Piketty, Kicillof y Macron

Equiparación legítima aunque Argentina no entre en la pantalla.

escribe Bernardo Maldonado-Kohen

París

“Le capital au XXIe siècle”, de Thomas Piketty. 950 páginas. Biblia inagotable de la economía. Libro sustancioso, fundamentado y erudito, que recurre con habilidad al auxilio de la literatura. Sobre todo para explicar las claves del XIX, a través de novelistas como Jane Austen y Honoré de Balzac.
Piketty consolida al lector informado en una verdad que conoce, sabe o sospecha. Que la desigualdad, a este ritmo, va a ser creciente, “ya que el capitalismo genera desigualdades arbitrarias”. Que la concentración de la riqueza se acelera. Que “la tasa de retorno sobre el patrimonio es mayor que la tasa de crecimiento”. En fin, que las diferencias sociales, al agudizarse, amenazan con perjudicar los “valores meritocráticos”. Los que inspiran las sociedades democráticas.
La aplicación efectiva de alguna de las sugerencias impositivas de Piketty derivó en un severo desastre para Francia.
Innumerables ricos franceses abandonaron sin contemplaciones la tierra de la “libertad, igualdad y fraternidad”. Para instalarse en algún cantón de Suiza, en alguna ciudad de Bélgica o de Inglaterra. El sentido de la solidaridad, cuando es compulsivo, se desvanece. Consta que el gran negocio de la hora es comprar los bienes inmobiliarios de los franceses que aun deciden marcharse.
El exilio fiscal prospera. Para algarabía de los inversores rusos, los chinos que se proyectan o los dispendiosos quataríes. Se apropian de edificios emblemáticos, de hoteles, cafés, clubes de fútbol.
De todos modos, las transgresiones racionalmente impositivas del exitoso Piketty aún entusiasman a determinados sectores suicidas del Partido Socialista. Patriotas que prefieren aferrarse a la mortandad de sus ideales. Y que no se resignan a ajustarse en la utopía de la austeridad, adoptada -una manera de decir- por la Unión Europea. Una forma elegante de referirse a la hegemónica Alemania, que se recuperó por tercera vez en un siglo, y se impone como el estado más poderoso de la Unión.
La conjunción de malentendidos teóricos, tétricos y políticos deriva, transitoriamente, en el pragmatismo de Emmanuel Macron. Es el nuevo ministro de Economía francés. Un socio-liberal formado en la Banca Rotschild. Ideológicamente más cercano al alemán Schroeder que a cualquier socialista francés, Hollande o Fabius o Jospin incluidos. Ampliaremos.

En el nombre de Marx y de Keynes

Como vocinglera integridad, América Latina, en bloque, cansó.
Entonces no debe asombrar a nadie que Argentina no entre en la pantalla, ni registre el menor peso en la balanza. Que carezca de visibilidad, de prestigio y, sobre todo, de interés. Sin embargo no sería para nada demencial, ni siquiera forzado, equiparar a Piketty con Axel Kicillof. Dos teóricos con muchos aspectos en común, ostensiblemente diferenciados por los países que representan.
Después de todo, ambos ejercieron la docencia y tienen la misma edad. 43 años. Y si en la obra de Piketty se encuentra implícitamente presente “el capital” de Carlos Marx, en la obra menos valiosa y reconocida de Kicillof -tildado de marxista- está muy presente Lord John Maynard Keynes.
En el nombre de Marx, como en el nombre de Keynes, suelen cometerse graves desatinos históricos. Por elevación del concepto de “dictadura del proletariado”, o tal vez por tomar demasiado en serio la fábula de la lucha de clases (Marx). O por la sobrevaloración ficcional del rol del Estado protector (Keynes).
Piketty mantuvo la esclarecida visión de mantenerse en el plano académico. Hasta alcanzar la consagración editorial cuando su Biblia fue traducida a la superioridad del inglés. De rebote, Piketty pudo después aprovechar los beneficios del eco y ser revalorado, en adelante, en francés. Donde sus teorías -cabe consignarlo- asombran menos. Ya que se lo conoce (o se lo padece) más. Peor aún, hasta se lo culpa.
En cambio Kicillof tuvo la suerte relativa de lanzarse a teorizar con altivez en una Argentina patológica, inmersa en la piadosa desorientación intelectual. Hasta ser designado, en medio del vacío, ministro de Economía. A los efectos de hacerse cargo de la quiebra de un gobierno de inspiración peronista, ya casi caído en la banquina, aunque ostente cierta prepotencia ejemplar.
Más allá del plano verbal, en Argentina no abunda mayor espacio para el lucimiento de un post keynesiano como Kicillof. Que, por si no bastara, no es corrupto. Apenas acumula sueldos. Pero debe responsabilizarse por rescatar del abismo a una administración banal y venal. De moral derruida, surcada por la excelencia unánime del despojo.
Con una recesión extraordinaria y una inflación indetenible. En plena estanflación el teórico postkeynesiano supone, para colmo, que el monstruoso “gasto público” es un pretexto que esgrime el neoliberalismo para acabar con el Estado. El muchacho descree, aparte, de la gravedad del déficit fiscal, que le marcan los “papagayos de la ortodoxia”. Tampoco el muchacho cree que la desesperada emisión de billetes garantice la eternidad de la inflación. Un panorama que mantiene asegurado el destino de colapso.
Mientras Piketty factura la gloria editorial y se colma de euros, propiedades y mitos, Kicillof emerge como el gran culpable, ante la historia, del fracaso incandescente que lo espera.
De todos modos, como teórico, en la Argentina donde todo termina mal, Kicillof podrá tener derecho a una revancha. En quince o veinte años. Cuando tenga más experiencia y los golpes le reduzcan la soberbia.

El socio-liberal

Por su parte, el flamante ministro Emmanuel Macron es incluso seis años menor que Piketty y que Kicillof.
Es un joven instruido, pianista vocacional, sin grandes ambiciones teóricas. Pero ideológicamente es antagónico.
Está puesto por Hollande, acaso, para reparar las sugerencias inteligentemente atroces de Piketty. Y para concretar la abnegada pasión por el recorte que le reclama la señora Merkel. Con tijeretazos que encarna el propio Hollande, junto a la frontalidad del primer ministro Manuel Valls. Otro socio-liberal.
En la Banca Rostchild -a la que tal vez aún representa- Macron supo ganarse sus primeros tres millones de euros. Este social-liberal de Amiens se propone una faena similar a la de Kicillof: consiste en adosarle un poco de confianza a una administración devaluada.
Macron debe sobrevivir a los cuestionamientos ingenuos que le marcan, desde la pureza ideológica, dirigentes de la magnitud de Arnaud Montebourg o Martine Aubry. Ambos reiteran la dinámica triste de una izquierda que se resiste a suicidarse en el pragmatismo que los aproxima a la derecha.
Hoy Montebourg compite con el primer ministro Valls por sostener la presidencia que a los socialistas les costará mantener.
Hollande también tiene derecho a presentarse para la reelección. Pero el pobre convive con deseos lógicos de refugiarse entre los cascos de su pueblo. O entre los brazos de alguna problemática mujer. Viene perseguido por el desgaste paulatino en los sondeos, por la mala suerte y -cuando no- por una mujer, madame Valerie Trierweiler. Desde un libro más resonante que el de Piketty, Trierweiler le pasa la factura contundente. Por la humillación y el casco del escándalo.

Final contra Marine

Sigilosamente Francia se corre hacia la derecha extrema. Aunque hoy renovada. La encarna Marine Le Pen.
Con astucia femenina, Marine emite los mensajes de convivencia inconvincente, hacia los socialistas. Insta a seducirlos con una posible cohabitación.
A esta altura del despacho puede descontarse el armado de otra versión de la alianza necesaria. La del socialismo que no acierta, con la derecha más presentable. La que representa el acosado (por la justicia) Nicolás Sarkozy. La alianza mantiene el objetivo de dejar afuera, acaso por última vez, al Frente Nacional. Al lepenismo que se expande. Y ya le disputa los sufragios proletarios a la izquierda.
Después de todo, cuando en 2007 el socialista Lyonnel Jospin se quedó electoralmente fuera del juego, la izquierda ya tuvo que taparse la nariz y sufragar por Jacques Chirac. Entonces fue para espantar al padre de Marine. Jean Marie Le Pen.
Para frenar el ascenso de Marine, en la segura segunda vuelta, aún lejana, los socialistas tendrán tal vez que inclinarse, acaso con el mismo gesto, por Sarkozy.

Kicillof y los papagayos de la ortodoxia

“Es una obsesión de la derecha decir que hay que bajar el gasto público”. Lo confirma Axel Kicillof, El Gótico. Desde la heterodoxia intelectual con que encara el ministerio de Economía.

Y a los economistas ortodoxos, los “papagayos” según nuestras fuentes, les cuesta replicarle. Primero, porque ya nunca nadie quiere ser asociado a la superstición de la derecha. Pero sobre todo porque ninguno toma los principios de El Gótico con la seriedad que merecerían.
La Doctora considera que Kicillof es genial.
Entonces El Gótico le pasa a La Doctora películas de colores, documentales de Discovery, algo del Canal Encuentro, y hasta algunos dibujitos de Paka Paka. Lo gravitante es que La Doctora se encuentre siempre embelesada con las vueltas artificiales de discurso. Con tramos originales que debieran despertar, al contrario, cierta alarma.
Sin corbata, con egolatría y un vibrante desparpajo, el post keynesiano trafica los principios elementales de la MMT.
Trátase de la Modern Monetary Therory, Teoría Monetaria Moderna. La inspiran estudiosos como Galbraith “junior”, Warren Moslen y sobre todo el americano Randall Wray, que en su momento estuvo en Argentina y hasta se atrevió a componer un ensayo de celebración al Plan Jefas y Jefes de Hogar. Aparte, Randall supo indagar en la simbología del dinero, y en la sustancial crisis del capitalismo que brindará material de inspiración para los próximos cinco o seis siglos.
Para esta línea de pensamiento -que otros llaman “chartalista”- el aumento del gasto público no representa ningún problema grave. Un equívoco que cuenta, apenas, con mala fama, generada por los papagayos ortodoxos del neo liberalismo.
Tampoco es grave, para ellos, los chartalistas, la cuestión del déficit fiscal. Al contrario, lejos de ser el problema, el citado déficit emerge, en determinados casos, como la solución. Y es en apariencia lo que creen estos chicos inquietos y algo relajados que conducen la economía argentina, mientras los economistas formados en otras líneas más bartoleras, como Broda, los tabloneros Melconian y De Pablo, el efectista Cachanosky, Artana o Monteverde, se la pasan el día entero en la divulgación de sus informes estomacales, felizmente superados intelectualmente por nuestros “Tontos pero no Tanto”. Los que ya se enrolaron, según nuestras fuentes, en exclusiva, en La (Agencia de Colocaciones) Cámpora. Por lo menos el Señor Ministro, como lo dijo por televisión Andrés Larroque. Aunque el afortunado Larroque no debe tener la menor idea de la magnitud de los disparates monumentales que esgrimen estos nuevos camporistas.
Por ejemplo Emmanuel Álvarez Agis, El Culata. que es el viceministro de Economía. El Culata considera -y hasta llegó a publicarlo- que “el déficit fiscal no representa ninguna amenaza”. Al contrario, “es una herramienta con la que cuenta el Estado para cumplir el objetivo del crecimiento”.

Inflación: palabra absurda

Como a los muchachos no les asusta para nada la cuestión del “déficit público” y menos el fiscal, tampoco le atribuyen la menor identidad a la inflación. Y distan de otorgarle el componente dramático que los moviliza hasta la insistencia a los papagayos de la ortodoxia. Lo transmitió Kicillof ayer, y con seguridad los economistas estarán demasiado ocupados en sus manganetas de subsistencia. En la siniestra activación del temor hacia los empresarios, que son los únicos culpables de los aumentos, a los efectos de producir el circuito cerrado de la inflación. Dijo El Gótico: “El fenómeno del movimiento de los precios es muchísimo más complejo que esa palabra inflación que tanto usan, y que encapsula una situación que no se da”.
O sólo se da en la fantasía de los interesados papagayos que asustan a los empresarios que trasladan sus julepes hacia la aumentación de los precios, para desconsuelo de la pobre señora que va al supermercado y no tiene la menor idea del MMT.
Ocurre que para Kicillof, Álvarez Agis, El Culata, y Augusto Costa, Pañal Reforzado, la “inflación es una palabra absurda”.
Se explica entonces que La Doctora esté persuadida que ni siquiera hace falta nombrarla. ¿Para qué hablar de la inflación? Es darle entidad.
A esta altura, a La Doctora la entretienen con películas del canal Infinito.
El dinero, por otra parte, es un problema sólo cuando no se lo tiene. Por lo tanto deja de ser un problema para el Estado, que lo tiene siempre. Tienen a entera disposición una imprenta como la de Boudou y pueden generar todo el dinero que quieran.
Es, en definitiva, un cuento de hadas. Ya que el déficit fiscal es un mito y el dinero no vale nada más allá de lo que dice el Banco Central de cada país que vale. En economía esta visión se denomina chartalismo.

Para los monetarios modernos, chartalistas que inspiran la filosofía post keynesiana de El Gótico, El Culata y Pañal Reforzado, hay que emitir tanto dinero como sea necesario. Pese a la reticencia y la mala onda de los papagayos ortodoxos que suponen que el mecanismo de la maquinita inagotable conduce invariablemente a la hiperinflación.
O al otro fantasma neoliberal, que es aún peor. La estánflación, que enarbola Domingo Cavallo, que hasta lanzó para asustar un libro al respecto.
Estanflación vendría a ser la suma combinada de la recesión con la inflación. Es tal vez donde habría que situar la surrealista actualidad de la economía argentina, que se desperdicia en manos de irresponsables ligeramente habilitados para conducir un ateneo de contadores sofisticados. De ningún modo un país a la deriva, que inexplicablemente aún funciona con el tradicionalismo de los yuyitos.

Ideas de derecha

Quienes hayan llegado hasta aquí podrán comprender por qué motivo, para estas alucinadas luminarias de La Cámpora, “reducir el gasto público es una idea de la derecha”. Como es también reaccionario y contrarrevolucionario intentar “el recorte de los subsidios”.
Lo patético es que los muchachos sinceramente creen que “la soberanía del Estado les permite aumentar el gasto indefinidamente”. Generar el déficit que se les ocurra, ya que no es ningún calvario. Apenas un instrumento.
“Como el Estado es quien emite la moneda nunca podrá quedarse sin ella”.
Es la certeza que moviliza a los clásicos del MMT. Pedorreos teóricos que improbablemente comparta, según nuestras fuentes, el actual presidente del Banco Central. Que se sepa, hasta hoy Fábrega no adquirió los versos de los monetaristas modernos. Tal vez influido por los nefastos papagayos, el bancario supone que el camino que marcan los irresponsables nos conduce, en línea recta, hacia algo menos tenso y dramático que el colapso. El ridículo.

Mentira del 4.9 y desmentida peor del 3

escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial

“Traicioné, pero fue para beneficio de Francia”, aceptó el Marqués de Talleyrrand.
En un futuro relativamente inmediato, cuando se le pregunte por qué razón, durante su gestión y la de su marido, se alteraron tanto los indicadores, La Doctora podría emular a Talleyrrand.
“Garqué, pero fue para beneficio de la Argentina”.
Aplausos emotivos. Aplaudidores de pie.

El “warrant” dibujable

En el paroxismo de la falsedad, los irresponsables mienten doblemente. Al menos en lo relativo al índice de crecimiento del Producto Bruto Interno.
Aquí se mintió al proclamar un crecimiento del 4.9, para 2013. Pero se mintió también descaradamente al desmentir la propia mentira. Para proclamar después, arbitrariamente, que se creció sólo el 3.
He aquí la clave del beneficio patrióticamente talleyrandiano.
Si se sostenía la mentira inicial, la del crecimiento a 4.9, Argentina tendría que pagar el dinero equivalente al cupón del PBI. Se encuentra aferrada, para colmo, a una estética matemática.
“Unidad ligada al crecimiento”, confirma la Garganta. Técnicamente conocida -la unidad- como “warrants”.
Daba un inapelable warrant de 3.22.
Para ser claros, y traducir para los analfabetos funcionales en materia de finanzas: Con un crecimiento mayor del 3.22, Argentina tiene que pagar. Ponerse, como la gansa.
Al contrario, si el crecimiento es menor, Argentina se libera del fastidio de pagar. No pone.

Entonces se habilitó la picaresca congénita de truchar. El crecimiento, que ya se había truchado en 4.9, de repente bajó, milagrosamente, a 3.
La explicación puede rastrearse en las lumbreras que hoy conducen monstruosamente la economía. Con discutible astucia, dejó de analizarse el PBI desde la base de 1993. Tal como se había acordado. Daba el fatídico 4.9. Prefirieron cambiarla de manera antojadiza. Desde la base de 2004. Entonces daba 3.
No es para cualquiera atreverse a dibujar un warrant. Y exhibir, en una atmósfera no habitada precisamente por idiotas o desinformados, la manera tan bartolera de barajar los indicadores.

La perversa instrucción de mentir

“Es un bono que hoy se cotiza en 7 dólares, aconsejo comprarlo”, confirma la Garganta.
No es desmesurado pensar que la Argentina, en un rapto de imprevisibilidad, se vuelva previsible y confiable. Y crezca de verdad, conducida por algún sucesor creíble, más del 3.22 del warrant.

Con el indicador inicialmente anunciado de 4.9, en septiembre habría que pagar, a los tenebrosos tenedores del cupón, alrededor de tres mil quinientos millones de dólares. Cumplir sería catastrófico para las reservas, las que Juan Carlos Fábrega controla meticulosamente.
Es -Fábrega, El Sensato Marginal- presidente del Banco Central. Y casi seguro, según nuestras fuentes, es el próximo ministro de Economía.
Después que el sentenciado Axel Kicillof, El Gótico, avance en la implementación del ajuste en que no cree. Pero que lleva adelante igual, mientras en simultáneo lo niega.
Por la instrucción perversa de La Doctora, que lo desgasta. Lo manda al frente. Le aplica la sutilidad del esmeril.
Como si Kicillof fuera, en definitiva, otro Scioli, pero sin corbata. Sin Aire ni Sol.
El Gótico es el elegido para cargar con las culpas intelectuales del ajuste que no se asume. Y es sobre todo el responsable de la acumulación de mentiras que contienen, a esta altura, valor jurídico.
Aunque -cabe consignarlo- no se trate exclusivamente de sus propias mentiras. Apenas emerge como el abnegado legitimador de las mismas. Y el principal autor, eso sí, de las dos últimas.
De la mentira del crecimiento a 4.9, y de la desmentida peor del 3.

El juvenil cuarentón pudo haberse dado cuenta la semana anterior de la magnitud de la trampera en que se había introducido. Por comprarse el discurso que vendía, como si fuera otro papagayo. Fue en Washington, para ser exactos el viernes pasado, por la tarde, cuando la embajadora Cecilia Nahón, originaria también de la cantera inagotable del Tontos pero no Tanto, convocó a una ristra de “inversores”. Representantes de fondos de inversión, alguno de ellos Garganta del cronista. La nada tonta excelencia Nahón los convocó para que admiren el lucimiento intelectual del nada tonto Kicillof.
Como se había producido una afluencia numerosa de interesados en escucharlo, Kicillof pudo también, según nuestras fuentes, haberse entusiasmado. Al extremo de creer que, los que se arrimaron hacia la embajada, eran románticos que se arriesgaban, a pesar de todo, a invertir dinero estratégico en la Argentina. Atraídos por la inteligencia de su batería de medidas que inducen al acercamiento. A una suerte de regreso triunfal al mercado de capitales, de donde Argentina nunca debió haber salido.
Pero los interlocutores eventuales de Kicillof estaban más interesados en sacar que en poner. En cobrar lo suyo.
Los asistentes quisieron saber, según nuestras fuentes, si la Argentina iba a pagar el cupón del PBI. O si se arriesgaba a encarar la irresponsabilidad de otra batalla judicial. La que tendría, en todo caso, algo positivo para el cristinismo: porque debería afrontarla el desdichado continuador.
Vísperas de un litigio más grave, incluso, que el irritante de los llamados “holdouts”. Pero consecuencia de la misma reestructuración de la deuda. De los 80 mil millones de dólares, que el kirchnerismo, en su pasión tergiversadora, suele aún presentar como su mérito trascendente, casi rescatable.
Aunque debiera aceptarse que se trató, eso sí, de una excelente negociación dirigida por Roberto Lavagna, La Esfinge, hoy opositor, e instrumentada por Guillermo Nielsen, que se llevó de premio el caramelo de la embajada en Alemania. Para volver y ponerse crítico en emisiones del cable.

Hemingway y Prat Gay

“Tener o no tener”. Lo planteaba Ernest Hemingway en su novela homónima (llevada al cine por Humphrey Bogart y Lauren Bacall, en blanco y negro).
“Pagar o no pagar”, en cambio, es la opción del conflicto que plantea la Argentina, en colores. En el extravagante país del sur, donde aún se pretende la petulancia de correr, al adversario, “por izquierda”.
Consta que pagar, en la Argentina Garca, se considera una opción despreciable de derecha.

Por lo tanto, la corrieron “por izquierda” a La Doctora. Para que el cupón no se pague. Porque el crecimiento anunciado inicialmente (4.9) era muy trucho.
Desde el insólito Lavagna, que protagonizó el compromiso y patrocinó el warrant, que por televisión salió a decir que “no había que pagar”. Hasta el progresista Alfonso Prat Gay, El Amalito, que amenazó con un juicio a Axel Kicillof, si es que se pagaba.

“No quiero pagar”, confirmó La Doctora, según nuestras fuentes.
Porque no puede desprenderse, a esta altura, de los tres mil quinientos millones que le corresponde pagar, como consecuencia del gran mérito que convierte al extinto marido en El NestorNauta.
Para correrlos, por izquierda, a los que osaban pretender correrla por la misma franja. Como si se estuviera al borde de la demencia colectiva de declarar otra “Malvinas”, pero financiera.
Pobre Kicillof. Desconoce que ya le picaron el boleto.
Por traficar las mentiras, hoy El Gótico se encuentra tironeado. Entre la frontera de los dos delitos.
Debe elegir si violenta las normas de la Argentina (que no deben tomarse muy en serio), o también las de Estados Unidos. Un poco más rigurosas. Con la SEC no se joroba. Lo aprendieron tarde hasta Los Bulgheroni (ampliaremos).
No obstante, las manganetas pudieron haberle salido bien a Kicillof. Fue una lástima. El muchacho no se dio cuenta (digamos para disculparlo) que cuando se trucharon los indicadores del 4.9. al 3 ya era tarde. Porque el Fondo Monetario Internacional, siempre molesto, desestabilizador, casi golpista, había divulgado sus propios números sobre el crecimiento del país. El 4.3.
Significaba que con el 4.3 había que ponerse. Y los representantes de los fondos que se amontonaron en la embajada sólo querían cobrar.
Más interesados, los egoístas, en llevársela que en ponerla. Viles materialistas, insensibilizados, neoliberales que van a los mangos.