Contra Frank Underwood

Martín Yeza

Frank Underwood es el personaje principal de la serie “House of cards”, que hace furor desde una plataforma digital. En los primeros treinta segundos de la serie Frank escucha un choque y un ladrido. Frank sale de su casa y hay un perro atropellado, mientras levanta la cabeza del animal otros llaman a la ambulancia y dice “hay dos tipos de dolor, el dolor que te hace fuerte o el dolor inútil, que es el que solo te hace sufrir. No tengo tiempo para cosas inútiles”, tras lo cual mata al perro.

En política se convirtió en una especie de piropo “ser el Frank Underwood” de algo o alguien, pese a que es la historia de cómo el jefe de bancada del Partido Demócrata en los Estados Unidos asciende en la estructura del poder político a base de mentiras, estafas, extorsión, manipulación, adulación y peores cosas.

Un sindicalista conocido, consultado una vez sobre sus métodos para controlar la vida interna de su sindicato contestó “mire, soy sindicalista, no administro una casa de muñecas”. Por supuesto el sindicalista tiene razón, nuestra cultura política es compleja y frágilmente democrática, uno no pretende que las cosas cambien de la noche a la mañana, pero desde la secundaria nos taladran con Maquiavelo y la pregunta “¿El fin justifica los medios?”, nadie nos preguntó “¿Se puede hacer el bien sin principios?”. Y a veces las preguntas lo cambian todo.

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Está instalado que si decís que el fin justifica los medios sos más vivo que si crees que los medios importan. No sé por qué permitimos que esto sea así. Se instauró una ética fierita del poder, en donde lo importante “es el poder” como una cosa en sí misma, que produce una adoración fetichista a su alrededor. Donde no se integran proyectos políticos por principios o valores compartidos sino por “posibilidades de gobernar”, “quien tiene más gobernadores” y si “tiene los fierros para gobernar”. Y gente que parece inteligente, eh. Paralelamente se construyó una noción de hacer política donde el vocablo realpolitik opera como un eufemismo para decir “si tiene que robar, roba, si tiene que matar, mata siempre que sea por un bien mayor”.

De esta manera se instaló que si se roba se tiene gobernabilidad y si sos honesto no durás medio round en el poder. Estas son las ataduras mentales de las que hay que liberarse. Si la mayoría de quienes vieron “House of cards” quieren ser como Frank Underwood estamos jodidos. Es cierto, ya Nietzsche decía que “no existen los fenómenos morales sino una interpretación moral de los fenómenos” y posiblemente el poder tenga poco que ver con la moral, pero lo que se hace con él tiene la potencialidad de ser utilizado con moralidad, y con esto no pretendo esgrimir un argumento de inocencia política o de estigmatización del mal llamado pragmatismo.

También hay algo interesante y sexy en Frank Underwood, ve con desdén a los políticos que valen dinero. Con esta lógica él se apega aún más a la idea de que lo importante es el poder y como consecuencia de esa convicción, cree que el dinero es una debilidad. Se hace acreedor de favores, de debilidades ajenas. Lo que Frank no entendió es que el poder también es una debilidad, y en su caso esa debilidad es notoria. Para acceder, administrar y ejercer el poder hace falta una preparación vital, pero también se necesita un medio ambiente que aplique contornos a esa preparación, que represente los ideales que seleccionamos como sociedad.

En mi caso, creo que querer “ser el Frank Underwood” de lo que sea no está bien, y que alguien lo tenía que decir.