Debemos replantear la lucha contra el narcotráfico

Marcelo Romero

“¿Quién sería tan necio o depravado

como para no considerar importantísimo

que las sociedades se esmeren en consolidar

la eficiencia de la Justicia…?

Marcos Aguinis. “Elogio de la Culpa”  (1)

 

El constante aumento de los índices delictivos, como asimismo el alarmante incremento del uso de la violencia en las distintas formas de comisión criminal, ambos guarismos negados desde el Poder, imponen una serena pero urgente reflexión por parte de quienes integramos el Sistema Penal del Estado. 

En esta oportunidad, no podrá eludirse uno de los temas tabú por excelencia: el narcotráfico, la narcocriminalidad y el combate -y fracaso- del Estado Argentino frente a esta problemática.

Cada vez que surge el tema de la droga y su directa incidencia en el comportamiento criminal, aparecen posturas irreductibles, discusiones de cafetín, ofendidos y ofensores, etcétera.

Algunos, tal vez por esnobismo, enarbolan posturas pretendidamente “progresistas”, exigiendo la despenalización del consumo de estupefacientes, como gran solución a la problemática,  y citan a Michel Foucault y a Antonio Escohotado a discreción, aunque muchas veces no entiendan ni jota…

Otros, en cambio, se alistan en las corrientes de “mano dura” y “tolerancia cero” de Rudolph Giuliani y William Bratton, olvidándose que dichas políticas se ennmarcan en un contrato social, donde no es el Estado el que impone la “dureza”, sino la comunidad jurídicamente organizada quien la reclama a sus dirigentes.

Mientras tanto, la droga sigue envenenando a nuestros jóvenes y está ahí, al alcance de la mano. Es evidente que la eficacia de las leyes nacionales de represión del narcotráfico, deja mucho que desear.

La pésima técnica legislativa utilizada, la falta de recursos materiales y humanos, y la carencia de grupos policiales especializados en materia de drogas en los puntos neurálgicos de la República, conspiran contra una correcta o, a lo sumo, aceptable aplicación de la norma.

Valgan como ejemplos los innumerables “megaoperativos” policiales –siempre autotitulados “xx blanca o blanco”, en un alarde de sobrehumana imaginación- con múltiples detenciones, allanamientos espectaculares, secuestros, decomisos, quema de sustancias prohibidas, etc., etc. Cuando los hechos motivos de investigación son llevados a juicio oral y público, toda aquella parafernalia de gente presa y droga secuestrada se transforma en groseras nulidades procesales, producto de supinas violaciones a las mínimas garantías constitucionales, y como resultado final la libertad de todos o casi todos los detenidos, la libre absolución de los inculpados… Y la terrible sensación de impunidad e injusticia…

Por otra parte, ¿acaso existen grandes o medianos narcotraficantes presos? ¿O simplemente van a la cárcel los últimos y penúltimos integrantes de la infame cadena? La respuesta es más que obvia…

No podrá hablarse –como irresponsablemente lo hicieran ciertos funcionarios públicos- de “sensación” con el problema de la droga. Basta recorrer cualquier ciudad, un sábado por la noche para observar –con una tristeza gigante en el alma- a jovencitos y jovencitas, casi niños, completamente “pasados” de droga y alcohol.

Jóvenes delincuentes, apenas cumplida la mayoría de edad, llegan detenidos a las comisarías, fiscalías y juzgados en un estado de excitación tal, que solamente la marihuana la cocaína, el paco o cualquier otra porquería pueden causar…

Tal vez hayan robado –o matado- por doscientos pesos…, el precio de una dosis de droga en los innumerables puestos de venta existentes en las ciudades y sus alrededores.

Pero la verdadera discusión sigue ausente. Seguimos debatiendo si debe sancionarse o no el consumo de drogas –intentando equiparar nuestra subdesarrollada Latinoamérica con Holanda, Suiza o Alemania- quedándonos en esa controversia, orgullosos… Como si hubiésemos descubierto la pólvora.

En tanto, los narcotraficantes ingresan y egresan de la República con tanta facilidad como un ama de casa al almacén del barrio, intoxican a nuestros jóvenes y continúan lavando sus activos.

La Gendarmería -policía de fronteras- cuidando autopistas urbanas… La Prefectura -policía de las aguas- cuidando barrios chic… ¡Sólo falta la Policía de Seguridad Aeroportuaria cuidando los lagos del sur! 

Este es el momento histórico de replantear el combate contra las drogas, lejos de demagogias y posturas esnobistas. Sin “importar” ideologías e institutos de otras latitudes, con realidades socioculturales e idiosincrasias totalmente distintas a las nuestras.

Aceptar desde el Estado nuestras culpas y fracasos en la lucha contra el narcotráfico y su incidencia en la criminalidad, es un buen comienzo. De este modo, demostraríamos humildad en nuestra función y respeto por la Comunidad que nos sostiene…

Lo contrario es soberbia y altanería…Y los narcotraficantes seguirán festejando.

 

(1) Ed. Planeta, Bs. As. 1993, pag. 37