Entre los fantasmas del pasado y los desafíos del futuro

El Frente Amplio Unen hizo su presentación en sociedad y es un alivio para aquellos que están cansados de que el destino de la Argentina se defina como una interna del peronismo a cielo abierto. El desembarco del nuevo Frente le resta protagonismo a Sergio Massa, al que acerca, al menos en el imaginario colectivo, de nuevo a las playas del peronismo y cerca del kirchnerismo. Desde la irrupción del Frente Renovador, el ex intendente de Tigre se había posicionado con el único opositor explícito del gobierno con chances competitivas. Esa fue la apuesta con la que consiguió alzarse con el triunfo en la Provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el panorama político cambió. Le será difícil a Massa mantener este discurso frente a Ernesto Sanz, Hermes Binner, Elisa Carrió y hasta frente a Julio Cobos a quien, a pesar de haber sido vicepresidente de Cristina Fernández, su voto “no positivo” y los ataques del oficialismo lo devolvieron contundentemente a la oposición. Paradójicamente, Massa queda más cerca de Daniel Scioli y una vez más hay quienes empiezan a hablar de un posible acuerdo entre ambos, un escenario que hasta hace poco los más avezados analistas políticos definían como el “acuerdo imposible”.

Cristina Fernández de Kirchner no tiene un sucesor aunque son muchos los que se anotan en esa carrera. La presidente ya comenzó el largo camino del adiós y se hace ilusiones con convertirse en una “king maker” e influir sobre el próximo gobierno. Un sueño que también tuvieron Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Dicen que CFK terminará, a la larga, por apoyar a Scioli y llenará las listas de diputados con su gente de confianza y hasta algunos creen que se reservará la designación del candidato a vicepresidente. Una fórmula que ya fue utilizada con Gabriel Mariotto.

El Frente Unen tiene que pelear con tres fantasmas: la Alianza, el manejo de la economía y esa maldición que cargan los radicales que reza que no pueden terminar un mandato. La estrategia del gobierno será blandir una y otra vez aquellos fantasmas, que ya quedó evidenciada en boca del jefe de gabinete Jorge Capitanich, que al día siguiente del acto en el teatro Broadway declaró: “Muchos de sus referentes tienen experiencia en el combate al narcotráfico porque han tenido a las fuerzas policiales como uno de los miembros más activos de las bandas delictivas; a la inflación porque han experimentado en carne propia llevar al país a la hiperinflación o la recesión; y, también, han experimentado la traición en carne propia porque, cuando les ha tocado formar parte de coaliciones, lo primero que hicieron fue vulnerar esos principios con la traición política”.

La comparación del Frente Unen con la Alianza suena más a chicana de ocasión que a realidad. La frustrada coalición estaba integrada por el Frepaso, que fue la pata peronista y gran parte de sus integrantes en la actualidad se encuentran en las filas del kirchnerismo. Los socialistas no fueron de la partida y en el flamante Frente Unen son uno de sus pilares junto con el radicalismo, y a diferencia de 1999 gobiernan uno de los distritos más importantes del país como Santa Fe; aunque también uno de los más violentos. A ellos se suma, Libres del Sur de Fernando “Pino Solanas”, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el Frente Cívico y Social de Córdoba liderado por el senador Luis Juez. En suma, el arco ideológico partidario del frente tiene mayor densidad como sostiene Graciela Fernández Meijide cuando se le pregunta sobre las diferencias del Frente Unen con la Alianza. Sin embargo, la comparación entre una y otra coalición existe en el imaginario popular y desde ahora y hasta el 2015 el Frente Unen deberá enterrar esa percepción.

Las palabras del jefe de gabinete demuestran que el gobierno sintió el golpe de la conformación del nuevo frente opositor. Tal vez sea por ello que Scioli, al fin de cuentas, no resulte tan repulsivo como en otros tiempos; especialmente si se tiene en cuenta que los ensayos para elegir al sucesor de Cristina Fernández hasta el momento son sólo experiencias de laboratorio. La modesta ironía de Capitanich con el narcotráfico se asemeja a aquel exabrupto del “Cuervo” Larroque cuando habló de “narcosocialismo”. Claramente es un tema que al gobierno no le conviene ahondar porque corre el riesgo de salir bastante magullado de esa discusión.

El próximo gobierno, sea cual sea su signo político, deberá lidiar con una economía maltrecha que requerirá medidas impopulares. Tal vez ello sea la gran prueba del Frente Unen para mantenerse unido. Sanz y Cobos están muy lejos de la concepción económica que puede tener Pino Solanas. Probablemente sea este tema -más que un posible entendimiento con Mauricio Macri- el que genere mayores riesgos para que la coalición se mantenga unida. Es el viejo problema de los “cómo” que sobrevuela en todo frente y que requiere que sus conductores agudicen su ingenio y demuestren tener mucha cintura política.

Pero además, el nuevo Frente tiene otros dos desafíos no menos importantes. En primer lugar, deberá sortear las diferencias genéticas que tienen sus dirigentes y evitar que ellas lo lleven a desgajarse. Probablemente, por esta razón Ernesto Sanz salió a quitarle relevancia a una eventual alianza con Mauricio Macri declarando que la cuestión no estaba en la agenda y que el jefe de gobierno es el candidato del PRO. Sabe que en este momento un entendimiento con Macri podría ser la puerta de salida para varios dirigentes, pero también se especula cerca del senador mendocino que si consigue posicionarse como candidato con verdaderas chances electorales la inclusión del PRO ya no será necesaria. El otro desafío es la Provincia de Buenos Aires, el distrito donde siempre se libra la madre de todas las batallas electorales. Allí, el Frente Unen no tiene ningún candidato competitivo y por el momento es el reino de la interna peronista. Es complicado ganar el poder de la Argentina si no se obtiene una victoria en territorio bonaerense. Hoy, la provincia se reparte entre Massa y Scioli y por el momento no parece haber lugar para un tercero. En este sentido da la impresión de que un escenario distinto estará atado a la marcha de la economía, que complicará la estrategia electoral de Daniel Scioli y al desgaste que pueda evidenciar la candidatura de Sergio Massa.

El Frente Unen tiene una ventaja en la que pocos han reparado. Sus dirigentes poseen legitimidad popular de origen porque tuvieron la inteligencia de usar las PASO para dirimir sus candidaturas. Pero tal vez, la mayor novedad sea que los que perdieron se quedaron dentro del espacio. Un verdadero logro si se tiene en cuenta que el sistema de partidos en la Argentina colapsó. Esa práctica es la que piensan repetir de cara a las elecciones del 2015 y que les permitirá dirimir sus diferencias en base a la legitimidad popular. Tal vez en ello estriba su principal fortaleza.

La Presidente no entendió el mensaje

La presidente Cristina Fernández habló por segunda vez desde la contundente derrota que sufrió el domingo pasado. Se la vio enojada, crispada y con mucha bronca, poniendo en evidencia que el resultado adverso de las urnas caló hondo.

Acusó a los medios de ser artífices de su derrota y de desinformar porque no encontró en los diarios los resultados de la Antártida, donde se impuso el Frente para la Victoria. La comparación con Perico en la época del menemismo estalló de inmediato en las redes sociales. Parecía una parodia de la propia Cristina, sólo que no se trataba de Fátima Flóres la que ocupaba el atril de Tecnópolis.

“Quiero los titulares para discutir, no los suplentes que me ponen en las listas. Yo no soy suplente de nadie, soy presidenta de los 40 millones de argentinos, quiero discutir con la UIA, con los bancos, con los sindicatos, es un partido para titulares de intereses”, arremetió descalificando a la oposición y apelando como siempre a una conspiración pero también despreció a los millones de argentinos que no votaron al oficialismo. Una vez más la Presidente aplicó el doble estándar, el respaldo popular sólo es legítimo cuando los votos los recibe el partido de gobierno.

En su agresivo discurso Fernández de Kirchner también reveló su estrategia de campaña para el segundo capítulo de este proceso electoral: doblar la apuesta y profundizar el modelo. En definitiva, persistir en el fracaso. La Presidente no mostró ni el más mínimo rasgo de autocrítica y como siempre puso la responsabilidad afuera. Ninguna novedad. Para ella los dirigentes de la oposición son meros gerentes de poderes que se manejan en las sombras y que se propone desenmascarar. Desafortunadamente, la Presidente olvida que los bancos, la UIA y los sindicatos fueron aliados de su gobierno y del de Néstor Kirchner.

Fernàndez de Kirchner se enoja y en definitiva menosprecia a los argentinos que decidieron votar por una opción distinta. En ese modesto e inútil ejercicio cruzado por la bronca, no se pregunta por qué muchos de esos ciudadanos en el 2011 la votaron y fueron los artífices de su reelección. Se equivoca cuando menosprecia al pueblo pensando que los medios manejan a la sociedad. Es un claro síntoma de que Cristina ha comenzado a padecer el sindrome del Pato Rengo, ese fenómeno que sufren los presidentes norteamericanos cuando entran en el final de su segundo mandato. Lisa y llanamente se trata de la pérdida del poder político. No es una novedad en la Argentina, Carlos Menem bien puede dar cuenta de ello. Es una enfermedad que siempre es terminal.

La impotencia que Fernández de Kirchner demostró en su discurso se acrecienta como consecuencia de su propios dichos. Es cierto, ganó en la Antártida pero perdió en la estratégica Provincia de Buenos Aires. Allí puso el cuerpo y fue la verdadera candidata, Martín Insaurralde fue sólo un mero actor de reparto. Sería injusto cargarle la responsabilidad de la derrota. Pero además, la Presidente sabe que el domingo también terminó el sueño de la re reelección, al menos por el camino tradicional que marca la Constitución.

La Presidente está dispuesta a morir con las botas puestas, sin dar un paso atrás, como recitan, disciplinados, los integrantes de La Cámpora. Sin embargo, los jóvenes militantes no advirtieron que los poderosos intendentes del Conurbano bonaerense nunca se inmolan y mucho menos los sindicalistas. Es por ello que, en ese contexto, las palabras de Hugo Moyano describen con brutal precisión el ocaso que empieza a transitar Cristina Fernández. “Hay olor a cala“, dijo el camionero.

Es probable que los candidatos de la oposición, el equipo de suplentes, hayan celebrado al escuchar sus palabras porque saben que seguirán sumando votos en octubre.

La Presidente se equivoca pero lo más grave es que planea persistir en los errores que son la causa de su fracaso electoral, los mismos que la hicieron perder cuatro millones de votos en menos de dos años. Es claro que Cristina no entendió el mensaje de las urnas. El pueblo, ese mismo que tantas veces idolatró, es el que ahora le dice que debe corregir el rumbo.

Es paradójico que la Presidente proponga debatir cuando siempre fue ella la que no atrevió a discutir y a ignorar los problemas que requieren soluciones urgentes.

El domingo, con los resultados en la mano, Cristina Fernández se había mostrado más calmada; tal vez porque la derrota y sus consecuencias no se habían dimensionado en su totalidad. En esa ocasión dijo que la relación de fuerzas en el Congreso quedaría más o menos igual que ahora. Hoy es una verdad a medias, porque para hacer un análisis más riguroso habría que tener los resultados de octubre. Pero aun cuando en términos de cantidad de bancas las cosas quedaran igual, habrá que ver si los diputados y senadores del oficialismo siguen siendo soldados de la causa. El senador radical Ernesto Sanz lo dijo claramente en Contrapunto: “El principal cambio en el Congreso provendrá desde dentro del oficialismo“. Es probable que no se equivoque.

La Presidenta fue más violenta en Twitter. No se privó de atacar con una virulencia inusitada a Clarín, Perfil, La Nación e Infobae. Es una clara admisión de que el sistema multimediático oficialista carece de toda credibilidad. Pero se equivoca cuando le adjudica a los medios un poder que no tienen. “Tiene una enorme dificultad para asumir lo que pasó”, explica el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández cuando se le pregunta sobre la reacción presidencial. En la red social también se encargó de atacar a Sergio Massa, a quien caracterizó como una nueva versión de Eduardo Duhalde “con carita más joven. Si hasta tiene su “chiche”. Yo me acuerdo. Era Senadora”. No sólo es un ninguneo innecesario a Massa, pero también se trata de una falta de respeto a los tres millones de argentinos que lo votaron. Además, pone en evidencia que la Presidente ya no puede discutir desde las ideas, sólo confronta desde la descalificación y el agravio. Parece que dejó de creer en la política.

El fracaso del domingo es su responsabilidad y es lógico que así sea, es la consecuencia de una cadena de traspiés que tarde o temprano implica pagar un costo político. El fracaso del CEDIN, el cepo cambiario, la inflación alta que no cede, el control de precios, los casos de corrupción, la “democratización” de la justicia, los muertos en tragedias evitables como la de Once, la suba del mínimo no imponible y el General César Milani. Son sólo algunos ejemplos pero hay más.

No son los medios los responsables de la victoria de Sergio Massa en la Provincia de Buenos Aires o de Julio Cobos en Mendoza, quienes fueron los dirigentes de la oposición más votados del país y paradójicamente ambos estuvieron al lado de la Presidente.

La cuestión electoral, en todo caso, es un problema que deberá afrontar el Frente para la Victoria. El verdadero problema es que Cristina Fernández está decidida en seguir adelante con el rumbo que se ha trazado y profundizar el “modelo”, algo que en la actualidad es muy difícil de definir. Pero ello implica persistir en el error y ese camino sólo redundará en agudizar los problemas y, en este caso, los afectados son los cuarenta millones de argentinos.

La Presidente ha decidido doblar la apuesta como una demostración de fortaleza política, pero en rigor de verdad sólo se trata de la confirmación de su debilidad.

Todo resultado electoral lleva implícito un mensaje, en este caso se trató de un llamado de atención. Sin embargo, Cristina Fernández de Kirchner ha decidido ignorarlo y ser la principal consumidora de su propio relato.

Echale la culpa a Massa

“Lo que le pasó a Massa no es grave, es un hecho de inseguridad. Lo que es grave es cómo manipuló la información”, declaró Sergio Berni y acusó al intendente de Tigre de utilizar el robo a su domicilio con fines electorales. Además, responsabilizó a la Justicia por no haber difundido la denuncia.

El explicación de Berni es por lo menos extraña y al igual que Horacio Verbitsky, quien reveló el episodio, busca responsabilizar a Massa. A medida que pasan las horas la polémica crece. Todavía el gobierno no se ha animado a decirlo explícitamente, pero da a entender que el robo en la casa del intendente de Tigre fue armado por él mismo como una acción de campaña. En cambio, los medios que responden a la Casa Rosada han ido más allá y prácticamente acusan a Sergio Massa de ser el autor intelectual del robo a su casa y su posterior ocultamiento para revelarlo en la veda electoral y conseguir atención mediática cuando el resto de los candidatos estaría obligado a permanecer callado.

El argumento es por lo menos rebuscado, porque si se sigue el razonamiento Massa debió convencer al prefecto Alcides Díaz Gorgonio de montar un show mediático para sus propias cámaras de seguridad, a riesgo que el oficial de la Prefectura termine preso, como está en estos momentos. Sergio Berni, en el programa 6 7 8 dijo que Massa debió decir que Díaz Gorgonio era su empleado, lo acusó de querer vender cámaras de seguridad y aclaró que se trataba de un hecho de inseguridad más. En línea con el gobierno, el senador Aníbal Fernández aportó lo suyo revelando que en 2007 fue el propio Massa quien le pidió que el prefecto, hoy detenido, fuera designado para hacer adicionales en el barrio cerrado donde vive y que la mujer del oficial trabajaba como empleada doméstica en la casa del candidato. Sin embargo, el secretario de Seguridad de Tigre, Diego Santillán, dijo que María Martínez, no la mujer del prefecto, desde hace quince años trabaja en la casa de los Massa como empleada doméstica. “Andan carpeteando y poniendo datos de la inscripción de una persona que trabaja hace 15 años como doméstica en la casa de Sergio y la quieren mezclar con esta persona y no tienen nada que ver”, le retrucó Santillán a Fernández.

Es muy llamativo que al secretario Berni, en rigor de verdad el verdadero responsable del Ministerio de Seguridad, no le parezca grave el episodio y crea que sólo se trata de un hecho de inseguridad más. En primer término el detenido no se trata de un delincuente común. Es un oficial de la Prefectura Naval Argentina, que integraba un organismo de enlace con otras fuerzas; esta sola circunstancia hace que no sea un hecho de inseguridad más. Por las dudas si Berni no lo sabe, es importante recordar que la Prefectura depende del Ministerio de Seguridad, que casualmente es la cartera donde él es el segundo. Entonces, ya no sólo es grave que el único detenido se trate de un oficial de una fuerza de seguridad, lo más preocupante es que a Berni le parezca que la cuestión no sea grave cuando se supone que mínimamente el Estado debería al menos controlar el personal que debe cuidar a la población. La suegra de Sergio Massa, Marcela Durrieu, declaró en FM Identidad que Díaz Gorgonio era un oficial de inteligencia. Si este dato se confirma, sería otra cuestión complicada.

Es raro que a Berni no le llamara la atención que el oficial de Prefectura portara un arma con silenciador y mucho menos que entre las cosas que se llevó del domicilio se contaran tres CD y dos pendrives. Díaz Gorgonio también sustrajo $ 65.000 y U$S 1.200; además de lapiceras, relojes, gemelos, aros y hasta una imagen con la figura de la Virgen. Decididamente un botín magro. Ni siquiera una computadora o un plasma, ni un mero electrodoméstico, todos artículos que fácilmente podía cargar porque había ido con su auto. Nada de todo esto es importante para Sergio Berni.

La principal preocupación para el secretario de Seguridad parece ser que Sergio Massa no haya denunciado el robo en los medios. Probablemente, si lo hubiera hecho el propio Berni habría dicho que trataba de victimizarse en el final de la campaña. Claro que esto se trata de una conjetura. Sergio Massa explicó que no hizo público el hecho porque se lo había pedido el fiscal hasta que terminara la investigación, algo que no parece demasiado extraño especialmente si quien está detenido es un oficial de una fuerza de seguridad en el contexto de una campaña electoral. Por su parte Durrieu afirma que Massa se comunicó el mismo día con Berni para explicarle lo sucedido y que el secretario estuvo de acuerdo con el fiscal en mantener en reserva la difusión del episodio. El mismo Berni admitió que estaba en conocimiento de los hechos desde antes que Página 12 los revelara el domingo pasado. Si es cierto lo que cuenta la suegra de Massa, sería importante saber por qué Sergio Berni cambió de opinión. Algo que todavía es un misterio.

Suponiendo que Sergio Massa fuera el “autor intelectual” del robo, que para ello hubiera convencido a Díaz Gorgonio y que todo se tratara de una acción campaña; no se entiende por qué iba a montar la escena con dos semanas de antelación. Perfectamente podría armar el “show mediático” del que ahora hablan los voceros del oficialismo esta misma semana y tener toda la atención de los medios. No cierra.

Pero aún cuando hubiese sido así, Berni seguiría siendo el responsable político que un efectivo de una fuerza de seguridad se prestara a semejante montaje. Es probable que por lo menos la Prefectura necesite cambiar su responsable de recursos humanos.

Si Massa esperaba el momento justo para utilizar políticamente el robo de su casa, habrá que convenir que la jugada le salió muy mal porque hasta ahora parece que el oficialismo es el único beneficiario. No cabe ninguna duda que toda esta trama, que por el momento genera más dudas que certezas, le ha servido al kirchnerismo para disparar todo tipo de críticas sobre su principal adversario electoral en el distrito más importante del país e involucrarlo en una suerte de conspiración propia de Dan Brown, el autor del Código Da Vinci.

Es preocupante que para el principal responsable en materia de seguridad como es Sergio Berni, el robo a la casa de Sergio Massa no sea grave y sólo se trate de un hecho de inseguridad más. El primer problema es que todo hecho de inseguridad es grave aunque Berni no lo crea. El segundo es que el único detenido se trata de un efectivo de la Prefectura, que con total impunidad irrumpió en la casa de un candidato y disparó hacia una cámara de seguridad una pistola con silenciador. Pero nada de todo esto es grave. ¿No habrá llegado el momento de preguntarse qué sería un hecho de inseguridad grave?

Malena Massa se preguntó “quién puede ser el hijo de puta que puede creer que esto nos benefició”. Es muy probable que ella misma tenga la respuesta.

Quema esa foto

La foto que la presidente Cristina Fernández y su candidato bonaerense, Martín Insaurralde, le “robaron” al Papa Francisco en Río de Janeiro ha generado una ola de indignación. Desafortunadamente, será una incógnita si “la foto” le sumó o le restó votos al candidato del oficialismo. La indignación por colgarse de la sotana del Papa es mayor aún que la que provocan las violaciones a la veda electoral que hizo la propia Presidenta con el eufemismo de “acompañar” inauguraciones. Ambas cuestiones ponen en evidencia una clara desproporción de recursos de todo tipo que coloca a la oposición en un terreno de desigualdad jamás visto, pero que como todo en el kirchnerismo, ya había sido utilizado.

Cristina Fernández está demostrando una vez más que en campaña no reconoce límite alguno, ni éticos, ni morales y mucho menos, legales. Antes de partir a Río de Janeiro con Insaurralde a cuestas, recordó una vez más el cáncer del que se recuperó su candidato y con toda la intimidad que pueden dar los 140 caracteres permitidos en la red social Twitter reveló que el intendente de Lomas de Zamora le había pedido llevar también a uno de sus hijos.

“No dejen que la esperanza se apague”, es la frase que se lee en la foto de Cristina Fernández e Insaurralde junto al Papa; convenientemente difundida por la agencia de Pepe Albistur, ex secretario de medios de Néstor Kirchner.

La foto deja en claro varias cosas. La candidata es Cristina Fernández, porque es ella la que se juega la madre de todas las batallas: la de la continuidad. Sin querer ser despreciativo, Martín Insaurralde no es más que un actor de reparto; que llegó a ese lugar como consecuencia de la inundación de La Plata que borró la candidatura de Alicia Kirchner y el choque de trenes en Castelar que lo dejó en la gatera al ministro Florencio Randazzo. Es claro que el riesgo de que la esperanza se apague lo corre ella, asimilando el concepto de esperanza a la continuidad del modelo y éste último a patria, tal como figura en el manual del relato oficial.

Es difícil saber si el Papa fue burlado en su buena fe al permitir la entrada de un candidato en un ámbito sólo reservado a jefes de estado o, si por el contrario, lo permitió desnudando una modesta y burda estrategia electoral que se basa en conseguir fotos para conseguir votos. La respuesta es un secreto bien guardado en los interiores del Vaticano. Sin embargo, es difícil pensar en la ingenuidad papal; especialmente tratándose de Cristina Fernández a quien Francisco conoce muy bien.

El Papa no quería ser usado en la campaña electoral y por esa razón fue que rompió una de las tradiciones de los Papas de viajar a su países de origen luego de ser electos. Es claro que el deseo papal no iba a interponerse en el deseo presidencial y Cristina Fernández partió a Brasil con su candidato a buscar “la foto”. El detalle es que la Presidente iba allí en su carácter de jefa de Estado, no en su rol de primera candidata a diputada por la Provincia de Buenos Aires y eso es grave. La foto desmiente a la locutora que en las cadenas oficiales anuncia que habla al país la Presidenta de los cuarenta millones de argentinos. Es evidente que Cristina Fernández eligió liderar solo a los votantes del Frente para la Victoria.

La foto muestra además dos personajes antagónicos que hablan distintos idiomas. Mientras el Papa une para reinar, Cristina Fernández divide para gobernar. Uno derrocha alegría y esperanza en cada discurso, la otra habla con el seño fruncido y siempre está enojada aun cuando se defina como una “presidenta exitosa”. Por cierto, la lista de diferencias podría continuar porque no tienen puntos en común, salvo su condición de argentinos.

Frente a la indignación que causó el uso electoral del Papa Francisco, se dejó trascender que el polémico afiche no había sido ideado por la Presidente. Una explicación no demasiado creíble sabiendo la forma egocéntrica que tiene de gobernar. Es un explicación que no convence a nadie porque conseguir “la foto” es la única razón que justifica el viaje de Insaurralde. En todo caso, si la Presidente no ideó la jugada, es claro que la permitió y al fin de cuentas termina siendo lo mismo.

La foto también tiene otro significado más profundo y tiene que ver con cierto desprecio por el pueblo, porque quien haya concebido ese afiche cree que a los argentinos se los puede arrear mansamente al redil del oficialismo con una simple imagen. Se utilizó el genuino sentimiento de alegría por la elección de un Papa argentino que se conecta con el pueblo, católico o no, con fines electoralistas y eso es lamentable. Sin lugar dudas, es una acción de campaña que termina por menospreciar a los argentinos, creyendo que sólo pueden consumir imágenes sin contenido alguno, porque la foto de la Presidente y Martín Insaurralde con el Papa es vacía e hipócrita.

Cristina Fernández sabe que la madre de todas las batallas se libra en la Provincia de Buenos Aires, y lo que suceda en otros distritos como Santa Fe, Córdoba, Mendoza, la Ciudad de Buenos Aires y hasta la propia Santa Cruz serán considerados -en todo caso- daños menores. El proceso electoral que atraviesa el país y que cerrará su primera etapa el próximo domingo, no es una elección común de medio término como sucede en otros lugares del mundo. Se juega la continuidad del modelo y la cuota de poder que ostentará la Presidente en los dos últimos años de mandato. Sin embargo, en los laboratorios del poder los ensayos para alumbrar una Cristina eterna siguen adelante porque ese es el objetivo de máxima. Por eso los movimientos que haga el gobierno serán muy importantes en el lapso que va desde las elecciones hasta la nueva conformación del Congreso.

Sergio Massa sigue liderando las encuestas, pero su ventaja frente a Martín Insaurralde se ha reducido. Su diferencia está entre los tres hasta los casi ocho puntos, dependiendo de la encuesta que se tenga a la vista. Dicen que Massa ahora prefiere ganar por un estrecho margen para que la tropa no baje los brazos en las elecciones de octubre. Lo que no se sabe es si esto es verdaderamente así o se trata de una justificación para explicar el acercamiento en la intención de voto del tándem Cristina/Insaurralde. Como sea, todas las encuestas muestran que el probable triunfo de Massa no será por un margen tan holgado como el que ostentaba antes de lanzarse, cuando alcanzaba una diferencia de entre diez y doce puntos. Cristina Fernández, Sergio Massa y Martín Insaurralde saben que las PASO no son más que un precalentamiento electoral, que la verdadera campaña empieza el día después y que el kirchnerismo obligará al tigrense a dejar cierta ambigüedad de la que hasta el momento sacó ventaja.

Es probable que el lunes próximo el gobierno explique el resultado con dos argumentos. El primero, que en número de votos fue el espacio político más votado y las distintas encuestas que circulan no lo desmentirán. El segundo es que en algunos distritos, aunque no haya ganado habrá mejorado su “performance” como puede ser en la Ciudad de Buenos Aires y en Santa Fe. Pero más allá de la argumentación, lo cierto es que empezará a quedar delineado el mapa de cara al lejano -pero cercano en términos políticos- 2015. Más allá de las diferencias en términos de votos, hoy el oficialismo araña un 30% en la Provincia de Buenos Aires y el kirchnerismo teme que la frase “fin de ciclo” se convierta en una realidad.