Lanata, Rial, Fariña, Elaskar y vos en la plaza

Luis Novaresio

Los reportajes de Jorge Lanata y Jorge Rial son a la investigación judicial lo que la convocatoria de estas horas a la Plaza de Mayo es a la política argentina. Interpelan, no resuelven. Provocan, no sancionan. Muestran y no permiten el ocultamiento.

La Justicia argentina, en el caso del “lavadodedineroempresarialFariñagate”, ha demostrado ser incompetente. Por miedo o por complicidad. En cualquier caso, espantosamente deficitaria. Dos aspirantes a mediáticos protagonizaron una incalificable saga televisiva de declaraciones y arrepentimiento con aspecto de delincuentes de poca monta y aspiraciones de ser Tony Sopranos. Enseñan los manuales de derecho de primer año de la Facultad que si un agente judicial tiene “noticia criminis”, información de un presunto delito, debe activar la maquinaria de investigación que permite perseguir ese hecho o desestimarlo. Se dejaron pasar 150 horas preciosas desde la “noticia”, se jugó al juego de la incompetencia formal de horas y jueces a cargo y se permitió que la justicia se farandulizara como mera espectadora por TV de las idas y vueltas de reportajes encubiertos o a cámara limpia.

No importa si Leonardo Fariña o Federico Elaskar son creíbles. Eso, a la iglesia. Importa que delinquieran. Al menos, imputando ilícito falsamente y creyendo que con un arrepentimiento forzado más propio de la confesión con un cura liberaban su responsabilidad. Cuando se pasa la línea que separa la vida ordenada de la que juzga el Código Penal, uno se convierte en delincuente. Y se banca las consecuencias. Estos dos impresentables interpelaron a la Justicia para que recordara los artículos de ese Código. Y hasta ahora, nada. Grave daño a todos y a la salud de la república que jamás contó con la asistencia de la médica Alejandra Gils Carbó, tan ocupada en transparentar a las corridas su denominada burocracia judicial. Si encima se agrega que en los dichos (verdaderos o falsos, no importa para esto) se imputa fuga de dinero de todos en manos de empresarios casualmente enriquecidos al amparo del poder de turno, la gravedad es doble.

Las investigaciones periodísticas expuestas, las de afirmación arrepentida y las de contradicción inversamente arrepentida, deben ser probadas con sustantivos documentos y no adjetivos de ocasión, por más que sean originales y gratos a la oreja de uno en la Justicia. No en la tele. Para esta última, alcanza con el apoyo o el desprecio para que el que no haya sido riguroso como periodista. Para lo otro, la maquinaria judicial que allane, detenga, secuestre y perite.

No entender esta interpelación pública que desprenden estos dos chantas es encubrir lo que está detrás (si lo está) y mirar para el otro costado. Algo parecido a la marcha a Plaza de Mayo. La ciudadanía de pie vuelve a tomar en sus manos un modo republicano de reclamar a sus autoridades convocándose a una plaza pública. Salir a las calles ha sido un denominador común del peronismo que viene monopolizando el poder, desde el gobierno o desde la oposición dominante, por más de 60 años, con las únicas interrupciones de los gobiernos de facto. A nadie con patente de heredero del general debería escandalizarle la gente en la calle aun cuando las voces que se escuchen sean de crítica. No por nada el original intérprete de la realidad K, Aníbal Fernández, reclamó por estas horas el derecho de manifestarse pacíficamente siempre y cuando no se caiga en las apologías de delitos con los reducidos y tristes seguidores de la esposa de algún militar trasnochado que añora viejos tiempos de cuarteles.

No hay que equivocarse. La manifestación de este 18A en las calles del país no reemplaza el ejercicio del voto o de la participación institucional ciudadana. Pero sí las interpela. Y no se trata de número de asistentes. Porque la democracia es, todavía, el gobierno de las mayorías pero con el respeto de las minorías que disienten.

Los que movilizan a la Plaza de Mayo, ¿por qué no forman un partido y se dedican a participar en política?, se pregunta un hombre cercano al gobierno. Porque no todos tenemos vocación de ejercer el poder y sin embargo ese ejercicio, que delegamos en algunos, nos afecta y ellos nos deben dar cuenta de sus actos. Sería lo mismo que pedirle a Rial y a Lanata que se calcen dos togas negras y hagan de jueces que analice si hay o no lavado de dinero en cambio de exigirlo a los que cobran sueldo en Comodoro Py.

Ni la justicia puede seguir callada con el aprendiz de Scarface de rodete ni los inquilinos del poder pueden ignorar una nueva caminata de un sector de la sociedad en las cercarías de la Pirámide de Mayo.