¿Qué queda de aquellos sueños?

Julio María Sanguinetti

La izquierda latinoamericana se cae a pedazos. Si por izquierda consideramos la revolución bolivariana de Venezuela, el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño, el kirchnerismo argentino, más los Gobiernos de Ecuador y Bolivia, nos encontramos con un claro panorama de crisis. Son todos movimientos muy distintos, pero ellos se proclaman de izquierda y desde esa definición los identificamos así. Con ellos también se ha identificado el Frente Amplio uruguayo, que reconoce la legalidad democrática pero se considera afín con todas esas tendencias, especialmente el PT brasileño.

Los hechos nos hablan de una crisis global en Venezuela, con un Parlamento electo por el pueblo con dos tercios de opositores; un terremoto judicial en Brasil, donde el tema de corrupción hace tambalear a la Presidente y al ex Presidente; un kirchnerismo derrotado en las urnas y ya en dispersión; un Evo Morales al que el pueblo le paró su intento de re-reelección indefinida y un Rafael Correa que anuncia que se va, porque teme que las derrotas municipales que ha sufrido se lo lleven como correntada…

Esos hechos políticos incuestionables dan cuenta del fracaso de los viejos eslóganes, así como del vaciamiento ideológico y moral de movimientos que se soñaron revolucionarios, que creyeron inaugurar un tiempo histórico, que hablaban contra el imperialismo norteamericano y proclamaban la construcción del hombre nuevo del Che Guevara, soñaban con una economía colectivista y una sociedad arrasadoramente igualitaria, al estilo cubano.

Todo eso era profundamente equivocado, pero expresaba una convicción y partía de una doctrina marxista llamada a sustituir a la democracia liberal y la economía de mercado. El error de toda esa visión, con el correr del tiempo, se ha hecho incuestionable y el único lugar donde se ha implantado de verdad la doctrina, Cuba, es una organización totalitaria, socialmente deprimida y económicamente estancada.

Los movimientos que señalamos y que se consideran la izquierda de hecho han renunciado vagamente al marxismo desde que aceptan jugar dentro de las reglas de la democracia. La revolución armada hoy no es el método, pero la vieja ideología sigue poblando el discurso.

El hecho es que la invocada pureza del revolucionario se ha hundido en episodios escandalosos de corrupción, en que Brasil lleva la medalla de oro, con una crisis que ha puesto en duda hasta la estabilidad del Gobierno. En Venezuela, en Argentina, los episodios de corrupción han sido escandalosos por su tamaño y sus características.

La economía colectivista, por su parte, no apareció. Todo el mundo siguió con el mercado y la propiedad privada, aunque aceptados a regañadientes y aplicados con arbitrariedad. Quien más los atropelló fue Venezuela, pero a través de un autoritarismo torpe y contradictorio, que a fuerza de confiscaciones e intervenciones en los precios ha terminado con caos de inflación, caída de reservas y desabastecimiento generalizado. El resto no se apartó del capitalismo, lo odia, pero se resigna. El sueño de las nacionalizaciones se diluyó. Han vivido adentro del sistema repudiado, pero lo han aplicado horrorosamente, a fuerza de voluntarismo.

La sociedad igualitaria tampoco se construyó, pese a que se proclama una caída de la pobreza que fue el resultado de un crecimiento sustentado en los elevados precios de las materias primas que, entre 2003 y 2012, generaron una bonanza internacional sin precedentes. Tanto es así que, desde 2012, la pobreza está estancada y se corre el riesgo de que vuelva a crecer, porque su presunta superación se basó fundamentalmente en transferencias de dinero que, de quitarse, retrotraen a sus beneficiarios a la situación anterior. O sea que estadísticamente superaron el umbral de pobreza, pero tampoco son clase media, porque no tienen cómo sustentarse individualmente con su trabajo. Lo peor, además, es que la mala aplicación de esas políticas de subvención en dinero ha diluido la ética del esfuerzo personal. Ya hay generaciones nuevas que no han visto trabajar a sus padres y se han acostumbrado a vivir del Estado.

En nuestro país se advierte también un agotamiento del Frente Amplio. Su gente de mayor nivel intelectual lo está expresando: Esteban Valenti con sus duras críticas por el tema Ancap; el economista Gabriel Oddone al renunciar al Partido Socialista; el sociólogo Fernando Filgueira derrotado en su intento de cambiar en algo el estancamiento educativo; el historiador Gerardo Caetano diciendo que el comunicado del tema Raúl Sendic acusando a la prensa y a la oposición de desestabilizadores es el peor momento del Frente Amplio…

La iniciativa política está, entonces, en la oposición democrática. De allí tiene que salir la alternativa válida para un tiempo nuevo. La coyuntura mundial no es la mejor y eso está también en la base del desencanto actual. Mientras hubo dinero para todo, se diluyeron las contradicciones, los errores y las claudicaciones. Ahora hay que gobernar y está claro que lo que dijeron toda la vida, aquello en que creyeron, era un gigantesco error y aparece desnudo de respuestas. Con Barack Obama en Cuba, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos bendecida y el Fondo Monetario Internacional aceptado, el mundo se les ha cambiado. El ejercicio del gobierno, además, les ha mostrado el sinsentido de su prédica histórica. Sólo les quedaba la invocación a la justicia social, sostenida únicamente a fuerza de dinero. Ahora que este se limita ya no queda nada. Ni el honor, cuando sus socios de aventura se derrumban en el descrédito.