¿Decadencia o surgimiento?

Lucas Koussikian

En el poder desde 2003, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), liderado por Recep Tayyip Erdogan, posicionó a Turquía entre las nuevas potencias emergentes y como Estado líder a nivel regional. Sin embargo, sus acciones y sus deseos hegemónicos de la mano de una política para nada semejante a las bases laicas y seculares de la república fundada en 1923 por Kemal Atatürk, vislumbran una Turquía que debe reorientar el curso de sus acciones a fin de no caer otra vez, como a lo largo del siglo XX, en errores que le traigan aparejados conflictos e inestabilidad interna y regional.

Atatürk construyó un Estado de partido único —el Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco)—, nacionalista y autoritario. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Turquía se incorporó a la OTAN y emprendió una fuerte política de acercamiento a Occidente y particularmente a la comunidad europea. A lo largo del siglo XX el país sufrió cuatro golpes de Estado; el último y más sangriento de su historia fue en 1980. La garantía del régimen estaba asegurada por los militares, que actuaban como “garantes” del pensamiento kemalista. Motivo por el cual a través del aparato militar controlaban y reprimían los derechos del pueblo kurdo, quien a mediados de la década de los ochenta emprendió la lucha armada como instrumento de reivindicación de sus derechos a través del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco).

A comienzo del siglo XXI Turquía se encontró inmersa en una grave crisis económica que puso en duda nada más y nada menos que el accionar de los militares y la capacidad de los partidos políticos tradicionales. Es así que en el 2003 asumió al poder el AKP por medio de su líder Recep Tayyip Erdogan.

Desde el 2003 el AKP tuvo que enfrentar diversas situaciones que hacen a la realidad de la política doméstica y a su vez externa del país. Es desde entonces que Ankara se posicionó en el escenario internacional y regional con una “nueva visión” en materia de política exterior. Su creciente involucramiento en los asuntos políticos de los países árabes, como lo demuestra su activo apoyo a los países que experimentaron la llamada Primavera Árabe y, a su vez, el apoyo a la causa palestina, le permitió a ganarse otra vez el respeto y la admiración de aquellos países y de esa forma constituirse en un “modelo regional” a seguir. No obstante, en su agenda de política exterior no se encuentra un verdadero compromiso tendiente a buscar la verdad y aceptar culpas respecto al genocidio armenio, asumir su responsabilidad absoluta, por lo que se ha llegado a conmemorar, con dicha actitud, el contrario de una política negacionista desde el mismo establishment.

A pesar de que el país avanzó en muchos frentes, las demandas internas y la coyuntura internacional hacen que el AKP tenga que enfrentar un conjunto de reclamos sociales que generan situaciones muy complejas a resolver para los dirigentes y los líderes del AKP. Comenzando por las protestas masivas en contra de la construcción de un centro comercial en el terreno del Parque Taksim Gezi, donde ambientalistas pusieron en marcha el movimiento social en contra de la destrucción de un importante espacio verde en Estambul. A su vez, esta política de Erdogan despertó a los sectores de la sociedad civil para la defensa de los valores seculares de la república. Asimismo, la constante censura a los medios de comunicación, la falta de libertad de expresión, la represión hacia los manifestantes generaron una alerta temprana en la sociedad civil que ve amenazada su libertad y sus valores democráticos.

De esta manera, el primer examen o prueba política para el AKP fueron las elecciones de junio de 2015. En esta ocasión se desataron dos fenómenos. Uno de ellos fue que el partido predominante de Turquía desde 2003 perdió la mayoría parlamentaria y la posibilidad de alcanzar la mayoría necesaria para concretar una reforma constitucional que permita pasar de un sistema parlamentario a un sistema presidencialista. El segundo fue el acceso de la minoría kurda al Parlamento, el gran terremoto político para Erdogan y su partido, en el Gobierno desde el 2003.

Ante el doble dilema de gobernar en minoría o llamar nuevamente a elecciones (como lo establece el sistema parlamentario), el Gobierno y el establishment turco emprendieron un fuerte ataque en el sudeste de Turquía donde reside, desde hace muchos años, la minoría kurda, con el aparente propósito de disuadir la presencia de células del Estado Islámico y ataques que se produjeron en esa región del país.

En este contexto, Turquía acudió a las urnas el domingo 1.º de noviembre con sus ciudadanos profundamente polarizados, asustados por la violencia reciente y con temor a una recesión económica. En esta ocasión, el AKP se alzó con una inesperada victoria y recuperó la mayoría parlamentaria en unas elecciones consideradas cruciales para Turquía y Medio Oriente. Con el 98% de los votos escrutados, el AKP alcanzó el 49,4% de apoyo y el principal partido de oposición, el CHP, llegó al 25,3 por ciento. A través de esta victoria el oficialismo obtuvo 316 escaños parlamentarios de un total de 550 y recuperó el control del Parlamento.

No caben dudas de que estas elecciones son cruciales no sólo para Turquía, sino también para toda la región. En este sentido, se pueden identificar cuatro áreas sensibles que afectan tanto a la región como a la misma Turquía. Estas son: en primer lugar, la realidad política de Siria; en segundo lugar, los ataques que puede recibir por parte del Estado Islámico; en tercer lugar, la crisis migratoria producto de la guerra civil siria y, en último lugar, la relación y la posibilidad de un acuerdo de paz verdadero y duradero con el PKK que se quebró en junio de este año.

A partir de este análisis cabe preguntarse: ¿Qué está buscando Erdogan con la reforma constitucional? ¿Querrá adquirir poder absoluto en su persona? ¿Seguirá siendo indiferente con respecto al genocidio armenio? ¿Realmente tiene interés en resolver de forma pacífica el conflicto con la minoría kurda? ¿Seguirá limitando la libertad de expresión?

El conjunto de estas interrogantes son las claves para comprender y analizar los desafíos y las cuestiones pendientes de Turquía si realmente busca afianzar su democracia y su liderazgo en la arena internacional. Lo cierto es que nada le van a objetar las potencias de Occidente al sultán Erdogan, ya que Turquía es el aliado clave de la OTAN que cuenta con el ejército más calificado de la región en una zona por demás inestable. A su vez, el Gobierno y los objetivos proclamados por el AKP están lejos de la realidad. La estrategia de inducir el voto a través del miedo y la propaganda, o bien a través de la censura de medios informativos independientes, son algunos de los instrumentos que utiliza el actual Gobierno turco a fin de concentrar aún más el poder y subordinar los valores democráticos en beneficio de un poder autoritario y concentrado. El gran desafío de Turquía y del pueblo turco es preguntarse y repreguntarse: ¿Qué Turquía quieren en 2023 en ocasión del centenario del establecimiento de la actual república?