Importación de tomate: un caso más de la lucha contra la sensación de inflación

El gobierno quiere importar tomates de Brasil para luchar contra la sensación de inflación, vacunando al relato kircherista en las verdulerías, los supermercados y en los bares donde venden ensaladas.

Si mi tía va al súper y el tomate está carísimo, todo pasa a estar carísimo para ella. En la instancia de compra, el tomate se elige con cuidado y eso hace que el precio se note.

Metiendo al tomate en la lista de productos escondidos en las góndolas, el kirchnerismo pelea contra la inflación en el plano de la percepción y no de la política económica.

Para eso están dispuestos a traer tomates de Brasil más caros que lo que cuesta producirlos en Argentina. Dijo Capitanich: “trataremos de importar a precios inferiores al mercado local”. Ya sabemos lo que significa -”trataremos”- en el idioma de los funcionarios.

El tomate en góndola en Brasil cuesta en general un poco más que en la Argentina (el equivalente de 14 pesos argentinos contra trece pesos acá), estamos en meses de tomate barato en el mercado local, sumando los costos de flete, no parece haber margen para que el tomate brasilero cueste más barato que el argentino.

La importación de tomates de Brasil es un ejemplo más del kirchnerismo cortina de humo, esta vez pizza napolitana, ensalada mixta.

Cristina Kirchner tendría que escuchar un poco de Viejas Locas

El secreto mejor guardado de los peores políticos es hacer que la política parezca horrible. Agreden, amenazan e insultan para que a nadie se le ocurra participar y los dirigentes sean más o menos siempre los mismos. Los peores políticos son maestros de apagar la escucha, expertos en hablar con un cassette que siempre usa las mismas palabras para no decir nada.

El desafío es encender la escucha y para eso hay que escuchar primero. Siempre dicen que Pity Álvarez es el embajador de los Rolling Stones en la Argentina, pero yo lo veo más parecido a Bruce Springsteen, un poeta de los trabajadores que escribe elemental para contar cosas difíciles de vivir. En “Homero“, una canción de su banda Viejas Locas, Pity muestra cada hora de un día de un obrero que vive en un departamento de las torres de Lugano.

Pity canta que Homero “poco disfruta sus días pensando en cómo hará, si en ese empleo no pagan y cada vez le piden más. Qué injusticia que no se valore eficiencia y responsabilidad, porque él hoy se mató pensando y es lo mismo que uno más”.

Eficiencia y responsabilidad parecen palabras del diccionario botón de los conservadores, pero hacer un trabajo bien hecho, que sea valorado y se pague bien es el sueño de mínima que todavía le queda lejos a los casi 4 de cada 10 asalariados que trabajan en la informalidad, sin obra social, vacaciones pagas o aguinaldo.

La situación del resto de los trabajadores en la Argentina tampoco es fácil. Los empleados en blanco alcanzan apenas a empatarle a la inflación con los aumentos de sueldo, y en 2012 varios perdieron poder adquisitivo. La situación más angustiante la vive el 18 % del total de los asalariados que percibe ingresos por debajo del ingreso mínimo vital y móvil.

Hay políticas públicas concretas que se pueden implementar para que Homero viva mejor. En primer lugar tiene que bajar la inflación que pega en la línea de flotación de los sectores de bajos ingresos e informales. La inflación se baja como lo hizo Chile y otros países del mundo, con un plan que fije objetivos inflacionarios a cinco años, con un Estado emitiendo señales claras al mercado vía una gestión transparente y clara del Banco Central, enfocada en la preservación del nivel de actividad y la contención de la emisión, pensando en la salud de la economía y no en gestionar el día a día para llegar a las elecciones del 2013, tal como hace el gobierno.

Argentina tiene que crear empleo de calidad. Eso se logra con inversión y crecimiento. En 2012 la economía no creció y la inversión cayó, porque la inflación, el cepo cambiario, las trabas arbitrarias a la importación, los controles de precios y la agresión permanente del gobierno espantan al que quiere venir a invertir. Necesitamos un cambio de rumbo que vea al emprendedor, al que trae nuevas ideas y capital como un aliado y no como un enemigo.

Para atraer inversiones también hay que simplificar y bajar los impuestos. Una Pyme hoy se ve ahogada por la combinación de IVA, ganancias, cargas laborales, ingresos brutos y otros impuestos. No se puede hacer de un día para el otro porque el kirchnerismo logró el dudoso récord de tener un déficit fiscal luego de recaudar más que nunca.

La calidad educativa es tanto o más importante. El gobierno se jacta de gastar más que nunca en educación pero los resultados no se ven en las evaluaciones internacionales y las clases no empiezan por los conflictos con los docentes. Gestionar no es gastar más, es gastar mejor.

Como estos temas no están en la agenda del gobierno, la economía argentina de este año depende de que la cosecha de soja sea buena o que Brasil crezca más que el  año pasado. En vez de hablar de un supuesto modelo que hace rato está agotado, la presidente podría empezar por escucharse a sí misma. Le va a resultar evidente que las palabras bañadas en bronce que usa para describir una lucha latinoamericana y una división argentina que está solo en su imaginación la aleja de la posibilidad de hablarle a los argentinos de cosas concretas.

Cosas concretas como las que necesita Homero. Que le paguen mejor por sus horas de trabajo, que viajar de ida y vuelta no sea una tortura y un riesgo, tener algo de pilas para estar con su familia antes de dormir. Homero necesita que progresar, esa palabra que quedaba cerca hace dos generaciones, no le quede tan lejos.

Zapatillas en cuotas, casas al contado

Argentina es el país en el que las zapatillas se compran en cuotas y las casas al contado. Lo leí en Twitter, lo dijo @sgigantic, tuve la sensación de estar leyendo algo con el peso de lo verdadero, distinto a la discusión de sordos que propone el kirchnerismo sobre el país.

Las redes sociales son una herramienta poderosa que todavía usamos a tientas. Creo que ahí se está construyendo una mirada más cercana a lo importante, impulsada por personas con mucha capacidad de contar lo que les pasa de cerca.

Frente a lo espontáneo, está lo dirigido y viejo de la comunicación kirchnerista, que es oscura y mezquina pero les funciona bastante. El truco kirchnerista es hacerse odiar por personas que no van a quererlos de todas maneras, prender la máquina de fabricar crispación para esconder abajo de la alfombra lo mal que hacen su trabajo y sus negocios con dinero público. Se obsesionan con el relato en vez de dedicarse a gobernar para todos.

La tarea de gobernar debe empezar con la certeza de que es un rol social para el conjunto, no un camino de salvación personal o de una facción. En medio de la guerra fría, donde la eliminación de la humanidad bajo el fuego nuclear era una posibilidad, John F. Kennedy apelaba a la humanidad diciendo: “nuestro vínculo más básico es que todos vivimos en este planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos nos preocupamos por el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”. Hoy, acá, está en juego mucho menos: apenas la construcción de una vida en común que valga la pena para un conjunto de 40 millones de personas que habitamos este suelo. Somos apenas el 0,57% de la población del mundo ocupando una de las tierras más fértiles del planeta. Si nos organizamos, podemos vivir bien todos.

Para organizarnos mejor, tomemos lo mejor del aprendizaje colectivo de la humanidad y apliquémoslo acá. La democracia es el menos peor de los sistemas. La división de poderes evita la tiranía de la mayoría. La prensa libre e independiente del gobierno saca a la luz lo que los poderosos quieren ocultar y así reduce la corrupción y el abuso de poder. Las economías que se integran crecen más, innovan más y generan trabajos de calidad para más personas. La reelección indefinida genera incentivos a perpetuarse en el poder; es mejor la alternancia. La planificación estatal es necesaria en temas complejos como infraestructura, defensa, medio ambiente, pero la intervención y prohibición abusiva coarta la libertad y la creatividad individual. No hay conflicto entre Estado y mercado, necesitamos que los dos funcionen bien.

Para que un argentino pueda comprarse una casa en cuotas, la plata tiene que ser barata. Que sea más negocio para los bancos dar créditos que comprar bonos del Estado. Cada vez que el gobierno muestra los dientes para disciplinar la política, todos los que tienen un peso para emprender un proyecto piensan en cómo hacer para guardarlo en un lugar seguro.

Cuando un pequeño ahorrista escucha hablar mal del dólar, va a fijarse si sus dólares siguen protegidos en el cajón de las medias y se pregunta cómo hacer para tener algunos más. El problema no es que el dólar sea sexy, el problema es la desconfianza que genera un gobierno que grita para aferrarse al poder que se le escurre como arena entre los dedos.

La solución es fácil y ya se aplicó: se puede bajar la inflación sin generar recesión. Lo hicieron nuestros vecinos, ¿por qué no lo podemos hacer nosotros?

En vez de gobernar para el conjunto, el kirchnerismo gobierna para sí mismo. Vienen por todo, pero no van a poder porque los vamos a frenar.

Una reforma virtuosa para la coparticipación

Y un día, volvió la coparticipación. La semana pasada se cruzaron sciolistas con cristinistas porque el sciolismo pidió discutir la coparticipación federal de impuestos. A primera vista parece otra discusión más por la caja, como aquella por los fondos para el aguinaldo que hubo en 2012 entre Scioli y Cristina. Sin embargo, detrás de las agresiones hay un problema de fondo de la organización política argentina.

Primero aclaremos el reclamo del sciolismo. Dicen que la provincia de Buenos Aires viene perdiendo recursos porque el entonces gobernador Armendáriz cedió puntos en el reparto cuando se negoció la ley que rige el actual esquema en 1988, y porque la compensación que se ideó durante el menemismo, el fondo del conurbano, tiene un tope nominal de $650 millones, que en un contexto inflacionario pierde valor año tras año. También repiten que la provincia de Buenos Aires aporta el 40% de la producción del país y recibe apenas el 20% de los fondos públicos.

Supongamos por un instante que aceptamos el reclamo de la provincia y queremos aumentar los fondos que recibe. ¿De dónde saldrían? ¿Las demás provincias resignarían voluntariamente una parte de los fondos que les corresponden? No parece viable, sobre todo porque una nueva ley de coparticipación requiere la aprobación de todas las legislaturas provinciales, con lo cual cada provincia tiene poder de veto. La única alternativa que queda es que el gobierno nacional le ceda recursos a la provincia, cosa que tampoco parece viable en un contexto de déficit fiscal y crecientes problemas económicos. El planteo del sciolismo aparece entonces como un juego imposible de suma cero. Para que la provincia reciba más fondos, o tienen que perder las demás provincias o el gobierno nacional, y ninguno parece dispuesto a hacerlo.

Sólo se podrá reformar de manera virtuosa la coparticipación en un contexto de crecimiento económico vigoroso, en el que se pueda discutir el reparto del crecimiento de la recaudación, porque es más tolerable recibir un poco menos de las nuevas ganancias que perder lo que uno tiene. Aparece así la paradoja de la coparticipación: los gobiernos plantean reformarla cuando aparecen los problemas económicos, pero sólo es viable una reforma virtuosa en un contexto favorable.

Una reforma virtuosa aplicaría criterios objetivos de reparto de los fondos entre las provincias, por ejemplo población, niveles de pobreza, necesidades de infraestructura y esfuerzo recaudatorio. También haría que todos los impuestos fueran coparticipables, de manera de evitar la creación arbitraria de impuestos por parte del gobierno nacional. Descentralizaría la recaudación de los impuestos directos, o al menos algunos, como el impuesto a los bienes personales, para darle mayor autonomía a las provincias. Simplificaría y transparentaría el sistema tributario y de transferencias, para que un ciudadano común pueda entender a dónde se destinan los impuestos que paga. Y tendería a un sistema dinámico, en el cual los coeficientes de reparto se recalculan periódicamente cuando cambia la situación económica de las provincias.

Son muchos los desafíos de nuestro federalismo. El planteo del sciolismo apenas rasca la superficie, y de forma poco constructiva. Hace falta un fuerte liderazgo nacional que entienda que hay consensuar un nuevo esquema federal. Cristina Kirchner no es ese liderazgo, ya que su gobierno no hizo más que centralizar recursos, ahora de manera destructiva por medio del impuesto inflacionario y la apropiación de las reservas del BCRA. Tendremos que esperar al 2015, y mientras tanto avanzar en los consensos técnicos necesarios para poder discutir una reforma.

Fin de ciclo y participación ciudadana

Cada día que pasa hay menos dudas del agotamiento del modelo económico kirchnerista, y mayor certeza del final del ciclo político de Cristina Fernández de Kirchner. La economía se estancó por el agotamiento del viento de cola, la pérdida de competitividad por la inflación y el pésimo clima de inversión, y no da señales de volver a las tasas chinas en los próximos 2-3 años. El estancamiento económico, sumado a la pérdida de popularidad de la presidente, y al compromiso firmado por más de un tercio de los senadores -cámara en la que el kirchnerismo perderá escaños este año- de oponerse a habilitar una reforma constitucional hacen de la re-reelección una utopía sólo fogoneada por los oficialistas más trasnochados o desesperados por perder sus cargos.

En lugar de aceptar el fin de ciclo, el kirchnerismo, como el mago de Oz, nos trata de convencer de su supuesto poder. Amenaza con carpetazos de AFIP a quien ose cuestionarla en público, como le sucedió a Ricardo Darín cuando preguntó por el origen de la fortuna de los Kirchner. Arma una celebración de corte bélico para recibir a la Fragata Libertad, no de regreso de una guerra, sino de un embargo en Ghana producto de la torpeza del propio gobierno. Estatiza YPF embanderado en un discurso nacionalista reivindicativo, pero el mercado energético no levanta y el precio de la nafta no para de subir. La presidente se escandaliza porque el gobierno porteño subirá la tarifa del subte para financiar inversiones y mejoras en la calidad de servicio cuando en diez años de gobierno nacional la desinversión en el sistema ferroviario logró que la gente viaje cada vez peor. La presidente sigue hablando de Clarín como monopolio, cuando el gobierno controla cuatro de los cinco canales de TV de aire, varias radios, diarios y revistas. Los controla con nuestra plata y nuestros impuestos.

En definitiva, el kirchnerismo finje ser poderoso y finje estar embarcado en una lucha épica de salvación nacional, cuando el poder se le escurre de las manos y su supuesta lucha es apenas una suma de anuncios que buscan ocultar el desmanejo económico, la ineficiencia estatal y la corrupción que han terminado de estancar la economía.

En el corto plazo habrá que armarse de paciencia, porque el kirchnerismo seguirá controlando el Poder Ejecutivo y el Legislativo, con lo cual la oposición, o más precisamente las oposiciones, no tienen poder institucional para implementar una agenda propositiva. Sin embargo, podemos frenar los mayores atropellos, como el intento de ir por la re-reelección, enmascarada detrás de una propuesta de reforma constitucional de corte populista.

Para frenar la re-reelección es clave la participación de la mayor cantidad de gente posible. Los que quieran frenar la re-reelección deberán votar este año por candidatos a diputado y senador nacional en sus distritos que declaren abiertamente esta postura, y que no hayan acompañado al gobierno en cada votación. También es importante expresar esta opinión en las redes sociales y en la calle. El gobierno controla cada vez más a los medios de comunicación, pero la manifestación del 8N mostró que millones de argentinos en todo el país no se dejan engañar.

En definitiva, mantener el sistema republicano de gobierno y la división de poderes, hoy puesto en riesgo por un gobierno que dice “vamos por todo”, requiere de la participación activa de opositores y ciudadanos.

La agenda del desarrollo

En 2033, la Argentina cumplirá 50 años de democracia ininterrumpida. Seremos entonces cerca de 50 millones de argentinos. Si logramos crecer al 4,5% anual durante los próximos 20 años, nuestro PBI per cápita será similar al de España y otros países desarrollados. Pese a su crisis actual, en España se vive mejor que en la Argentina, es un objetivo deseable y posible.

Pero no va a suceder solo. El crecimiento de la última década se debió sobre todo a la recuperación de la peor crisis de nuestra historia reciente, al crecimiento de la demanda global por nuestros productos y al aumento en los precios de nuestras exportaciones, sobre todo la soja. El crecimiento generó algo de inversión para cubrir la demanda creciente, tanto externa como local, pero salvo en el agro, donde la revolución tecnológica permitió multiplicar la producción, en el resto de la economía no hemos visto un cambio significativo en la productividad. Como muestran acá los economistas de Cippec Eduardo Levy Yeyati y Lucio Castro, tampoco hemos profundizado el grado de industrialización comparado con los malditos noventa. Es simple: sin aumento en la productividad por trabajador, no se pueden sostener aumentos en los ingresos de todos, y el aumento en la productividad por trabajador requiere más capital y mejor tecnología.

Paul Romer, economista de Stanford que pronto va a ganar el premio Nóbel por sus investigaciones sobre desarrollo tecnológico y crecimiento económico, imagina la tecnología como los planos de una casa o una receta. Si tenés los planos y los materiales podés construir la casa, y con la receta y los ingredientes podés preparar el plato, estés donde estés. La tecnología es un poco así, e internet hace que hoy un chico en Tucumán tenga más información en su smartphone de la que tenía Bill Clinton cuando era presidente de EEUU. Si los argentinos, que somos apenas el 0,6% de la población mundial, nos organizamos, podemos aprovechar la tecnología que hay en el mundo para convertirnos en un país rico, seguro y justo. Pasada una década signada por la suerte económica apropiada por el Estado y repartida para potenciar el consumo y ganar elecciones, tenemos que pensar cómo atraemos capital y tecnología para seguir creciendo y vivir mejor.

El kirchnerismo cree que se logra con más intervención estatal, nosotros creemos que hace falta una mejor intervención, más inteligente. Una intervención que genere la infraestructura que necesitan los emprendedores para desarrollar sus proyectos con éxito. Esta infraestructura es en parte física (caminos, trenes, puertos, fibra óptica) y en parte de conocimiento. El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires muestra un camino posible: creó un distrito tecnológico donde ya se radicaron más de cien empresas de tecnología, desarrolló un programa de incubación de nuevas empresas tecnológicas que les brinda apoyo a los nuevos emprendedores, y llevó a un grupo a Silicon Valley para que hagan contactos y consigan financiamiento para sus proyectos.

Todos vamos a vivir mejor cuando las políticas nacionales se orienten a que más emprendedores quieran empezar y hacer crecer sus proyectos en la Argentina, porque sin emprendedores no hay inversión ni desarrollo tecnológico.

El modelo está agotado

El modelo económico kirchnerista está agotado. Los próximos tres años serán en el mejor de los casos de bajo crecimiento y alta inflación. Tenemos todo para crecer, pero el gobierno nos ha hecho perder competitividad, ha destruido el mercado energético y ha minado la confianza en el país. Como consecuencia ha colapsado la inversión privada, y los efectos ya se sienten en el mercado de trabajo, con la destrucción de 100,000 empleos privados asalariados en el último año.

El país viene perdiendo competitividad de manera sostenida debido a que la inflación, no reconocida por el gobierno, supera la depreciación de la moneda. Desde 2007, la inflación acumulada supera el 140%, mientras que el peso se depreció 40% contra el dólar. Somos el país de América Latina que tuvo más inflación en dólares desde 2007. Desde 2010 se aceleró el problema: la inflación fue 60% y la depreciación 16%. En segundo lugar, debido a una política energética errática, Argentina se ha convertido en un importador neto de hidrocarburos. En 2003 casi no importábamos combustibles, mientras que en 2011 tuvimos que comprar más de US$ 9,000 millones en el exterior. En tercer lugar, la incertidumbre monetaria-cambiaria, más un pésimo clima de inversión, producto de la arbitrariedad del gobierno en sus intervenciones microeconómicas y una creciente carga tributaria, llevaron a las empresas e individuos a refugiarse cada vez más en el dólar como reserva de valor. Mientras que en 2003-2007 salían US$ 1,500 millones por año en promedio del sistema, en 2007-2010 salieron US$ 48,000 millones, y en 2011 US$ 21,000 millones.

Estos tres factores, pérdida de competitividad, necesidad de dólares para importar energía y una creciente “caminata” contra el peso, llevaron al gobierno a imponer fuertes restricciones a las importaciones y a las compras de dólares. Se frenó la sangría de dólares, pero estas medidas nos llevan al estancamiento con inflación. Las trabas al dólar han paralizado el mercado inmobiliario, y las restricciones a las importaciones redujeron la inversión.

¿Qué hay que hacer? El problema es de diagnóstico: el gobierno cree que con más controles, más intervención y mintiendo sobre la inflación va a resolver el problema. Está comprobado que no es así. El gobierno intervino el mercado de la carne y lo destruyó. Hay 10 millones de cabezas de ganado menos, y la carne está más cara que nunca. Se metió a manejar la papelera Massuh y la terminó de fundir. Se metió a manejar Aerolíneas Argentinas y pierde más plata cada año. Se metió con los granos y creció la sojización. Se mete ahora con el dólar y complica al mercado inmobiliario y a las pyme. Está por verse si la confiscación de YPF logra revertir el problema energético, pero hasta ahora el único resultado tangible es que la nafta está más cara.

La salida pasa por una revolución de normalidad. Bajar la inflación, unificar el mercado de cambios y desencadenar el potencial productivo de los argentinos. Chile, México y Brasil bajaron inflaciones de dos dígitos a uno sin recesión aplicando un esquema de metas de inflación, dándole previsibilidad y tranquilidad a las familias y a las empresas para que todos podamos organizar nuestras decisiones económicas. Una vez resuelto el desacalabro macro hay que concentrarse en la micro: tenemos grandes oportunidades en sectores diversos como agroindustria, turismo, industrias creativas y muchos más, que hoy se ven ahogados por los controles arbitrarios del gobierno. Hay que confiar más en la capacidad y creatividad de los argentinos, y menos en un gobierno patotero que cree que la coerción nos va a llevar a producir más.