En contra de Aliexpress

Nicolás Pechersky

Hace más o menos un mes que no sabemos quién nos gobierna. Se sabe que en lo legal a la cabeza del ejecutivo nacional quedó Boudou, el que no es amado por nadie. Pero el país está tan patas para arriba que no sabemos si Cristina dijo la verdad o mintió, si tuvo un hematoma, un ACV o si actuó para levantar la imagen, cosa que finalmente sucedió.

Lo cierto es que de alguna manera, somos un país lo suficientemente chico como para que esos detalles formales no nos afecten. Hay que ser especialmente burro para arruinarlo. Para encontrar la salida trasera en un helicóptero.

Somos suficientemente chicos como para que eso no nos afecte, pero lo suficientemente ricos como para vivir una existencia por encima del promedio mundial, sin demasiado esfuerzo, ni trabajo ni eficiencia, y apegados a las mediocridades propias de nuestra cultura.

El famoso E-Commerce, o comedio electrónico, fundado en la compra de productos de cualquier lugar del mundo vía internet, atenta contra nuestro pequeño oasis en el desierto de los países condenados a tener políticas serias a largo plazo, o trabajar en serio, para tener un buen pasar económico.

Aunque en el fondo afecte nuestros pequeños corazones liberales, hambrientos de libertad, de abrirnos al mundo, a la globalización, tenemos que entender que no hay industria que sobreviva a comprar una campera por USD 12, y 2 remeras y un jean por USD 20.

En Estados Unidos o en China cuando te echan te echan, lo hacen sin seguro, sin indemnización. La misma flexibilidad laboral afecta al líder del mundo libre y al gigante comunista, ironías de un mundo ideologizado que de ideología tiene poco.

Pero nosotros tenemos la posibilidad de cumplir con el sueño de la tercera posición. Podemos tener metas altas para un país chico, sin ambiciones de grandeza ni de potencia. Seguir siendo 40 y pico de millones pero dormir sobre recursos naturales que pueden alimentar a un tercio del planeta.

Seguir fomentando derechos laborales, paritarias, salarios y beneficios sin destruir a la industria.

Todo esto se puede hacer porque, a pesar de nuestras ganas constantes de arruinarlo, nacimos en un país fenomenalmente rico.

Con un poco de orden, planificación y control sobre el ridículo y corrompido gasto público, podemos cumplir nuestro sueño de ser una versión mejorada de Europa, con una linda democracia participativa al estilo Atenas, aunque nunca en la vida hayamos leído un libro de historia griega.

De todas formas, al final lo más probable es que no haya cambios, ni se le animen a estas páginas de venta de cosas a precios regalados. Pero no es por buena onda, ni por ser cool o modernos. Nada le gustaría más al comisario Moreno que empezar a prohibir sitios de internet por antinacional y popular. Pero al final de cuentas, nadie se le anima al gigante asiático. Por más que nos mientan con que vivimos con lo nuestro, el consumo chino de soja argentina es nuestro respirador artificial, y sin él no vivimos un día.