Castrocracia

La comunistocracia cubana comenzada a labrar, a construir ladrillo a ladrillo tras el violento arribo al poder de 1959, que desplazó a la anterior aristocracia para ocupar sus casas, sus bienes, sus automóviles, sus cuentas bancarias, sus bastones de mando, de ningún modo pudo heredar el buen gusto, el glamour ni el empuje empresarial y productivo de los burgueses proscritos.

Cuando yo vivía en Cuba, los representantes de las clases sociales encumbradas tenían como una de las tareas importantes disimular y ocultar ese alto standing que poseían en comparación con el resto del pueblo, ya que a este se lo sometía a sacrificios numantinos y podía llevar un serio desgaste en el escasísimo entusiasmo que ya se respiraba, o en los reparos a la protesta y la rebelión.

Varias veces me incidieron en el ruego de que no invitase a mis amigos de la escuela al hotel Habana Libre, ya que no era conveniente que viesen cómo vivíamos. Me explicaron, literalmente, lo recuerdo como si lo estuviese escuchando, que la razón de ese ocultismo era que Cuba iba en camino de la igualdad total, pero todavía había ciertas diferencias que se subsanarían cuando llegásemos al comunismo, cuando todos viviesen como vivíamos nosotros. Se lo creía quien se lo quería creer. Continuar leyendo

Alta costura y vergüenza baja

Mao, Lenin, Trotsky, Ulan Bator, Ho Chi Minh, Tito, incluso Stalin tuvieron el decoro de morir criminales de masa como eran, pero al menos con sus principios, coherentes con su locura mesiánica barnizada de lucha por los proletarios.

A estos sátrapas de Raúl y Fidel Castro les da igual todo, con la condición de que el mundo les deje seguir disfrutando de las ventajas de su monarquía absolutista.

Al desfile del tres de mayo de Chanel en el Paseo del Prado de La Habana acudió una hija del monarca cubano, un hijo y un nieto del emperador y semidios devorador Guarapo.

Al pueblo de a pie, que en la vida podría soñar con hacerse con el más barato de los perfumes de la marca francesa, lo mantuvieron a raya, a trescientos metros, con un fuerte cordón policial.

Aun para mí, que siempre los he percibido como unos descarados simuladores, que no fueron jamás comunistas ni nada que tuviese que ver con ideas altruistas o utopías, incluso yo, que sé muy bien que lo que a ellos los ha movilizado toda la vida ha sido algo tan prosaico como el poder absoluto, no imaginaba que fuesen tan sinvergüenzas, tan descarados, que llegasen a mostrarse así sin rubor. Continuar leyendo

Sus majestades y sus excelencias satánicas

No podría afirmar cuánto tiempo llevaban golpeando la puerta, ni siquiera diría que el sonido de los golpes logró despertarme, pero me sacó del profundo estado de inconsciencia en que había pasado las últimas horas. No sentía las piernas ni los brazos, pero sí un cúmulo de punzadas, tambores, aguijonazos, en el interior de mi cabeza.

Levanté un párpado y dirigí la mirada a la puerta, alzando el hilo de voz que logró salir de los pulmones.

—¿Quién es?

—Abra la puerta, es la seguridad del hotel.

Recién ahí me di cuenta de que estaba solo. La noche anterior o cuando quiera hubiese cedido a la gravedad para caer desplomado en aquella cama, había estado rodeado de amigos y de una novia de la cual no alcanzaba a recordar el nombre ni la cara (Honky Tonk Woman). Fui hasta la puerta mirando el suelo para esquivar vasos, botellas y algunos trozos de comida. Abrí. Continuar leyendo

Amnesia selectiva

Ayer estuve conversando durante horas con un amigo íntimo de La Habana que pasó por casa y al que no veía hacía más de diez años. Mi amigo había sido un irredento antisistema, tenía un problema con las autoridades casi cada día. Así como yo sentía una gran antipatía por el Gobierno y el poder, pero no por el sistema comunista, sino por el poder en sí mismo. Ello nos llevaba a profesar la misma simpatía por Fidel y sus genízaros que la que ellos sentían por nosotros, a quienes llamaban: “lumpen”, “rockeros”, “borrachos”, “inútiles”, “poco revolucionarios”, “antisociales”.

En síntesis, mi amigo se estaba volviendo loco en la isla, porque tenía deseos de viajar, de leer lo que le daba la gana, de manifestarse, de disfrutar de la vida y, a medida que iba creciendo, iba tomándole una mayor animadversión al sistema, a la Policía, al partido, a las infinitas organizaciones de masas, y ya al final a todo aquel que tuviese una guayabera y dos plumas en el bolsillo. Como yo.

Hizo lo que pudo por irse de Cuba, teniendo en cuenta que en aquellos años intentarlo ya era un delito penado con cárcel. Sin embargo él ni disimulaba, le decía a todo el que quisiese oír que ya no aguantaba aquel país y aquella represión. Los amigos empezaron a dejarlo solo, porque se despachaba en contra del Gobierno, sin tomar recaudos en cualquier sitio y a cualquier hora. En esos años sólo por manchar el nombre del comandante se podía ir preso muchos años. Continuar leyendo

Maquiavélico Raúl

Durante muchos años se estudiarán los movimientos magistrales de cintura en política internacional tanto de Fidel como de Raúl Castro, cual obra de Nicolás Maquiavelo. Pero Raúl, si cabe, consigue incluso más con muchísimo menos, sentando cátedra en materia de pragmatismo desde su época al frente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Lo que sea que haya permanecido en una posición semierguida durante estos cincuenta y largos años, lo que quiera que sea que tras la ruina tan proverbial de la revolución ha mantenido al cubano unido al menos frente al caos, en cada poro de ello ha estado residiendo de algún modo Fidel “Guarapo” Castro, ya fuese por el aura de divinidad que supo procurarse en torno a su persona.

La mayoría de los cubanos nacieron con él ya como el big brother absoluto, que todo lo sabe y todo lo observa, pero además como el padre de la patria, que subió a la sierra con doce hombres maltrechos y bajó con el pueblo victorioso detrás (sin detenernos demasiado en detalles, como todos esos compañeros, colegas y seguidores traicionados que sacrificó en el camino). O bien por el temor que infunde; ni siquiera su hermano Raúl, que es su sangre, podría hacer nada con la oposición de Guarapo. Ni siquiera él. Continuar leyendo

Simon Bolívar es de todos

En las elecciones del 6 de diciembre en Venezuela se podía esperar, se intuía un castigo al chavismo, a Nicolás Maduro por su falta total de carisma y su prepotencia, y a Diosdado Cabello por su mano de hierro; aunque más que nada por la situación económica del país, hundido, destruido, arrasado por la ineptitud, la intolerancia, el enfrentamiento entre compatriotas. Pero nadie podía aventurar un resultado tan contundente, un correctivo tan severo.

Cierto es que, aunque Maduro intentó por todos los medios que no se diese, dejando urnas tardías, amenazando por televisión que serían “candela con burundanga” en caso de perder, luego lo aceptó, como es debido en un político cívico.

Estos años he conocido a grandes y buenas personas de aquella gran nación sudamericana, seres humanos que viven un profundo amor a su país. Impresiona ver cómo la gente venezolana ama a su tierra; tanto los de una ideología como los de otra tienen una fuerte conciencia social, son seres informados, interesados a su modo en el destino de su terruño. Continuar leyendo