Schoklender, un graffiti y varios ñoquis

¿Por qué es progre estatizar la Universidad de Madres de Plaza de Mayo y no lo es reconocer que, si eso se concreta, pagaremos con nuestros impuestos la mala administración de Hebe de Bonafini y Sergio Shocklender?

¿Por qué está bien reclamar concursos de antecedentes y oposición para los empleados de la Justicia y no para el Parlamento?

¿Por qué se pone tanta firmeza para demandar al que pinta un graffiti en un tren nuevo y no se mueve ni un dedo para exigir que se devuelvan los miles de millones robados en la devastación ferroviaria de nuestro país?

Son apenas tres preguntas que intentan plantear el doble estándar en el análisis de la política argentina. Pero el cuestionario podría reproducirse por cien. Y no sólo vale para el gobierno de turno sino para buena parte de la clase dirigente argentina.

Mañana, salvo que no funcione la obediencia debida del bloque del FPV y sus aliados, los senadores nacionales levantarán la mano para hacer pasar al estado la Universidad fundada por Hebe de Bonafini y su asociación de Madres de Plaza de Mayo. Doble paradoja. Primero, esa universidad nació para pensar un programa de estudios que discutiese los “lineamientos hegemónicos de la universidad existentes”, según dijo su fundadora en un acto que recuerdo personalmente. No querían ser parte del Estado. No deseaban depender del “capricho estatal” en el diseño de las currículas. Y ahora aceptan (piden, es la verdad) pasar a ser tutelados por  ese mismo aparato hegemónico que dijeron combatir.

Además, si los legisladores obedientes del capricho presidencial así lo consagran, transferiremos al bolsillo de los contribuyentes unos 200 millones de pesos de pasivos fruto de la pésima e irregular administración que pasó por manos de la misma Bonafini, su entonces ahijado Sergio Shoklender y tantos más. ¿Por qué? ¿Estatizar pasivos no era una práctica de los 90? Parece que no.

Hijos y entenados: Como lo cuenta hoy Laura Serra en La Nación, el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, firmó una resolución que incorpora a una docena de jóvenes a la planta permanente de la Secretaria Parlamentaria del cuerpo. Percibirán, también fruto de nuestros impuestos, un promedio de 22 mil pesos por mes con estabilidad de por vida. ¿Rindieron examen para demostrar aptitudes? No. ¿Tienen una larga trayectoria en la administración? Apenas dos años en su puesto. Sí se identifican con la organización la Cámpora. Nadie duda que la juventud se ha volcado masivamente a la política en esta década y que la Cámpora es una expresión de ello. Apenas una expresión. No la única. Pero da la impresión que sí tiene el monopolio de la llegada a los cargos públicos. Cristina Fernández lanzó  el año pasado, casi con furia, su deseo de transparentar la Justicia exigiendo por ley concursos para quienes aspiren a entrar a la Justicia. Buena idea. ¿Propondrá lo mismo para la Cámara manejada por su correligionario Domínguez? Si somos todos iguales ante la ley, trabajar en la Legislatura, en la Justicia o en el Poder Ejecutivo en cargos de carrera exige un examen de antecedentes y oposición.

El infierno graffitero: Por fin, el enojo del ministro Florencio Randazzo con los “graffiteros” que ensuciaron los vagones del Sarmiento se entiende. En nuestro país  nos hemos educado en el convencimiento que la cosa púbica no es de todos sino de nadie. Si algo es público no tiene dueño y nadie vela para cuidarlo. Así nos va. No está bien pintar vagones nuevos. Ni aún ante los ojos de los mismos que suelen viajar a Nueva York y saludan la creatividad de los artistas callejeros que dibujan los vagones de los subtes. De ahí a creer que el mal del sistema ferroviario argentino provenga de los graffitis hay un trecho inmenso. Si se va a demandar civilmente a los padres de los chicos pintores de prepo, sería bueno proponer iniciar demandas contra Ricardo Jaime, Juan Pablo Schiavi, Carlos Menem (ramal que para, ramal que cierra) y pedirles a los padres tutores y encargados de tantos otros más que hirieron casi de muerte a un sistema nacional de transporte que hoy se intenta recuperar. ¿No?

La hipocresía no es más que un doble discurso acomodaticio para encubrir un deseo autoritario de hacer lo que nos parece según la época en la que tenemos poder. Eso supo decir un pensador de estas pampas. Y no pifió mucho.

Ayer la voté, hoy decepciona

“Pero lo cierto que ella es Isabel Perón. ¿Qué es Isabel Perón? Isabel Perón fue una persona abandonada por los distintos sectores del PJ que pugnaban entre ellos. Fue una mujer abandonada (por el PJ) y por el sindicalismo.”

Voté a Elisa Carrió como candidata a Presidente dos veces. En 2003 y 2007. Mi admiración intelectual es mucho más vieja. Creo que nace de haber asistido a una jornada de normativa constitucional cuando estudiaba en la Facultad  y ver cómo una joven e impetuosa docente del Chaco sacudía con argumentos deslumbrantes a la mesa de expositores compuesta por los más calificados especialistas en derecho público. Dijo algo así: “El derecho es un conjunto básico de normas morales hecho ley que pone una divisoria entre los republicanos y los autoritarios”.  Y lo hizo sentada frente a los que aún debatían sobre la legalidad del Estatuto del Proceso de reorganización nacional.

Después fue su llegada a la política de la mano de Raúl Alfonsín, a quien no le perdonó el pacto de Olivos con Carlos de Anillaco. Entonces, Carrió se agigantó para muchos. Sin importarle su aspecto físico, embistió contra el menemismo mientras la mayoría disfrutaba del uno a uno celebrado con pizza con champagne. El fin de esa década de los ’90 la encontró con Fernando de la Rúa. Recuerdo la campaña por los canales de televisión: de un lado del candidato de la Alianza Lilita y del otro, Luis Brandoni, apuntalando al apenas dicente que aspiraba (e iba a ganar) a la Presidencia de la Nación. Y también sobrevino su ruptura con la UCR. El resto es historia reciente.

No conozco a muchos dirigentes con la ilustración de Elisa Carrió. Pocos pueden, por ejemplo, citar a la Escuela de Frankfurt y observarla desde el cristal del día a día argentino. Casi ninguno sabría debatir a la luz del derecho comparado y fundamentar lo que se dice. Escasos, escasísimos, protagonistas de la política nacional pueden demostrar que esa actividad no los enriqueció y que ningún acto de corrupción los salpica.

¿Y entonces? Que comparar a Cristina Kirchner con Isabel Perón es inadmisible para cualquiera que haya vivido o leído la historia argentina. El encomillado inicial de esta crónica pertenece a la diputada chaqueña. Si lo hace una dirigente como la Elisa Carrió, es de una provocación casi lindante con el desprecio por la república. Que preocupa. Y, esencialmente, decepciona. Raro modo de hacer política.

Fue una enorme decepción que en una entrevista que concedió ayer a Jorge Lanata, Lilita usase esa comparación. Es sugestivo escuchar que a la primera frase le sigue un silencio como de reflexión. Y que, no obstante eso, insista. ¿Hace falta justificar que no hay la menor chance de analogía? ¿Hay que explicar que la esposa del tres veces Presidente llegó a acompañarlo en la fórmula por mero parentesco y una enorme desconfianza, violencia y división de la época? ¿Hay que invocar la limitación intelectual de María Estela Martínez o recordar a López Rega, la triple A y el clima de los 70?

Hacer historia contrafáctica es un incomprobable ejercicio intelectual sin más valor que de una chicana, generalmente de mala fe. “Si Evita viviera”, colmó el cliché y los lugares comunes de este estilo. ¿Hay necesidad en estos tiempos de recurrir a una protagonista previa de la historia negra de 1976 para hacer oposición política?

La década kirchnerista dejará en sus saldos negativos una altísima dosis de corrupción en el manejo de los dineros públicos. Computará una peor consecuencia de impunidad para investigarla y una militancia dogmática de muchos personajes que se dicen oficialistas y ostentan con impudicia el desprecio por el derecho. Habrá que reconstruir el principio de control de los actos de gobierno, su publicidad y el apego a la ley y no a las autoritarias mentes supuestamente iluminadas.

Pero para que eso sea juzgado por la historia hace falta república y mucho respeto personal. No hay por qué traer a agosto del 2013 a Isabel Perón. No hace falta.  No es necesario, si hay buena fe, azuzar el fantasma nefasto de una pobre mujer de la historia argentina que sirvió de gatillo para una noche larga de 7 años de duración. Ni aun frente a un gobierno poco amigo del respeto por las normas. Salvo que se trate, por quien lo dice, de querer comerse al caníbal.