Entre los fantasmas del pasado y los desafíos del futuro

El Frente Amplio Unen hizo su presentación en sociedad y es un alivio para aquellos que están cansados de que el destino de la Argentina se defina como una interna del peronismo a cielo abierto. El desembarco del nuevo Frente le resta protagonismo a Sergio Massa, al que acerca, al menos en el imaginario colectivo, de nuevo a las playas del peronismo y cerca del kirchnerismo. Desde la irrupción del Frente Renovador, el ex intendente de Tigre se había posicionado con el único opositor explícito del gobierno con chances competitivas. Esa fue la apuesta con la que consiguió alzarse con el triunfo en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el panorama político cambió. Le será difícil a Massa mantener este discurso frente a Ernesto Sanz, Hermes Binner, Elisa Carrió y hasta frente a Julio Cobos a quien, a pesar de haber sido vicepresidente de Cristina Fernández, su voto “no positivo” y los ataques del oficialismo lo devolvieron contundentemente a la oposición. Paradójicamente, Massa queda más cerca de Daniel Scioli y una vez más hay quienes empiezan a hablar de un posible acuerdo entre ambos, un escenario que hasta hace poco los más avezados analistas políticos definían como el “acuerdo imposible”.

Cristina Fernández de Kirchner no tiene un sucesor aunque son muchos los que se anotan en esa carrera. La presidente ya comenzó el largo camino del adiós y se hace ilusiones con convertirse en una “king maker” e influir sobre el próximo gobierno. Un sueño que también tuvieron Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Dicen que CFK terminará, a la larga, por apoyar a Scioli y llenará las listas de diputados con su gente de confianza y hasta algunos creen que se reservará la designación del candidato a vicepresidente. Una fórmula que ya fue utilizada con Gabriel Mariotto.

El Frente Unen tiene que pelear con tres fantasmas: la Alianza, el manejo de la economía y esa maldición que cargan los radicales que reza que no pueden terminar un mandato. La estrategia del gobierno será blandir una y otra vez aquellos fantasmas, que ya quedó evidenciada en boca del jefe de gabinete Jorge Capitanich, que al día siguiente del acto en el teatro Broadway declaró: “Muchos de sus referentes tienen experiencia en el combate al narcotráfico porque han tenido a las fuerzas policiales como uno de los miembros más activos de las bandas delictivas; a la inflación porque han experimentado en carne propia llevar al país a la hiperinflación o la recesión; y, también, han experimentado la traición en carne propia porque, cuando les ha tocado formar parte de coaliciones, lo primero que hicieron fue vulnerar esos principios con la traición política”.

La comparación del Frente Unen con la Alianza suena más a chicana de ocasión que a realidad. La frustrada coalición estaba integrada por el Frepaso, que fue la pata peronista y gran parte de sus integrantes en la actualidad se encuentran en las filas del kirchnerismo. Los socialistas no fueron de la partida y en el flamante Frente Unen son uno de sus pilares junto con el radicalismo, y a diferencia de 1999 gobiernan uno de los distritos más importantes del país como Santa Fe; aunque también uno de los más violentos. A ellos se suma, Libres del Sur de Fernando “Pino Solanas”, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el Frente Cívico y Social de Córdoba liderado por el senador Luis Juez. En suma, el arco ideológico partidario del frente tiene mayor densidad como sostiene Graciela Fernández Meijide cuando se le pregunta sobre las diferencias del Frente Unen con la Alianza. Sin embargo, la comparación entre una y otra coalición existe en el imaginario popular y desde ahora y hasta el 2015 el Frente Unen deberá enterrar esa percepción.

Las palabras del jefe de gabinete demuestran que el gobierno sintió el golpe de la conformación del nuevo frente opositor. Tal vez sea por ello que Scioli, al fin de cuentas, no resulte tan repulsivo como en otros tiempos; especialmente si se tiene en cuenta que los ensayos para elegir al sucesor de Cristina Fernández hasta el momento son sólo experiencias de laboratorio. La modesta ironía de Capitanich con el narcotráfico se asemeja a aquel exabrupto del “Cuervo” Larroque cuando habló de “narcosocialismo”. Claramente es un tema que al gobierno no le conviene ahondar porque corre el riesgo de salir bastante magullado de esa discusión.

El próximo gobierno, sea cual sea su signo político, deberá lidiar con una economía maltrecha que requerirá medidas impopulares. Tal vez ello sea la gran prueba del Frente Unen para mantenerse unido. Sanz y Cobos están muy lejos de la concepción económica que puede tener Pino Solanas. Probablemente sea este tema -más que un posible entendimiento con Mauricio Macri- el que genere mayores riesgos para que la coalición se mantenga unida. Es el viejo problema de los “cómo” que sobrevuela en todo frente y que requiere que sus conductores agudicen su ingenio y demuestren tener mucha cintura política.

Pero además, el nuevo Frente tiene otros dos desafíos no menos importantes. En primer lugar, deberá sortear las diferencias genéticas que tienen sus dirigentes y evitar que ellas lo lleven a desgajarse. Probablemente, por esta razón Ernesto Sanz salió a quitarle relevancia a una eventual alianza con Mauricio Macri declarando que la cuestión no estaba en la agenda y que el jefe de gobierno es el candidato del PRO. Sabe que en este momento un entendimiento con Macri podría ser la puerta de salida para varios dirigentes, pero también se especula cerca del senador mendocino que si consigue posicionarse como candidato con verdaderas chances electorales la inclusión del PRO ya no será necesaria. El otro desafío es la Provincia de Buenos Aires, el distrito donde siempre se libra la madre de todas las batallas electorales. Allí, el Frente Unen no tiene ningún candidato competitivo y por el momento es el reino de la interna peronista. Es complicado ganar el poder de la Argentina si no se obtiene una victoria en territorio bonaerense. Hoy, la provincia se reparte entre Massa y Scioli y por el momento no parece haber lugar para un tercero. En este sentido da la impresión de que un escenario distinto estará atado a la marcha de la economía, que complicará la estrategia electoral de Daniel Scioli y al desgaste que pueda evidenciar la candidatura de Sergio Massa.

El Frente Unen tiene una ventaja en la que pocos han reparado. Sus dirigentes poseen legitimidad popular de origen porque tuvieron la inteligencia de usar las PASO para dirimir sus candidaturas. Pero tal vez, la mayor novedad sea que los que perdieron se quedaron dentro del espacio. Un verdadero logro si se tiene en cuenta que el sistema de partidos en la Argentina colapsó. Esa práctica es la que piensan repetir de cara a las elecciones del 2015 y que les permitirá dirimir sus diferencias en base a la legitimidad popular. Tal vez en ello estriba su principal fortaleza.

De víctimas y victimarios

El linchamiento es el nuevo fenómeno que ha estallado en la Argentina. El diccionario de la Real Academia Española define el verbo linchar como la ejecución sin proceso o tumultuosamente de un sospechoso o un reo. Implica la ruptura del contrato social de Thomas Hobbes, a través del cual el hombre resignaba parte de su libertad en favor del Estado para salir de su primitivo estado de naturaleza y alcanzar la felicidad. En definitiva para que deje de ser el lobo del hombre que se termina por fagocitar a sí mismo. Sencillo y fácil de entender. Una discusión superada en todo el mundo civilizado desde hace décadas.

Los casos de linchamientos que sucedieron en los últimos días demuestran de la manera más brutal y explícita la ausencia del Estado, de ese tercero al cual se le cede parte de la libertad para convivir en base a las reglas establecidas por un contrato social. En definitiva, termina siendo un nueva gran contradicción de un gobierno que por años hizo gala de privilegiar un Estado presente pero que en los casos de inseguridad está irremediablemente ausente. El kirchnerismo tiene esa rara habilidad de convertir en un problema lo que ya se resolvió.

A los fines de evitar cualquier mala interpretación, es necesario aclarar que nadie puede estar a favor de matar a una persona a golpes aunque sea el autor del más aberrante de los crímenes. Porque justamente eso es lo que nos hace vivir bajo las reglas de un contrato social y nos convierte en una sociedad civilizada. No cabe duda que aquellos que toman la justicia por mano propia se convierten en victimarios y por ende en delincuentes peores que aquellos a los que ejecutan. Ahora bien, hechas las aclaraciones de rigor es importante entender el fenómeno.

El kirchnerismo a lo largo de una década ninguneó el reclamo de seguridad de una enorme mayoría de la sociedad como sucede con la inflación, al punto que ni siquiera se atreven a nombrar ninguna de las dos palabras. Desde hace mucho tiempo las encuestas una y otra vez arrojan como resultado que la falta de seguridad es el principal reclamo de la gente. No se trata de una sensación, ni tampoco de una conspiraciónón mediática que pretende esmerilar a un gobierno que se jacta de sus logros, muchos de los cuales terminan siendo incomprensibles, y que jamás admitió una autocrítica por temor a mostrarse débil. La gente siguió reclamando y la única respuesta del poder político fue alumbrar un proyecto de Código Penal que deja la amarga sensación de proteger más a los delincuentes que a la sociedad. Claramente fue la respuesta de un gobierno y de parte de la oposición que nunca ha demostrado un verdadero interés por el problema. Finalmente, la gente se cansó y el hombre empezó a degradarse en lobo de sí mismo, convirtiendo a las víctimas en victimarios.

“Esta es una nueva arista de la inseguridad que es la reacción de la gente”, explica el Fiscal de Cámara Ricardo Sáenz al analizar los linchamientos.

Las declaraciones del secretario de seguridad Sergio Berni son al menos curiosas, cuando dice que la gente reaccionó con cierto hartazgo. Parece ser más un analista político que uno de los necesarios protagonistas del problema y le arroja el problema a la justicia como si los jueces fueran los responsables exclusivos de la inseguridad. Berni no se acuerda de que los jueces sólo entran en el juego una vez consumado el delito. Desafortunadamente, el secretario sigue la misma lógica del gobierno. No puede ser menos, Cristina Fernández de Kirchner, en una de sus últimas cadenas nacionales, llamó a la paz utilizando una frase remanida: “La violencia engendra más violencia”, para luego hacer una triste comparación con la “Noche de los Cristales Rotos”. Es evidente que la Presidente no entiende que lo que está generando violencia es la omisión del Estado en darle soluciones a la sociedad y la carencia de una política integral en materia de seguridad. Está claro que el proyecto de reforma del Código Penal no es la respuesta ni tampoco la banalización del problema resumiéndolo a un frívolo debate sobre la mano dura. Sería bueno que Cristina Fernández explicara su mirada política de la cuestión y cuál es la solución que puede implementar, algo que también sería útil en el caso del secretario Berni. La sociedad no necesita más comentaristas de la realidad, está exigiendo soluciones urgentes y menos retórica.

El gobierno no entiende el problema de la inseguridad y siempre se guió por prejuicios que terminaron por agravar el problema. El principal error del kirchnerismo es equiparar la represión del delito a la salvaje represión de la dictadura divorciada del Estado de Derecho. La doctora Diana Cohen Agrest explica: “El Estado se quedó aferrado a un único tipo de violencia que es la violencia del Estado. Después de cuarenta años estamos condenando a los victimarios de la dictadura y liberando a los victimarios de hoy”, declaró en Contrapunto (Fm Identidad 92.1).

El gobierno decidió transitar el camino de un mal llamado garantismo cuyo principal exponente es el juez Eugenio Raúl Zaffaroni, que propone un cambio de paradigma en el cual el delincuente no es un victimario que con su conducta lesiona ese contrato social acuñado por Hobbes, sino una víctima de la sociedad que lo excluye. Es más, incluso hasta podría encontrarse un cierto grado de justificación en su accionar. La teoría del juez adolece de varias inconsistencias, pero la principal es que en su afán de garantizar y hasta justificar a un delincuente ignora a las víctimas.

El kirchnerismo siempre se ha caracterizado por reaccionar sólo cuando se encuentra ante situaciones extremas. En ese momento aflora el pragmatismo que todo peronista lleva en su ADN y arría sus banderas ideológicas que muta de acuerdo con la coyuntura política. Los cambios en la economía son el mejor ejemplo. Ahora llegó el momento de hacerse cargo de la seguridad porque los linchamientos demuestran que la situación es extrema.

La Presidente no entendió el mensaje

La presidente Cristina Fernández habló por segunda vez desde la contundente derrota que sufrió el domingo pasado. Se la vio enojada, crispada y con mucha bronca, poniendo en evidencia que el resultado adverso de las urnas caló hondo.

Acusó a los medios de ser artífices de su derrota y de desinformar porque no encontró en los diarios los resultados de la Antártida, donde se impuso el Frente para la Victoria. La comparación con Perico en la época del menemismo estalló de inmediato en las redes sociales. Parecía una parodia de la propia Cristina, sólo que no se trataba de Fátima Flóres la que ocupaba el atril de Tecnópolis.

“Quiero los titulares para discutir, no los suplentes que me ponen en las listas. Yo no soy suplente de nadie, soy presidenta de los 40 millones de argentinos, quiero discutir con la UIA, con los bancos, con los sindicatos, es un partido para titulares de intereses”, arremetió descalificando a la oposición y apelando como siempre a una conspiración pero también despreció a los millones de argentinos que no votaron al oficialismo. Una vez más la Presidente aplicó el doble estándar, el respaldo popular sólo es legítimo cuando los votos los recibe el partido de gobierno.

En su agresivo discurso Fernández de Kirchner también reveló su estrategia de campaña para el segundo capítulo de este proceso electoral: doblar la apuesta y profundizar el modelo. En definitiva, persistir en el fracaso. La Presidente no mostró ni el más mínimo rasgo de autocrítica y como siempre puso la responsabilidad afuera. Ninguna novedad. Para ella los dirigentes de la oposición son meros gerentes de poderes que se manejan en las sombras y que se propone desenmascarar. Desafortunadamente, la Presidente olvida que los bancos, la UIA y los sindicatos fueron aliados de su gobierno y del de Néstor Kirchner.

Fernàndez de Kirchner se enoja y en definitiva menosprecia a los argentinos que decidieron votar por una opción distinta. En ese modesto e inútil ejercicio cruzado por la bronca, no se pregunta por qué muchos de esos ciudadanos en el 2011 la votaron y fueron los artífices de su reelección. Se equivoca cuando menosprecia al pueblo pensando que los medios manejan a la sociedad. Es un claro síntoma de que Cristina ha comenzado a padecer el sindrome del Pato Rengo, ese fenómeno que sufren los presidentes norteamericanos cuando entran en el final de su segundo mandato. Lisa y llanamente se trata de la pérdida del poder político. No es una novedad en la Argentina, Carlos Menem bien puede dar cuenta de ello. Es una enfermedad que siempre es terminal.

La impotencia que Fernández de Kirchner demostró en su discurso se acrecienta como consecuencia de su propios dichos. Es cierto, ganó en la Antártida pero perdió en la estratégica Provincia de Buenos Aires. Allí puso el cuerpo y fue la verdadera candidata, Martín Insaurralde fue sólo un mero actor de reparto. Sería injusto cargarle la responsabilidad de la derrota. Pero además, la Presidente sabe que el domingo también terminó el sueño de la re reelección, al menos por el camino tradicional que marca la Constitución.

La Presidente está dispuesta a morir con las botas puestas, sin dar un paso atrás, como recitan, disciplinados, los integrantes de La Cámpora. Sin embargo, los jóvenes militantes no advirtieron que los poderosos intendentes del Conurbano bonaerense nunca se inmolan y mucho menos los sindicalistas. Es por ello que, en ese contexto, las palabras de Hugo Moyano describen con brutal precisión el ocaso que empieza a transitar Cristina Fernández. “Hay olor a cala“, dijo el camionero.

Es probable que los candidatos de la oposición, el equipo de suplentes, hayan celebrado al escuchar sus palabras porque saben que seguirán sumando votos en octubre.

La Presidente se equivoca pero lo más grave es que planea persistir en los errores que son la causa de su fracaso electoral, los mismos que la hicieron perder cuatro millones de votos en menos de dos años. Es claro que Cristina no entendió el mensaje de las urnas. El pueblo, ese mismo que tantas veces idolatró, es el que ahora le dice que debe corregir el rumbo.

Es paradójico que la Presidente proponga debatir cuando siempre fue ella la que no atrevió a discutir y a ignorar los problemas que requieren soluciones urgentes.

El domingo, con los resultados en la mano, Cristina Fernández se había mostrado más calmada; tal vez porque la derrota y sus consecuencias no se habían dimensionado en su totalidad. En esa ocasión dijo que la relación de fuerzas en el Congreso quedaría más o menos igual que ahora. Hoy es una verdad a medias, porque para hacer un análisis más riguroso habría que tener los resultados de octubre. Pero aun cuando en términos de cantidad de bancas las cosas quedaran igual, habrá que ver si los diputados y senadores del oficialismo siguen siendo soldados de la causa. El senador radical Ernesto Sanz lo dijo claramente en Contrapunto: “El principal cambio en el Congreso provendrá desde dentro del oficialismo“. Es probable que no se equivoque.

La Presidenta fue más violenta en Twitter. No se privó de atacar con una virulencia inusitada a Clarín, Perfil, La Nación e Infobae. Es una clara admisión de que el sistema multimediático oficialista carece de toda credibilidad. Pero se equivoca cuando le adjudica a los medios un poder que no tienen. “Tiene una enorme dificultad para asumir lo que pasó”, explica el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández cuando se le pregunta sobre la reacción presidencial. En la red social también se encargó de atacar a Sergio Massa, a quien caracterizó como una nueva versión de Eduardo Duhalde “con carita más joven. Si hasta tiene su “chiche”. Yo me acuerdo. Era Senadora”. No sólo es un ninguneo innecesario a Massa, pero también se trata de una falta de respeto a los tres millones de argentinos que lo votaron. Además, pone en evidencia que la Presidente ya no puede discutir desde las ideas, sólo confronta desde la descalificación y el agravio. Parece que dejó de creer en la política.

El fracaso del domingo es su responsabilidad y es lógico que así sea, es la consecuencia de una cadena de traspiés que tarde o temprano implica pagar un costo político. El fracaso del CEDIN, el cepo cambiario, la inflación alta que no cede, el control de precios, los casos de corrupción, la “democratización” de la justicia, los muertos en tragedias evitables como la de Once, la suba del mínimo no imponible y el General César Milani. Son sólo algunos ejemplos pero hay más.

No son los medios los responsables de la victoria de Sergio Massa en la Provincia de Buenos Aires o de Julio Cobos en Mendoza, quienes fueron los dirigentes de la oposición más votados del país y paradójicamente ambos estuvieron al lado de la Presidente.

La cuestión electoral, en todo caso, es un problema que deberá afrontar el Frente para la Victoria. El verdadero problema es que Cristina Fernández está decidida en seguir adelante con el rumbo que se ha trazado y profundizar el “modelo”, algo que en la actualidad es muy difícil de definir. Pero ello implica persistir en el error y ese camino sólo redundará en agudizar los problemas y, en este caso, los afectados son los cuarenta millones de argentinos.

La Presidente ha decidido doblar la apuesta como una demostración de fortaleza política, pero en rigor de verdad sólo se trata de la confirmación de su debilidad.

Todo resultado electoral lleva implícito un mensaje, en este caso se trató de un llamado de atención. Sin embargo, Cristina Fernández de Kirchner ha decidido ignorarlo y ser la principal consumidora de su propio relato.

Fatiga de material

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner aparece cada vez más radicalizada en sus discursos, es un síntoma que se acabaron las ideas, hay escasez de victorias políticas y la billetera del poder ya no es lo que era.

El relato épico ya no convence y lo que muestra grandes debilidades es la misma gestión del gobierno. Guillermo Moreno es producto de estos tiempos de estrechez del cristinismo y su protagonismo es directamente proporcional al crispamiento de la Presidente. Moreno es el conductor del quinteto económico, un grupo que registra un balance de mayores derrotas que victorias. Moreno no es sólo Moreno, es el emergente de un gobierno cuyo margen de maniobra se estrecha.

El congelamiento de precios que se derrite, la inflación que se acelera, el CEDIN que no arranca, la derrota de la Reforma Judicial que desencadenó la guerra contra la Corte Suprema de Justicia, los trenes que se han convertido en una pesadilla, los casos de corrupción que se multiplican y pican cada vez más cerca de lo más alto del poder. A esta lista se suma el peligro de la reunificación de la CGT, el pan que se está convirtiendo en un artículo de lujo, YPF que mendiga fondos, las inversiones que no tienen a la Argentina como destino pero también los capitales que buscan otros horizontes, el cepo cambiario y el aumento de la desocupación. Éstos son algunos de los problemas a los que el gobierno se enfrenta pero que en sus discursos la Presidente se empeña en ignorar. Así, el gobierno que iba por todo puede terminar sin nada, pero luchará hasta el final. Martín Insaurralde y Guillermo Moreno son dos exponentes de la fatiga de material que hoy exhibe el cristinismo.

Martín Insaurralde, casi un perfecto desconocido  fuera de los límites de Lomas de Zamora, fue el Plan “C” de Cristina Fernández. La Presidenta se vio obligada  a descartar como candidatos a Alicia Kirchner, que fue arrasada por las inundaciones en La Plata y a Florencio Randazzo que dejó de ser una alternativa electoral luego de la tragedia de Castelar.

El bajo nivel de conocimiento de Insaurralde, aproximadamente del 57% según las primeras encuestas, obliga a la Presidente a convertirse en la verdadera candidata del Frente para la Victoria secundada por Daniel Scioli. Ella deberá cargar con la victoria pero también con la derrota, en unas elecciones que lo que está verdaderamente en juego es la continuidad del modelo que sólo será posible con la continuidad en el poder de Cristina Fernández. Es lo que en definitiva quiere decir la diputada Diana Conti cuando sostiene que “Cristina es imprescindible”.

El rol protagónico del Guillermo Moreno como el funcionario más importante del gobierno encuentra su explicación en el estilo de gobierno de Cristina Fernández. Es un soldado dispuesto a obedecer ciegamente y no llevar malas noticias a su jefa; esas malas noticias que la realidad se empeña en generar. La vigencia de Moreno demuestra un gobierno con serios problemas de management, un sistema que premian a los que obedecen sin importar su grado de eficacia en la resolución de los problemas. Es claro que el Secretario de Comercio no ha resuelto ninguno de los problemas que han pasado por su escritorio, en el mejor de los casos ha conseguido retrasar sus efectos que luego han sobrevenido con mayor potencia.

El gobierno de Cristina Fernández no es un gobierno de los mejores, sino de los más obedientes y Moreno es un claro exponente de este estilo de ejercer el poder. Por eso quienes forman parte de gabinete no son importantes porque su poder de decisión es casi siempre nulo o demasiado estrecho como para imprimir un estilo distinto del que no sea la obediencia ciega. Guillermo Moreno es parte de la fatiga de material de un gobierno conducido con mano de hierro y donde se permite el debate. Sería muy difícil imaginar que alguien de prestigio y con pensamiento propio se uniera a un gobierno que únicamente requiere soldados con fe ciega y vean la realidad como una conspiración.

En este contexto la radicalización de cristinismo es inexorable, independientemente del resultado de las elecciones. Si gana entenderá que el cheque en blanco que resultó el 54% de los votos con que Cristina Fernández se alzó con la reelección se habrá revalidado. Si pierde interpretará que habrá que redoblar la apuesta para garantizar la continuidad del modelo; al igual que lo hizo Néstor Kirchner después de la derrota del 2009 a manos de Francisco De Narvaéz. El escollo en uno y otro caso siempre será la Constitución y la Corte Suprema de Justicia, pero la radicalización de la Presidenta y sus seguidores está garantizada.

Es probable que una señal de esa radicalización que está por venir sea el ascenso del general César Milani como Jefe de Estado Mayor del Ejército. Por primera vez un oficial de inteligencia llega a la más alta jerarquía del arma más importante del país. En un país sin hipótesis de conflicto y con la prohibición de hacer inteligencia fronteras adentro, la inteligencia militar debería ser una especie en extinción. Sin embargo, cuenta con un presupuesto de algo más de $ 300 millones y trabajan en ella más de 700 personas. Es extraño y preocupante y no son pocos los que creen que la inteligencia del ejército pudiera utilizarse con fines internos. Tal vez un nuevo Proyecto X, que en su discurso por el Día de la Independencia la Presidente volvió a desmentir su existencia. La causa tramita en el juzgado de Norberto Oyarbide. El 9 de marzo de este año, Infobae informó que fuentes allegadas a la causa confirmaron la existencia de unos 500 documentos distribuidos en cinco discos obtenidos en un allanamiento al Centro de Reunión de Información de la Gendarmería en Campo de Mayo. A través del Proyecto X se habría espiado durante años a dirigentes sociales y políticos.

La preocupación de muchos dirigentes de la oposición es que ahora sea la inteligencia del Ejército la que se encargue de esos menesteres. Por eso, tuvieron mucha repercusión las palabras del General Milani cuando en el acto de juramento de las nuevas cúpulas militares dijo que quiere un ejército que acompañe el proyecto nacional. Todo esto no es una casualidad y también tiene que ver con un gobierno que exhibe fatiga de material y por lo tanto entiende que necesita endurecerse. No hay adversarios, hay enemigos que acechan.

La declaración de Milani es interesante porque  y también apuntaría a borrar una de las diferencias del modelo nacional y popular con el chavista. Hugo Chávez era militar y desde un primer momento las Fuerzas Armadas fueron su base de sustentación política, siempre fueron parte del modelo. En la Argentina no sucedió lo mismo. Primero fue necesario depurarlas de las secuelas de la dictadura pero diez años después ese trabajo parece estar terminado y Milani podría ser el jefe que las lleve a integrar el modelo.

El analista político Rosendo Fraga cree que ese proceso tuvo su primer paso en las inundaciones de La Plata donde efectivos del Ejército trabajaron codo a codo con los militantes de La Cámpora. Una especie de Operativo Dorrego de estas épocas.

Los próximos meses serán intensos y determinantes. El gobierno muestra, que después de diez años en el poder, padece de una fatiga de material que se demuestra en la falta de candidatos y de funcionarios capacitados para resolver los problemas. El único detalle es que Cristina Fernández de Kirchner cree que esos problemas no existen o que, en el mejor de los casos, son culpa de los conspiradores de siempre.