Una reforma preocupante que empieza al revés

El paquete de leyes de implementación enviado al Congreso de la Nación por el Gobierno establece una puesta en marcha progresiva que comienza por la Justicia Penal Nacional, dejando para el final la Justicia Federal que es por donde debería haber comenzado.

Es en la Justicia Penal Federal donde más hace falta una reforma que acelere los procesos que duran un promedio de 14 años, y casi no se aplican condenas efectivas. También es allí donde es más necesaria la transparencia y publicidad de las sentencias que por su importancia y relevancia institucional son noticia impactando en la sociedad.

Se debería empezar por reformar el fuero penal federal, que interviene en la investigación y persecución de los delitos más graves y que más nos afectan como sociedad: la corrupción y el narcotráfico. Es clave empezar por este fuero para mejorar la capacidad de respuesta del Estado frente a los avances del delito y el crimen organizado.

Es por ello que el plan de implementación debería ser exactamente al revés, y comenzar aplicando el nuevo código solo en el fuero penal federal. Y luego traspasar los delitos de la competencia penal ordinaria a la Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de manera ordenada y como manda la Constitución Nacional.

En lugar de ello, el Gobierno nacional propone dividir el territorio de la Ciudad en 4 circunscripciones generando que en la misma jurisdicción funcionen simultáneamente 3 códigos  procesales distintos: el código nuevo, el anterior y el de la Ciudad, destruyendo la igualdad ante la ley y generando confusión respecto a las normas que deberán aplicarse en cada caso concreto.

Agrava esta situación que el proyecto de Ley de Implementación fija la entrada en vigencia del nuevo sistema para el 1° de septiembre de este año; plazo por demás exiguo si se tiene en cuenta que los proyectos aún deben ingresar al Congreso para su estudio, debate, tratamiento y aprobación.

Se trata de la reforma más importante y profunda de nuestro sistema de enjuiciamiento penal. No es aconsejable hacer este tipo de modificaciones a las apuradas, aprobándolas a las corridas, sin discusión ni correcciones. Esto solo traerá aparejado consecuencias negativas que afectarán el funcionamiento del Poder Judicial y el Ministerio Público.

Por un debate a fondo y una política criminal eficaz

La reforma procesal penal es una buena oportunidad para que en toda la justicia penal ordinaria en el ámbito geográfico de la Ciudad de Buenos Aires rija un único sistema de enjuiciamiento aplicando el Código Procesal Penal porteño. Y no existen argumentos sólidos serios para que esto no sea así.

Vale recordar que, en la actualidad, el Código Procesal Penal de la Nación rige no sólo para el ámbito federal, sino también para la Justicia Criminal Nacional Ordinaria. Es decir, para los procedimientos penales competencia de los fueros Correccional e Instrucción de los tribunales con asiento en la Capital Federal.

El sistema procesal penal a aplicarse en la Ciudad no debería formar parte del debate nacional en el Congreso de la Nación; los porteños ya contamos con un Código Procesal Penal con un sistema acusatorio moderno redactado y aprobado por la Legislatura porteña integrada por legisladores votados por los vecinos de la Ciudad.

Si aplicamos el Código Procesal Penal de la Ciudad a todos los casos penales resolvemos parte del problema, y podemos centrar el debate legislativo nacional en el modelo de sistema acusatorio que queremos para la Justicia Federal en materia penal.

Un código para el fuero penal federal de todo el país, pensando en cuáles son los problemas y desafíos específicos que se plantean en esa competencia encargada de investigar y juzgar casos complejos y de trascendencia nacional.

Centremos la discusión en cómo queremos investigar el narcotráfico, la corrupción y el crimen organizado, en cuáles deberían ser las herramientas para que los fiscales puedan investigar de manera independiente y eficaz los delitos de mayor trascendencia institucional y con mayor impacto en la opinión pública.

Aprovechemos la oportunidad para fijar una política pública sostenida en el tiempo que mejore la capacidad de respuesta del Estado ante el flagelo de las drogas y las mafias organizadas; para investigar, enjuiciar y meter presos a los narcos y políticos corruptos.

Encaucemos el debate en los temas realmente importantes y centrales del sistema penal; en cómo hacer para que el fuero federal obtenga mejores resultados y tenga una política criminal dotada de una persecución penal eficaz para los delitos más graves e importantes, en las cuestiones imprescindibles para tener un país justo, equitativo y con posibilidad de desarrollarse.

Evitemos la tentación de discutir interminablemente sobre el concepto de conmoción social o la expulsión de extranjeros, discutamos lo importante de verdad; discutamos sobre cómo combatimos el narcotráfico, sobre la forma más eficiente de investigar la corrupción y el modo de desbaratar el crimen organizado. Solo de esta forma tendremos más y mejor democracia.

¿Justicia para todos?

En general, las personas perciben a la Justicia como una institución anacrónica y oscura; y a los tribunales como una organización lenta, llena de papeles, que se maneja con un lenguaje cifrado, que sólo pocos entienden, conformado por funcionarios abarrotados de trabajo, donde siempre se necesita de un “letrado”.

Índices y encuestas muestran que la sociedad no confía en la Justicia. Los ciudadanos la perciben como un poder alejado a sus necesidades, con problemas en su funcionamiento y cuestionan la imparcialidad de sus jueces.

Las deudas del Poder Judicial son muchas y de lo más variadas, pero comencemos por el mayor déficit de consecuencias más graves: la falta de acceso a la justicia.

El Poder Judicial es el encargado de resolver los conflictos y garantizar los derechos de las personas para lograr la paz social. Y en este aspecto, resulta fundamental garantizar el acceso igualitario en cuanto a la titularidad y ejercicio efectivo de derechos y garantías.

Esto decir, que todas las personas puedan llegar a la Justicia de la misma manera, que sean tratados de igual modo y puedan resolver sus conflictos bajo criterios de igualdad. El derecho a la jurisdicción es clave en una república democrática y pilar fundamental de todo Estado de Derecho.

La Cumbre Judicial Iberoamericana define el acceso a la Justicia como el derecho fundamental que tiene toda persona para acudir tribunales para obtener la tutela jurídica de sus intereses a través de una resolución rápida, completa e imparcial. La cumbre también destaca el carácter de servicio público esencial de la actividad brindada por los órganos encargados de impartir justicia.

Por su parte, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sostenido que es obligación de los Estados garantizar el acceso a la Justicia para que los individuos puedan disfrutar de sus derechos fundamentales.

En cuanto a su aspecto práctico, el acceso a la Justicia es imprescindible para garantizar el desarrollo de las personas, ya que quien no puede ejercer sus derechos de manera efectiva, ni resolver sus conflictos, no podrá desarrollarse económica y socialmente. Esto impide a las personas salir de la pobreza dificultando el ascenso y movilidad social.

En este sentido el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sostiene que “la ausencia de recursos y desprotección de los derechos son dos carencias que se potencian… y la falta de acceso a la Justicia perpetua la pobreza de quienes ven sus derechos desprotegidos”; aspecto fundamental en un país como Argentina donde existe gran parte de la población con bajos ingresos y educación, para quienes el acceso a la Justicia aparece lleno de obstáculos.

Además, se debe tener en cuenta que la situación de pobreza estructural no es solamente la falta de dinero, sino también bajos niveles educacionales y de cultura en personas que desconocen sus derechos y el modo de hacerlos valer. Para encarar este problema no alcanza con ofrecer patrocinio jurídico gratuito o beneficio de litigar sin gastos.

Hacen falta políticas públicas tendientes a remover los obstáculos que impiden el acceso igualitario y pleno de manera efectiva como: los altos costos, los tiempos de demora, la centralización de los tribunales, el lenguaje críptico, los excesivos formalismos, la ausencia de resultados, las dificultades en la ejecución de sentencias y falta de información, entre otros.

Para abordar esta problemática de manera integral, se podemos comenzar por distinguir al menos dos ejes fundamentales: 1) la adecuación de la administración de justicia, y 2) la construcción de ciudadanía que empodere a las personas en el conocimiento y ejercicio de sus derechos.

En primer lugar, es necesario analizar las estructuras y organización judicial de juzgados, fiscalías y defensorías para modernizarlas, promover su descentralización, modificar el horario de atención al público (7:30 a 13:30) para ampliarlo, y evitar que los tribunales cierren sus puertas durante 45 días al año.

Asimismo, es necesario comenzar a educar desde la escuela en derechos, su alcance y la forma de ejercerlos en la práctica. También es importante brindar una difusión adecuada respecto de dónde y cómo se pueden  acercar las personas a obtener un asesoramiento y orientación jurídica con información concreta sobre la forma de resolver sus problemas.

En síntesis, se trata de acercar la justicia y empoderar a las personas para brindar un acceso efectivo, pleno e igualitario a fin de que cualquiera pueda hacer oír su reclamo.

 

A 10 años de la Declaración sobre Seguridad en las Américas: avances y desafíos pendientes

La semana pasada se cumplió el 10º aniversario de la Declaración sobre Seguridad en las Américas aprobada el 28 de octubre de 2003 por la Organización de los Estados Americanos (OEA). La importancia y trascendencia de la declaración radica en la formulación de una visión común en materia de seguridad que tiene como meta la búsqueda de la paz y la seguridad de las personas.

Esto se hizo partiendo de principios y valores compartidos, tomando como base la defensa de la democracia, la protección de los derechos humanos, y la defensa del Estado de Derecho logrando un enfoque común cuya finalidad es conseguir la paz social. La convergencia en torno a estos principios es uno de los mayores logros de la declaración, y fue el punto de partida que  permitió a los Estados miembro coincidir en una visión compartida para reformular el concepto de seguridad y su alcance.

De este modo, se amplió el enfoque tradicional de la seguridad ciudadana centrado principalmente en el Estado, hacia un modelo superador que pone al ser humano en el centro de una nueva visión llamada “seguridad multidimensional”.

Este concepto integrador, permite mejorar el abordaje de la problemática de la inseguridad en las grandes ciudades; y a la vez adecuarlo a las nuevas amenazas que suponen la corrupción, el terrorismo y la delincuencia trasnacional como: el tráfico ilícito de drogas, la trata de personas, la venta ilegal de armas, el lavado de activos, y sus relaciones entre sí.

Asimismo, el enfoque multidimensional de la seguridad pretende hacerse cargo de la pobreza extrema y la exclusión social de amplios sectores de la población en los países de la región,ya que considera fundamental la relación existente entre seguridad y desarrollo, toda vez que es importante tener en cuenta ambos factores para poder avanzar en la mejora de cada uno de ellos en particular.

Por otra parte, la declaración también se hace cargo de uno de los principales desafíos pendientes en la mayoría de los países de la región dado que la puesta en marcha de los planes y acciones de políticas públicas en materia de seguridad no puede hacerse de cualquier forma, sino que debe darse en un marco democrático de respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas. Así, en la práctica resulta fundamental la subordinación a la Constitución Nacional y al Estado de Derecho de todas las instituciones públicas que integran los sistemas de seguridad, de sus máximas autoridades políticas y funcionarios, y en especial de todas las fuerzas de seguridad.

La declaración americana pone el énfasis en la persona, poniéndola como centro de las políticas públicas de seguridad, ya que la considera su fundamento y razón de ser. Esto también refuerza la importancia del respeto a la dignidad de la persona, sus derechos y libertades fundamentales; y en consecuencia, agrega dentro de sus objetivos promover el desarrollo humano, la justicia social, la educación para la paz y la lucha contra la pobreza.

Ahora bien, para poder implementar de manera adecuada este nuevo concepto más amplio de seguridad multidimensional, es necesario comprender que la solución a los problemas de inseguridad no se alcanzará solamente “produciendo más seguridad”; es decir con más policía, más equipamiento, más derecho penal con leyes más duras, procesos penales con menos garantías, y en definitiva más aparato estatal represivo. Esto sólo nos conducirá a Estados policíacos con gobiernos autoritarios.

Por el contrario, para abordar la lucha contra el delito y la violencia de manera efectiva es preciso una respuesta integral, con instituciones fuertes, transparentes y mucho respeto por el Estado de Derecho y las libertades individuales.

Para esto es importante la cooperación entre los distintos países; y útil identificar y compartir aquellas mejores prácticas y experiencias que han sido exitosas combatiendo al delito y la violencia respetando los principios, valores y lineamientos postulados por los Estados miembro de la OEA en la Declaración sobre Seguridad en las Américas.

Es importante que cada país identifique sus propios problemas y prioridades, definiendo sus estrategias, planes y acciones para hacer frente a la inseguridad. Para hacerlo, la declaración destaca la importancia de la información en el diseño y evaluación de las políticas públicas de seguridad; como también su accesibilidad mediante publicidad y transparencia de estadísticas oficiales y datos criminales, promoviendo la participación ciudadana en la definición de los problemas y la búsqueda de sus soluciones. A diez años, casi todos estos temas son asignaturas pendientes en nuestro país.

La política criminal a ciegas

Hasta hace poco la inseguridad parecía no existir; de hecho el gobierno negaba el problema, y sus funcionarios sostenían que había una “sensación de inseguridad” construida por los medios de comunicación que generaban una percepción negativa en la sociedad, negando el aumento del delito y la violencia.

Además, en un tema tan sensible como la seguridad, no hay accesibilidad a la información pública, transparencia ni rendición de cuentas por parte del gobierno. Se ocultan las estadísticas oficiales de delitos, y no se generan sistemas de información criminal confiables.

Sin información, tampoco se permite a la oposición controlar las políticas de seguridad, ya que resulta imposible evaluar los programas a fin de poder establecer qué medidas pueden ser más eficientes, o formular proyectos de ley con propuestas superadoras.

Así las cosas, es un avance que se reconozca la situación de inseguridad, ya que es el comienzo para  hacerse cargo del problema del delito y la violencia, como también el fracaso de sus programas de seguridad ciudadana que hasta el momento no han dado resultados concretos.

Lamentablemente, en este punto no podemos realizar un análisis completo debido a que no contamos con la información necesaria ni evaluaciones sistemáticas que nos permitan medir con precisión lo que ha ocurrido en la realidad.

En la actualidad, no existen sistemas de información criminal confiables. No contamos con una línea de base contra la cual podamos comparar los resultados de los planes implementados y medir sus resultados de forma precisa.

Es por ello que en nuestro país es bastante común que la discusión se trabe en torno a posiciones ideológicas y prejuicios infundados sin poder avanzar hacia la solución de los problemas concretos. Y que la política pública en materia de seguridad ciudadana se construya de manera “amateur” sobre la base de la intuición y experiencia personal de los funcionarios de turno.

En este escenario, cabe preguntarnos si es posible planificar y diseñar políticas públicas; o de qué forma se pueden detectar los problemas y solucionarlos sin información objetiva; y cómo podemos conocer el resultado e impacto de las acciones de gobierno a fin de saber si vamos en la dirección correcta o si existen puntos a corregir.

La información sobre el delito es una herramienta fundamental para la toma de decisiones estratégicas, para identificar las fortalezas y debilidades de nuestros sistemas de seguridad pública, y para diseñar programas y adoptar medidas concretas orientadas a mejorar la gestión en materia de seguridad ciudadana.

Necesitamos mejorar la información para poder formular una política criminal democrática, eficiente y respetuosa de los derechos humanos con una sólida base empírica.

Es preciso contar con estadísticas oficiales actualizadas; con indicadores de desempeño policial; también medir los tiempos de los procesos judiciales, el éxito de la persecución penal y el impacto de las medidas y programas de reinserción social.

Para esto necesitamos generar sistemas de información confiables; recopilar datos duros, análisis de estadísticas oficiales, diseñar indicadores de gestión, realizar encuestas de victimización, entrevistas en profundidad y valorar la experiencia de los actores del sistema de seguridad (policía, fiscales, jueces, etc.).

La información criminal debe estar sistematizada para poder analizarla y estudiarla en profundidad; necesitamos conocer la cantidad y tipo de delitos que se cometen en cada zona para identificar los lugares donde existen más hechos delictivos y su gravedad. La geo-referenciación de los conflictos y el mapa del delito son herramientas útiles para definir intervenciones sectoriales específicas que se sustenten en la problemática y necesidades de cada zona.

Asimismo, también son las encuestas de victimización sirven para poder conocer la “cifra negra del delito”; es decir la cantidad de hechos que ocurrieron en la realidad pero que no fueron denunciados; como así también contar con investigaciones de desempeño policial; esto es: qué hace, cómo y en dónde la policía.

El análisis integral de base empírica debe guiar el diseño de las políticas públicas realistas y sostenibles en el tiempo que no reduzcan la seguridad ciudadana solamente a la fase  policial y represiva.

Por otra parte, y a fin de completar el proceso de diseño de la política pública en materia de seguridad, también es importante el acercamiento entre las autoridades y la población para delinear políticas preventivas y represivas contra el delito. Es necesario abrir canales y mecanismos de participación ciudadana que comprometan a las personas con los programas de seguridad ciudadana y que permitan controlar la asignación de recursos y sus resultados.

También es aconsejable que el diagnóstico de la situación se realice de forma participativa y que puedan surgir de los propios ciudadanos las posibles soluciones o lineamientos generales de las propuestas; esto legitima y refuerza la acción del Estado.

Podemos hacer esto, y tomarnos la cuestión de la seguridad en serio, o continuar improvisando a ciegas, con una política criminal disociada de la realidad fuertemente ideologizada que no atiende a los problemas y necesidades de la gente.

¿Seguridad planificada o política criminal electoral?

Luego del resultado de las PASO, el gobierno nacional dispuso rápidamente una serie de medidas tendientes a mostrar sus esfuerzos en combatir la inseguridad actual mayor preocupación de la gente.

Con cambios en el discurso de funcionarios, políticos y dirigentes oficialistas, que dejaron de hablar de “sensación de inseguridad”, y culpar a los medios de comunicación por el aumento del delito, ahora se sostienen posturas de menor confrontación con la sociedad y más cercanas a los reclamos de la gente.

En esa línea, el 22 de agosto, mediante el decreto 1177/2013, se creó el “Programa Federal de Colaboración y Asistencia para la Seguridad” cuyo objetivo principal es: llevar adelante acciones de apoyo, colaboración y cooperación. Y en ese marco, pocos días después, el gobierno nacional le transfirió a la provincia de Buenos Aires 350 patrulleros y 350 motos.

Esta iniciativa resulta auspiciosa, y es un buen comienzo que deberá demostrarse en acciones concretas. Es importante que todos los niveles de gobierno colaboren y que sus instituciones trabajen de manera coordinada para combatir la violencia y el delito; y hasta ahora esto no sucedía.

La problemática de la inseguridad no se puede abordar ni mejorar si los distintos niveles estatales: gobiernos nacionales, provinciales y locales no actúan de manera mancomunada; también es necesario el trabajo conjunto de sus autoridades de seguridad, entre sí, y para con los fiscales.

Ahora bien, esperemos que el criterio orientador de la medida de gobierno no sean sólo las elecciones; para que el programa permanezca en el tiempo, y que no se deje de lado a aquellos gobernadores e intendentes opositores al gobierno nacional. En la presentación de la iniciativa sólo estuvieron Scioli e Insaurralde y las primeras transferencias de recursos fueron a la provincia de Buenos Aires.

Por otra parte, el sábado último se lanzó el Operativo Centinela, que consiste en desplazar a 5.000 efectivos de la Gendarmería Nacional a la provincia de Buenos Aires para realizar tareas de vigilancia y control.

La gendarmería es una fuerza de seguridad de naturaleza militar, que cumple funciones de defensa nacional y apoyo de la política exterior, por lo que sus efectivos se desempeñan principalmente en zonas fronterizas. Para cubrir sus tareas con personal del ejército sería necesario reformar la Ley de Seguridad Interior. De todos modos, esta situación no se prolongará por mucho tiempo ya que la medida durará sólo 45 días; es decir hasta el 27 de octubre, día de la elección.

A su vez, una política pública de seguridad ciudadana democrática no debe dar participación a las fuerzas armadas en tareas que corresponden a las fuerzas policiales. En reiteradas oportunidades la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha señalado que “las fuerzas armadas carecen del entrenamiento adecuado para al control de la seguridad ciudadana de manera eficiente y respetuosa de los derechos humanos combatir la inseguridad, la delincuencia y la violencia en el ámbito interno”.

No es bueno que las políticas y planes de seguridad ciudadana de un país se definan en tiempos electorales, ni como consecuencia de hechos puntuales de inseguridad.

En Argentina este tipo de políticas nunca han dado resultados positivos comprobables; no mejoraron los indicadores delictivos ni bajaron los niveles violencia. Ya hemos pasado por experiencias en las que, presionados por la opinión pública, los legisladores elevaron las escalas penales agravando sanciones y limitando las excarcelaciones para determinados delitos, recortando garantías procesales y afectando derechos.

La planificación de las políticas públicas es un proceso complejo, y aún más en materia de seguridad; ya que el gobierno debe imponer el respeto a la ley, pero también ser el primero en cumplirla.

Por eso, es importante contar con una política criminal y de seguridad claramente definida. Para ello resulta necesario un abordaje integral con estrategias de: prevención, investigación y persecución penal eficaz, más un sistema de enjuiciamiento rápido que aplique sanciones efectivas a quien cometió el delito; y por último un sistema carcelario que tienda a la readaptación del condenado.

Toda política pública debe contener una meta y objetivos, claros y fáciles de medir, para poder ser evaluada y mejorada; y en este caso parecería que los objetivos son mostrar que el gobierno nacional se hace cargo de la cuestión de la seguridad, actuando rápidamente, tomando decisiones y llevando adelante las acciones concretas para superar la delicada situación de inseguridad. Lamentablemente, son varios los indicios que indican que la meta parece ser ganar las elecciones de octubre.

Crisis en la Justicia Penal y la seguridad

El sistema penal argentino se encuentra en crisis: alrededor del 85% de los casos que ingresan a la Justicia nunca llegan a una solución; los plazos de resolución son excesivamente prolongados y la capacidad de investigación es casi nula; sólo llega a juicio el 5% de los casos ingresados.

En términos de garantías, durante el proceso penal se vulneran de manera casi sistemática los derechos y garantías fundamentales de imputados y víctimas, ya que en lugar de cumplir con la garantía constitucional de juicio previo, se realizan “expedientes previos” atiborrados de engorrosos trámites escritos y formales y la excesiva burocracia atenta contra la publicidad, transparencia y control de los actos que debe primar en cualquier sistema republicano.

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