La década “en negro”

Tomada prepara con la CGT Balcarce y la CTA-Yasky, o con lo que queda de ellas, una iniciativa para combatir el trabajo en negro. Se busca un acuerdo entre la burocracia sindical adicta, el gobierno y la Unión Industrial en el marco de los acuerdos que impulsó Cristina con los “titulares”, tras su derrota del 11 de agosto.

El disparador para abordar esta temática fue el propio Indec, que registró un alarmante 34,5% de trabajo informal, un aumento respecto de mediciones anteriores. Se trata de 4,3 millones de trabajadores no registrados. Si sumamos los 600 mil tercerizados, los trabajadores por agencias de trabajo temporario, los contratados y monotributistas que son, en realidad, asalariados disimulados -especialmente en el Estado-, más becarios, pasantes y otras modalidades “noventistas” de estos días, la mitad de la fuerza de trabajo argentina está precarizada. Ese era el número de trabajadores en negro en medio de la catástrofe devaluatoria 2002/3.

Otra faceta de esta década “negra” es el componente negro del salario, cuestión que se extiende tanto al ámbito privado como al estatal. Gran parte del sueldo de los 800 mil docentes está formado por cifras “no remunerativas” y “no bonificables”, dos variedades del negro salarial. Precisamente, los 150 mil docentes universitarios dieron un gran salto cuando conquistaron el blanqueo por medio de la gran huelga general de 2005; no obstante, no se cumplieron los compromisos de incorporación de los ad honorem y éstos siguen siendo más de 20 mil.

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Unidad de la burocracia o unidad de clase: elecciones y sindicatos

Mientras Massa llamó a la unidad del sindicalismo ante un millar de elementos de cuatro de las cinco centrales, la CGT Balcarce llamó a reventar las urnas con el voto al kirchnerismo. Una reproducción de la crisis del FpV, donde Scioli “juega” por adentro y Massa por afuera. Después vendrán otros tiempos.

Como la lista de Massa incluye elementos de la CGT Balcarce y de la CTA Yasky, podríamos hablar hoy no ya de cinco reagrupamientos burocráticos, sino de por lo menos siete -al menos hasta octubre. En este punto, hay que anotar sectores del moyanismo como Murúa, de plásticos, y otros de Aguas Gaseosas que se están pasando al massismo. Pero puede tratarse de un malón en un futuro próximo, teniendo en cuenta la caída libre de De Narváez -la lista que integran Moyano y sus hombres.

La desintegración del kirchnerismo agravó hasta nuevo aviso la disgregación de la burocracia sindical. En este cuadro, se han producido los llamados de Massa y los gestos hasta del propio Caló en el sentido de una unidad futura.

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La provincia de Buenos Aires, una batalla crucial

La inclusión de los macristas en las listas de Sergio Massa resultó una tabla de salvación para los intendentes de ese palo e indica que, cruzando la General Paz, el macrismo no existe. Pero Macri fue hasta el final: “Si fuera de provincia, voto a Sergio, con quien hice un acuerdo”, dijo. Para Darío Giustozzi, que se disgustó con estos dichos, el aliado porteño habló demasiado.

Massa se declara de “origen” peronista y plantea una campaña “desideologizada, en función de la gestión y las demandas de la gente”. Busca vender la imagen de “político moderno y transversal” que le sopla su asesor peruano (Sergio Bendixen), una réplica del macrismo. Más allá del “franciscano” Giustozzi, el reagrupamiento de intendentes de Massa ha sido de derechistas consumados. Pablo Bruera, que integraba ese núcleo inicial, fue guardado bajo la alfombra luego de las inundaciones que dejaron 70 víctimas fatales. Ahora, como cadáver político, sólo encontró lugar en el kirchnerismo.

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