Entre los fantasmas del pasado y los desafíos del futuro

El Frente Amplio Unen hizo su presentación en sociedad y es un alivio para aquellos que están cansados de que el destino de la Argentina se defina como una interna del peronismo a cielo abierto. El desembarco del nuevo Frente le resta protagonismo a Sergio Massa, al que acerca, al menos en el imaginario colectivo, de nuevo a las playas del peronismo y cerca del kirchnerismo. Desde la irrupción del Frente Renovador, el ex intendente de Tigre se había posicionado con el único opositor explícito del gobierno con chances competitivas. Esa fue la apuesta con la que consiguió alzarse con el triunfo en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el panorama político cambió. Le será difícil a Massa mantener este discurso frente a Ernesto Sanz, Hermes Binner, Elisa Carrió y hasta frente a Julio Cobos a quien, a pesar de haber sido vicepresidente de Cristina Fernández, su voto “no positivo” y los ataques del oficialismo lo devolvieron contundentemente a la oposición. Paradójicamente, Massa queda más cerca de Daniel Scioli y una vez más hay quienes empiezan a hablar de un posible acuerdo entre ambos, un escenario que hasta hace poco los más avezados analistas políticos definían como el “acuerdo imposible”.

Cristina Fernández de Kirchner no tiene un sucesor aunque son muchos los que se anotan en esa carrera. La presidente ya comenzó el largo camino del adiós y se hace ilusiones con convertirse en una “king maker” e influir sobre el próximo gobierno. Un sueño que también tuvieron Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Dicen que CFK terminará, a la larga, por apoyar a Scioli y llenará las listas de diputados con su gente de confianza y hasta algunos creen que se reservará la designación del candidato a vicepresidente. Una fórmula que ya fue utilizada con Gabriel Mariotto.

El Frente Unen tiene que pelear con tres fantasmas: la Alianza, el manejo de la economía y esa maldición que cargan los radicales que reza que no pueden terminar un mandato. La estrategia del gobierno será blandir una y otra vez aquellos fantasmas, que ya quedó evidenciada en boca del jefe de gabinete Jorge Capitanich, que al día siguiente del acto en el teatro Broadway declaró: “Muchos de sus referentes tienen experiencia en el combate al narcotráfico porque han tenido a las fuerzas policiales como uno de los miembros más activos de las bandas delictivas; a la inflación porque han experimentado en carne propia llevar al país a la hiperinflación o la recesión; y, también, han experimentado la traición en carne propia porque, cuando les ha tocado formar parte de coaliciones, lo primero que hicieron fue vulnerar esos principios con la traición política”.

La comparación del Frente Unen con la Alianza suena más a chicana de ocasión que a realidad. La frustrada coalición estaba integrada por el Frepaso, que fue la pata peronista y gran parte de sus integrantes en la actualidad se encuentran en las filas del kirchnerismo. Los socialistas no fueron de la partida y en el flamante Frente Unen son uno de sus pilares junto con el radicalismo, y a diferencia de 1999 gobiernan uno de los distritos más importantes del país como Santa Fe; aunque también uno de los más violentos. A ellos se suma, Libres del Sur de Fernando “Pino Solanas”, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el Frente Cívico y Social de Córdoba liderado por el senador Luis Juez. En suma, el arco ideológico partidario del frente tiene mayor densidad como sostiene Graciela Fernández Meijide cuando se le pregunta sobre las diferencias del Frente Unen con la Alianza. Sin embargo, la comparación entre una y otra coalición existe en el imaginario popular y desde ahora y hasta el 2015 el Frente Unen deberá enterrar esa percepción.

Las palabras del jefe de gabinete demuestran que el gobierno sintió el golpe de la conformación del nuevo frente opositor. Tal vez sea por ello que Scioli, al fin de cuentas, no resulte tan repulsivo como en otros tiempos; especialmente si se tiene en cuenta que los ensayos para elegir al sucesor de Cristina Fernández hasta el momento son sólo experiencias de laboratorio. La modesta ironía de Capitanich con el narcotráfico se asemeja a aquel exabrupto del “Cuervo” Larroque cuando habló de “narcosocialismo”. Claramente es un tema que al gobierno no le conviene ahondar porque corre el riesgo de salir bastante magullado de esa discusión.

El próximo gobierno, sea cual sea su signo político, deberá lidiar con una economía maltrecha que requerirá medidas impopulares. Tal vez ello sea la gran prueba del Frente Unen para mantenerse unido. Sanz y Cobos están muy lejos de la concepción económica que puede tener Pino Solanas. Probablemente sea este tema -más que un posible entendimiento con Mauricio Macri- el que genere mayores riesgos para que la coalición se mantenga unida. Es el viejo problema de los “cómo” que sobrevuela en todo frente y que requiere que sus conductores agudicen su ingenio y demuestren tener mucha cintura política.

Pero además, el nuevo Frente tiene otros dos desafíos no menos importantes. En primer lugar, deberá sortear las diferencias genéticas que tienen sus dirigentes y evitar que ellas lo lleven a desgajarse. Probablemente, por esta razón Ernesto Sanz salió a quitarle relevancia a una eventual alianza con Mauricio Macri declarando que la cuestión no estaba en la agenda y que el jefe de gobierno es el candidato del PRO. Sabe que en este momento un entendimiento con Macri podría ser la puerta de salida para varios dirigentes, pero también se especula cerca del senador mendocino que si consigue posicionarse como candidato con verdaderas chances electorales la inclusión del PRO ya no será necesaria. El otro desafío es la Provincia de Buenos Aires, el distrito donde siempre se libra la madre de todas las batallas electorales. Allí, el Frente Unen no tiene ningún candidato competitivo y por el momento es el reino de la interna peronista. Es complicado ganar el poder de la Argentina si no se obtiene una victoria en territorio bonaerense. Hoy, la provincia se reparte entre Massa y Scioli y por el momento no parece haber lugar para un tercero. En este sentido da la impresión de que un escenario distinto estará atado a la marcha de la economía, que complicará la estrategia electoral de Daniel Scioli y al desgaste que pueda evidenciar la candidatura de Sergio Massa.

El Frente Unen tiene una ventaja en la que pocos han reparado. Sus dirigentes poseen legitimidad popular de origen porque tuvieron la inteligencia de usar las PASO para dirimir sus candidaturas. Pero tal vez, la mayor novedad sea que los que perdieron se quedaron dentro del espacio. Un verdadero logro si se tiene en cuenta que el sistema de partidos en la Argentina colapsó. Esa práctica es la que piensan repetir de cara a las elecciones del 2015 y que les permitirá dirimir sus diferencias en base a la legitimidad popular. Tal vez en ello estriba su principal fortaleza.

La Presidente no entendió el mensaje

La presidente Cristina Fernández habló por segunda vez desde la contundente derrota que sufrió el domingo pasado. Se la vio enojada, crispada y con mucha bronca, poniendo en evidencia que el resultado adverso de las urnas caló hondo.

Acusó a los medios de ser artífices de su derrota y de desinformar porque no encontró en los diarios los resultados de la Antártida, donde se impuso el Frente para la Victoria. La comparación con Perico en la época del menemismo estalló de inmediato en las redes sociales. Parecía una parodia de la propia Cristina, sólo que no se trataba de Fátima Flóres la que ocupaba el atril de Tecnópolis.

“Quiero los titulares para discutir, no los suplentes que me ponen en las listas. Yo no soy suplente de nadie, soy presidenta de los 40 millones de argentinos, quiero discutir con la UIA, con los bancos, con los sindicatos, es un partido para titulares de intereses”, arremetió descalificando a la oposición y apelando como siempre a una conspiración pero también despreció a los millones de argentinos que no votaron al oficialismo. Una vez más la Presidente aplicó el doble estándar, el respaldo popular sólo es legítimo cuando los votos los recibe el partido de gobierno.

En su agresivo discurso Fernández de Kirchner también reveló su estrategia de campaña para el segundo capítulo de este proceso electoral: doblar la apuesta y profundizar el modelo. En definitiva, persistir en el fracaso. La Presidente no mostró ni el más mínimo rasgo de autocrítica y como siempre puso la responsabilidad afuera. Ninguna novedad. Para ella los dirigentes de la oposición son meros gerentes de poderes que se manejan en las sombras y que se propone desenmascarar. Desafortunadamente, la Presidente olvida que los bancos, la UIA y los sindicatos fueron aliados de su gobierno y del de Néstor Kirchner.

Fernàndez de Kirchner se enoja y en definitiva menosprecia a los argentinos que decidieron votar por una opción distinta. En ese modesto e inútil ejercicio cruzado por la bronca, no se pregunta por qué muchos de esos ciudadanos en el 2011 la votaron y fueron los artífices de su reelección. Se equivoca cuando menosprecia al pueblo pensando que los medios manejan a la sociedad. Es un claro síntoma de que Cristina ha comenzado a padecer el sindrome del Pato Rengo, ese fenómeno que sufren los presidentes norteamericanos cuando entran en el final de su segundo mandato. Lisa y llanamente se trata de la pérdida del poder político. No es una novedad en la Argentina, Carlos Menem bien puede dar cuenta de ello. Es una enfermedad que siempre es terminal.

La impotencia que Fernández de Kirchner demostró en su discurso se acrecienta como consecuencia de su propios dichos. Es cierto, ganó en la Antártida pero perdió en la estratégica Provincia de Buenos Aires. Allí puso el cuerpo y fue la verdadera candidata, Martín Insaurralde fue sólo un mero actor de reparto. Sería injusto cargarle la responsabilidad de la derrota. Pero además, la Presidente sabe que el domingo también terminó el sueño de la re reelección, al menos por el camino tradicional que marca la Constitución.

La Presidente está dispuesta a morir con las botas puestas, sin dar un paso atrás, como recitan, disciplinados, los integrantes de La Cámpora. Sin embargo, los jóvenes militantes no advirtieron que los poderosos intendentes del Conurbano bonaerense nunca se inmolan y mucho menos los sindicalistas. Es por ello que, en ese contexto, las palabras de Hugo Moyano describen con brutal precisión el ocaso que empieza a transitar Cristina Fernández. “Hay olor a cala“, dijo el camionero.

Es probable que los candidatos de la oposición, el equipo de suplentes, hayan celebrado al escuchar sus palabras porque saben que seguirán sumando votos en octubre.

La Presidente se equivoca pero lo más grave es que planea persistir en los errores que son la causa de su fracaso electoral, los mismos que la hicieron perder cuatro millones de votos en menos de dos años. Es claro que Cristina no entendió el mensaje de las urnas. El pueblo, ese mismo que tantas veces idolatró, es el que ahora le dice que debe corregir el rumbo.

Es paradójico que la Presidente proponga debatir cuando siempre fue ella la que no atrevió a discutir y a ignorar los problemas que requieren soluciones urgentes.

El domingo, con los resultados en la mano, Cristina Fernández se había mostrado más calmada; tal vez porque la derrota y sus consecuencias no se habían dimensionado en su totalidad. En esa ocasión dijo que la relación de fuerzas en el Congreso quedaría más o menos igual que ahora. Hoy es una verdad a medias, porque para hacer un análisis más riguroso habría que tener los resultados de octubre. Pero aun cuando en términos de cantidad de bancas las cosas quedaran igual, habrá que ver si los diputados y senadores del oficialismo siguen siendo soldados de la causa. El senador radical Ernesto Sanz lo dijo claramente en Contrapunto: “El principal cambio en el Congreso provendrá desde dentro del oficialismo“. Es probable que no se equivoque.

La Presidenta fue más violenta en Twitter. No se privó de atacar con una virulencia inusitada a Clarín, Perfil, La Nación e Infobae. Es una clara admisión de que el sistema multimediático oficialista carece de toda credibilidad. Pero se equivoca cuando le adjudica a los medios un poder que no tienen. “Tiene una enorme dificultad para asumir lo que pasó”, explica el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández cuando se le pregunta sobre la reacción presidencial. En la red social también se encargó de atacar a Sergio Massa, a quien caracterizó como una nueva versión de Eduardo Duhalde “con carita más joven. Si hasta tiene su “chiche”. Yo me acuerdo. Era Senadora”. No sólo es un ninguneo innecesario a Massa, pero también se trata de una falta de respeto a los tres millones de argentinos que lo votaron. Además, pone en evidencia que la Presidente ya no puede discutir desde las ideas, sólo confronta desde la descalificación y el agravio. Parece que dejó de creer en la política.

El fracaso del domingo es su responsabilidad y es lógico que así sea, es la consecuencia de una cadena de traspiés que tarde o temprano implica pagar un costo político. El fracaso del CEDIN, el cepo cambiario, la inflación alta que no cede, el control de precios, los casos de corrupción, la “democratización” de la justicia, los muertos en tragedias evitables como la de Once, la suba del mínimo no imponible y el General César Milani. Son sólo algunos ejemplos pero hay más.

No son los medios los responsables de la victoria de Sergio Massa en la Provincia de Buenos Aires o de Julio Cobos en Mendoza, quienes fueron los dirigentes de la oposición más votados del país y paradójicamente ambos estuvieron al lado de la Presidente.

La cuestión electoral, en todo caso, es un problema que deberá afrontar el Frente para la Victoria. El verdadero problema es que Cristina Fernández está decidida en seguir adelante con el rumbo que se ha trazado y profundizar el “modelo”, algo que en la actualidad es muy difícil de definir. Pero ello implica persistir en el error y ese camino sólo redundará en agudizar los problemas y, en este caso, los afectados son los cuarenta millones de argentinos.

La Presidente ha decidido doblar la apuesta como una demostración de fortaleza política, pero en rigor de verdad sólo se trata de la confirmación de su debilidad.

Todo resultado electoral lleva implícito un mensaje, en este caso se trató de un llamado de atención. Sin embargo, Cristina Fernández de Kirchner ha decidido ignorarlo y ser la principal consumidora de su propio relato.