No empiezan las clases: ¿qué falló?

Mariano Narodowski

¿Cómo que sin clases en la Argentina en el inicio del ciclo lectivo 2014 por problemas para financiar salarios docentes? ¿No era que con la Ley de Financiamiento Educativo se aumentaba la inversión en educación al 6% del Producto Bruto Interno y se resolvían los históricos problemas estructurales de financiamiento educacional?

Parece que no. Seguro que no.

Cuando se sancionó la Ley de Financiamiento Educativo (LFE) -en 2005- fui de los únicos que se opuso. No digo, con ahínco, “el único”, porque no me cabe esa mezcla de soledad y orgullo, pero bien puede que objetivamente lo haya sido.

Es lógico que los educadores pretendamos más dinero para la educación. Yo soy un educador y así también lo pretendo. Pero en estas cuestiones son los detalles, la letra chica, el sentido técnico lo que más importa y no los titulares de los grandes medios (que en 2005 todos fueron favorables a esta hoy probadamente ineficaz ley del kirchnerismo). Desde 2005 vengo exponiendo objeciones que quedaron plasmadas en diferentes. Resumo:

1) El esquema de la LFE es idéntico al del financiamiento de la Ley Federal de Educación del menemismo (digamos que ahí fuimos un poquito más los que nos opusimos) y ya se había demostrado su rotundo fracaso. ¿Para qué insistir? Difícil de entenderlo: insistieron en el error y, obviamente, se equivocaron de nuevo

2) La LFE no solo que no resuelve las grandes inequidades del federalismo fiscal argentino sino que las agrava. Así pasó, dejando para las provincias el mayor costo del financiamiento y a la Nación con los costos residuales, en línea con la Ley de Transferencia Educativa de 1991 de Cavallo/Menem. Este fue el único punto en el que algunos legisladores de la oposición expresaron objeciones.

3) La LFE no propone ningún cambio en las condiciones laborales docentes ni tiende a mejorar la calidad educativa: el paisaje de quebranto del sistema educativo sigue siendo el mismo que en 2005 y los indicadores de calidad (incluyendo las pruebas PISA) muestran una situación de enorme deterioro ya reconocida por todos. Por ejemplo, aumentar salarios docentes por antigüedad o por presentismo (como quieren ahora) atrasa medio siglo: el kirchnerismo perdió la oportunidad (cuando el país crecía a tasas chinas) de debatir aumentos salariales por capacitación, innovación, resultados o compromiso social.

4) Este punto es central y es el que mejor explica qué falló para hoy no tener clases.
La LFE es “pro cíclica” o sea, sirve cuando el dinero está; cuando no está, como ahora, muestra sus enormes dificultades. Este año el PBI argentino o se estanca o decrece y el 6% para educación puede llegar a transformarse en 9%, 10% u 11% -quien sabe- por arte de la contabilidad pública en un contexto recesivo y eso no va a significar que estemos menor sino todo lo contrario. Por otro lado, el tótem “6% del PBI” ya era técnicamente viejo en 2005: fue propuesto por la UNESCO hace medio siglo para direccionar el gasto público en países cuyo sistema educativo recién se iniciaba, que no es el caso argentino. ¿No es mejor preguntarse, como lo hace la Presidente Dilma Roussef en Brasil, por el costo real de una educación de calidad y tender seriamente a ese objetivo, sin tótems y sin tabúes?

5) Ni la LFE ni la retahíla de leyes educacionales sancionadas desde 2003 han modificado la tendencia a la privatización del sistema educativo argentino que lo corroe cotidianamente, generando más desigualdad, segregación socieconómica y fragmentación cultural. Por ejemplo, desde 2003, según cifras oficiales, las escuelas primarias públicas argentinas perdieron 210 mil chicos, lo que significa una caída del 9% en una década mientras la primaria privada creció 22% para el mismo período. Es decir, con este esquema de financiamiento ni siquiera se logró conservar en la escuela pública a las familias que ya asistían a ella y buena parte de la inscripción de nuevos alumnos (la tan mentada “inclusión”) se explica estadísticamente ,sobre todo, por el aumento de la matrícula en escuelas privadas.

Esta ley de financiamiento educativo que desde su debate ya mostraba su lógica cosmética consiguió una adhesión unísona de los sectores dirigenciales, mostrando una forma de razonamiento político-educativo muy común de nuestra clase dirigente, no solo de los políticos. La LFE fue aprobada en el parlamento por unanimidad (en general) y avalada por una red de ONGs que actuaban de buena fe en apoyo a la ley, por comunicadores, empresarios e intelectuales a pesar de nuestros solitarios y desesperados ruegos. O sea, los actuales problemas de financiamiento educativo no solo son responsabilidad de quienes promovieron la LFE (gremios docentes, fundaciones pro K y el propio gobierno kirchnerista): mi soledad es el indicador más evidente de la falta de un proyecto educativo alternativo que hoy hace tanta falta y que, ojalá me equivoque, tampoco está.

En 2005 todo esto no se reconoció. En 2014 no reconocerlo y no actuar en consecuencia es reproducir el deterioro de la educación.

Si con dinero la educación empeoró imaginen ahora sin dinero.