Marcelo Tinelli: todos a sus pies

Pareció espontáneo. El conductor de Showmatch llamó por teléfono a la Presidente de la Nación, al gobernador de Buenos Aires, al jefe de Gobierno porteño y al líder de la oposición con la excusa del matrimonio de un diputado con una conocida artista.

Tinelli volvió a demostrar anoche que tiene casi todo el poder. Entendido aquí al poder como la facultad de someter a los elegidos para ejercerlo. Y Marcelo sabe usarlo cuando quiere. Para eso, atropelló con su incomparable carisma como conductor de televisión viendo que había un enorme campo fértil de superficialidad política. En el giro de media hora de show, concitó la atención de altísimos funcionarios en actividad que, de ser llamados en sus foros naturales de actuación, no serían reunidos en menos de un año. Ganó MarceloPerdió la política en serio. Y por goleada.

¿Cambia la vida institucional porque un diputado cuente los detalles (casi todos, en capítulos y con la escenografía de su imitador que lo pinta rústico y superficial) de su matrimonio en un programa de entretenimientos? ¿Estamos en default o salimos de él porque un gobernador, un jefe de la ciudad más importante del país y un jefe de la oposición estén pegados al teléfono -no hay metáfora- para esperar el llamado del padre del show business que puede hacer bailar, por ejemplo, a una enana con una ex estrella del Colón o a una vedette con problemas de sujeto, verbo y predicado? Probablemente no. Casi con seguridad, no.

Sin embargo, la ostentación de la frivolidad sin freno es todo una muestra del desprecio por la función pública. Y anoche, como en los 90, la pizza con champagne pareció servida otra vez en la mesa de los políticos. No hay achaque que pueda hacérsele a este animador. Todo lo contrario. Él trabaja de ser popular, convocante y exitoso. Y lo consigue. En este caso, un conjunto de políticos se rindió (¿con sumisión pasmosa?) a su ejercicio profesional. ¿A cambio de qué? Esa es la pregunta.

¿Qué le suma a Martín Insaurralde coquetear en cámaras con su bella novia Jésica Cirio? ¿Qué la aporta al siempre mesurado para adjetivar o sustantivar sus dichos Daniel Scioli atender el llamado de Marcelo? ¿Y al casi siempre esquivo a los medios que preguntan y repreguntan Mauricio Macri? ¿Y al jefe de la oposición -según las encuestas- Sergio Massa- que insiste en “ser distinto y previsible?  La respuesta obvia parece ser notoriedad.  “Grado de conocimiento” dicen los encuestadores.  Parece que a Insaurralde eso le viene bien, pensando que al “gran público” aún le cuesta unir su nombre con su rostro. Alto costo el de exhibir tanta intimidad en un hombre que supo ser digno e hidalgo para jamás usar polìticamente una dura enfermedad que por suerte ha superado. ¿Algo más? ¿Respeto por su función? ¿Abordaje de los temas para los que fueron elegidos? Nada.

Anoche, mientras Macri, Scioli y Massa atendían el teléfono para ser consultados sobre la fiesta de boda del ex intendente de Lomas de Zamora, el paro docente más largo de la provincia de Buenos Aires seguía en pie, en la Capital continúan sin esclarecerse los crímenes de ciclistas en pleno Belgrano y los saqueos post mundial en el Obelisco y el cambio discursivo de los que ganaron en las elecciones pasadas se mantiene como una expresión dialéctica. Por sólo mencionar algunos ejemplos. La alegría no es una tara del espíritu. Todo lo contrario. Es un don de hombres y mujeres. Y está bueno hacerla pública. Niestzche dudaba con razón de los prolijos y acartonados. Pero despuntarla desde el cargo  funcionarios en un país que timbea día a día  el derecho a la vida por la inseguridad, al futuro por la inestabilidad económica y el derecho a ser dignos por la insatisfacción de necesidades básicas de muchos, luce como una innecesaria frivolidad. Casi un gesto cholulo de responderle a Marcelo que, de no conocerlo, pudo parecer como el bastonero sádico capaz de rendir ante sus pies del entretenimiento a cuatro de los más “poderosos” de al escena pública. “Carlos lo hizo”, señores. Ya lo vimos. Y, sobre todo, sabemos cómo nos fue.

Fue atinada e inteligente la ausencia de la Presidente de la Nación, que rechazó la invitación telefónica desde su quinta de Olivos. “La señora acaba de llegar y está cenando con su familia”, dijo el edecán de turno. Traducido: “No es momento, Marcelo. Me pagan para que trabaje de Presidente en un país con un par de problemas. En mis ratos libres, por decoro con lo que pasa,  prefiero estar con mis hijos en cambio de jugar a pensar en el trencito carioca, las ligas y la torta con el anillo de una boda que está por venir”.  Porque haya sido pensado o porque haya decantado espontáneamente, fue todo un mensaje.

El interrogante final es saber si en los espectadores, en el electorado, comer una de fainá con Dom Perignon sigue siendo un menú aceptado o quedó enterrado como una vieja historia nuestra. Este cronista, no lo sabe.  Sí está seguro que, en conciencia y cualquiera sea la respuesta, el fin no justifica los medios.

Lo que faltaba: inflación penal

Ahora resulta que el tema es la “inflación penal”. Se ve que entre muchos funcionarios crece un apetito bautismal exótico cuando miran la realidad. Vaya a saberse si no late allí alguna vocación sacerdotal trunca en algunos o un deseo paternal no concretado de elegir nombres a sus descendencias. El caso es que esta furia “nominadora” no pretende combatir el fenómeno que se designa. Apenas enmascararla con adjetivos menos hostiles. 

Ya aprendimos que no hubo devaluación cuando de un saque el peso nacional perdió el 20% de su valor: se trató de un “deslizamiento cambiario”. Tampoco hubo aumento de precios en el momento, por ejemplo, de incrementar las boletas de la luz y el gas: fueron solamente “readecuaciones tarifarias”. El cepo que no deja comprar dólares no es cepo sino “imposibilidad temporaria para atesorar divisas” y ahora la decisión del gobernador Daniel Scioli de cambiar la ley que reprime delitos no es política criminal sino “Inflación penal”.

Si no se tratara de casos esenciales en donde el Estado debería tener prioridad, este fenómeno sería hasta simpático por su variopinta creatividad. Sin embargo, de lo que aquí se habla es de la calidad de vida que nos dispensan los inquilinos del poder como garantes de la tranquilidad física, social y económica de un país organizado y, sobre todo, de la chance de hacer proyectos por parte de los ciudadanos de a pie. Un gobierno que se precie de tal es el que es capaz de abrir el horizonte para pensar en el futuro a largo plazo. No el que juega con las expectativas hasta las próximas elecciones.

Mucho se puede decir de lo que ocurre en la provincia de Buenos Aires ante la carencia de seguridad. Daniel Scioli no puede opinar como un testigo cuando el narcotráfico, la violencia de gran escala o los arrebatos diarios, por sólo mencionar algunos ejemplos, golpean a sus ciudadanos. El gobernador tiene, entonces, dos caminos. O jugar a que un hecho más grave fuera de su jurisdicción (el linchamiento de Rosario, por ejemplo) sea más poderoso en la tapa de los diarios y navegar oculto apelando a la suerte hasta  el 2015 o, opción dos,  tomar decisiones. Proponer ideas. Asumir el riesgo de gobernar incluso con un margen de error.

El anuncio del sábado fue en este último sentido. Declaró la emergencia de seguridad reconociendo explícitamente que la cosa está mal (es de locos, pero se agradece que alguien no intente otra vez tapar el sol con una mano),  lanzó a la calle a policías que patrullen, propuso normas que dificulten las libertades anticipadas de los sospechados con fundamento de delitos y se definió como partidario de controles más severos a la hora de la represión de los crímenes. ¿Llega tarde? No hay dudas. ¿Es lo óptimo? Seguramente no. ¿Cubre con exhaustividad la prevención del delito? Tampoco. Pero al menos empezó por algo.

No coincidieron con este paso desde el kirchnerismo explícito. Así se lo hicieron saber por twitter  el sacerdote Juan Carlos Molina, titular del Sedronar y su propio compañero (sic) de fórmula, el vicegobernador Gabriel Mariotto.  El primero, arengó por la red social: “compren muchos chalecos antibalas pero tripliquen las becas culturales y deportivas”, dijo, sin explicar cómo hace un cristiano con uniforme de policía para repeler los disparos de un delincuente con una beca. Mariotto, por su parte, declaró que no hay que enfrentar la inseguridad “con posiciones de coyuntura que responden a una instalación mediática”. Es verdad que los que trabajamos en los medios deberíamos pensar si no es hora de desenchufarnos del rating minuto a minuto o del contador de visitas de las páginas de Internet creyendo que un punto o miles de lectores pueden mercantilizar nuestro sentido común y profesional como comunicadores. Es cierto esto y propongo humildemente abolir este modo de mediciones en las señales de noticias y en los noticieros. Hay talentos y necesidades que no se someten a comicios, supo decir el enorme Baruch Spinoza. La seguridad no es una décima de audiencia. Debería ser una prioridad y una responsabilidad informativa. Pero de ahí a creer que la muerte del bebé de Carolina Píparo, el linchamiento de Barrio Azcuénaga de Rosario o los miles de crímenes a lo largo y ancho del país son de instalación mediática, hay un tranco largo. El que separa la buena fe con la negación de la realidad.

Por fin, hoy se cuestionó a Scioli en la palabra del inteligente ministro Jorge Capitanich acusando a sus iniciativas como superfluas, emparentándolas con las leyes Blumberg y atribuyéndolas a cuestiones inflacionarias en materia penal. No deja de ser pintoresco que a dos días de los anuncios el gobierno K vea una especie de inflación cuando la de los bolsillos tardó 10 años para modificarla en los risibles índices del INDEC. Sin embargo, la semántica creativa no luce ni siquiera simpática cuando se trata de discutir un fenómeno que le guste a quien le guste tiene preocupada (¿atemorizada?) a la sociedad y reclama algo más que la chicana verbal de un bautismo pretendidamente original. Exige que si no saben prevenir (y los resultados dicen que no saben) al menos sepan sancionar al que está fuera de la ley. Porque en esta, en serio, vamos todos embarrados. Torpedear con verba pirotécnica un intento de modificar las cosas que no están bien es más que la biblia y el calefón. Es desidia inoperante.

En la vida hay que elegir: Antártida o realidad

Y la Presidente, efectivamente, ya eligió. Hubo algunos amagues que hicieron creer un camino distinto. Carlos Kunkel, tan sincero y frontal como intransigente, dejó caer el mismo domingo de las primarias que si había algo que corregir, se haría. Quizá entusiasmado por esto, el ministro paralelo de Seguridad, Sergio Berni, se animó a apoyar eventuales correcciones. Ricardo Forster siguió sin resignar la capacidad de pensar por sí mismo y evitó los lugares comunes reclamando mirar de frente la realidad comicial. Alguno que otro más puso un pie en ese sendero. Pero Cristina Fernández clausuró ayer toda chance en ese sentido.

El discurso de hace horas en Tecnópolis no es digno de la mujer más votada de la historia argentina. La primera mandataria no se merece un relato como el que ella quiso escuchar. Porque, así ha de ser, Cristina se hablaba a sí misma como mirándose a un espejo deseado por su imaginación, hecho añicos por la realidad. Hablaba para sí, con prescindencia de quienes la escuchábamos. Si no, no se entiende.

Continuar leyendo