La anormalidad de la normalidad

Laura Rodríguez Machado

Como todos saben, la Argentina fue una de las cinco mayores potencias del mundo hace aproximadamente un siglo. Nuestras exportaciones superaban ampliamente las de muchísimos de los países que hoy llamamos de primer mundo, la tecnología llegó muy temprano, nuestra educación fue un ejemplo para el planeta —fuimos los primeros en acabar con el analfabetismo—, nuestras ciudades se expandían e inmigrantes de todas partes del mundo llegaban a nuestras tierras, como nuestros abuelos, para elegir a este joven país por sobre los Estados Unidos, debido a lo asombroso de nuestro esplendor.

Esos tiempos dorados terminaron hace muchísimos años, de la mano de políticos inescrupulosos que nos han llevado a niveles cada vez más vergonzosos de atraso, hasta culminar este proceso con las presidencias de la dinastía Kirchner, quienes durante sus doce años al frente del Ejecutivo se encargaron de alejarnos del mundo productivo y, con ello, de distanciarnos tanto de la prosperidad que llegamos incluso a olvidar de lo que somos capaces en realidad.

Pero lo que es ciertamente sorprendente es ver que, a pesar de que los hechos demuestran a través de datos certeros los increíbles desaciertos del pasado período, sus responsables los siguen defendiendo sin reflexionar ni por un segundo sobre lo que han dejado tras su paso. Nótese la carencia de perspectiva, ya que se intenta sostener un sistema que simplemente ha fracasado, lo cual no es una mera opinión, sino la irrefutable realidad teniendo en cuenta que tras doce años de gobierno dejaron un país en el que doce millones de personas —el 28,7% de la población— viven en la pobreza, 2,5 millones de niños sufren déficit alimenticio, 24,3% tiene déficit en su vivienda y el 20,6% no tiene acceso al agua corriente, algo inaceptable en el siglo XXI.

De hecho, hace solamente unos días se dio a conocer el último índice de libertad económica de la Heritage Foundation, donde concluyen que el kirchnerismo cerró su ciclo con la Argentina posicionada como la novena economía más reprimida del mundo, en el puesto número 169 de 178 países relevados, al lado de compañeros como Guinea Ecuatorial, Irán, Corea del Norte, y por supuesto, los peores aliados que pudieron elegir en la región: Cuba y Venezuela.

La situación heredada amerita inmediatez en las medidas tomadas por el nuevo Gobierno liderado por el presidente Mauricio Macri, razón por la cual, a tan sólo semanas de su asunción ya se giró el timón hacia un nuevo rumbo para nuestra nación. En los primeros 50 días de su mandato, la cabeza del Ejecutivo demostró un rotundo cambio respecto del pasado, cuando su primera actividad como presidente consistió en recibir a todos los gobernadores en una reunión para que planteen qué es lo que necesitan sus provincias.

A su vez, se dio la primera reunión de gabinete en el interior, en conjunto con sus autoridades provinciales, lo que demostró su compromiso con el federalismo. Las decisiones tomadas en materia económica, como la eliminación del cepo cambiario, la supresión de las retenciones a la industria y al campo, y el cambio en la política exterior, ilustrado en la visita de un presidente argentino al Foro Económico Mundial en Davos por primera vez en más de una década —acompañado con uno de los líderes de la oposición, Sergio Massa, y en un vuelo de línea, cosas inusuales en nuestra historia política— son hechos que nos diferencian enormemente de los países de economías castigadas ya nombrados; nos acercan de a poco a los países que lideran el ya mencionado índice, como Canadá, Nueva Zelanda y Australia, quienes desde hace años han tomado estas medidas y se unieron al club de los países más prósperos del mundo.

Por mucho tiempo la política nacional se preocupó principalmente por hacer durante su ejercicio cosas “visibles”, ya que eso es lo que la gente compra. Pero debemos tener en cuenta que aquellas medidas que se ven son, en su mayoría, cortoplacistas y con meros fines reelectivos, pero por lo que realmente debe preocuparse un Gobierno es por aquellas cosas que no se ven. En otras palabras, por las medidas a largo plazo, porque mientras las primeras benefician a algunos a costa de otros produciendo enormes efectos negativos, como los últimos doce años han expuesto, son las segundas las que encarrilan a un país en las vías del crecimiento y la prosperidad.

Por primera vez en décadas se tomó el camino difícil, el políticamente incorrecto, pero el que sin dudas traerá consigo el mayor bienestar para los argentinos. Volvamos a la normalidad, por más anormal que a estas alturas nos parezca.