El enemigo

El tema es simple: el gobierno grita, agrede, degrada y luego cuando le toca negociar piensa que su interlocutor está obligado a olvidar las afrentas y a entender sus argumentos. Recuperan lo peor de los ’70; por ejemplo aquella idea que aseguraba que, como las dictaduras eran genocidas, entonces resultaba que las guerrillas eran lúcidas. Siempre actúan igual. O sea, “yo elegí la revolución violenta pero el error fue de los que no me acompañaron en mi propuesta suicida”. Yo agredo y cuestiono, y luego convoco a los argentinos a que me acompañen en hacernos cargo de las consecuencias.

Entre los discursos de Néstor y los de Cristina ya deberíamos haber derrotado al imperialismo y a los monopolios, o al menos a estos últimos los habríamos sustituido por amigos de Santa Cruz. No nos privamos de nada, todas las actitudes infantiles que aparentaban ser revolucionarias fueron llevadas a la acción.  El Canciller con un alicate desarmando un avión me recordaba a Nikita Khruschev  golpeando el estrado en la ONU con su zapato para cuestionar al sistema. Lástima que no teníamos el poder del imperio Ruso. Los actos que acompañaban las agresiones de Venezuela eran tan innecesarios como superficiales. Brasil y Uruguay caminaban su propio rumbo sin necesidad de sobreactuar sus decisiones. Nosotros, como siempre, convencidos de que en la exageración de los gestos se encontraba el sentido y el valor de la convicción.

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El dolor del dólar

El General llegó a decirle a la plaza “¿Quién de ustedes vio un dólar?”. Era cierto en ese entonces, sería absurdo hoy. Hubo quien dijo “el que apuesta al dólar pierde”, y finalmente fue el que ganó. Y el querido maestro Pugliese con su queja de que les habló al corazón y le respondieron con el bolsillo. El dólar es el reprobado en el curso de manejar el país.

Pasaron diez años y en esta despedida hay uno que plantea cambiar la capital; tiene avanzado el reloj de la ambición y atrasado el tiempo político. Ayer se sublevaron los conspiradores policiales, hoy los empresarios con la moneda, y el ministro de Economía volvió al micrófono para explicar que los mismos que ayer decían que valía uno hoy dicen que vale trece. Es el neoliberalismo, ese que infiltró a los policías y a los ladrones. “Deben ser los gorilas, deben ser”, era el estribillo pegadizo que dio origen al término. Si uno le pone un nombre al enemigo ya se puede quedar más tranquilo. Si los malos son ellos, queda claro que los buenos somos nosotros. Si somos el progreso es porque los demás son el atraso. Si mi ideología no logra conducir la realidad no queda duda de que la culpa es de la realidad.

El peronismo fue un pensamiento que nunca le tuvo miedo a ejercer el poder. Menem les entregó el poder a los empresarios y los Kirchner se guardaron lo importante para ellos y le dejaron lo secundario a los derechos humanos y los restos de izquierdas pasadas. Dicen ser progresistas, queda claro que ese lugar está bien ocupado en Brasil, Chile y Uruguay, nosotros sólo tenemos una versión del autoritarismo, que desde ya es otra cosa. YPF fue privatizada con los Kirchner como actores principales, expandieron el juego y las tragamonedas y dicen que son de izquierda por enfrentar al campo. El juego y la obra pública como rentas privadas del poder, una enorme lista de medios oficialistas con plata del Estado y una masa de empleados públicos como militantes: frente a todo esto, gorila termina siendo la realidad.

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