Cristóbal Colón, el enemigo de ocasión

Mario Chiesa

Nota escrita con Alejandro Marrocco, integrante del Comité ítalo-argentino y adherentes ‘Colón en su lugar’

 

Nuevamente celebramos un 12 de octubre, una fecha que ha ido cambiando su significado a lo largo de los últimos decenios.

A partir de 1492, cuando Cristóbal Colón generó el “puente” que uniría de ahí en más ambos mundos, España replicó en América su organización administrativa, y entonces toda la realidad de la Madre Patria se transmitió al otro lado del océano: lo justo y lo injusto recalaron también en estas tierras.

De ese modo, los propios habitantes originarios de América conocieron las jerarquías administrativas españolas, y se organizaron del mismo modo. Así los hubo gobernantes y gobernados, y un poblador de América tenía para la Corona española los mismos derechos y obligaciones que un campesino de la península. La propia España generó el llamado “Derecho de Indias”, el cual legislaba sobre los derechos de los nuevos habitantes del Reino de las Indias.

Pasaron los siglos, y las ideas se fueron transmitiendo del Viejo al Nuevo Continente. Así llegaron a América las tendencias independentistas, los movimientos revolucionarios, y todas las nuevas ideas que allí se generaban: así llegó aquí la idea de emancipación, por la cual también luchó Juana Azurduy -la heroína del Alto Perú, que era descendiente de ambas culturas y por lo tanto cargaba con las glorias y miserias de ambas-.

Luego se generaron las diversas interpretaciones históricas de la integración entre ambos continentes. Hay quienes destacan el progreso técnico y científico, y resaltan la cultura europea en sí.  Hay quienes destacan las culturas originarias, y sus valores. Cuando llegaron los españoles, ya había dominadores y dominados entre los habitantes de estas tierras, algunos más beligerantes que otros.

Así como la cultura no es patrimonio exclusivo de Europa, tampoco lo es la crueldad, por más que muchos revisionistas históricos -supuestamente indigenistas- quieran hacérnoslo olvidar. 

A fines del siglo pasado, la idea del “Descubrimiento” comenzó a virar hacia la del “Encuentro de Dos Mundos”, principalmente debido a Paolo Emilio Taviani, el senador italiano que planteó de ese modo un importante cambio de visión. Para Europa, descubrir otro mundo fue como abrir la caja de Pandora: todo era desconocido en estas tierras.

Hoy en día se reconoce la importancia de las culturas originarias, pues son parte integrante de nuestra cultura, la cual -en definitiva- es una mezcla de las culturas europeas con las originarias. Y una mezcla que es diferente en cada región, pues según la zona la interacción se fue dando de diferente modo.

El peligro está en reconocer a las culturas originarias de palabra, pero no de hecho: lamentablemente, seguimos viendo día a día cómo son maltratados ciudadanos argentinos -principalmente en el norte de nuestro país-, y nos preguntamos dónde quedó la tan declamada “Diversidad cultural” …

Otro peligro consiste en denostar a la cultura europea, como desde hace un tiempo a esta parte se han empeñado en hacer diversos regímenes autoritarios de la región, a fin de sacar provecho político a partir del relato de un supuesto nuevo paradigma de liberación latinoamericano.

En nuestro país, y a causa de las inmigraciones masivas, Buenos Aires contaba con un 53% de ciudadanos de origen extranjero en el Censo Nacional de 1895, de los cuales el 50% era de origen italiano: más de la cuarta parte de la población de la ciudad eran italianos … Ahora parece increíble, pero ése fue el motor en ese momento: la gran cantidad de inmigrantes que trabajaron y lucharon por lograr aquí lo que no pudieron lograr en su tierra de origen.

Justamente debido a ello, veinte años después de este Censo, la Nación pidió y aceptó la donación de un Monumento que recordaría por siempre a los inmigrantes italianos -en palabras del Dr. Honorio Pueyrredón, al inaugurarlo en 1921-. 

Todo monumento recuerda a quienes están esculpidos en él, pero -a diferencia de una estatua- recuerda también a quienes lo idearon y construyeron: en este caso, hubo dos colectas públicas para costearlo, de las cuales participaron inmigrantes de las más diversas extracciones, además de los italianos y sus descendientes.

El Monumento de los inmigrantes italianos -donado en homenaje a la Nación Argentina, y dedicado a Cristóbal Colón-, sintetiza muchas visiones en un mismo conjunto escultórico: son quince las estatuas que lo componen, cada estatua es más grande que una persona. Cada una quiere recordar algún aspecto importante de la gesta del primer viaje del Almirante: una representa la Ciencia, otra la Civilización, otras el esfuerzo necesario para generar progreso, y “empujar hacia delante” la proa que rompe las cadenas de la esclavitud de la ignorancia, y así siguiendo …

Era tan amplio el significado de integración de culturas, de valores y de principios representados en este Monumento -algo usual para los navegantes del siglo XV-, que el lugar que se eligió para emplazarlo fue la plaza frente a la Casa Rosada -que entonces miraba al río-: la plaza se llamaba Colón desde antes de 1900.

En definitiva, ¿qué queremos recordar de 1492?  Normalmente recordamos ciertos aspectos de una persona o acontecimiento que queremos preservar y transmitir a las futuras generaciones. Esto es lo que plasmamos en un monumento, pues es imposible estar de acuerdo con todo lo que aconteció, pero siempre podemos estar de acuerdo con algunos de los valores que se destacan, y es eso lo que quisieron recordar para la posteridad quienes diseñaron ese Monumento.

En estos tiempos, ya no hay quien considere que todo lo actuado a partir de aquel 12 de octubre fue correcto, y de hecho se reconocen los excesos que hubo, como también los hubo entre los pueblos originarios antes de esa fecha. Queda a nosotros y a nuestra posteridad capitalizar todo lo que sabemos, para no seguir repitiendo los mismos errores y para atesorar los aciertos: debemos dejar de juzgar el pasado con los ojos del presente, y dedicarnos a buscar caminos de integración y de respeto. 

Aún así -y en forma inverosímil- hemos escuchado últimamente de labios de varios cultores del relato que “Colón era un genocida” o que “Colón abrió las puertas del genocidio en América”. Dichas falacias no resisten el menor análisis histórico. Pero esto no es importante para el relato. Fieles a la prédica de Laclau, la única función de los relatores es atizar el conflicto como mecanismo de poder.

Colón es sólo circunstancial: pudo haber sido cualquier otro.  Para engordar el relato lo único que importa es hallar un enemigo contra quien confrontar, aunque para ello se tenga que pagar el alto precio de envenenar las mentes y los corazones con falsías.

Sin enemigo no hay relato. El relato busca afanosamente enemigos por doquier para mantenerse vivo.

Por el contrario, el respeto a la diversidad cultural supone el encuentro y la reconciliación.

Ojalá que el Monumento donado por los inmigrantes italianos para el Centenario de la Nación, sea el símbolo de integración que siempre fue, y que el Congreso Nacional de 1907 colocó en ese lugar -frente a la Casa Rosada- para que fuera guía e inspiración de nuestro gobierno.

Allí acompañó a la República por casi cien años, y sus quince estatuas recuerdan no sólo a las culturas que llegaron a estas tierras, sino también a los mismos que con su esfuerzo personal lo hicieron posible, pues el propio Monumento es un recuerdo patente de quienes le dieron origen: nuestros inmigrantes.

En estos momentos de confusión ideológica e histórica, debemos salvaguardar la Memoria de nuestra identidad como Nación, de nuestros inmigrantes, y de los pueblos originarios de estas tierras: la famosa Diversidad Cultural no debe ser una frase retórica, sino que debe ser una actitud cierta hacia todas las culturas que formaron nuestra Patria.

En este sentido, el último jueves tuvo lugar un Acto en desagravio del Monumento y la figura del Almirante, bajo el lema de “La cultura del encuentro”, el cual fue organizado por el Frente Renovador de la ciudad de Buenos Aires.

Tanto las culturas de los inmigrantes, como las culturas de este continente, deben ser respetadas y consideradas de cara hacia el futuro.  Sólo así, respetando a todas las culturas por igual, lograremos avanzar como nación civilizada, y seremos recordados por nuestros descendientes del mismo modo que honramos a nuestros mayores.

Y en pos de ese respeto, el Monumento de los inmigrantes italianos, más conocido como Monumento a Cristóbal Colón,  debe volver a erigirse donde estuvo por casi cien años, en la plaza Colón.

Aceptar su destrucción histórica y simbólica arrancándolo de su sitio específico supone el triunfo del relato del odio y la división.  Esto es así, aunque se utilicen términos eufemísticos tales como “relocalización” para encubrir dicha destrucción.

En este sentido, nos permitimos llamar a la reflexión tanto a la Presidente de la Nación -quien promovió la destrucción del Monumento- como al Jefe de Gobierno de la Ciudad -quien la consintió negociando su traslado-. Todavía tienen la magnífica oportunidad de enmendar un error histórico, y promover un gesto de reconciliación entre los habitantes de la Nación: el Monumento de los italianos y la estatua de Colón deben volver a estar en pie en su lugar.

Queda en ambos demostrar si son ellos quienes pertenecen al pasado.

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