Un tango que se baila de a tres

Luis Rosales

El Papa Francisco se mostró feliz en su llegada a La Habana, primera escala de su tercera gira americana desde que ocupa el trono de Pedro. No era para menos, este viaje  representa la culminación de una de sus mejores jugadas en uno de los cinco tableros de ajedrez donde él intenta cambiar los destinos de la Iglesia Católica y de toda la humanidad.  

Los Papas siempre influyeron -y mucho- en la geoestrategia y el diseño del poder mundial. Hace siglos, cuando eran príncipes temporales que gobernaban el centro de Italia y contaban hasta con ejércitos propios y también cuando subían o bajaban el pulgar a los monarcas y casas reinantes europeas. En aquellos tiempos en que basaban su mandato en la “Gracia de Dios”, el favor de su representante en la Tierra no era poca cosa. En la actualidad, los pontífices muchas veces usan su enorme influencia para bregar por la paz mundial y hasta para torcer o forzar decisiones de los principales protagonistas. Tal vez Juan Pablo II sea el último gran ejemplo, cuando con su alianza con Ronald Reagan y Margareth Thatcher, consiguiera abrir una grieta en Polonia, a través de su amigo Lech Walesa, provocando el colapso del régimen comunista y generando un efecto dominó que se expandió por detrás de toda la cortina de hierro y llegó hasta el centro mismo del poder soviético en el Kremlin.

Francisco sin dudas es el artífice del acercamiento entre las dos costas del estrecho de la Florida. Pero para que esto sucediera y pudiera convencer a las dirigencias de ambos países, no bastaba solo con la enorme admiración que le tiene Barack Obama o con la buena voluntad de los hermanos Castro, por más que hayan estudiado en colegios jesuitas. El primer presidente negro de la historia estadounidense “disfruta” los beneficios de ser un “pato rengo”, aquel que, terminando su segundo mandato, ya no tiene las exigencias de moderación que implica una posible re-elección. Normalmente la agenda exterior de Washington está muy influenciada por grupos de interés internos, con gran poder de lobby económico o electoral. En este caso, el ocupante del salón oval no necesita ni de sus recursos ni de sus votos y esto explica en parte que ahora se dedique a ir cumpliendo las promesas de campaña más audaces que hace casi ocho años tantas expectativas habían generado dentro y fuera de los EEUU. Los acercamientos con Irán y Cuba, el reordenamiento de las relaciones entre palestinos e israelíes, son virajes de política exterior que hasta hace algunos meses la acción de los grupos pro Israel o los Cuban-Americans de Miami, los habrían vuelto imposibles de llevar a la práctica. Obama quiere dejar su legado en la historia.

Pero el llamado papal al diálogo y la reconciliación llega en un momento en que los Castro también tienen oídos receptivos. El modelo en vigencia en la isla desde la consolidación de la revolución no cierra sin una fuerte ayuda externa. Al principio vino desde Moscú, cuando en plena guerra fría los soviéticos financiaban gustosamente a sus nuevos aliados, principal avanzada en el vecindario de su gran antagonista. Después del colapso por implosión de ese imperio, vinieron unos años muy duros hasta que, casi como un milagro caribeño, aparecía desde Caracas el inmensamente rico y carismático comandante Chávez. Nuevamente el respirador artificial externo, esta vez con petrodólares. La muerte prematura del bolivariano y la caída fenomenal del precio del petróleo obligaron a su sucesor, Nicolás Maduro, a suspender este asistencialismo ideológico, todo agravado por sus propios desaguisados internos. Por eso la convocatoria papal les viene como anillo al dedo. Esta vez serán los mismos dólares, pero desde su país de origen, los que salvarán a la economía y aliviarán al pueblo cubano. El tiempo ha pasado y ya casi no hay amenazas mutuas. La única invasión que puede esperarse desde el norte es la de las cadenas de hamburguesas o la de miles de turistas embadurnados con protector solar por el temor a quemaduras en sus pieles mayormente caucásicas.

Pero este tango especial y muy demorado en su inicio no hubiera sido posible sin la intervención del Papa argentino. Como todos  sus antecesores, Francisco brega por la paz, el encuentro y el diálogo entre los pueblos. Es un constructor nato de puentes. Lo hizo en Buenos Aires y ahora lo hace desde el Vaticano, aunque en este caso el Jesuita tal vez persiga un objetivo mucho más profundo y trascendente, una motivación de dimensión civilizatoria. Sabe que la cultura a la que pertenecemos, en la que nació y prosperó la Iglesia Católica romana, está en una profunda crisis mucho más existencial que económica. Entiende que para mantener su vigencia planetaria es imprescindible una renovación profunda de principios, valores y también de medios y caminos. Tal vez perciba que la única alternativa es ampliar la frontera incorporando Latinoamérica a la mesa de decisiones, como lo está haciendo la propia organización espiritual que él comanda desde la colina Vaticana. Que la altiva Europa se está secando en cuerpo y alma, que los EEUU solos no pueden, que los ricos del norte tienen que abrir las puertas a sus primos pobres del sur. Incorporando nuevas improntas y puntos de vista, trabajando por un sistema más justo, solidario y equitativo.

Convencer a los de allá, pero también a los de acá, como lo hizo con los Castro. Hacernos entender que debemos superar nuestros complejos y fobias adolescentes y decidirnos a ponernos los pantalones largos y jugar en serio, a que nos animemos a sentarnos en la mesa del poder real. Tal cual lo está haciendo él. Para ello tiene que conseguir remover todas las piedras en el zapato que impidan que nuestra civilización se pare y camine de vuelta. La enemistad cubano-estadounidense era una de ellas. Un obstáculo que alejaba, dividía y separaba al norte y sur de este continente. Francisco sabe que la tierra de dónde él viene, no sólo concentra la mayor cantidad de sus fieles católicos, sino que es el último reservorio de recursos e ideales que pueden oxigenar a toda esta civilización. Tal vez por eso está decidido a reconstruir este puente, que en esta semana él mismo se ha propuesto ser el primero en cruzar.

 

Co-autor de “Francisco, el argentino que puede cambiar el mundo”