Consecuencias políticas del veto

María Herminia Grande

Parecería que las leyes laborales signan a los gobiernos democráticos de los últimos años. Ley Mucci, Banelco, ahora, ley veto, dado que la ley antidespidos terminó en el primer veto del presidente Macri. Lo cierto es que nunca el resultado de una decisión política es inocuo. La ley Mucci esencialmente buscó un reordenamiento para acotar el poder sindical del peronismo. Raúl Alfonsín debió, luego de este intento frustrado, concretar un pacto social dándole al sindicalismo el Ministerio de Trabajo: Carlos Alderete surgió de este acuerdo. La ley Banelco, o llamada de precarización laboral, mostró la fractura expuesta de la deshonra en el Senado de la nación, luego de que el sindicalista Hugo Moyano lo denunciara contando lo dicho por ex ministro Alberto Flamarique, con lo que enlodó para siempre al Gobierno de Fernando de la Rúa.

Con los presidentes Kirchner no hubo ley de por medio; algunos se fueron de entrada (Luis Barrionuevo), otros luego (Hugo Moyano), por el ninguneo en el manejo de los dineros de las obras sociales y la escasa presencia de representantes obreros en las listas de diputados nacionales.

La ley vetada esta semana no terminaba de convencer, como ya lo he mencionado, al sindicalismo en general. La preocupación pública de los actores sindicales quedó expuesta en los seis puntos que acordaron las tres cegetés y las dos centrales sindicales, leídos por Juan Carlos Schmid en el multitudinario acto del 29 de abril pasado.

El encargado principal de acercarle al Presidente alternativas para rechazar lo que sancionarían las mayorías en el Congreso fue Ernesto Sanz. Llegó a sugerirle no sólo la abstención sino incluso, de ser necesario, hacer votar a Cambiemos el proyecto del Senado para rápidamente vetarlo. Mauricio Macri escuchó y luego decidió la abstención.

La ley antidespidos o ley veto es el puntapié inicial para la reformulación de alianzas políticas. El mensaje que Macri pareció transmitir es: “Yo hago lo que digo que voy hacer”. Por un lado, negoció vía Rogelio Frigerio con los gobernadores (un poder real del peronismo) y, por el otro, se aseguró de que las tres cegetés no respondieran a lo Saúl. Macri, ya lo he escrito, tiene con ellos una relación de viejos conocidos. El sindicalismo tiene fecha de unidad para el próximo 22 de agosto y cuenta con la promesa del Gobierno de cumplir con la deuda de obras sociales y el fondo compensador para el mismo mes.

En un único acto, el ingeniero Presidente hirió casi sin necesidad públicamente a dos circunstanciales aliados. Miguel Ángel Pichetto y Sergio Massa son de la oposición, pero facilitadores al fin cuando los temas lo ameritan. En cuanto a Pichetto, le enrostró su doble discurso político y, en el caso de Massa, lo calificó como un pícaro de la política. El destrato político no es buen consejero y mucho más cuando, como me decía hace quince días Graciela Camaño: “Macri nos necesita, esto recién comienza”. Una lectura que seguramente habrá evaluado el Presidente antes de emitir su veto es que la fortaleza de su coherencia puede convertirse en debilidad cuando especialmente los inversores externos, a los que el Gobierno espera, lean o puedan leer que su veto es sinónimo de no control del Congreso nacional.

La Iglesia viene advirtiendo sobre la gravedad de distintos flagelos que atraviesa nuestra Argentina: por la vulnerabilidad en las adicciones, en la infancia, en los jóvenes ni-ni, en la tercera edad. Y en este fin de semana alertó sobre la precariedad laboral. La Iglesia sigue siendo la voz no negociable del dolor en Argentina.

Hasta la década del ochenta, el salvoconducto para abandonar la pobreza era conseguir un trabajo. La dignidad del trabajo permitía ese salto cualitativo. Entre otras cosas, la década del noventa cambió este paradigma y surgió entonces la novedad de asalariados registrados pobres. La precariedad laboral con bajas retribuciones provocó este efecto. Lamentablemente, a lo largo de estos años, específicamente desde el 2008 hasta hoy, no hubo mejora sustancial en cuanto a la brecha de desigualdad, que nunca se retrotrajo. Sí lo hizo la desocupación, que de aquel 21% en el 2001-2002 logró bajar a un 7%-8% de desocupación real en el 2008. El licenciado Eduardo Donza, del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, me decía: “Sin la ayuda del Estado, el 5%-6% de indigentes que hoy existe increíblemente en Argentina se duplicaría”.

Entre diciembre del 2015 y marzo de este año se fueron del sistema alrededor de cuatro mil millones de dólares. Si este ritmo continuase, se irían al cabo de un año 12 mil millones de dólares por falta de confianza. Esto representa casi la mitad de las reservas existentes. Otro gran alerta para el Gobierno. Todo indica que de esta encrucijada se debe salir con expansión económica y no con ajuste. El Presidente es un hombre pragmático y fuerza sus convicciones hasta el límite de las posibilidades, luego emprende otro camino. Ejemplo: la designación vía decreto de los ministros de la Corte Suprema de Justicia. Seguramente, si en agosto o septiembre no obtiene los resultados que busca, propiciará un cambio de gabinete. Por las dudas, si piensa en Ernesto Sanz, sólo aceptará si el casillero de la jefatura de gabinete queda vacante.