Clausuremos los “tenedores libres”

Ahora resulta que el Estado va a decidir cuántas copas de alcohol puedo yo tomar en un boliche. ¡Vamos bien! No descartemos que en las próximas horas se dedique a controlar la cantidad de achuras que ingiero en un tenedor libre (yo casi propongo que los prohíban en honor al colesterol bueno) o, por qué no, el número de horas de sueño que le dedico en días laborables. Y todo con la excusa de que los gobernantes se preocupan por nosotros. Demagogia “facha”. La nueva categoría que enmascara la intromisión del estado en la vida de los ciudadanos. 

Los buenos y bien intencionados legisladores del PRO Cristian Ritondo y Roberto Quattromano propusieron que en la ciudad de Buenos Aires se legisle prohibiendo las fiestas de “canilla libre”. Lo cuenta en una nota de Infobae Leo Tagliabue explicando las fundamentos. De aprobarse la iniciativa habrá fuertes multas y clausuras a los dueños de locales porque “procuramos evitar que los jóvenes caigan en la trampa de los especuladores que aplican estrategias de promoción y captación de clientes con promociones que apuntan al consumo abusivo de alcohol”, dicen los diputados. Además, agregan que la modalidad de la “canilla libre”  busca “darle forma de prácticas y valores positivos a la cultura del descontrol”. El descontrol, se aclara, es tomar mucho alcohol. No refiere a la ausencia de control de parte del Estado ineficiente al que se le escapa una tortuga como si fuera una liebre. Ejemplos de esto, abundan.

¿Hay alguna duda que existe un problema social ante la combinación de alcohol y manejo de automóviles? ¿Alguien pone en tela de juicio que la violencia entre nosotros se potencia con el consumo desmedido de alcohol y drogas legalizado de hecho ante la ausencia de controles? Claro que no. El problema se plantea cuando la solución a esta preocupación nace por entrometerse en la vida privada jugando al “papá Estado” y no en mejorar, aumentar y sofisticar los controles públicos sobre los excesos de algo que debería quedar en aquella esfera privada.

Al Estado no le incumbe saber si yo tomo demasiado alcohol o, todavía, si decido evadirme consumiendo drogas. Debe advertirme de modo eficiente y profuso de lo pernicioso y riesgoso para mi vida si hago eso. Pero si yo asumo esa actividad aún a costa de mi vida, los funcionarios no tienen derecho a regular mis decisiones tan íntimas. Salvo que como consecuencia de este accionar yo provoque perjuicios a terceros. Entonces sí el Estado debe aparecer. Si manejo borracho deberá impedirlo con controles de alcoholemia y, en lo posible, sancionarme de por vida ante un accidente grave. Si perturbo a terceros con alcohol o lo que sea, debe hacer cesar la molestia sobre mi congénere sofisticando los controles de inspección, prevención y finalmente represión de mi conducta pública. Pero meterse a decidir de antemano cuántas copas puedo tomar en un boliche es, aparte de ingenuo (por ser suaves), autoritario. ¿Creen en serio Ritondo y Quattromano que la gestión municipal que, por ejemplo,  no puede evitar la superpoblación en boliches habilitados para 200 y saturadas por 2000, que no es capaz de no permitir que caigan obreros de construcciones indecentes, van a poder contar los vasos de champagne que cada uno toma en los boliches porteños? ¿Pretenden constituirse en policías de los barman, contadores de despacho de tragos? Suena, por ser benévolos, ridículo.

El Estado no está para hacernos “buenas personas con hábitos recatados” (ruego se resalte a la enésima potencia el uso de comillas). Al menos, los Estados democráticos. Todas las expresiones del autoritarismo en la historia de la humanidad comenzaron por invadir los derechos individuales bajo el pretexto de mejorar la calidad ciudadana en busca de hombres y mujeres probos que fueran “ejemplo” para la sociedad. Pura expresión del fascismo que se sabe cómo terminó. No creo que estos dos legisladores actúen así con deliberación. Quizá con desconocimiento grave del tema.

La ciudad de Buenos Aires (y vale para todos) debería ser competente para detectar que si un borracho se sube a un auto sea detenido ipso facto y sancionado de manera ejemplar. Debería poder controlar que los mismos bolicheros que son clausurados acá por repetidos incumplimientos de seguridad, salubridad y demás no abran más allá  otros comercios tan irregulares hasta la próxima clausura. Debería dejarse de embromar con ideas retorcidas y empezar a hacer lo que tiene que hacer: cumplir con los controles existentes que, en muchos casos, brillan por su ausencia causando daños muchos veces irreparables.

Soy inocente, no quiero ir preso

La historia es más o menos así. El 1º de mayo, tipo 6 de la tarde,  fui a trabajar. El sacerdocio del periodismo y los medios que nunca descansan, pero ese es otro tema. Feriado nacional. Jueves puente  hacia un viernes 2 de mayo de descanso obligatorio. Nadie en la ciudad. A no ser los que seguían de caravana en fiesta ininterrumpida desde la noche anterior en Palermo Hollywood, territorio de mayor consumo de alcohol por metro cuadrado.

La escena se desarrolla en Humboldt casi Gorriti. Estaciono y ropero de cuatro puertas, dos metros de alto y ancho, con ciertas apariencias humanas (dice ciertas), se me acerca y me dice: “Son 40 pesitos, maestro”. Un trapito, con perdón de la ironía del diminutivo. Humboldt es de estacionamiento libre siempre. El 1º de mayo feriado, sin ninguna restricción para el estacionamiento en recuerdo de los mártires de Chicago. El ropero, con quien no daba discutir el homenaje a los precursores de las 8 horas laborales, tenía la amenaza grabada en su frente del tipo “si te pongo una mano encima es la última vez que ves esa calle y disfrutás del día no laborable”.  “Te agradezco”, le dije al hombre sin que él supiera que mi gratitud nacía de no haber sido sacudido ipso facto y no de la declinación de su amable pedido de 4 billetes con el Monumento a la bandera en el reverso. “Entonces deme 30 y arreglamos”, negoció.

Ya se contó en esta columna que dos legisladoras porteñas del Frente Para la Victoria proponen reglamentar al ropero, es decir, a los señores trapitos, que cobran ilegalmente por estacionar en un espacio libre.  Una de ellas, Claudia Neira, explicó en InfobaeTV que la idea es que “se pueda convenir con libertad” (sic) entre el automovilista y el señor ropero el monto, condiciones y disponibilidad de contribución hacia el trapito. Absolutamente factible, entendí en carne propia el 1º de mayo pasado.

Llegué  a mi trabajo y twitié, arrobando a Claudia Neira, sobre lo ocurrido. Inesperadamente ella me contestó preguntándome si había hecho la denuncia policial. Le respondí que justo en ese momento se me daba por ir a trabajar (¡también yo!) y que no me daban los tiempos. Que esperaba que ella como legisladora representante de los porteños, se ocupara del tema.

Y se ocupó, cómo no. Gracias  Claudia, “besis”, aprovecho para decirle. Ayer me enteré de que la Fiscalía general de la ciudad de Buenos Aires, instada por Neira,  me citará a declarar como víctima de los ilegales trapitos para que denuncie que fui apretado y que cuente lo que ya conté, como han hecho miles y miles de mortales que nos negamos a ser coaccionados por personas que invocan la necesidad para seguirnos metiendo la mano en el bolsillo ante la inacción de representantes del pueblo como Neira que se les ocurre cristalizar con un registro de cuidacoches esa misma situación indigna de exclusión a costa de 40 mangos de tu bolsillo. La Fiscalía no tiene más remedio. La legisladora notificó una contravención. Marche Novaresio a declarar. 

¿Podría Neira haberse constituido en el lugar (o en los estadios, lugares de recitales, calles de toda la ciudad, etc) y comprobar que no hay chance de pactar libremente con patoteros (la mayoría)? ¿Podría ella pensar que su ley es carente  de base real? ¿Podría suponer que no es justo para quien está en la calle que se piense en registrarlos para que sigan en la calle? ¿Tendría ella que imaginar que lo que hay que hacer es ser creativo y darles una chance en serio de superación, inclusión y evitar que lo irregular gane y, por ende, se regularice en base a la ley del más fuerte? Podría. En cambio, burocratizó la cosa y me mandó a mí (hoy soy yo, mañana sos vos, manso lector) a declarar a la fiscalía para que, como víctima (¡víctima de otra burocracia más!) declare lo que todos sabemos. Que hay trapitos. Que cobran en contravención con la ley. Que te aprietan si no pagás o te abollan el auto. En suma, que voy a declarar que el sentido común ha muerto. Al menos en uno de los representantes populares que cree que la demagogia es progresista.

¿Cómo me fue al final con el ropero? No pagué  y cundo volví me dijo. “Te salvás porque laburas en la tele. Pero que Pamela David me manda un saludito mañana”.  Todavía no hablé con Pamela. Pero seguro que ella me va a entender. ¿No?