Hoy un obediente, mañana un traidor

Luis Novaresio

Yo soy lo que diga la Presidente”. Repaso el texto. No es “yo pienso como la presidente¨ o “comparto los ideales y defiendo lo que sostiene la presidente”. Es, a secas, “yo soy” lo que ella diga. Podríamos reemplazar presidente por gobernador o el responsable  de la ciudad y los ejemplos abundan. Es, en suma, “Yo soy lo que diga el Jefe”. ¿A nadie le hace ruido? ¿Nadie se siente agraviado en su intimidad haciendo pública semejante confesión?

No hay que reducirse a la anécdota del protagonista de hoy. Es verdad que el vicegobernador de Buenos Aires Gabriel Mariotto repitió tres veces en un mismo reportaje de 10 minutos la frase “soy lo que diga la Presidente” cuando se lo consultaba sobre las candidaturas testimoniales, sobre la rerreelección o sobre la inseguridad. Porque si uno escarba en el pasado de unos pocos días encuentra, a modo de ejemplo, a todo un gabinete de la Capital Federal que no osó siquiera poner en la mesa del debate el disparatado operativo de la Metropolitana en el Borda. Esto es tácitamente acatar militarmente la orden de no cuestionar. O lo mismo sucede en el todavía “nuevo” Frente Amplio Progresista en donde disentir con su líder Hermes Binner es causal de sospecha de traición. Si no, pregunten en el partido madre del frente, el socialismo de Santa Fe. Habrá que dejar de lado al radicalismo,  atomizado en tantas corrientes diversas como en comisiones internas que analizan el fenómeno. Y, además, no están en el gobierno, lo que les da margen para tanto fogoneo de la burocracia interna.

La política del 2013, en la mayoría de los casos, es el decreto de una orden y su obediencia a ciegas. Será por eso que, con injusticia para los notarios que no sólo firman al pie sino que revisan la legalidad de los actos, el Congreso se parece más a una escribanía que a un lugar de “parlamentos” y que la iniciativa de la elección popular de consejeros pretende dinamitar todo atisbo de disidencia en el Poder judicial. Y siempre, bajo el pretexto de que la “voluntad popular” es soberana. No es cierto que eso sea así. No es verdad que la voluntad popular esté por encima de los derechos humanos, los derechos individuales y personalísimos y los elementales principios de la república como la división de poderes y respeto de las minorías que no gobiernan. Si mañana se votara que masivamente que los mahometanos no pueden ser argentinos, ese resultado comicial sería inválido. Si se sometiera a sufragio que el peronismo debe ser proscripto (como, de prepo, se hizo en la historia argentina), tampoco tendría validez de ley.

Entonces, si la voluntad popular sometida al capricho es una aberración, el sometimiento de un dirigente a la voluntad pretendidamente omnímoda de un presidente, gobernador o intendente también lo es. Primero, por negación del raciocinio y el libre albedrío. No es leal el que siempre acata. Es un pusilánime que habitualmente lo hace por conveniencia propia hasta que una nueva ventaja futura lo haga cambiar de lealtad. Ejemplos, en la historia reciente, hay a montones. ¿O no hay menemistas furiosos, duhaldistas posteriores y kirchneristas conversos? Y luego, por destrucción de lo que una construcción política en serio necesita, que es el disenso. Una agrupación política (especialmente la de los jóvenes que genéticamente navegan en la interpelación a lo establecido) que se basa en la obediencia perenne es una estructura militar autoritaria con disciplina cuasi fascista.

No es necesario declarar sumisión sino que muchas veces se actúa. Han pasado largos días desde los incidentes de desalojo en predio del Hospital Borda. Había encapuchados y manifestantes con piedra. Es cierto. Pero lo que importa es que para reprimir un hecho de violencia, la policía de la ciudad eligió el ilegal modo de repartir balas de gomas entre los que protestaban, entre los pacientes siquiátricos y los periodistas. ¿No debió algún integrante del partido gobernante de la Capital pedir que preventivamente se apartase, al menos, al jefe del operativo? ¿No alcanzaron las imágenes de ese desastre como para pedir públicamente que mientras dure el sumario se deje afuera a quien manejaba ese dislate y así evitar que se repitiera el procedimiento? No pedirlo es acatar por disciplina política. ¿No sintió ningún legislador o dirigente del PRO vergüenza primaria como para poder pedir correciones en público? Otra vez, por acción u omisión, fue el  “yo soy lo que diga mi jefe”. Eso es devaluar al que desde un puesto legislativo o de militancia dice que viene a cambiar lo que se critica en el ámbito nacional.

Alguna vez se escribirá sobre las consecuencias nefastas de esta década que dogmatizó todo entre amigos y enemigos o leales y traidores. Una de ellas es que se pueda decir sin sonrojarse que se obedece al jefe al punto de transformarse, ser, en el deseo del que manda. No hay aquí la menor intención de agraviar ni a Mariotto ni a los seguidores de Macri ni a nadie. Apenas llamar la atención del modo de construir política con ciertos giros verbales.  Convendría que algunos filósofos que pululan explicando las bondades de estos tiempos recreasen la dialéctica del maestro Hegel. El alemán hablaba del “amo¨ que mandaba y se apropiaba no de objetos materiales sino de conciencias sumisas y caracterizaba de un modo indubitable al que obedecía: “esclavo”. Nada más, nada menos si uno “es” lo que dice el poderoso de turno.