La polarización: enemiga de la democracia

Leonardo Pizani

… hay que cambiarlo todo. Pero cambiarlo todo equivale, por lo visto, a cambiar de Todo. Nada se parece tanto a un Todo como otro Todo.

Fernando Savater (*)

 

Como aquel viejo fantasma, una fuerte tendencia a convertir la democracia en una especie de dictadura de las mayorías recorre América Latina.

Por la vía de la polarización y tras la consigna de “o estás conmigo o estás contra mi”, algunos gobiernos pretenden alinearnos detrás de un Todo que, a diferencia de las ideologías de la época de la Guerra Fría, es un Todo coyuntural en el que está en juego el bienestar inmediato, por supuesto con sus consecuencias en el largo plazo.

Lo que en cualquier país con una democracia e instituciones consolidadas no es más que una táctica electoral, en los nuestros se ha convertido en el centro de la estrategia para llegar y mantenerse en el poder. La polarización así utilizada produce un gran daño a la democracia al dividir las sociedades entre buenos y malos, forzando a elegir entre bandos y no entre argumentos o razones resultantes del intercambio de ideas.

Sin duda que de este comportamiento los principales responsables son los gobiernos, pero lamentablemente la oposición, en muchos casos, ha respondido en espejo validando así la estrategia y consumando la división que resulta tan dañina para la sociedad en su conjunto. Lo que es peor, sin otra propuesta que  la de sustituir un Todo por otro que, como corresponde, ignora y oculta la diversidad y pretende impedir el diálogo y el debate.

Parecería que, frente a situaciones ante las cuales hay que tomar partido, discutir y tener la razón resulta absolutamente inútil. Gobiernos y oposición pretenden que nos alineemos sin críticas ni matices.

A espaldas del ciudadano común, gobierno y oposición establecen una regla supra constitucional que en su aplicación viola tanto el espíritu como la letra de la Ley fundamental. La regla no escrita de evitar el consenso impide la participación de las minorías y la apreciación de lo diverso, siendo que la consideración de ambos elementos es esencial para la existencia de una democracia que vaya más allá de la formalidad del acto electoral.

Enorme es el perjuicio que la polarización causa a nivel de las instituciones y poderes del Estado, a los que incorpora -además de la inevitable politización- la partidización, que los desnaturaliza al ponerlos al servicio de uno de los Todos en pugna y no de la sociedad en su conjunto.

Como estrategia común de gobierno y oposición, el mayor daño que produce la polarización es a la sociedad. Afectando la convivencia diaria, la polarización  divide familias, provoca divorcios, acaba amistades y destruye relaciones vecinales, generando un nuevo tipo de “guerra civil” que impide el diálogo y el debate. A partir de la polarización, los adversarios políticos pasan a ser enemigos.

Para las fuerzas que se disputan el poder, los procesos de polarización son como una película en la cual los actores siguen libretos más o menos preestablecidos que pueden terminar con un pacto o un acuerdo de repartición del poder. Pero para el común de los ciudadanos estos procesos se asumen apasionadamente, casi como una cuestión personal, y retomar la convivencia se convierte en un largo y espinoso camino que puede durar años, como ha quedado demostrado.

En esta materia, la responsabilidad de la oposición es enorme si se plantea con sinceridad como objetivo el fortalecimiento de la democracia y de sus instituciones. Negarse a tan siquiera discutir leyes, pensar en revocar todas las aprobadas, pretender volver atrás, genera temor y angustia entre la gente, que se siente desamparada frente a una inseguridad administrativa y jurídica cuyas razones no termina de comprender.

Ciertamente el autoritarismo se combate con más democracia. En este terreno, más que la aceptación de la existencia de las minorías y la diversidad, la democracia se manifiesta incorporándolas en la búsqueda del consenso, consenso que es fundamental para construir salidas nacionales sostenibles en el largo plazo.

En Venezuela, la oposición adoleció de este mal, pero los golpes y derrotas le fueron enseñando hasta conducirla a la posición que tiene hoy la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), en la cual la inmensa mayoría está convencida de que, de ganar las elecciones, es imposible plantearse una vuelta atrás. Sin duda que todavía hay dirigentes y organizaciones que plantean el problema en términos de un Todo para sustituir el Todo en el poder, pero son cada vez menos.

En Argentina parece que esa lección está por ser aprendida.

Como bien dice Savater, “Nada se parece tanto a un Todo como otro Todo.”

 

(*) Fernando Savater – Panfleto contra el Todo – Alianza Editorial – Pag. 19