Cuentapropistas de la jihad

Mundo Asís

Asesinatos, sobreactuaciones y fracturas francesas.
París, especial

“11 de setiembre francés”. Exagera Le Monde, título de portada del 9 de enero.
Es el primer anticipo del exceso cultural. De la sobreactuación derivada de los crímenes horribles de los talentosos caricaturistas de “Charlie Hebdo”.
Los Kouachi, dos hermanos desesperados con una buena información (pero con la puerta equivocada). Podían cumplir con la idea de la venganza, que se sugería, acaso, en la revista “Inspire”, de diciembre.
Los miércoles por la mañana solía reunirse la plana mayor de la dirección de Charlie Hebdo. La revista que “injuriaba” al Profeta.
Y sin la logística básica, con la menor infraestructura, sin apoyos ni contactos, apenas provistos de decisión y crueldad, Said y Cherif Kouachi provocaron la masacre. En su huida mataron, casi de paso, a un policía. E iniciaron la fuga intensa y breve que terminó en una imprenta de Dammartin-en Goele.
Mientras tanto otro autorreferencial, Amedy Coulibaly, con un elevado sentido de su figuración, copó la carnicería kasher de Vincennes. Juntó a algunos rehenes y se disponía a resistir.

Franquicias

Suficiente para paralizar París, la ciudad sitiada, mientras se aguardaba que la policía completara su trabajo. Que masacrara a los tres terroristas que representaban el cuentapropismo de la jihad. Tres guerreros alucinados que vengaban al Profeta con autonomía, y sin el menor conocimiento de los jerarcas de los otros dos grupos que compiten por la hegemonía de la jihad. La demacrada Al Qaeda, en principio, y sobre todo el temible Estado Islámico, que desplazó a la banda de Bin Laden del primer plano, a los efectos de transformarla en una suma de franquicias alborotadas, sin conducción e -incluso- hasta sin dinero. Una de las franquicias es de la península arábiga. Con sede en Yemen, técnicamente un país PMA, en el lenguaje técnico de Naciones Unidas. Uno de los Países Menos Adelantados del planeta, que padece una miseria estremecedora y carece -incluso- hasta de petróleo.
En la huida adolescente, uno de los criminales le sugirió a quien le robó el automóvil: “Si los medios te preguntan por nosotros, diles que somos de Al Qaeda, Península Arábiga”.
Por si no bastara, divulgaron también que el operativo Charlie lo había financiado el imán Anuar al Aulaki. Una versión unilateral que contrasta con lo grabado en el “video selfie” por Coulibaly. Dijo haberles “prestado a los hermanos algunos miles de euros”, para concretar la venganza.
En fin, muertos los tres, el presidente François Hollande pudo elevarse como estadista. Y por cadena nacional dijo que Francia iba a reaccionar con solidaridad, unidad y movilización. Para convocar a la emotiva marcha del domingo 11, de la cual se habla hasta el agotamiento en todos los diarios, revistas y canales del mundo.
La cuestión que Hollande puso toda la carne en el asador. Puso a los solemnes estadistas de Europa central. Juntó al palestino Abas y al israelí Netanyahu. Y al presidente de Mali, Ibrahim Keita, ya que siempre un africano completa una primera plana plural.

Osadías del lenguaje

Comparar la docena de asesinatos de Charlie Hebdo, con los miles de muertos del desmoronamiento de las Torres Gemelas es, en primer lugar, una osadía pedante del lenguaje. Pero sobre todo es un error. Implica banalizar la magnitud de los atentados. Denuncia soberbia hasta para la tragedia.

Porque duele aceptar que estos tres jihadistas franceses no pertenecen a ninguna marca registrada. Aunque se descuenta que ni Al Qaeda, que anda a la deriva con el doctor Ayman Al Zawahiri, ni el Estado Islámico, del temible Bagdhadi, iban a desaprobar la acción. Al contrario. Y aquel que se base en la devastación de Yemen para otorgarle cierta magnitud a los asesinatos, debería no abusar de la inteligencia del informado medio. Porque, para que un yemenita banque un operativo terrorista, hay que estar verdaderamente desahuciado. En la lona. Por otra parte tampoco nadie pudo haberlos bancado. Al imán de la referencia lo habían mandado para arriba dos años atrás, y sin siquiera ver de cerca el rostro del asesino perceptible. Lo despacharon con un drone.

Pasiones execrables

La cuestión que Hollande, que venía en falsa escuadra, levantó algunos puntos como estadista. Para organizar un cacerolazo positivamente extraordinario, sin cacerolas, con gente bien intencionada, que suele emocionarse con la idea de la libertad, la fraternidad y la tolerancia, aunque se profundicen las fracturas de la sociedad francesa. Es donde crece y se expande la islamofobia. Una pasión que se retroalimenta recíprocamente con la pasión del antisemitismo.
No basta con marginar del cacerolazo a la señora Marine Le Pen, y su escuadra que crece, hasta en la literatura de Houellebecq.
Aunque unifica ambas pasiones execrables, madame Le Pen es otra beneficiaria de la sobreactuación. El primero es Hollande, que se mantuvo al nivel del desafío. Ambos -Hollande y Le Pen- por acumulación informativa, descuentan también que no se van a detener las acciones individuales. El cuentapropismo de la jihad.
El país cuenta con cinco millones de musulmanes, y menos del uno por ciento adhiere a las alucinantes abnegaciones de la jihad. Los servicios de inteligencia tienen identificados a no menos de 1.500 cuadros que estuvieron en Siria o en Irak. Y 750 de ellos, según nuestras fuentes, volvieron, entre ellos 150 mujeres, alguna casada por internet, y tal vez ya viuda. Entran a Siria y salen como por un tubo a través de Turquía, sobre todo desde la provincia fronteriza de Hatay, por pasadores que les cobran 50 dólares.
Son jóvenes en condiciones de matar, que recibieron adiestramiento militar y que no tienen ningún problema en morir.
Entre tanto prejuicio y fracaso, en materia de integración social, debería contenerse a la islamofobia. Que no eleve ese menos del uno por ciento.

Noción del otro

Al cierre del despacho, un actor transgresor y antisemita, Dieudonne, escribió en su cuenta de facebook “Je suis Charlie Coulibaly”. Y ahora Dieudonne debe comerse una querella. El límite a la libertad de expresión lo marca el Código Penal.
Pero antes del punto final, un camarero musulmán, Adib, en Montparnasse se nos queja. “Si los dibujos ofendieran a los judíos nadie sería Charlie”.
Ocurre que los musulmanes no lograron, todavía, que los ampare ninguna ley que condene la islamofobia.
Y trasciende que el miércoles, en Charlie Hebdo, volverán a burlarse del Profeta. Con las caricaturas celebratorias.
Debe protegerse, en nombre de la tolerancia, el ejercicio de la libertad del creador que ofende -sin reparos- la sensibilidad del otro. Con el exclusivo riesgo de ser asesinado.
Lamentablemente el mundo no es como uno lo cree. O lo quiere.
El otro. Ese otro que equivocadamente existe. Al lado nuestro y con sus creencias. En el metro, en la calle, en el mercado, en el bar.