Siguen siendo los maestros, estúpido

Hace exactamente una semana usábamos esta columna para enviarle una carta a nuestra maestra de primer grado. Hace siete días le pedíamos disculpas. Quizá fuimos arbitrarios y egoístas. Visto lo sucedido en estas horas debimos haberle reclamado en letanía religiosa perdón en nuestro nombre y en el de los inquilinos del poder que supimos conseguir, ocupados (es metáfora), en solucionar la paritaria docente.

Hoy es el turno de la provincia de Buenos Aires en donde residen casi 6 de cada 10  maestros públicos del país. Pero no es patrimonio de ese distrito o de su  gobernador de turno. La política argentina ha decidido que, de norte a sur, con escasas sutilezas monetarias,  un maestro debe dar clases a los hijos de esta nación por 4700 pesos al mes. Si se quiere ser preciso mirando a la casa de gobierno de La Plata, esa suma recién se verá efectiva en los primeros días del mes de setiembre (por ahora, a conformarse con 4400) en un recibo de sueldo que seguirá cristalizando que el Estado puede pagar la mitad en negro, sin aportes jubilatorios ni a la obra social.

Se dijo hace una semana y se repite: tan mezquina inversión es poner negro sobre blanco la firma del fracaso de uno de los principales sentidos de la política. El de dar educación igualitaria, universal y de nivel a sus habitantes. Para eso sirve el Estado y la política. No para la megalomanía o discursos de perpetuidad tan frágiles como los argumentos que se cacarean en su nombre.

Nadie puede sostener en serio que con esos sueldos habrá modo de encontrar docentes en condiciones de ser los transformadores de las sociedades desiguales capaces de enseñar, dar de comer y contener a los alumnos que viven en uno de los tiempos sociales más violentos y con muchas exclusiones. Exigir el  “sacerdocio del docente”, (reclamo anacrónico para quien no vive de la fe sino del respeto por su vocación) al que cobra un poco más de 4000 pesos por mes es propio de un obtuso o de alguien de mala leche. Aplaudir el presentismo docente sin, por ejemplo, haber abierto la boca en un año de sesiones legislativas o corriendo para abordar el avión que te lleva a Europa en pleno período de trabajo del Congreso es una incitación al insulto.

Dicho todo esto, ratificado el pedido de disculpas a los maestros, se impone una pregunta. Es sólo pregunta y no amenaza tan contradictoria como lanzar una conciliación obligatoria (o se concilia o se acata por obligación). ¿Podemos pedirles a los docentes que revean su decisión de un paro por tiempo indeterminado? ¿Podemos compartir con ellos el deseo de los chicos más humildes de las escuelas públicas a ser iguales que los que pagan educación privada? ¿Podemos barajar el hecho de que la consecuencia de una huelga sin fecha golpea esencial y primeramente al eslabón más débil de la cadena de aprender, es decir a los alumnos? ¿Podemos invitarlos a que, otra vez, piensen ellos y pensemos nosotros (padres, hermanos e hijos integrantes de la tan meneada comunidad educativa) un modo distinto y creativo como la mítica carpa blanca de los 90 a manera de herramienta de defensa de sus pisoteados derechos? ¿Podemos sugerirles que nos ayuden a pensar como lo vienen haciendo desde hace tanto tiempo pero cargándose sobre sus solitarios hombros el derecho a los chicos a estar en clase?

Les ofrecen 4700 pesos y nos preguntamos si podemos sumarles el peso de otra pregunta, de otro pedido, de otro requerimiento. Y con vergüenza, la misma de hace una semana, intento responderme que sí. Puedo. Podemos. Podemos pedirles algo más a los maestros. Podemos pedirles que piensen en un no paro por tiempo indeterminado que deje afuera de las aulas, sentados en el cordón de la vereda, a millones de alumnos. Sin bajar los brazos hoy, acompañados por la mayoría, les pedimos. Porque uno sólo le pide al que respeta, al que admira, al que como en la historia (aquí sí, bíblica) de los talentos más recibió y más cosecha.

Uno espera de un maestro. De los otros, en su mayoría aprendices de la ineficiencia de tantos y tantos años,  ni siquiera aguarda la milagrosa esperanza que nace del cargo de conciencia por este destrato.

Soy facho, defiendo las penas

Hoy no hay margen para aplicar casi ninguna norma sancionatoria en la escuela pública sin que la misma no sea considerada fascista. En realidad y para ser más justos, si alguien propone discernir alguna pena en cualquier ámbito de la convivencia social es considerado casi siempre un autoritario. Para ganarles de mano a los bloggeros del “modelo” que se solazan comentando estas crónicas, precediendo sus dichos con los más variados epítetos rústicos, me anticipo diciendo que me banco por esta idea el rótulo de “facho”.

Creo que es acertada la decisión de apartar preventivamente a docentes y personal administrativo de la Escuela 3 del barrio de Monte Castro que parodiaron en un aula y frente a alumnos a Mauricio Macri y a Esteban Bullrich. Creo que el paro que lanzaron los gremios es una excusa para seguir haciendo política dentro de esa misma escuela y que toma como rehenes a los chicos y a los padres. Creo que respeta el principio de debido proceso aplicar el recurso previsto por la ley ante la flagrancia probatoria del video que muestra a los educadores en el colegio “jugando” a hacer teatro político frente a pibes desde los 8 años. La norma prevé la separación mientras dure el sumario y no es irrazonable aplicarla. Estos 6 docentes cobrarán sus sueldos en su totalidad y prestarán servicios en otra institución hasta la resolución final.

La actividad gremial debe ser siempre reivindicada aún en los tiempos en donde algunos creen que representan cabalmente a los trabajadores firmando que con 2875 pesos se alcanza un salario mínimo. Y, en especial, hay que defender la tarea de ennoblecer a los maestros, una de las profesiones más postergadas social y económicamente en nuestro país. Pero proponer como modo de tutela de los intereses profesionales un acto en una escuela pública, dentro del aula, parodiando burdamente a un político, no tiene nada que ver con eso. A eso se le agrega que se usa como involuntario público a alumnos de escuela primaria. No a una comunidad universitaria en donde es más propio este debate. ¿Qué pasaría si el caricaturizado fuera el o la Presidente de la Nación de turno? ¿Qué dirían los dirigentes que hoy propusieron un paro de 24 horas si se teatralizara la emisión de billetes en un colegio? ¿A dónde quedó la dignidad y potencia de la carpa blanca que supo maridar a todo el país digno con el oficio de enseñar parándose con guardapolvos blancos, artistas, dirigentes y ciudadanos de a pie frente al emblema de la ley?

Reaccionar con un paro por supuesta “persecución ideológica” ante una sanción legal y preventiva, es decir, sin definición aún, es exagerado e inconsistente.

A esta gestión de Mauricio Macri puede justificadamente achacársele la falta de algo novedoso (o incluso de convicción) en el compromiso por la enseñanza pública. También es cierto que su ministro Esteban Bullrich es uno de los que intenta revertir una dejadez generalizada en la educación argentina. Y lo hace con dispar resultado, sí, pero también con honestidad. Nada de esto habilita a que se use la escuela pública y a los alumnos que son confiados a ellas para montar un ramplón acto político. Hacer un paro es no poder reconocer que el “teatro” de la Escuela de Monte Castro fue un error y validar como aceptable que en clase, a cualquier hora, desde el primer grado se haga política partidaria. Porque de eso se trata.

Habrá que salvar las distancias pero hay que decirlo. Las barras bravas no son hinchas apasionados sino delincuentes, como dijo el valiente Javier Cantero. Los que sacan presos a los días de recibir condena para culturizarlos no son unos jóvenes románticos sino autores de irregularidades que cometen un error político y jurídico, como sostuvo Raúl Zaffaroni. Y, por fin, los docentes que jugaron a ser Macri y Bullrich no son luchadores gremiales sino empleados del estado que usaron como su propia tribuna política el espacio que es de todos.

Son, con diferencias obvias y notorias, infractores de la ley que, salvo que se quiera homenajear al gran Discépolo mezclándolos en un mismo lodo, todos manoseados, merecen una sanción. Así de sencillo, así de “facho”.