kirchner ni sus aliados se jugaron jamás en la difícil, lo permanente fueron los negocios, el juego y la obra pública, y lo casual fueron los derechos humanos, recuperación tardía y deformada que dejó fuera del respeto colectivo a lo más digno que habíamos logrado forjar. Como diría el viejo Discepolín, “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida”. En ese espacio quedaron amontonados viejos sueños con algunos bohemios y mayoritarios personajes hijos de la más espuria escuela de la ambición.

He transitado el desafío de cruzarme en los caminos de muchos apasionados por forjar un mundo nuevo; a muchos los pude llegar a comprender, a otros ni siquiera lo intenté pero jamás deje de respetar y hasta a veces admirar su compromiso, pero al kirchnerismo no le quedó un lugar en mi pretendida amplitud mental. Para mi gusto, lo esencial fueron los negocios, y los discursos tan solo una cobertura de los mismos. Los discursos y las pretensiones progresistas y hasta izquierdistas nunca fueron reales.

Eligieron como enemigo al disidente y se convirtieron en cómplices de todos los negociados. Solo pensar y opinar distinto fue motivo de persecución; el resto, capitales concentrados e injusticias varias, esas no fueron tocadas en la misma medida en que los que saquean suelen hacer silencio para no llamar la atención. Y eso fue el kirchnerismo, al menos para mí, una degradación de la mística al servicio de los peores negociados. El kirchnerismo fue una enfermedad pasajera de la política, oscuro fruto de la peor enfermedad, el autoritarismo, que puede engendrar el poder. Hoy gobierna la centro-derecha y respeta la democracia. Esa y no otra fue la razón por la cual el capitalismo derrotó a sus enemigos. Por eso ganó Macri, por eso lo volvería a votar, y en ese espacio necesitamos exigir y forjar ahora el camino democrático hacia la justicia social. Ese que si hubiera ganado Scioli nunca se habría vuelto posible.

Cristina nos dejó una secta como legado, un conjunto de personas que necesitaban creer en algo, y como toda secta es inmune a la realidad. Los delitos quedan al desnudo, los fanáticos siguen aplaudiendo; es bueno que lo hagan, solo tienen vedado pensar.

Política y negocios

En principio, los empresarios y el mercado serían la expresión de la ideología de derechas y el Estado y su burocracia vendrían a ocupar el espacio de la izquierda. Todo esto sería en un principio, porque cuando la burocracia se instala impone reglas de juego para la acumulación de riqueza y poder que terminan siendo mucho más nefastas que las del mercado, que ya lo son y de sobra.

El problema central del juego del libre mercado es la concentración, eso que vivimos nosotros viendo como las farmacias, los bares y hasta los quioscos caen en manos de las cadenas, dejan de pertenecer a un hombre libre y emprendedor para caer en manos de capitales superiores que lo convierten en esclavo y terminan dominando a la sociedad. La concentración de los supermercados fue destruyendo carnicerías y mercaditos, eliminando el pequeño comercio y dejando a millares sin posibilidad laboral. El argumento liberal es que vamos a pagar más barata la gaseosa, la realidad es que terminan degradando la estructura de la sociedad. Y que no me vengan con el cuento de que el mercado lo equilibra, es falso, mientras la concentración no tenga límites el riesgo es del estallido de la misma sociedad. La ambición de los ricos no puede ser el único motor de la historia, es una forma superior de gobierno en relación a la corrupción de las burocracias pero siempre y cuando se les ponga un límite racional. Hoy vivimos el peor y más horrible de los escenarios, en el juego y la obra pública los negociados entre burocracia y empresariados corruptos generan un poder oscuro y delictivo que deforma tanto el capitalismo que dicen combatir como el socialismo que mienten intentar.

Europa es el lugar del mundo donde más se ha logrado edificar un capitalismo con justicia distributiva. Vendrán a decirnos que las colonias y otras guerras de ayer lo permitieron, pero sin lugar a duda la socialdemocracia evolucionó hacia una sociedad más justa. Los marxismos de Rusia y China retrocedieron a capitalismos sin democracia ni libertad, a capitalismos más mafiosos que democráticos, y cuando el actual Gobierno busca su lugar en el mundo lo hace más a partir de las limitaciones que resultan de su sueño autoritario que desde las necesidades de nuestra sociedad. La corrupción de las burocracias suele engendrar sociedades mucho más retrogradas que las que impone la desmesura del capitalismo. El crecimiento del Estado limita al sistema productivo en favor de la burocracia improductiva.

Cuando defienden a Cuba con una dictadura absoluta y la intentan justificar por el bloqueo, cuando olvidan los miles de militantes formados para exportar una revolución que fracasó hasta en su país de origen, cuando la supuesta lucha contra el imperialismo justifica posiciones irracionales, uno recuerda a los intelectuales del mundo defendiendo las atrocidades de Stalin. El cuento de asumir la corrupción para no hacerle el juego a la derecha, ese cuento termina siempre engendrando corruptos que siempre son de derechas.

Cuando con la pretendida teoría de los dos demonios niegan asumir la autocrítica que la guerrilla exige por haber matado en democracia, cuando degradan a los derechos humanos para llevarlos a ocupar el lugar de la venganza, cuando levantan el dedo acusador sobre el pasado personajes que ellos mismos carecen de dignidad en sus propias conductas, cuando todo esto sucede es que la burocracia intenta utilizar la excusa ideológica para erigirse en una casta explotadora de su propio pueblo. Y hasta dicen defender la división de poderes, nefasto, solo separan al Parlamento y a la Justicia como distintas áreas de obediencia al poder de turno. Cualquier parecido con la democracia es mera casualidad.