Massa y el equilibrio democrático

Luis Rosales

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, como bien nos dice Rubén Blades con su marcado acento caribeño. Hace unos días nadie en su sano juicio podía prever un escenario poselectoral como el que la ciudadanía decidió este domingo. Ni los unos ni los otros imaginaban tener que estar en una situación en que cualquier resultado de ballotage es posible, aunque por esos avatares propios de la política el momentum claramente favorece a Mauricio Macri.

Ambos contrincantes tienen que salir a seducir a amplios segmentos de votantes que decidieron por otras opciones tanto en las PASO como en la primera vuelta. Obviamente, la parte del león se la lleva el más del 21% que obtuviera la coalición de Sergio Massa con José Manuel de la Sota.

Más allá del hecho cierto de que nadie es dueño de sus propios votos, la existencia de un caudal tan grande a conquistar necesariamente obliga a los dos competidores del ballotage a tener que hacer una serie de ajustes y cambios no sólo de maquillaje y marketing.

Massa consiguió mantenerse vivo y fuerte contra viento y marea por haber protagonizado una campaña muy atípica y singular, llena de propuestas, equipos y contenidos. Sus votantes lo eligieron principalmente por esa razón. Esto provocará, sin dudas, que en la caza de voluntades massistas tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri se esmeren mucho. Algo muy bueno per se para la claridad del mandato que se está gestando para los próximos años, pero que además puede contribuir a la superación de dilemas existenciales, de los frenos y los techos que ambas candidaturas principales atacan a la hora de tener que sumar la mitad más uno de los votos el 22 de noviembre.

Los mendocinos, que venimos de una sociedad marcada por la sana existencia de tres fuerzas políticas, sabemos de las enormes contribuciones que esto ha tenido al excepcional clima de respeto y moderación que impregna el estilo de aquella provincia cuyana, algo que muchas veces nos emparenta más a la realidad transandina que a las prácticas dictadas desde el Río de la Plata. El gobernador de Mendoza siempre tiene que negociar con las otras dos fuerzas, nunca detenta el poder suficiente para tomar decisión alguna sin el consenso de alguien más.

Scioli sufre el dilema de la frazada corta. Los argentinos ya le señalaron en dos oportunidades que con el discurso oficialista de continuidad casi sin cambios, más que algunos epidérmicos y de nombres, no alcanza. Su candidatura se mueve peligrosamente en los techos electorales del kirchnerismo, valores que, aunque nada despreciables, no son suficientes para ganar una segunda vuelta. Para perforarlos necesariamente tiene que apelar a los sectores independientes, dispuestos a aceptar la continuidad de varias políticas y programas, pero que quieren dejar atrás estilos confrontativos y prácticas no muy transparentes. Para eso se lo eligió. Alguien con la habilidad demostrada de haber sido por años el mejor oficialista y opositor al mismo tiempo. Talento que parecería haber perdido en los últimos tiempos de marcada alineación y disciplina ideológica. Lo que le sirvió para conseguir la candidatura oficial ahora no le alcanza para llegar a la Presidencia. El riesgo mayor que corre es tentarse por los cantos de sirena, que seguramente le recomendarán redoblar la apuesta K, apelando al éxito de la señora en el 2011, pero sin tener en cuenta que en aquel mítico 54% se incluía, además del núcleo duro, un enorme porcentaje de argentinos conmovidos por el sufrimiento de su repentina viudez.

Para Scioli la tarea de seducir a los filoperonistas del massismo le puede venir como anillo al dedo. Algo que únicamente él puede hacer dentro del oficialismo, pero sólo si los más duros lo dejan actuar y Cristina finalmente entiende que tiene que correrse del lugar de protagonismo.

Macri, por su parte, tiene que demostrarles a los argentinos que un hijo de Franco puede ser su presidente. Seguramente, en las últimas horas a la amplia mayoría le ha caído la ficha de la decisión tomada el domingo y empieza a ver por primera vez como factible esta posibilidad. Algo que nunca le fue fácil al ingeniero y que le demandara varios años de intentos para lograrlo en la ciudad de Buenos Aires. El recuerdo fresco del ballotage de hace apenas unas semanas alimenta esta aseveración. Cuando se unieron todos contra él, hasta los propios porteños casi le dan la espalda.

Además, la conquista de los votos del tercero en discordia puede servirle al líder y fundador del PRO para dejar en claro que esta vez está dispuesto a compartir y abrir el juego. Para demostrar que finalmente valora la política y a los políticos, que ante la posibilidad del premio mayor supera la cultura empresarial y corporativa que lo ha conducido bien hasta este punto, pero que no alcanza para gobernar un país complejo como el nuestro. Algo que muchos hemos experimentado en carne propia, en mi caso cuando fui candidato en coalición con el PRO durante mis aventuras políticas mendocinas de los últimos años.

Seducir a Massa, de la Sota y sus seguidores no sólo exigirá de Macri compartir realmente algo del poder, cosa que nunca le resultará fácil, sino que también le permitirá vestirse un poco más con ropajes peronistas, movida imprescindible para la gobernabilidad futura de su alianza. Así, aventará los temores generados por su antecedente previo que llevara al gobierno a Fernando de la Rúa allá por 1999.

Contribuciones enormes del tigrense que obligarán a ambos bandos a superar obstáculos, remover maquillajes electorales e ir más a los temas de fondo para transparentar mensajes y propuestas específicas. Mantener una tercera fuerza es una responsabilidad muy grande que, más allá de la decisión concreta que se tome en las próximas horas en relación con el ballotage, puede darle a la Argentina el equilibrio necesario para construir un sistema de consensos y descartar en el futuro las habituales tentaciones hegemónicas. Por todo esto, nuevamente gracias, Massa.