El IPCNU y los porteños

El lanzamiento del nuevo Índice de Precios al Consumidor Nacional Urbano (IPCNU), que reemplaza al cuestionado IPC basado en el Gran Buenos Aires, es una buena noticia, que superó la expectativas del consenso de los analistas. Estos, en general, esperaban un número “a mitad de camino” entre el 0,8% mensual que el Indec venía publicando hasta ahora, y la realidad. Se impuso la realidad. La inflación de enero medida por el IPCNU, del 3,7%, casi quintuplica los valores mensuales del oficial IPC durante 2012-2013 . Se trata del registro más alto desde junio de 2002, cuando los precios finalmente se estabilizaron tras la megadevaluación.

El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sostuvo que es un “mamarracho” el Indice Congreso (IC), relevado por fuentes privadas y difundido por la oposición (la vocera del informe fue la diputada Patricia Bullrich). El IC, presentado un día antes que el IPCNU, sostiene que la inflación de enero fue del 4,6%, casi un punto más. Sin embargo, este IC se asemeja bastante a la inflación relevada en la CABA por la Dirección General de Estadísticas de la Ciudad, que fue del 4,7%. Pero no hay contradicción: los tres se aproximan a la verdad. Tanto el IC como el IPC viejo, están basados en el área metropolitana. Y en el distrito porteño la inflación fue más alta que en el promedio del país, fundamentalmente por los aumentos en el transporte público.

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Las PASO, con oferta más fragmentaria y más local

El escenario preelectoral es una derivada de otra decisión clave: el fallo de la Corte Suprema de inconstitucionalidad de la elección popular de miembros del Consejo de la Magistratura. De haber coexistido, el 11 de agosto, las primarias legislativas con la elección de consejeros, el armado de las listas se hubiera  nacionalizado más, la Casa Rosada hubiera tenido mayor influencia en las listas del panoficialismo, y los opositores hubieran hecho más alianzas electorales. Sin consejeros por distrito único, sin ese efecto nacionalizador, la oferta para las PASO terminó siendo más fragmentaria y más local.

De hecho, el dato saliente de las listas presentadas el fin de semana pasado es el ascenso de los nuevos intendentes a la arena política nacional. Esto lo vemos, particularmente, en la provincia de Buenos Aires: Martín Insaurralde, Sergio Massa, Dario Giustozzi y otros jefes comunales que buscan una banca en la Cámara de Diputados, no sólo desplazaron a la vieja guardia de los “barones del Conurbano” sino que son, ahora también, los nuevos protagonistas de la renovación y la política electoral. La Presidenta, que no es ajena a esta jugada, encontró una salida a la polarización.

El lanzamiento de Massa y su Frente Renovador, que habíamos anticipado en nuestra columna del 2 de junio pasado, fue una de las noticias principales. El intendente de Tigre obtiene votos de aquél 55% que CFK y Daniel Scioli obtuvieron en 2011 en la provincia, y también de la oposición. Aún puede haber sorpresas, pero las primeras presunciones indican que las listas de Massa e Insaurralde se alzarán con dos de cada tres votos bonaerenses.

La lista de Massa es un experimento inusual: busca suceder, y no oponerse al kirchnerismo, y su discurso se presenta como un punto intermedio entre el oficialismo y la oposición, reconociendo los logros y criticando las deudas pendientes. ¿Es posible mantener ese lugar, sin caerse de balanza? Sí, lo es. El kirchnerismo, los analistas y los medios de comunicación no lo van a aceptar, y van a estar etiquetando cada uno de sus gestos y palabras. En esas canchas, Massa no podrá escapar. Pero va a evitarlas todo lo posible. Porque no son los votantes sino la política la que interpela al candidato que rehuye de las etiquetas.

Sergio Massa no pisa un programa político de televisión desde hace tres años. Eligió moverse en escenarios más redituables, como Soñando con Cantar -el popular show grabado en Tigre-, Gran Cuñado -en ambos casos, el alterego de Sergio Massa fue Mariano Iúdica-, y los canales deportivos. Desde las redes sociales evita los debates y solo tuitea buenas noticias de gestión. ¿Es posible hacer una gran campaña política esquivándole al periodismo político? Sí, también Barack Obama fue reelegido sin dar una sola entrevista a la prensa, comunicándose con los votantes a través de los discursos, la gestión y el twitter. La campaña de Massa va a ser prácticamente igual, con dosis mínimas de periodismo en el mejor de los casos.

El PRO y los peronistas opositores (Francisco de Narváez, Mauricio Macri, José Manuel de la Sota) son los más afectados por esta irrupción, ya que la novedad de Massa avanza sobre sus electorados naturales. El argumento que esgrimieron en un comienzo, compitiendo con el tigrense por la representación de la “verdadera oposición”, es estéril: el electorado no está interesado en ese debate. Es más: las encuestas muestran que gran parte de los votantes antikirchneristas tiene muy mala imagen de la oposición. De Narváez salió a reclamar una identidad desgastada por una crispación agotadora, sin valor de mercado.

La UCR, sin levantar polvo, resurge de sus aparentes cenizas. En Córdoba, en Mendoza, en la Ciudad -a través de la alianza UNEN, la que mejor supo aprovechar las PASO- y aun en la provincia de Buenos Aires, los radicales demostrarán que son una cultura opositora que está viva. Y el otro jugador silencioso de este proceso es el gobernador Daniel Scioli, que logró nuevamente quedar ubicado en el lado expectante. Con la bifurcación de Massa y, a modo de contrajuego, con su gestualidad de alineamiento Scioli quedó posicionado mejor que antes dentro la línea sucesoria del peronismo. El gobernador bonaerense es, probablemente, el Keyser Soze del cierre de listas para las PASO.