El giro diplomático de Turquía

Lucas Koussikian

El fin del siglo XX, el colapso de la URSS, los conflictos étnicos, el fundamentalismo islámico, la globalización de las economías nacionales, y las demandas de democracia por parte de la sociedad civil predeterminaron una Turquía que debe cumplir un rol fundamental en su escenario geopolítico. En un mundo cargado de transformaciones, cambios y desafíos, Ankara encontró -al menos en algunos aspectos- un liderazgo indiscutible a partir de la llegada al poder del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) en el año 2002. Desde entonces Turquía abandonó la lógica de la “no intromisión” para emprender un compromiso e involucramiento en los asuntos regionales e internacionales de forma proactiva, como por ejemplos en la actual Guerra Civil en Siria, aunque con ciertos errores a la hora de poner en escena y práctica los supuestos valores y principios que enuncia y presenta en los discursos y arena internacional.

No obstante, la República de Turquía es en la actualidad un actor que adquirió una mayor relevancia estratégica en los últimos años. El país euroasiático tiene una gran capacidad para influir y determinar ciertos asuntos de la política regional dado que esta menos dispuesta a subordinar sus intereses a los EE.UU. y Europa para así alcanzar una mayor influencia y peso a nivel internacional. Razón por la cual, en el caso turco, la asunción al poder del AKP trajo aparejado un cambio profundo en el conjunto de las orientaciones, valores y principios de la política exterior de Ankara. Es por ello que, en los últimos años, importantes personalidades comenzaron a discutir y debatir acerca de la importancia de Turquía como un modelo de transformación para el mundo árabe. Así lo demuestra una encuesta realizada por KEMAL KİRİŞCİ en siete países árabes la cual reveló que el 61 % de los encuestados considera que Turquía es un modelo para los países árabes, así también el 63 % de los encuestados estaba de acuerdo en que “Turquía constituye un ejemplo exitoso de la convivencia de la democracia y el Islam”. (KİRİŞCİ, 2011).

Sin embargo, no caben dudas de que el gobierno turco pareciera haber evolucionado de un poder coercitivo hacia una Turquía no agresiva y de cooperación. A pesar de ello, el AKP no ha escapado a las dudas sobre una supuesta “agenda oculta” a pesar de que en su gobierno se han dado importantes cambios. En ese sentido, dos factores explican la exitosa gestión del AKP: el primero es el supuesto aferramiento a las normas democráticas; el segundo es el crecimiento económico después de la crisis turca de 2001.

No obstante conviene señalar que el despertar de Turquía y la aparición del llamado “neo-otomanismo”, término acuñado recientemente por los partidos de tendencia islámica que gobiernan el país, no cuenta con la aceptación de la totalidad de los vecinos de la antigua potencia imperial y desde ya de los sectores laicos kemalistas presentes en la república. Por consiguiente, al momento no es posible determinar si el objetivo final del AKP es la reislamización de la sociedad turca o si busca una sociedad equivalente a la estadounidense donde los sectores seculares y liberales conviven con los sectores religiosos y conservadores.

Aún así es claro que el “giro” de Turquía hacia Medio Oriente, si atendemos a sus relaciones económicas y a los discursos sobre su identidad euroasiática, parece estar más destinado a ampliar horizontes de actuación e inserción económica por medio de la llamada “Profundidad estratégica” propuesta por el mismo Canciller Davutoğlu. Dicha estrategia busca una nueva diplomacia turca considerando el factor islamista, el pasado otomano de Turquía, y el papel de la república como potencia dispuesta a asumir su papel regional a través del “legado histórico” de Turquía.

De todas formas, el gran desafío está planteado en la capacidad efectiva de los dirigentes turcos de atender los reclamos de los ciudadanos en general, de las minorías kurdas y armenias en particular y a su vez no restringir ciertos derechos y garantías como la libertad de expresión que es el principal reclamo de vastos sectores de la sociedad civil. Motivo por el cual, es esencial que Ankara avance considerablemente hacia una democracia real y efectiva que le permita atender los reclamos de la minoría kurda de aquel país. A su vez es necesario considerar que las elecciones presidenciales del próximo 10 de agosto se presentan como el segundo gran desafío para el país, ya que las denuncias de fraude en las recientes elecciones municipales y los contantes reclamos de los ciudadanos hacia el gobierno, determinaran la continuidad del modelo político o bien la ruptura del mismo y con ello una vez más una reorientación de los asuntos domésticos e internacionales de Turquía.