Doce millones dijeron que sí, doce millones que no

Nancy Pazos

Doce millones de personas votaron por Mauricio Macri.

Doce millones de personas votaron por Daniel Scioli.

De 25 millones de votantes 700 mil inclinaron la balanza por el cambio. Es decir sólo el 2,9% del padrón.

Muchísimo más de lo que se necesitaba para llegar. Pero también mucho menos del número que se esperaba (entre el 10 y 15%) y que hubiera dado una mayor legitimidad inicial al gobierno de Cambiemos.

Ganar no significa tener poder. Y ese es el camino que empieza hoy para Macri: construir un poder sólido que le permita gobernar sin tropezones.

La peor herencia que deja CFK no es económica, sino social: una Argentina letalmente dividida.

Ayer, 12 millones de Argentinos bailaron al ritmo de Cambiemos. Pero otros tantos lloraron y, lo peor, algunos hasta juraron venganza…

Este es el país que deberá gobernar Mauricio dentro de 17 días exactos.

Ahora bien, ¿qué Macri nos gobernará? ¿El Macri que conocemos de antes o el Macri de esta última campaña?

No se trata de derechas ni de izquierdas. No jodamos. Macri es tan de derecha como Scioli de izquierda.

Pero sí se trata de sensibilidad… Y es exactamente ahí donde debemos apuntar.

Fueron prometedoras las palabras de Gabriela Michetti, hablándole justamente a esos pobres que no los votaron y que anoche se angustiaban alrededor de la mesa familiar presintiendo lo peor.

El propio Mauricio intentó escuetamente el mismo camino en medio de su emoción y algarabía.

Está claro que mañana en su primera conferencia de prensa, el presidente electo Macri tendrá que hablarle al mercado porque está ansioso por conseguir los fondos que le permitan cumplir con su primera promesa de campaña: levantar el cepo cambiario.

Pero también será fundamental que no pierda de vista a esos 12 millones de personas que lo rechazaron, porque a ellos deberá seducir de ahora en más para lograr la legitimidad que le permita tomar las medidas de fondo que pretende.

Porque para ser un buen presidente Mauricio va a tener que ser desleal posiblemente a sus propias convicciones.