Que nada te detenga

Siete de cada diez venezolanos consideran que la situación política de su país es “mala”. Que un pueblo optimista, ejemplo de la generosidad de nuestra tierra, se entregue a la molicie de la desesperación es la consecuencia real de la implementación del socialismo del siglo XXI en los mares del sur. El chavismo en acción ha dejado de ser un mero distribuidor ineficaz de la riqueza petrolera para convertirse en el generador más eficiente de la pobreza en la región. Conviene resaltar que los acontecimientos de Venezuela no sólo tienen que ver con una crisis de liderazgo. Esto no ha sido provocado por las limitaciones del delfín de Hugo Chávez. Lo suyo era previsible. El hundimiento de la revolución bolivariana está vinculado al modelo de gestión pública que los chavistas han desplegado desde hace quince años, siguiendo el ejemplo de los manuales del pleistoceno comunista, anteriores a Bad Godesberg.

El chavismo ha perdido diez puntos de aprobación en diez meses y demuestra, de forma constante, su incapacidad para hacer ajustes programáticos. En este contexto, Nicolás Maduro es una consecuencia del problema, pero no el problema en sí. En Venezuela gobierna una cosmovisión polarizadora y radical, una forma de entender la política que privilegia el mesianismo y la estatolatría. Este estilo, de raíz populista, ha provocado el saqueo del erario y la destrucción institucional, relativizando el Estado de Derecho y liquidando moralmente al adversario. El triunfo de Hugo Chávez se produjo cuando los políticos tradicionales de Venezuela apostaron por el inmediatismo y la anomia, promoviendo la corrupción. Fue entonces que el comandante se hizo sentir.

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La muerte de los otros

El Leviatán tropical que el castrismo ha construido a lo largo de sesenta años exige, de manera sistemática, una cuota de sangre. La legitimidad del modelo está en función al terror que el líder y el partido son capaces de imponer. La cuota, ese concepto que todo revolucionario convicto y confeso aprende en las “escuelas populares”, es el pago que demanda la ideología para construir aquí en la tierra el paraíso ácrata, el Edén del “hombre nuevo”, un mito apreciado por los remanentes del guevarismo. Así, el Estado regentado por los Castro, adecuando principios de la ortodoxia comunista a la realidad latinoamericana, ha seguido el viejo manual político esbozado por Marx, el hombre que escribió, en un arrebato de sinceridad radical, que lo suyo (y lo de sus discípulos) era “proferir gigantescas maldiciones”. En realidad, lo que el castrismo ha hecho con Cuba es la hoja de ruta de todos los regímenes comunistas que han sido, son y serán. Todo se legitima si con ello se construye el futuro. Siguiendo esta lógica, la sangre puede y debe ser ofrecida en holocausto si con ello se consolida la revolución.

Por eso, no sorprende que un Estado construido bajo estas premisas ideológicas totalitarias y maniqueas, haya decidido asesinar a un opositor de fuste como Oswaldo Payá. Sin logros económicos que ofrecer después de sesenta años de mesianismo y estatolatría, los Castro sólo puede mantenerse en el poder empleando en el frente interno, indistintamente, la coerción masiva o la aniquilación selectiva. Además, en el exterior, el castrismo disfruta del apoyo material del ALBA y de la complicidad política de ese bloque que algunos analistas denominan la “nueva izquierda latinoamericana”: el lulismo del PT, el socialismo chileno de la Bachelet, la confluencia peruana de Villarán, etcétera. La realidad es clara: la “nueva izquierda” latinoamericana nunca ha dejado de acudir a los besamanos que periódicamente organiza La Habana.

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¿Gigante con pies de barro?

Los latinoamericanos nos hemos acostumbrado al ogro filantrópico. A veces, éste se encarna en un gobierno dictatorial, en un autocráta que canaliza los reclamos populares de forma directa, dinamitando el sistema de partidos. En otras ocasiones, el ogro filantrópico se presenta bajo la dulce apariencia de un populismo carismático de cuño asistencialista, que fomenta la redistribución con el objeto de generar entornos básicos de inclusión social.

El modelo de desarrollo planificado y ejecutado por el Partido dos Trabalhadores de Lula da Silva y Dilma Rousseff es un modelo que promueve el subsidio directo pues se parte de la premisa de que la construcción del Brasil está en función a la capacidad articuladora del sector público. El país responde a una vieja tradición paterno-estatista, mayoritariamente aceptada, y la dialéctica entre las zonas y actores independientes y un Estado con decidida vocación interventora ha sido uno de los motores esenciales de la política brasileña del siglo XX. Sin la tesis estatista y la antítesis de la autonomía no es posible comprender lo que sucede en el Brasil, el triunfo del socialismo dadivoso del PT y los graves problemas del modelo brasileño.

A pesar de las simpatías que genera un liderazgo como el de Lula y Dilma, el modelo brasileño presenta graves problemas de diseño e implementación. Estas críticas han sido banalizadas por la opinión pública global. El PT ha disfrutado, como ningún partido en la historia de Brasil, del apoyo abierto de la izquierda mediática global. Así se ha logrado silenciar las críticas más agudas e imparciales a las verdaderas consecuencias del asistencialismo petista: la corrupción desbocada, la multiplicación de las redes clientelares, la rutinización del patronazgo que fomentan los programas sociales y la desconfianza de la población en la clase política.

Es esta desconfianza la que ha provocado el estallido social en Brasil. El ogro filantrópico petista es también un engendro sumamente corrupto. El mensalao, el escándalo de Cachoeira y tantos otros episodios de opacidad son el signo de la decadencia del control. Porque un Estado ineficaz genera, por fuerza, un control ineficaz, creando oportunidades para la corrupción. Un Estado en perpetuo crecimiento, anclado en el asistencialismo y fagocitado por sendas clientelas partidistas, debilita la calidad del gobierno y compromete el auténtico desarrollo.

Porque el desarrollo en democracia no se construye desde la torre de marfil de los ingenieros sociales y mucho menos desde el atrio sospechoso de los tribunos populistas. El desarrollo integral está fundado en instituciones que redistribuyen de manera eficaz e imparcial, sometidas al control de un Estado profesional y a un liderazgo honesto con voluntad reformista, capaz de trascender los particularismos. De lo contrario, edificaremos gigantes con pies de barro, lo que equivale, infelizmente, a sembrar en el mar.

La academia internacional anticorrupción

Repasando las noticias de Latinoamérica en las que resaltan, cada cierto tiempo, sendos escándalos sobre corrupción política y empresarial, recordé la visita que hace unos meses hice a la Academia Internacional Anticorrupción de Viena (International Anticorruption Academy, IACA, por sus siglas en inglés). La Academia, fundada en 2011, es una iniciativa conjunta de la oficina de las Naciones Unidas contra las drogas y el crimen (UNODC), la República de Austria, la Oficina Europea Antifraude (OLAF) y más de sesenta Estados-parte de la ONU. Se trata por tanto, de una organización internacional que funciona de forma independiente promoviendo los más novedosos métodos para el control de la opacidad y la implementación de la transparencia, en virtud a un compromiso serio e imparcial con la innovación y la calidad de la democracia.

La academia tiene como objetivo educar, entrenar, generar redes de intercambio y cooperación en el ámbito de la anticorrupción. Pero lo más interesante de su metodología es que aplica un enfoque “holístico” que combina la investigación interdisciplinaria con la dimensión práctica, integrando saberes de forma continua, vinculando profesionales de diversas disciplinas, y colaborando en el diseño y puesta en marcha de medidas tailor-made para los gobiernos y las organizaciones que así lo soliciten. IACA es una academia pionera en muchos sentidos porque busca el diálogo entre los académicos y los actores de la anticorrupción. A veces, es cierto, el mundo académico tiene la tentación de encerrarse en la torre de marfil y en quimeras astrales e irrelevantes. Esta academia, por el contrario, lo que pretende es el diseño eficaz de instituciones que ejerzan el control de manera adecuada, formando “guerreros de la integridad” capaces de enfrentarse a una corrupción que se ha transformado en un gran fenómeno global, sofisticado y complejo, presente en todas las culturas hasta convertirse en el gran reto de nuestro tiempo.

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Resistencia pacífica

Henrique Capriles tiene ante sí la disyuntiva histórica de aceptar el triunfo de la maquinaria estatal chavista o denunciar un fraude que ha sido construido lentamente a lo largo de tres lustros de autoritarismo bolivariano. El efecto lógico de rechazar el resultado es movilizar a la oposición y tomar la calle hasta las últimas consecuencias. El chavismo, que nació bajo el amparo del fusil, no vacilará en utilizar la pólvora, y es precisamente este hecho el que deben de calibrar los líderes de la oposición. Sin embargo, si la denuncia del fraude se limita al ámbito formal (“queremos una auditoría para recontar los votos”) es probable que la maquinaria chavista conjure sin problemas los reclamos de la Mesa de la Unidad Democrática. El chavismo controla el poder electoral. La revolución del siglo XXI ha tenido mucho tiempo para preparar su respuesta a las eventualidades de una votación ajustada. Por eso, si Capriles no captura la calle y obtiene el respaldo de la comunidad internacional, sus probabilidades se debilitan.

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El Papa que viene del Sur

Latinoamérica no se comprende sin el cristianismo. Latinoamérica no existiría sin el cristianismo. La fe católica construyó el continente americano. Desde México hasta Tierra del Fuego, la Iglesia ha contribuido de manera decisiva a formar una síntesis viviente de culturas que se plasma en todas las ramificaciones materiales de la vida latina. Sin el cristianismo no seríamos lo que somos: el continente mestizo por excelencia, el territorio de todas las sangres.

Francisco, el Messi de la fe, nació en esta tierra compleja, herida por una profunda desigualdad. Los abismos sociales han creado un resentimiento cainita, que en algunos lugares ha tomado forma política, enfrentándonos unos a otros con la esterilidad indefendible de la violencia política. El Papa que viene del sur tiene ante sí el reto de conducir a la Iglesia por las turbulentas aguas de ese relativismo evanescente que nos empuja a construir un mundo etsi Deus non daretur, como si Dios no existiese.

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La construcción del mito chavista

El objetivo fundamental del gobierno de Maduro radica en la consolidación del mito chavista como medio para ganar las próximas elecciones. Maduro y los barones del chavismo intentarán, con todos los medios que les otorga un Estado clientelista, desarrollar un chavismo sin Chávez, fusionando la memoria de su caudillo con una de las imágenes más importantes de la historia latinoamericana: el mito de Bolívar.

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Obama y la promesa latina

Ahora que ha pasado la euforia obamista de la toma de posesión, conviene analizar con cuidado cuál ha sido el papel real de Barack Obama en la política regional. Sobre todo porque los latinos no son inmunes a su poderoso carisma. La derrota histórica de los republicanos (71 a 27% en el voto latino) sólo es comprensible en función a dos variables: la indignante radicalización del discurso republicano contra los inmigrantes, un extremismo indefendible y ofensivo, y la sutil atracción del voluntarismo demócrata, un discurso idealista que se plasma en la construcción de una red de ayudas sociales que calza perfectamente con la vieja cultura política latina tributaria del ogro filantrópico.

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Chávez y Bolívar

La idea del mito es fundamental para comprender la construcción del liderazgo político de Hugo Chávez. José Carlos Mariátegui, el fundador de la izquierda heterodoxa, reivindicó desde posiciones sorelianas la importancia de la religión (“sabemos que una revolución es siempre religiosa”) y el papel decisivo del mito en la política revolucionaria. El chavismo es un movimiento que cataliza mitos políticos. Chávez ha empleado el mito de Bolívar para legitimar su posición. El proceso de mitificación no se agota con la exaltación del personaje histórico, en este caso, con la glorificación pública de Bolívar, fuente de legitimidad del nuevo Estado. La antítesis chavista da un paso más (en el sendero de Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y el propio Carlos Andrés Pérez) al buscar la unión hipostática del Comandante con la imagen del Libertador. Con todo, la postura chavista no tiene asidero real. Hay tanta diferencia entre Hugo Chávez y Simón Bolívar como la que existió entre el Libertador y Gaspar Rodríguez de Francia, el Supremo.

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