El eterno retorno de la Petropolítica

Mariano Caucino

Una vez más, el petróleo se está convirtiendo en estos días en un decisivo actor global. La caída del precio del petróleo compromete el equilibrio presupuestario de varios países cuya economía está atada decisivamente al producto de la renta energética. Algunas de estas naciones se encuentran en el centro de los conflictos mundiales de nuestros días: Irak, Siria, Rusia y, en nuestra región, Venezuela. 

Empujado por una retracción en la economía china, la persistencia del estancamiento europeo y el decidido camino emprendido por los EEUU para alcanzar el autoabastecimiento energético, el precio del petróleo ha experimentado una baja considerable en las últimas semanas.

La dependencia de la importación petrolera es significativa en el caso de China: el 61 por ciento de sus requerimientos de combustibles deben ser adquiridos en el extranjero. En el caso de India, importa el 75 por ciento de su energía.

La política de Arabia Saudita parece confirmar la preferencia por la conservación de un porcentaje decisivo del mercado global a costa de sacrificar precio.

Para Rusia, la caída del precio del petróleo agrega problemas adicionales a los que enfrenta su economía ante las sanciones impuestas por el gobierno norteamericano y las autoridades europeas por su activa política en el conflicto ucraniano desatado a comienzos de este año. Al borde de la recesión, tal como calificó The Economist a la economía rusa el pasado 4 de octubre, el presidente Vladimir Putin reconoció hace pocos días que el presupuesto de la Federación Rusa está comprometido por el derrumbe del precio del petróleo. La renta energética -petróleo y fundamentalmente gas- explica una parte esencial de los ingresos del Estado ruso.

La dirigencia de Moscú advierte que la política seguida por Arabia Saudita puede complicar seriamente la economía -y por lo tanto la política- de Rusia, en mucho mayor medida que las sanciones impuestas. El Kremlin no ignora las consecuencias que tal política puede tener: en los años 80, una actitud similar terminó de descomponer la economía soviética. Las reminiscencias con el fin de la Guerra Fría no escapan a nadie. 

Thomas Friedman reflexionó hace pocos días en The New York Times: “¿Es sólo mi imaginación o hay una guerra petrolera global entre los EEUU y Arabia Saudita de un lado y Rusia e Irán del otro? No podemos estar seguros si la alianza petrolera americana-saudí es deliberada o solo una coincidencia de intereses, pero, si es explícita, están claramente tratando de hacerle al presidente ruso Vladimir Putin y al líder supremo iraní, el Ayatola Ali Khamenei, exactamente lo mismo que los americanos y saudíes hicieron a la Unión Soviética: bombearlos hasta la muerte, quebrarlos derrumbando el precio del petróleo hasta niveles en los que Moscú y Teherán desequilibrarán sus presupuestos“. El Pravda lo advirtió tempranamente. El 3 de abril de esta año tituló: “Obama quiere que Arabia Saudita destruya la economía rusa”.

Como es sabido, durante el gobierno del presidente Ronald Reagan (1981-1989), la administración norteamericana aumentó sus gastos de defensa con el indisimulado objetivo de obligar a sus contrincantes soviéticos a exigirse esfuerzos económicos imposibles de satisfacer para mantener una cierta equidad armamentística. Los EEUU contaron entonces con la inestimable colaboración de sus aliados: en 1985, al aumentar la producción de dos millones de barriles diarios a diez, Arabia Saudita provocó una caída del precio de 32 a 10 dólares, constituyendo ésta una de las causas centrales del derrumbe del imperio soviético pocos años más tarde.

Con un barril de petróleo a 81,84 dólares para el mercado norteamericano, la cotización refleja una caída de 20 por ciento respecto a la de junio de este año. El Wall Street Journal señaló el pasado día 15 que las familias norteamericanas estarían en condiciones de ahorrar hasta cincuenta dólares mensuales a raíz de la caída del precio del combustible experimentado desde junio, cuando el galón costaba un promedio de 3,17 dólares hasta caer por debajo de los 3 dólares. Los Estados Unidos parecen estar entrando en una etapa de abundancia energética: en los últimos diez años, aumentaron su producción petrolera en un 56 por ciento.

Es el caso de Venezuela, la debilidad de su economía exhibe hoy un presupuesto que requiere de un barril de petróleo de 121 dólares para no entrar en déficit. En ese contexto, la posibilidad de que el régimen chavista -hoy en manos de Nicolás Maduro- entre en una zona de turbulencia política-económica mayor a la actual no parece descabellada. La continuidad de la aventura bolivariana, iniciada en 1999 con el acceso al poder del coronel Hugo Chávez Frías, depende fundamentalmente de la corriente de recursos extraordinarios proporcionados por la renta petrolera. Al momento de alcanzar la presidencia de Venezuela, hace tres lustros, Chávez contaba con precios del petróleo que no superaban los veinte dólares por barril. Como es sabido, disfrutó durante más de diez años de aumentos extraordinarios en la cotización del crudo, que llegó a 145 dólares en 2008, el año de la crisis económica global.

La política de dispendio de recursos y mala administración de la riqueza venezolana ha llevado al absurdo de que el país deba importar combustibles para abastecer su consumo interno a la vez que el inmenso gasto público insostenible ha llevado al gobierno bolivariano a emitir sin control alcanzando el 60 por ciento de inflación anual, la tasa más alta del mundo. Los desquicios del manejo del gobierno de Caracas han llevado a The Economist el pasado 20 de septiembre a calificar a Venezuela como “probablemente la economía peor administrada del mundo”. Quizás la muestra más acabada de esta triste realidad esté en la fenomenal huida de capitales que experimenta el país: las reservas internacionales cayeron de 30 a 20 mil millones de dólares entre enero de 2013 y 2014. El déficit fiscal, en tanto, asciende al 17,2 por ciento del producto bruto interno. La ineficiencia estructural del modelo chavista ha llevado al absurdo de que el país produce hoy un 40 por ciento menos de petróleo que en 1997, según datos oficiales del propio Banco Central.

En el caso de Angola, por debajo de 98 dólares por barril, su economía ingresa en déficit presupuestario. En Ecuador, la dependencia del petróleo llevó al socialista Rafael Correa a retornar a la OPEP, en 2007, a pesar de su política de restringir la participación del capital privado en el sector hidrocarburífero. De acuerdo a un estudio del Citigroup, para tener un presupuesto equilibrado en 2014 Rusia necesita que el barril suba a 105 dólares, Irán a 130 dólares, y Arabia Saudí y Qatar, a 89 y 71, respectivamente. Países como Nigeria y Libia también se hallan comprometidos por esta realidad.

Después de haber repetido el experimento de aumentar hasta el infinito el gasto público, como en los años 70, desafiando las lecciones inevitables de la historia, recostándose en modelos de monoexplotación económica, los gobiernos dependientes de los recursos energéticos podrían enfrentar dificultades insospechadas hasta hace no demasiado tiempo.

La realidad, esa inexorable visitante que tarde o temprano nos alcanza, parece estar confirmando -una vez más- las limitaciones materiales de una política basada en la renta derivada de la explotación de recursos naturales descuidando la diversificación de las economías.