Lo que el rugby me enseñó

Dedicado a mi viejo, Julio A. Simonetta (h)

Cuando era chico no me interesaba el rugby. A pesar de la insistencia de mi padre, quien lo había practicado, yo -decididamente- prefería el popular y televisivo fútbol. La realidad evidenció que no era bueno para el deporte de la redonda y, en consecuencia, no fui aceptado por parte del equipo de mi colegio. En esas circunstancias, casi no me quedó otra opción que -alrededor de los 8 años de edad- probar con el otro deporte que se practicaba en la escuela: el de la guinda.

Algunas décadas después, me alegra decir que la elección parece no haber sido tan mala, ya que el rugby me ha dado y enseñado mucho más de lo que esperaba. No solo en el campo de lo deportivo.

El rugby me enseñó que se puede jugar siendo gordo. Que hay un lugar para cada uno y que debemos luchar hasta encontrarlo. También me enseñó que el gordo puede enamorarse del deporte, entrenar, ir al gimnasio, potenciarse, jugar y ganar, transformando su supuesta debilidad en una incontenible fortaleza. Continuar leyendo