Cacerías de fauna: de Zimbabue al Chaco

Matías Pandolfi

Cecil era un macho alfa de león de 13 años que vivía en el Parque Natural Hwange en la República de Zimbabue  A lo largo de su vida seguramente tuvo que dar grandes batallas contra otros machos para lograr ser el dominante de su harén, sitio que ocupaba antes de ser asesinado por un odontólogo estadounidense aficionado a la caza de grandes mamíferos. Seguramente Cecil perdió muchas de esas compulsas siendo joven, hasta que fue adquiriendo mayor tamaño, más experiencia y mejores destrezas, que lo llevaron a conquistar el lugar jerárquico más codiciado de la manada.

El león macho es el encargado de mantener el territorio, campear y marcarlo para que no entren otras familias de leones a robarles las presas. En época de celo es también el responsable de pelear con otros machos para mantener sus derechos sobre la manada de hembras. Cuando un animal social muere, la noticia no solo es triste en sí misma, por la pérdida individual, sino que provoca también una conmoción en la estructura social en la que el individuo estaba inmerso. Es muy frecuente -en algunos felinos y primates- que al quedar vacante el lugar del macho alfa otros machos periféricos intenten ocupar ese lugar y que, una vez que lo han obtenido, cometan infanticidios con las crías preexistentes para borrar todo rastro genético de machos anteriores. En este caso, Cecil dejó 24 cachorros de su linaje que probablemente hayan corrido o corran esa suerte durante la lucha por el control del harén de hembras. Como podemos ver, el problema va mucho más allá de la muerte de Cecil.

Además de la intensa sensación de bronca e injusticia que muchísimas personas manifestaron, el hecho puso en evidencia algunos debates interesantes. Por un lado, se hizo conocido para muchos que la caza de grandes felinos todavía es legal en varios lugares de África. Se hizo público también que esa caza legal deja a los Estados africanos cuantiosas sumas de dinero que, en teoría, forman parte de los aportes para proyectos de conservación que permitirían proteger a estas especies en sus ambientes naturales. Se estima que esa actividad genera unos 130 millones de dólares al año en toda África para programas de conservación. Muchos ambientalistas proponen razonablemente que con los miles de millones que generan los recorridos de observación de la naturaleza y los safaris fotográficos sería suficiente y habría que suprimir la caza legal definitivamente.

Si bien el ecoturismo no es inocuo para el medio ambiente, podemos pensar que tiene por lo menos el valor agregado de generar conciencia ambiental entre quienes tienen la fortuna de hacer esas visitas -que son cientos de miles de personas- y recuperar cada vez más territorios naturales para que se conviertan en recursos estratégicos. Obviamente en ese caso estamos debatiendo solo sobre la caza legal. Existe otro mercado de caza ilegal-furtiva que también moviliza millones de dólares. En el borde difuso de esos dos tipos de caza es que se sitúa el caso del odontólogo estadounidense Walter Palmer, que terminó con la vida de Cecil y que mantuvo en vilo a la opinión pública internacional y local.

Muchas veces nos apasionamos con estos hechos que suceden en lugares lejanos y no nos ponemos a pensar que cerca, en nuestro país, se dan sucesos equivalentes en magnitud al caso Cecil. Si nos vamos hacia la Provincia del Chaco nos encontramos con el Parque Nacional El Impenetrable-La Fidelidad, creado en octubre de 2014 -gracias al impulso de más de 18 ONG- por el Congreso Nacional. Hace pocas semanas ese parque fue declarado como una de las diez joyas naturales más hermosas del mundo. Sin embargo, hoy se encuentra abandonado a su suerte ante la indiferencia del Ministerio de Turismo y la Administración de Parques Nacionales y del Poder Judicial, que reparte medidas cautelares sin control que impiden el cercado y el cuidado del parque, lo que beneficia a los traficantes de fauna. Diversas notas periodísticas y denuncias de ONG ambientalistas -posteriores a la creación del parque- han sido realmente muy alarmantes. Los tapires, los zorros colorados muertos y los esqueletos de yacarés despellejados por la caza ilegal son postales cotidianas.

En algún momento se creyó que este parque podía ser un recurso natural importante para la Provincia del Chaco por el ecoturismo que podría desarrollarse en él. Hasta se llegó a hablar de él como el potencial Parque Kruger argentino (la mayor reserva de Sudáfrica). Hoy sería inimaginable una visita guiada a ese sitio sin volverse con un sabor amargo, el mismo que nos dejó el asesinato de Cecil. No solo la caza ilegal es el problema. También hay pesca ilegal de surubíes, dorados y bogas, y tala indiscriminada de árboles como algarrobos, chañares y palos borrachos. Además de caza ilegal con fines extractivos de pieles y cueros o para obtener presas como trofeos, hay caza de animales vivos que pasan al comercio ilegal de fauna con sus cuatros eslabones: 1. Extracción de los animales de su ambiente natural, 2. Transporte, que les genera enfermedades relacionadas con bajas defensas por estrés, 3. Acopio en condiciones deplorables, que facilita la transmisión de enfermedades infecciosas y 4. Venta en mercados ilegales, muchas veces emplazados en las grandes ciudades. El precio y la mortalidad de los ejemplares aumentan de manera exponencial desde la extracción hasta la venta; esto es sumamente notorio en el caso de las aves.

No hace falta estar atentos a los avatares de los leones de la sabana africana, de los osos panda de los bosques de bambú chino o de las focas del Ártico para avergonzarnos de los atropellos de nuestra especie hacia otras. Basta con mirar en nuestro país cómo cazadores furtivos, coleccionistas de fauna, terratenientes poderosos, jueces de medida cautelar fácil y políticos desinteresados se amalgaman para que nuestros ambientes naturales no puedan ser utilizados como recursos turísticos estratégicos, porque la caza, el acopio de animales y la tala de árboles se hacen a la vista de todos, impunemente. Sería casi como un paseo por el tren fantasma, pero sin lugar para la fantasía.