Francisco y un rotundo no a la legalización de las drogas

“Quiero expresar con total claridad que la droga no se derrota con la droga. La droga es un mal y con el mal no puede haber cesiones o compromisos”, dijo recientemente Francisco al recibir en audiencia en el Vaticano a los participantes de la XXXI edición de la Conferencia Internacional para el Control de Drogas (IDEC).

Cada tanto se escuchan voces “legalizadoras” en la Argentina y en otros lugares del mundo.  Provienen tanto de intelectuales con escaso conocimiento del tema, de funcionarios de alto rango, como de lobbistas nacionales y extranjeros que se beneficiarían en billones de dólares si esto se lograra. Y se cita como ejemplo a Holanda. Veamos entonces cuál fue la experiencia de Holanda con este tema.

En el año 76, el Parlamento holandés se diferenció de sus vecinos y pasó legislación que establece la descriminalización de la posesión de drogas consideradas por ellos como “blandas”, especialmente marihuana o hashish, hasta 30 gramos por persona. Se reguló la venta en “coffee shops” , prohibiéndose la venta a menores de 18 años. ¿Cuál fue la consecuencia de esta legislación? La tolerancia que generó el cannabis en los consumidores, que antes del 76 tenían un componente activo del 3 al 5 % de THC (tertrahydrocannabinol) motivó la creciente manipulación ¨genética¨ de estas especies hasta llegar a cannabis de un 20% de THC o mayor.

La Dra. Heather Ashton, del Departamento de Neurociencia de la Universidad de Newcastle de Inglaterra, ha encontrado que, a estos niveles de THC, el mismo es absorbido por los tejidos grasos humanos, permaneciendo allí por largos periodos, causando pérdida de memoria, capacidad declinante para aprender y problemas motrices.

Si bien la venta a menores en Holanda esta prohibida, el uso de las drogas “blandas” (ya no tan blandas como vimos) creció notablemente entre los adolescentes. Por ejemplo, en 1984, el 4% de los menores entre 14 y 16 años las habían probado. En 1996 pasaron a ser el 28 % de los varones y el 21% de las mujeres. Y los adictos necesitados de tratamiento aumentaron el 25%.

Al momento de la legalización, Holanda era un país prácticamente libre de carteles de droga. Hoy es uno de los mayores productores y distribuidores, constituyendo una verdadera amenaza a sus vecinos. En 1996, fecha aproximada cuando se produjo la introducción de drogas derivadas de anfetaminas, el 68% de las secuestradas en Francia eran producidas en Holanda. Y el 80 % del éxtasis. Eso sí, slo en drogas blandas, Holanda vende unos 3 billones de dolares anuales. ¡Buen negocio!

Con la legalización se suponía que los jóvenes se quedarían en el consumo de las drogas legales. Ello no pasó, fue el umbral al uso de éxtasis y otras drogas sintéticas. Y no solo ellas: el Instituto de Salud Mental de Holanda (Trimbos Institute) estimó el número de adictos a la heroína, droga desconocida en el país hasta la legalización, en unos 25.000, más 12.000 en adictos a la metadona. Más del 90% de los adictos a la heroína tratados en De Hoop (centro de rehabilitación) se confesaron adictos al cannabis previamente al ingreso en las drogas “duras”.

Estos nefastos resultados hicieron que  el gobierno redujera de 30 a 5 gramos la cantidad legal a vender en los “coffee shops” y los controlara para que no se vendieran drogas “duras”, pero ya era tarde, los mercaderes de estos venenos ya estaban enraizados en la sociedad. ¿A esto apuntamos cuando hablamos de legalización? ¿A la multiplicación de adictos? ¿Esta es la sociedad que queremos para nuestros hijos?

Difícilmente encontremos otra solución a este grave problema que la lucha organizada contra el narcotráfico y la ayuda irrestricta al adicto en términos prioritarios del Estado. No hay producto en el mundo que podamos erradicar cuando exista una poderosa demanda del mismo.

Seguridad pública: mitos y verdades

En cuanto surgen reclamos sociales en torno a la real falta de seguridad que sufre nuestro país, especialmente en las grandes ciudades, comienzan las explicaciones de funcionarios y académicos relacionados con el gobierno que no convencen en absoluto al público en general, aunque a veces lo confunden.

Esta breve nota pretende arrojar algo de claridad al tema, con cuestiones que son ya probadas en otras latitudes pero que aquí todavía desafiamos.

1) El delito es un fenómeno complejo, por ello va a tardar mucho cambiar la situación

Con esta frase se “gana” tiempo para que luego de varias medidas fallidas todo siga igual. Si bien es cierto que el delito es multicausal (y cada delito tiene su motivación, por lo que las generalidades son inexactas) los criminólogos del siglo XXI partimos con el “beneficio” de saber que el delito violento, el que más preocupa al ciudadano, proviene su relación con el narcotráfico; ello ya ha sido desarrollado por académicos en países que sufren esta realidad antes que Argentina. De un 30 % al 70% (según sea mayor la concentración poblacional, más nos acercaremos al máximo del porcentaje) del delito violento tiene raíz en el narcotráfico, ello por tres grandes razones: primero por los homicidios entre bandas de criminales por la distribución territorial del negocio ilícito (en los que en numerosas veces caen inocentes en medio de ajustes de cuentas); segundo por el delito del adicto que necesita dinero para compra de tóxicos; y tercero, por el delito del adicto bajo influencia, causante de graves hechos de tránsito hasta ataques sexuales. Con lo que sabiendo esto, y apostando a la represión del narcotraficante y la prevención -y eventualmente- cura del adicto, ya estaremos en el buen camino.

2) Primero hay que arreglar la “cuestión social”, el desempleo y la pobreza

Otro mito que carece de sustento en material criminológico científico despojado de ideología. Si bien todos deseamos vivir en un país sin desempleo ni pobreza, ello no es obstáculo para tener una buena política de seguridad pública. También ha sido demostrado que en toda clase social existen individuos que se desvían de la ley, la diferencia radica en que cuanto más educación posee el delincuente, más difícil es su detección, más sofisticado y menos violento su crimen. Y una sociedad -la mayoría lo hace- castigada por el delito violento hace que el gobernante concentre sus esfuerzos policiales y judiciales en prevenir y reprimir el delito violento y no el conocido como “white collar”. Ello no debe relacionar al pobre con el delito. Hay sociedades muy pobres con escaso delito. Un ejemplo es Myanmar (país con menos homicidios cada 100.000 habitantes) y muy ricas con mucho delito como EEUU, lugar que tuvo su pico delictual en la época que ofrecía pleno empleo. Y luego en los EEUU (pese a la crisis del 2007 y que aún está) la tasa delictual baja año a año.

3) Con más policías y patrulleros no se soluciona

Quizás con más policías sin vocación, mal pagos y mal entrenados no, pero con una buena policía entrenada y tecnológicamente equipada sí. No es milagro que Puerto Madero tenga bajos índices delictuales. Es un lugar con mucha cantidad de prefectos y bien vigilada humana y tecnológicamente. Quienes hemos tenido el privilegio de estudiar seguridad pública sabemos que existen diversos estudios científicos que lo demuestran. Hay una relación directa entre población a atender y cantidad de policías y patrulleros necesarios para atenderla. Cuando la relación policía-población aumenta, el delito violento baja. Probado.

4) Tenemos las cárceles abarrotadas de presos y el delito sigue subiendo

Las cárceles argentinas, la mayoría precarias y contraindicadas para tratar de lograr algún tipo de resocialización del delincuente, están abarrotadas porque por décadas no siguieron el paso al crecimiento poblacional ni al poblacional delincuencial desde la entrada masiva del narcotráfico a la región.

El índice de delincuentes presos cada 100.000 habitantes de Argentina es uno de los más bajos del mundo, sólo precedidos por los países que producen mucha menos delincuencia como los nórdicos o Japón (otra cuestión de largo análisis que excede esta nota). Con el índice de delito violento que posee nuestro conurbano bonaerense y el de otras grandes urbes como Córdoba y Rosario debemos pensar en triplicar las plazas carcelarias -y llenarlas- para tener una sociedad segura.

Porque si bien el delito es un fenómeno complejo, la inseguridad no lo es: es la resultante de la relación entre delincuente suelto y delincuente preso y hoy podríamos decir que estamos viviendo en un penal abierto. No por nada Estados Unidos pasó de tener urbes inseguras a seguras, lo hizo pasando detener unos 200 delincuentes presos (Argentina no llega a esa cifra) cada 100.000 habitantes a tener 650 cada la misma cantidad de habitantes. La rehabilitación de delincuentes se debe hacer intramuros.

5) No adoptemos esquemas “de derecha” como aumentar penas y restringir excarcelaciones

El “tridente” de la seguridad pública se compone de: 1) Policía 2) Poder Judicial y 3) Servicio Penitenciario. Y esto presuponiendo que tenemos leyes acorde a los tiempos que tocan. En esto no puede haber “derecha” o “izquierda”, se supone que todos queremos vivir con seguridad. Y ello se logra teniendo leyes que no sólo garanticen los derechos del imputado de delitos sino también de las víctimas, que no eligieron serlo. Con una policía entrenada en prevenir delitos, e investigarlos y dar con sus autores cuando fracase su prevención. Con un Poder Judicial sin ideologías abolicionistas, con sentido común, cuanto más grave el delito más pena, menos excarcelaciones para delincuentes de carrera y menos beneficios de salidas carcelarias a quien se sindique con pronóstico desfavorable.

6) Los vecinos deben controlar a su policía para evitar actos de corrupción

Los vecinos pueden participar en programas específicos de prevención delictual y es ideal que lo hagan, pero la policía debe ser controlada por un departamento de Asuntos Internos diseñado a medida de estos tiempos, no basta con que se escriban sumarios, se necesita gente entrenada en operaciones encubiertas en la calle, verdaderos “cazadores” de delincuentes uniformados.

7) ¿Es la desigualdad? ¿Se sale dando trabajo e inclusión social?

Brasil y Argentina apostaron a que la llamada “inclusión social” solucionaría todos sus problemas, incluido el delito. Y ambos fracasaron en ello, porque sin entrar en discusión sobre si fueron más o menos los incluidos sociales, el delito siguió en alza, ello por lo descripto en el punto 1. Luego, los ideólogos de turno entonces nos dijeron que era la “desigualdad”. Y si bien en algunos casos, sobre todo de menores, pueden ingresar al delito por sentirse desiguales, la realidad es que lo hacen por ser captados por las redes del narcotráfico que les ofrecen el dinero y el ascenso social rápido. Combatiendo el narcotráfico y las oportunidades ilícitas, y proveyendo educación de calidad (factor también demostrado de gravitación en la entrada al delito), no sólo se combate la desigualdad sino se quita oportunidad al proveedor de trabajos ilícitos. Los que hemos estudiado el coeficiente GINI de desigualdades en comparación con el delito llegamos a la conclusión que no existe relación lineal comprobada entre uno y otro.

La conclusión es la siguiente: todos queremos un país más rico y más justo, pero ello no es garantía de seguridad pública per se. Ante las actuales circunstancias Argentina puede (y debe) ser un país seguro. Espero que este breve trabajo lleve un poco de luz a nuestros gobernantes, específicamente a los encargados de velar por nuestra seguridad, ya que es muy difícil -casi imposible- dar tratamiento cuando no se sabe el diagnóstico.