El golpe contra Frondizi y una oportunidad perdida

En un día como hoy, pero en 1962, era derrocado el presidente Arturo Frondizi. Su deposición por parte de las Fuerzas Armadas constituyó una lamentable oportunidad perdida. El golpe final del Ejército contra el Presidente desarrollista puso fin a una acción de gobierno transformadora y de vanguardia.

Incomprendido en su tiempo, actualmente Frondizi y el desarrollismo están de moda. Dos décadas han transcurrido desde su muerte y casi seis desde su asunción como presidente, en 1958. Acaso como nota destacada en un país plagado de frustraciones y sueños incumplidos, Arturo Frondizi se ha convertido en el modelo de estadista preferido de la casi totalidad del sistema político argentino. El propio Mauricio Macri tuvo durante años un gran retrato de Frondizi en un lugar privilegiado de su despacho de jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y ha repetido infinidad de veces que don Arturo, como se lo llamaba, era su modelo inspirador en la política.

Pero no sólo el Presidente exalta a Frondizi como ejemplo a seguir. Peronistas, radicales, liberales, conservadores y progresistas lo destacan. El hecho es revelador del notorio efecto del paso del tiempo sobre la realidad de las cosas: en su momento Frondizi era atacado por izquierda y derecha e incomprendido por prácticamente todos los actores políticos contemporáneos. Continuar leyendo

Ni vencedores ni vencidos, 60 años más tarde

Aunque parecen haber quedado en el olvido de un lejano pasado, los sucesos del 13 de noviembre de 1955 merecen ser recordados por su enorme significación en la historia política argentina al punto que algunos de sus efectos siguen teniendo influencia al día de hoy.

Habían transcurrido poco menos de dos meses del derrocamiento del Gobierno del general Juan Domingo Perón cuando el primer presidente del gobierno surgido de la llamada “Revolución Libertadora” fue víctima de un golpe de palacio.

La caída del general Eduardo Lonardi tuvo alcances que superaron con creces el hecho en sí mismo. En las semanas anteriores, se habían perfilado claramente dos corrientes en el seno del Gobierno militar. Por un lado, aparecían aquellos de tendencia nacionalista dispuestos a una cierta tolerancia con el peronismo y los sindicatos y, por otro lado, los liberales (“gorilas”), quienes manifestaban una completa intolerancia al movimiento peronista y buscaban erradicar todo vestigio del régimen depuesto. Como es sabido, la lucha interna en el Gobierno se resolvería con el triunfo de este último sector, precisamente en la fecha del 13 de noviembre, de la cual se cumplen en estos momentos sesenta años.  Continuar leyendo

El regreso de Cuba a la OEA y el recuerdo de Frondizi

El reciente acuerdo para reanudar la relación bilateral entre Washington y La Habana y la vuelta de Cuba al sistema interamericano de la OEA parecen ser el resultado del reconocimiento del fracaso de cinco décadas de aislamiento a ese país. El embargo impuesto en octubre de 1960, en definitiva, no sirvió a nadie salvo a Fidel Castro, a quien le facilitó el recurso remanido de echarle la culpa de todos los males al imperialismo norteamericano. Un argumento tan falaz como oportuno para las necesidades del dictador.

Al triunfar la revolución contra el régimen de Fulgencio Batista y al tomar La Habana, en las primeras horas de 1959, Fidel Castro instauró una dictadura personal que lleva ya cincuenta y cinco años de duración. Dicen que pocos días después de los hechos, Nikita Kruschov fue consultado sobre si creía que Castro era comunista. El líder soviético respondió: “Castro no es comunista, pero los americanos harán de él uno muy bueno”.

Lo cierto es que en julio de 1960, la Unión Soviética anunció su respaldo militar al régimen castrista. Fidel por su parte se declaró “marxista leninista” y dijo que lo sería “hasta el final de mis días”. Debe reconocerse que cumplió: la suya fue la tiranía comunista personal más larga de la historia.

En tanto, en la Argentina, los hechos conmovieron al país. En ese mismo mes de enero de 1959, el presidente Arturo Frondizi realizó su viaje inicial a los Estados Unidos. Se trataba de la primera visita de un Jefe de Estado argentino a Washington. Frondizi planteó su inquietud por la situación cubana: en la Casa Blanca, le dijo al presidente Eisenhower que “Castro no es un Betancourt con barba”. Oscar Camilión escribió en sus Memorias (Planeta, 2000) que el presidente argentino “se encontró con una gran indiferencia” y que Eisenhower respondió con la frase de Jefferson de que el árbol de la libertad hay que regarla a veces con sangre, y que la dictadura de Batista había sido tan violenta y corrompida que era comprensible que se hubiera producido una reacción de ese tipo. Castro llegó a ser recibido en Nueva York como una figura que encarnaba los mejores ideales de la libertad y la democracia en América Latina.”

En las Fuerzas Armadas, el hecho de que varios altos mandos del Ejército cubano fueron fusilados en las primeras horas del triunfo revolucionario tuvo un gran impacto y acrecentó naturalmente el temor ante el comunismo. La Cuba de Castro envenenaría por décadas la política latinoamericana. Decido a “exportar la revolución”, el régimen financiaría y entrenaría a los movimientos guerrilleros que asolaron la región durante los treinta años siguientes.

El gobierno de Frondizi, en tanto, intentó inicialmente proteger la autonomía de la isla y respetar su soberanía ante la insistencia norteamericana de excluir a Cuba de la Organización de Estados Americanos (OEA). Para el desarrollismo, Cuba era víctima del subdesarrollo, una de sus principales preocupaciones y, en su visión, la causa de la expansión del comunismo en la región.

Los hechos se precipitaron en la cumbre interamericana de Punta del Este, en agosto de 1961. La reunión, convocada para fortalecer la “Alianza para el Progreso”, lanzada por el presidente Kennedy meses antes, mostró la división que en el seno del sistema americano había causado la situación cubana. El representante de Cuba, Ernesto “Che” Guevara, no adhiere. La delegación argentina la integraban, entre otros, Roberto Alemann (ministro de Economía), Oscar Camilión (subsecretario de Relaciones Exteriores) y Arnaldo Musich, Leopoldo Tettamanti, Orlando D´Adamo y Horacio Rodríguez Larreta, asesor del canciller y padre del actual candidato del PRO. Alemann recordó que “la confrontación entre los Estados Unidos y Cuba dominó la Conferencia con la clara alternativa de las democracias con libertad, estabilidad y progreso económico y social por un lado y la tiranía cruel, los fusilamientos entonces en boga de los opositores al régimen, la expatriación forzada de centenares de miles de cubanos a Miami y otras partes, el sometimiento del pueblo, la expoliación del trabajo con salarios miserables, el aislacionismo, la violencia interminable y la organización militarizada de la sociedad”.

Horas más tarde, Guevara realizó su viaje secreto a Buenos Aires, donde fue recibido por Frondizi. La presencia del “Che” en Olivos, descubierta por los servicios de inteligencia, provocó una nueva escalada en el conflicto interno entre el presidente y las fuerzas armadas. La reunión tendría consecuencias decisivas en el proceso político argentino: acelerarán la disconformidad de las fuerzas armadas con el presidente Frondizi en quien ven a un “cripto-comunista”. La Prensa comentó que Frondizi “mantenía reuniones esotéricas con líderes del comunismo internacional”.

Pero ¿qué motivó a Frondizi a complicarse como mediador en la crisis entre Cuba y Estados Unidos? El presidente argentino habría comprendido que la revolución cubana era irreversible pero que debía perseguirse el compromiso de que no buscaría exportarla. La historiadora Celia Szusterman relata en su biografía sobre Frondizi que “en 1963, Guevara le contó a Ricardo Rojo que Frondizi sólo había querido obtener la promesa de que Cuba no ingresaría en el Pacto de Varsovia. Guevara respondió que la URSS no les pedía eso”. Oscar Camilión cree que haber recibido al Che Guevara fue un grave error por parte de Frondizi. Así lo expresó: “Me pareció que la iniciativa no tenía ningún sentido, porque el costo interno era incomparablemente superior a cualquier tipo de beneficio internacional que la Argentina pudiera recoger. Hasta el día de hoy no logro comprender por qué Frondizi dio ese paso, que fue muy mal visto por las Fuerzas Armadas y contribuyó a acrecentar la tremenda desconfianza que existía”. Frondizi había incursionado en un juego peligroso.

Sin embargo, en el carácter estratégico de su pensamiento, Frondizi tuvo razón: la exclusión de Cuba del sistema americano la arrojó a brazos de los soviéticos. Frondizi, incomprendido en su tiempo, sospechado de “cripto-comunista” o “cripto-peronista”, fue derrocado en marzo de 1962 y sus aciertos recién fueron reconocidos décadas más tarde. Su caída representó una más de nuestras auto-derrotas nacionales y una prueba de nuestra incapacidad como sociedad de entender la historia con un sentido acumulativo y no de venganza.

Cinco décadas más tarde, la reapertura de las relaciones entre EEUU y Cuba y el regreso de esta al sistema interamericano, coronada en la reciente cumbre de Panamá, revelan hasta qué punto el tiempo es un factor implacable de la historia.

El imperativo vigente del desarrollo

Entre 1958 y 1962, la experiencia del gobierno desarrollista de Arturo Frondizi puso en práctica transformaciones de envergadura histórica en nuestro país que no fueron valoradas entonces y recién fueron reconsideradas décadas más tarde. Junto al presidente Frondizi actuó entonces una figura singular: Rogelio Frigerio, de quien se cumplieron en estos días cien años de su nacimiento.

Frondizi y Frigerio, ambos brillantes, polémicos, inquietos y a menudo incomprendidos por sus contemporáneos, llevaron adelante una política de avanzada en casi todos los planos. En materia política, al llegar a la conclusión de que el peronismo era un hecho irreversible en la historia argentina y que las conquistas alcanzadas por el movimiento obrero tenían un carácter trascendente a la obra de un gobierno, impulsaron la integración con esa fuerza popular, mucho antes que el recordado abrazo Perón-Balbín que tardaría muchos años más en llegar. Balbín comprendió en 1972 lo que Frondizi había entendido casi veinte años antes.

Frondizi-Frigerio realizarían la más extraordinaria política de desarrollo de infraestructura: en menos de tres años la Argentina conseguiría alcanzar el autoabastecimiento energético, a través de una política de atracción de inversiones extranjeras indispensables. Ya hacia el final de su gobierno, el propio general Juan Domingo Perón había advertido la necesidad de convocar al capital norteamericano para explorar y explotar el petróleo en el país. Desgraciadamente, el contrato con la California de Petróleo (Standard Oil) fue dejado de lado apenas derrocado el gobierno peronista por parte del régimen surgido de la Revolución Libertadora. Del mismo modo, en una decisión a todas luces errada, el gobierno del Presidente Arturo Illia anularía los contratos petroleros en noviembre de 1963.

Frondizi y Frigerio, además, convocaron a los mejores hombres para integrar el gobierno. Al hacerlo, no miraron sus pertenencias partidarias sino su capacidad y solvencia para cada una de las funciones que desempeñarían, cumpliendo el mandato constitucional que exige a la “idoneidad” como requisito de acceso a la función pública.

Entre 1958 y 1962, Frondizi desplegó intensamente lo que más tarde se dio en llamar “diplomacia presidencial”. Antes de asumir, como mandatario electo, realizó una intensa gira por la casi totalidad de los países latinoamericanos. En enero de 1959, se convertiría en el primer presidente argentino en viajar a Washington: se entrevistó allí con el general Dwigt Eisenhower. Más tarde realizaría otras dos visitas a EEUU (en septiembre y diciembre de 1961) cuando se reuniría con el presidente John F. Kennedy. En 1960 durante una gira por las principales capitales europeas, sorprendería al propio general Charles de Gaulle, quien le recomendaría a Konrad Adenauer “no dejar de hablar con este presidente latinoamericano que acabo de conocer y me ha impactado con su talento”. La modernidad del pensamiento y la acción de Frondizi lo llevaría (¡en 1961!) hasta la India, Tailandia y Japón.

La revolución cubana de 1959 estallaría en medio del gobierno de Frondizi. Llamada a envenenar para siempre la política hemisférica, la Cuba de Castro complicaría al presidente argentino. En agosto de 1961, al recibir al Che Guevara -entonces ministro cubano- Frondizi cometería una peligrosa imprudencia que pondría en riesgo las siempre hiper-delicadas relaciones que su gobierno mantuvo con las Fuerzas Armadas. Enfrentaría la incomprensión de quienes vieron en ellos a “cripto-comunistas” sin advertir que era el de Frondizi el gobierno más pronorteamericano de la historia argentina.

En marzo de 1962, la administración frondicista habilitaría la candidatura de la fórmula peronista Framini-Anglada para competir por la gobernación de Buenos Aires. El binomio justicialista se impondría en las cruciales elecciones del 18 de marzo y esta realidad resultaría intolerable para la reacia mentalidad de la cúpula militar de entonces. La suerte del gobierno estaba echada: diez días más tarde Frondizi sería derrocadao, en medio, una vez más, de una indiferencia general de la sociedad.

Frondizi y Frigerio, quizás, estaban adelantados a su tiempo. Oscar Camilión siempre relata una anécdota que le sucedió el mismo día en que Frondizi juró como presidente, el 1 de mayo de 1958. Al terminar de escuchar el discurso con que el nuevo mandatario se dirigió a la Asamblea Legislativa, Camilión le preguntó a un amigo qué le había parecido. “Creo que es el discurso del primer ministro sueco en 1980″, le contestó.

Esta evocación, lejos de constituir un mero recuerdo de carácter histórico, permite reflexionar una vez más sobre las necesidades pendientes de nuestra Argentina. Frondizi y Frigerio denominaron “Movimiento de Integración y Desarrollo” al partido con el que buscaron impulsar sus ideas una vez de vuelta en el llano, a mediados de los sesenta. Dos consignas que siguen siendo, en la actualidad, metas fundamentales de nuestro tiempo.

Paz y administración, un imperativo vigente

Se cumplen hoy, 19 de octubre, cien años desde el fallecimiento del general Julio Argentino Roca, conquistador del desierto, dos veces presidente constitucional y constructor fundamental del Estado Nacional. Roca es, pese a las demonizaciones y falacias, el más grande estadista del siglo XIX.

La operación de ocupación de las vastas tierras que hoy forman las provincias patagónicas argentinas es el resultado, básicamente, de dos ideas centrales. La primera, la concepción de que la expansión territorial era una prioridad estratégica de las naciones: al tiempo que la Argentina realiza su campaña, iniciada por Rosas en la década de 1830 y completada por Roca cincuenta años después, los EEUU avanzan incesantemente hasta completar su inmenso señorío hasta el Pacífico. La segunda, es el resultado de una decisión política de envergadura histórica por su significación. Al comprender que Chile estaba en conflicto con Perú, en la denominada Guerra del Pacífico (1879-1883), es el entonces ministro de Guerra Roca quien entendió que esta era la oportunidad propicia para la Argentina para ocupar los territorios que hoy conforman la Patagonia argentina. En esa inteligencia, convence al presidente Nicolás Avellaneda de impulsar su decidida iniciativa. Después de encabezar la misión, conocida como “Conquista del Desierto” que determinó la posesión definitiva del sur del territorio nacional por parte de nuestro país, Roca, con tan sólo treinta y siete años se convierte en Presidente de la República por primera vez.

Bajo el lema de “Paz y Administración”, al asumir el poder el 12 de octubre de 1880, Roca pone en marcha el más exitoso programa de consolidación del Estado Nacional de toda la historia argentina. En materia de política exterior, establece el acuerdo de límites con Chile (1881) en el que se determina que es la línea divisoria de aguas, constituida por las más altas cumbres, la delimitación de la que es una de las más extensas fronteras del mundo. En su segunda presidencia (1898-1904) será Roca el primer jefe de Estado argentino en practicar activamente la llamada “diplomacia presidencial” al entrevistarse con sus pares brasileño y chileno.

Tras consolidar el territorio y la delimitación del mismo, el gobierno del general Roca pone en marcha políticas fundamentales para consolidar el Estado moderno. En materia educativa, la administración roquista impulsó y aprobó la ley 1420 que establece la educación obligatoria y universal que extiende la instrucción básica al conjunto de la población incluyendo los sectores más postergados. La iniciativa, además no se agota en el plano legislativo: el país pasa de tener 1214 escuelas en 1880 a 1804 seis años más tarde. La cantidad de maestros, en tanto, aumenta de 1915 a 5348 durante el sexenio. La verdadera “revolución educativa” del gobierno de Roca, sumada a la política de poner en cabeza del Estado la función de llevar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones, tarea que hasta entonces realizaba la Iglesia, envenenarán las relaciones con la jerarquía eclesiástica, que llevarán incluso a la ruptura de relaciones con el Vaticano, reestablecidas posteriormente, durante su segundo mandato presidencial.

En materia militar, Roca establece la uniformidad del Ejército Nacional, clausurando la actuación de las milicias provinciales clausurando décadas de inestabilidad institucional. En su segunda presidencia creará el Servicio Militar Obligatorio, modernizando en los criterios de la época el funcionamiento de las fuerzas armadas de nuestro país. Al mismo tiempo, Roca unifica la moneda estableciendo un signo monetario nacional que elimina la emisión de monedas provinciales generando las condiciones fundamentales para permitir, en el plano de la realidad económica, el mandato constitucional de libre intercambio comercial en todo el territorio argentino.

Al completar su primer período, Roca habrá consolidado los elementos clave del Estado-nación moderno al unificar el territorio, la identidad cultural -a través de la educación-, el Ejército nacional y la unidad monetaria. Roca será el líder político más destacado, por su actuación, de la llamada Generación del 80. Al momento de su fallecimiento, hace cien años, la Argentina era el octavo país más rico del mundo y el segundo en materia de inmigración europea, solo superado por los Estados Unidos. El producto bruto argentino era equivalente al de todos los países de la región sudamericana sumados, incluyendo Brasil.

La política llevada adelante por los gobiernos de la Generación del 80 resultó en un extraordinario éxito histórico. Hoy el orden público resulta asolado por una feroz ola de violencia, que amenaza permanentemente la vida y la propiedad de los argentinos. La calidad educativa exhibe un alarmante deterioro, tal como vemos en cada medición nacional o internacional de nuestro desempeño cultural y la moneda es castigada por una altísima inflación solo superada por la que sufre el pueblo venezolano.

El programa de “Paz y Administración”, lejos de ser una consigna del pasado, constituye un imperativo categórico de la Argentina del futuro.

El eterno retorno de la Petropolítica

Una vez más, el petróleo se está convirtiendo en estos días en un decisivo actor global. La caída del precio del petróleo compromete el equilibrio presupuestario de varios países cuya economía está atada decisivamente al producto de la renta energética. Algunas de estas naciones se encuentran en el centro de los conflictos mundiales de nuestros días: Irak, Siria, Rusia y, en nuestra región, Venezuela. 

Empujado por una retracción en la economía china, la persistencia del estancamiento europeo y el decidido camino emprendido por los EEUU para alcanzar el autoabastecimiento energético, el precio del petróleo ha experimentado una baja considerable en las últimas semanas.

La dependencia de la importación petrolera es significativa en el caso de China: el 61 por ciento de sus requerimientos de combustibles deben ser adquiridos en el extranjero. En el caso de India, importa el 75 por ciento de su energía.

La política de Arabia Saudita parece confirmar la preferencia por la conservación de un porcentaje decisivo del mercado global a costa de sacrificar precio. Continuar leyendo

Una audaz agenda hacia la modernidad

Al asumir la Presidencia de México, el 1 de diciembre de 2012, Enrique Peña Nieto planteó un programa de grandes transformaciones para impulsar la modernización de su país. En los meses que siguieron, el Congreso mexicano fue aprobando, una a una, las reformas legislativas que esa plataforma requería. Al hacerlo, puso en práctica el acuerdo político alcanzado por las principales fuerzas políticas, conocido como Pacto por Mexico.

Para sana envidia de muchos en nuestra postergada región sudamericana, el entendimiento arribado por los grandes dirigentes políticos del país implica una verdadera agenda de política de Estado: por ello las profundas transformaciones puestas en marcha gozan de un panorama de sostenibilidad en el tiempo y no corren riesgo de ser revertidas tras un período de gobierno.

Peña Nieto ha anunciado ahora el inicio de la etapa de la implementación de las ambiciosas reformas que se ha propuesto para susexenio. El joven presidente -asumió el poder con 46 años- ha decidido una impactante apuesta por la inversión en obras públicas de envergadura, como motor de la reactivación económica. Así, anunció la construcción de un nuevo aeropuerto para la gigantesca metrópoli del Distrito Federal y un programa de desarrollo de subterráneos. “Pensar en grande” parece ser el leitmotiv de su administración: las estimaciones del presupuesto de la nueva aeroestación rondará los 9.000 millones de dólares y cuadruplicará la capacidad del actual. La obra es solo la más emblemática de un plan global de infraestructuras que supondrá en los próximos cuatro años una inyección de 590.000 millones de dólares, que en una relación de dos dólares del sector público y uno correspondiente a la iniciativa privada se alza como el mayor impulso de inversión de la región.

“Cuando el 1 de diciembre de 2012 tomé posesión, era urgente dar el gran paso, fue el momento de romper con mitos y limitaciones. Para ello alcanzamos el Pacto por México un acuerdo nacional con las principales fuerzas políticas. La pluralidad permitió las reformas. El 11 de agosto con la promulgación de las últimas leyes se cerró un etapa. ¿Y ahora qué sigue? Ponerlas en marcha”, señaló Peña Nieto.

Desprovisto de ataduras ideológicas, Peña Nieto se ha animado a avanzar sobre un tabú de nuestras sociedades: sacudir la modorra de la burocracia educativa. La reforma en el campo de la formación ha llevado incluso al enfrentamiento con la hasta entonces todopoderosa líder del sindicato docente Elba Esther Gordillo, quien terminaría presa por acusaciones de malversación de fondos multimillonarios y señalada por Forbes en diciembre de 2013 como “una de las diez personas más ricas de México”. Alarmado por los lamentables resultados del país en las pruebas PISA, el programa busca revertir la decadente tendencia, imponiendo el impulso de la calidad educativa, la revisión y actualización de los contenidos y la adopción de criterios de evaluación permanente, una faceta resistida por los gremios docentes.

En la misma línea, Peña Nieto ha encarado una profunda y audaz reforma en el campo energético. Buscando revertir la tendencia declinante en materia de producción de Pemex, puso en práctica un verdadera revolución: convocó al capital privado para explotar el petróleo. Recordemos que México fue pionero mundial en estatizar el petróleo. Lo hizo el presidente Lázaro Cárdenas, en la década del 30. En materia de telecomunicaciones, se han atacado los monopolios que afectaban la competencia y la calidad del servicio para los más de cien millones de mexicanos. Los cambios terminan con la virtual exclusividad que gozaban las empresas del archimillonario Carlos Slim, considerado el hombre más rico del mundo, que llevaban a una concentración de entre el setenta y el noventa por ciento del mercado de la telefonía en las empresas Telmex y Telcel.

Reconociendo que el desempeño de la economía del país está lejos de las metas esperadas, Peña Nieto admitió: “La economía va en la dirección correcta, pero aún no hemos llegado a lo que necesitamos. El reto del crecimiento acelerado, sostenido y sustentable sólo lo podíamos hacer si realizábamos cambios de fondo. Y reformar implica tomar decisiones”, dijo el mandatario. La previsión de crecimiento para 2014 ha sido rebajada en sucesivas podas hasta un insatisfactorio 2,7%, muy lejos del anhelado 5% que persigue el presidente.

Embarcado en profundas transformaciones en áreas clave como energía, educación y telecomunicaciones, Peña Nieto no teme arriesgar su capital político: no tiene reelección en su futuro. La imposibilidad de perpetuarse en el poder parece una invitación a trabajar para la historia grande. Triunfe o fracase, se irá a su casa, irremediablemente, tras su sexenio en el poder. El principio de la no-reelección es el eje principal del sistema político mexicano en el último siglo.

Junto con Colombia, Perú y Chile, México lidera la denominada “Alianza del Pacífico”, una alternativa regional con miras al desarrollo y la inserción global de sus países. Los cuatro países comparten algo más que la ventana al Asia-Pacífico, el creciente centro de gravedad del sistema económico mundial del futuro. Al igual que México, Colombia, Perú y Chile coinciden en tres grandes líneas de su política: inserción internacional inteligente, promoción de la economía de mercado como motor del desarrollo y apego al ordenamiento institucional interno.

Los éxitos del país azteca, por lo tanto, deben entenderse en el camino al desarrollo en torno a dos esquemas de integración hacia afuera y hacia adentro del país. Junto con su pertenencia, desde hace dos décadas, al NAFTA, México se proyecta, junto con sus socios de la Alianza del Pacífico, a la conquista de mercados en la zona de mayor desarrollo económico del mundo actual: Asia. Pero ello lo hace a partir de haber alcanzado el entendimiento interno en el marco de un esquema político digno de envidia.

Por ello, no solo Peña Nieto es merecedor del aplauso por las reformas emprendidas: lo es el país en su conjunto. El ”Pacto por México” constituye, en lo esencial, un modelo de construcción a tener en cuenta para el futuro de nuestros país.

Triunfo moral de Argentina en la ONU

Alborozado por la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que aprobó el proyecto del Grupo de los 77 más China por el cual se busca crear un marco jurídico global que regule los procesos de reestructuración de deudas soberanas, el oficialismo kirchnerista celebra un triunfo diplomático que, en rigor, adquiere el carácter de “victoria moral”. 

Una mirada más prudente aconsejaría detenerse en los detalles de la votación del día 9. A favor de la puesta en marcha del programa tendiente a la creación de una Convención Internacional que fije el procedimiento y el porcentaje que tornará obligatoria dicha restructuración en los procesos de manejo de deuda pública, votaron 124 naciones. Cuarenta y una se abstuvieron y solamente 11 votaron en forma negativa. El número, abrumadoramente mayoritario en favor de la propuesta formulada por el representante de Bolivia, esconde algunos detalles de importancia. Continuar leyendo

El triste recuerdo del vuelo KAL 007

La catástrofe del derribo del vuelo de Malaysia Airlines en territorio ucraniano trae a la memoria inmediatamente al fatídico 1 de septiembre de 1983. Aquel día, un Boeing 747 de Korean Airlines con 269 personas a bordo fue bajado por cazas soviéticos cuando sobrevolaba territorio de la URSS sin autorización.

El episodio constituye uno de los más serios incidentes de la historia de la Guerra Fría. Entre los pasajeros, viajaba un congresista norteamericano. El vuelo se dirigía de Nueva York a Seúl, con una escala intermedia en Anchorage (Alaska). Las autoridades soviéticas afirmarán luego que desconocían que se trataba de un vuelo comercial. El hecho contribuyó a deteriorar más aun la mala imagen del régimen comunista en todo el mundo. Tres años más tarde, el desastre de Chernobyl terminará de dañar el prestigio soviético.

Quien fuera embajador soviético en Washington, Anatoly Dobrynin, afirmó que el régimen “esperó hasta el 6 de septiembre cuando una declaración oficial de la Agencia TASS reconoció que el avión fue derribado por error por un caza soviético. Para ese entonces ya se habían dañado seriamente los intereses permanentes de la Unión Soviética. Las semillas de la campaña anti-soviética, siempre presente en Occidente, se propagaron en forma inmediata y tomaron nueva vida”.

Numerosas versiones conspirativas se tejieron en torno al caso del vuelo KAL 007. Sin embargo, el episodio parece haber obedecido a un error. Stephen Glain escribe en su libro “State vs. Defense: The Battle to Define America’s Empire” (2011): “Desde luego, la reacción de la Casa Blanca a la tragedia no incluyó referencias al hecho de que las unidades de frontera soviéticas estuvieron los dos años anteriores alertadas por las maniobras agresivas norteamericanas a lo largo del este de Rusia. Tampoco mencionaron otra cuestión fundamental: poco después de detectar el vuelo KAL 007, el radar soviético había reconocido un avión de reconocimiento RC-135 de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, un Boeing 707 reconvertido, al este de Kamchatka, husmeando pruebas misilísticas soviéticas. Reagan conoció los hechos a través del habitual informe diario del director de la CIA Casey, quien le dijo que “pudo haberse generado una confusión entre el avión de reconocimiento de los EEUU y el avión de KAL al aproximarse al área noreste de la Península de Kamchatka. En sus memorias, publicadas en 1996, Robert Gates deja en claro que la mayoría de los análisis de la CIA y de la Agencia de Inteligencia para la Defensa sospechan que los soviéticos en tierra confundieron el avión. Esa conclusión fue confirmada una década más tarde cuando el presidente Boris Yeltsin entregó a la Organización para la Aviación Civil Internacional de las Naciones Unidas las transcripciones de la caja negra del vuelo KAL 007, recogidas por los soviéticos poco después del derribo del avión”.

Inmediatamente después de conocerse la noticia del ataque al avión surcoreano, el presidente de los EEUU, Ronald Reagan, realizó una fuerte condena a la Unión Soviética. Las relaciones entre las dos superpotencias atravesaban entonces un período de alta agitación: el 8 de marzo de ese año 1983, Reagan había calificado a la URSS como “un imperio del mal”. En un retorno a los tiempos conflictivos de la guerra fría, y suspendiendo la política de entendimientos progresivos practicados entre norteamericanos y soviéticos durante la década del 70 (detente), el presidente Reagan impulsó durante su primer mandato (1981-85) un programa de aumento desmedido del armamento misilístico impulsando su estrategía de “Guerra de las Galaxias” con el fin de obligar a la Unión Soviética a redoblar el esfuerzo económico interno para mantener o intentar mantener la paridad militar entre las dos superpotencias.

Estados Unidos ingresará entonces en un período de gran endeudamiento interno llevando el déficit fiscal a niveles récord pero consigue el objetivo estratégico de “ahogar” a la economía soviética y provoca la aceleración de la caída del socialismo real y la disolución del imperio soviético.

La hora del desencanto

¿Le ha llegado a la Unión Europea su “invierno del descontento”? Los resultados de las  elecciones del pasado domingo 25 para renovar el Parlamento europeo así parecen indicarlo.

En prácticamente la totalidad de los 28 países que eligieron eurodiputados han surgido partidos anti-sistema que parecen expresar millones de voluntades que no se ven representadas ni contenidas por los moldes partidarios tradicionales de la socialdemocracia y la democracia cristiana.

En España los dos grandes partidos -el conservador Partido Popular y el socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español- consiguieron en conjunto menos del 50% de los votos. La hecatombe provocó la caída del líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba quien decidió renunciar a la dirección del partido. El PP y el PSOE han gobernado España sucesivamente en los últimos treinta años. El ex presidente Felipe González ha puesto en duda hace tiempo la continuidad del bipartidismo español. La magnitud de la crisis española ha llevado a González confesar no ver mal un Gobierno conservador apoyado por los socialistas “o al revés”, pues cree que los partidos deben responder a lo que “España necesite en cada momento” y resaltó el ejemplo alemán, donde las circunstancias “sí llevaron a que los dos grandes partidos”, el SPD y la CDU, “se pusieran de acuerdo para sacar al país adelante”.

El temblor llegó también a Francia, donde el gobernante socialismo del presidente Francois Hollande obtuvo menos del 15% de los votos. No le fue mejor a la derecha: ambos fueron superados por el ultranacionalismo de Marie Le Pen. La hija del legendario líder de la ultraderecha gala se alzó con la victoria y consiguió 24 de las 74 bancas que Francia posee en el Europarlamento. “Es un terremoto”, reconoció el primer ministro, Manuel Valls. Y admitió: “Estamos en una crisis de confianza”. Hollande en tanto, se confesó el lunes 26: “Hay un profundo descreimiento en los partidos de gobierno”.

Mientras tanto, en el Reino Unido, el Partido de la Independencia (UKIP) se convirtió en la sorpresa al relegar en los primeros cómputos a los partidos tradicionales: conservadores, laboristas y liberales. En Alemania en tanto, si bien el partido de gobierno de Angela Merkel (conservadora) no fue castigado como en otros países, una agrupación auto-calificada como neo-fascista obtuvo una banca. Convertido en una suerte de solitario gobernante vencedor, el primer ministro italiano  Matteo Renzi, quien solamente lleva once semanas en el cargo, ha visto legitimado su gobierno: su formación obtuvo el 34% de los votos.

En tanto, al otro lado del Atlántico, The New York Times calificó el resultado electoral con la advertencia de la “insurgencia de una enojada erupción de populismo” a lo largo del continente europeo y se alarmó por la elección de “rebeldes, outsiders, xenófobos, racistas y hasta neo-nazis”.

La abstención y el voto protesta son la nota central de esta elección. El desencanto llamado euroescepticismo confirma la tendencia general de esta era de la globalización: conviven en el mundo el ascenso fulgurante de grandes potencias como China, Rusia, India y Brasil junto a la relativa decadencia de Europa. Mientras tanto, los EEUU conservan su rol como primera nación de la tierra aunque han perdido su capacidad de ejercer el poder mundial de manera hegemónica y deben compartir el liderazgo en el marco del G-20.

El hecho de que el voto protesta abarcó países cuyas economías están en crecimiento, como Alemania y el Reino Unido, países con economías estancadas como Francia y países con profunda recesión-depresión como Grecia, abre un interrogante sobre el eventual agotamiento del exitoso proceso de integración de la Europa de posguerra.

Las dificultades para formar coaliciones entre los partidos eurofóbicos se puso en evidencia inmediatamente. En las horas siguientes a los comicios se ha desatado una “guerra abierta” entre los líderes emergentes del domingo 25: la francesa Le Pen y el británico Nigel Farage, cada uno con una bancada de dos docenas de europarlamentarios. El requisito de contar con miembros de al menos siete estados torna compleja la constitución de bloques. El auge de los euroescépticos parecería no alcanzar para trabar el funcionamiento de la Eurocámara, aunque si para complicar la adopción de decisiones.

Pero la incapacidad para unir esfuerzos de estas opciones extremas no puede hacer olvidar la evidencia del malestar y el desconcierto de muchos ciudadanos europeos ante la peor crisis de la historia del proyecto comunitario. Las promesas incumplidas de progreso y prosperidad, la presencia de una dirigencia que pretende forzar la realidad bajo la armadura de sus dogmas, en lugar de adaptar sus ideas a las necesidades de la realidad de los hechos y la falta -sobre todas las cosas- de una vocación cultural y generacional de identidad continental. El exceso de gasto público en todos los estamentos nacionales y comunitarios ha llevado al hartazgo de una población cansada de soportar la carga impositiva más escandalosa de la historia.

El hedonismo y el relativismo cultural occidental encuentra en Europa su punto de mayor expresión. Quizás su mayor muestra puede encontrarse en la declinante participación en las elecciones europeas. En 1979, en la primera votación de eurodiputados, votó el 62%. El pasado domingo, solamente el 43%.

Mientras tanto, la dirigencia política europea se indigna frente a la previsible reacción rusa en la crisis ucraniana y no advierte hasta qué punto la Unión Europea incurrió en juegos peligrosos al pretender incorporar a Ucrania a su seno. Del mismo modo, Europa se desayuna perpleja ante el acercamiento de Rusia a China y no advierte que fuera de sus límites se alza un nuevo mundo pujante y de progreso.

Las elecciones del domingo han provocado un verdadero tembladeral en las grandes capitales europeas. Imponen a sus gobiernos y a sus pueblos el desafío de repensar su rol en Europa y el rol de Europa en el mundo. Pero sobre todas las cosas, ponen a Europa frente a sí misma. Ya no podrán culpar a los Estados Unidos, a los chinos o a un villano llamado Vladimir Putin.

Dijo De Gaulle, después de la guerra, ante una Francia destruida: “Me dicen que faltan caminos, hospitales, escuelas y casas y yo les digo: falta confianza. Francia debe volver a creer en sí misma”.