2013: de “Cristina Eterna” a “¡La hora referí!”

Martín Yeza

Este año comenzó repleto de tensiones, muchas de ellas por batallas que decidió dar el kirchnerismo abiertamente al público y otras que intentó silenciosamente, pero que forzosamente terminaron siendo popularizadas. El caso paradigmático fueron los coletazos del fallido 7D -7 de diciembre de 2012, fecha en la que se suponía la Corte Suprema se expediría a favor del Gobierno nacional por la Ley de Medios en detrimento del Grupo Clarín, cosa que no sucedió- y que signó el comienzo del 2013. De las que silenciosamente se tejieron luego del fallido 7D se podrían resumir principalmente en el avance sobre la Justicia, que consistió principalmente en la construcción de un poder propio, del Gobierno Nacional, dentro de la Justicia, para obtener impunidad y para ampliar el horizonte hegemónico de su influencia, hoy limitada por el voto popular.

Los cacerolazos del 2012 llevaron a que los partidos políticos y los principales líderes políticos de cada jurisdicción tuvieran el doble desafío de tener que saber representar la decepción popular de una Presidente que hizo casi todo mal después de ganar y a la vez tener que lograr convertirse en alternativas superadoras, más allá de la representación de la indignación. En algunos casos se logró mejor que en otros.

En medio de todo esto aumentó de una manera abrupta y violenta la influencia del narcotráfico, de la inseguridad, de la anomia social, de la inflación, de la presencia del Gobierno Nacional en los medios gráficos, televisivos y radiales, del desconocimiento del destino de los impuestos que paga la ciudadanía y aportan municipios y provincias, de la ineficiencia, de la inacción, de que los discursos pueden suplantar la responsabilidad del Estado sobre el gobierno y por último de la corrupción.

No se recuerda ninguna medida seria del segundo turno presidencial de Cristina Fernández para modificar y contener el desmoronamiento estructural de la economía y la convivencia social. Lo que queda es producto de parches sobre algunas medidas, polémicas, del primer turno presidencial: Ley de Medios, AUH -vía decreto presidencial-, nacionalización de los fondos de las AFJP -que hoy son utilizados para pagar la AUH, Fútbol para Todos y el programa de netbooks en escuelas-. En el segundo turno presidencial se recuerda la estatización de un porcentaje mayoritario de las acciones de YPF-Repsol que tuvo una administración tan paupérrima que luego de las diatribas de latinoamericanismo emancipatorio devinieron en un acuerdo con la petrolera norteamericana Chevron para mostrar algo de seriedad para atraer inversiones.

Muchas veces, incluso desde esta columna, ocupamos tiempo pensando, reflexionando y cuestionando la forma en que el kirchnerismo hace política y muy poco nos detenemos a decir que lo peor que tiene el kirchnerismo es su manera de gestionar, de gobernar. Se puede, discursivamente, pretender dividir a la sociedad y pensar que podemos darle clases a Estados Unidos -¿se acuerdan del “efecto jazz”?- pero el problema lo tenés cuando no gobernás ni para los “buenos” ni para los “malos”. Como sucede ahora.

Y sí, no sólo han gobernado y gestionado lo público como si fuera una empresa familiar sino que además han administrado realmente mal el poder. Han destrozado el sistema federal, han utilizado los recursos nacionales para realizar una construcción de poder miserable y dirigida, donde se favorecieron notablemente a los intendentes fanáticos -aunque sería más justo decir rufianes-, dispuestos a hacer monumentos a Néstor Kirchner por sobre las municipalidades que se resistieron a la berreteada. De esta manera, el Gobierno Nacional puenteó serialmente a los gobiernos provinciales y establecieron un vínculo directo con los intendentes. Efecto que se les volvió en contra en las últimas elecciones.

Las elecciones de octubre signaron una paliza electoral aún más importante que la de 2009, no solo porque Néstor Kirchner ya no está y Cristina no tiene reelección sino porque han insistido en sus defectos. En el apriete, el grito, el robo, la indiferencia, la soberbia y la mediocridad.

Jorge Asís, quizás el periodista político más influyente de 2013, ha signado un axioma ya desde 2008/2009 en el que afirma que “al kirchnerismo se lo debe comprender por sus recuperaciones”. Esta racionalización de la táctica kirchnerista que hace Asís también ha permitido que se incorpore en la lógica opositora la noción de que “éstos se recuperan”. Cosa que sucedió, o al menos parecía que iba a suceder. Jorge Milton Capitanich asumió como reacción a la derrota electoral de octubre como jefe de Gabinete del PJ, puesto para asegurar la gobernabilidad y orientar la gestión hacia una agenda de temas normales, necesarios. No obstante, esto duró dos semanas, hasta que las papas empezaron a arder y el desgobierno de los últimos años comenzó a mostrar la hilacha. No hay audacia política que sustituya el gobernar mal, y más aún, gobernar mal tantos años.

Los saqueos, la anomia social, la desintegración cultural de los sectores más vulnerables, dejan un regalo peligroso para la democracia que es la tolerancia a la extrema mediocridad, uno de los enormes desafíos que tendrá la dirigencia política desde 2016.

Este año ha sido posiblemente peor que el 2001 porque en éste sucedieron cosas muy parecidas y peores -porque hubo organización delictual- pero con un mango en la calle. El 2013 del kirchnerismo nos regala a todos un aprendizaje: el problema del progreso no es solo un problema de plata.