Puré de calabazas y tomografías destituyentes

Luis Novaresio

Pasó el susto. La tranquilidad del buen pronóstico sobre la salud de la presidente descomprimió la tensión del fin de semana. La enorme, enormísima, mayoría de los argentinos deseamos lo que finalmente está pasando: que Cristina Kirchner supere con éxito su operación y que, en cuanto su físico lo permita, reasuma sus funciones de Presidente como millones de votos lo decidieron.

Dicho esto, amerita ahora sí preguntarse: ¿hay la suficiente información técnica sobre el tema? ¿Hay derecho a reclamar precisiones médicas sobre lo que le pasa a la mandataria? ¿Es desubicado que los ciudadanos y los medios de prensa accedan a información propia de la historia clínica de un presidente?

A mi modo de ver, no hay información a la altura de las circunstancias. Que a casi una semana del primer “parte de prensa” que notificaba que la doctora Fernández había sido internada por un “chequeo de rutina”, apenas se conozcan menos de media docena de escritos repartidos por la Secretaría de Medios es de una pobreza llamativa. Partes que ni siquiera son pronunciados por su titular, ni, mucho menos, publicados en conferencia de prensa que admitan preguntas de los medios. Si uno accede a los pocos funcionarios que dialogan sobre el tema con los periodistas todos coinciden en que “la familia presidencial” y la propia titular del Ejecutivo han dado la orden de no dar a conocer mayores detalles. ¿Puede un presidente o sus hijos tomar semejante decisión?

Quien ejerce un puesto de servidor público de tamaña magnitud sabe que el día que asume el cargo, por voluntad propia y con libre albedrío, gana ciertos “privilegios” y análogos “perjuicios”. Por citar algún ejemplo arbitrario, desde esta misma columna se defendió el derecho de la presidente de disponer de un avión oficial para trasladar a su hijo de Río Gallegos ante una crisis de salud. Nadie puede pretender que, bajo un supuesto principio de igualdad ante la ley, el primer magistrado en un caso así distraiga su tiempo buscando un vuelo de línea y una combi privada que lo lleve hasta el aeropuerto.

En inverso sentido de “compensaciones”, quien dirige los destinos del país sabe que su intimidad se ve restringida y, en ese plano y mientras dure su mandato, su historia clínica deja de ser una cuestión personalísima protegida por el derecho a la intimidad para inscribirse en la republicana obligación de dar cuenta de sus actos. No vale la pena citar casos de la historia o de otros países. La actual gestión no se cansa de sentirse pionera en materia planetaria sobre diversos temas y si en otros lugares no pasa, sería bueno que aquí empezáramos.

Con el mayor de los respetos por quien lo dijo, informar que la Presidente come puré de calabazas o verduras al vapor no es información a la altura del caso. Enterarnos por un candidato que el golpe en la cabeza provino de un resbalón con un juguete de un nieto, tampoco. Pasada la crisis sobreviene el derecho de los ciudadanos a estar informados con especificaciones del caso. Y la obligación de los funcionarios afectados a brindar los detalles propios de la salud de quien conduce los destinos de la nación.

¿Cómo es posible que no se piense en un médico tratante que comunique qué pasó, cómo pasó y qué se puede esperar que pase? ¿Es tan complicado imaginar a los neurólogos de elite que atienden a la doctora Kirchner mostrando con imágenes desde la Secretaría de Medios qué lesión sufrió la mandataria y está al servicio de sus ciudadanos cómo pudo resolverse el problema? ¿Es destituyente pedir ver una tomografía? ¿No sienten un cierto “apuro” los científicos que con talento ayudaron a la Presidente a encaminar su salud al quedar amordazados por decisión de vaya a saberse quién y huyendo de los periodistas?

Una tomografía inopinable del estado de las cosas, un informe cardiológico sobre las arritmias invocadas (¿las hay, cuáles son?), acabarían de movida con tanta especulación mediática (alguna malintencionada, es cierto; la mayoría, no) sobre lo que pasa y confirmaría que quien es el inquilino temporario del poder (un presidente, un legislador o un concejal son eso) y tiene la obligación de hacer conocer no sólo los decretos que firma sino también compartir la tranquilidad y la alegría de la salud recuperada. Caso contrario, parecerá un inquilino confundido creyendo en su realismo mágico es el dueño incuestionable del poder.