El tardío giro estatista de Macri

Se pueden hacer distintos análisis y planteos sobre el cambio de discurso que, desde hace varios meses y con más fuerza ahora, realiza Mauricio Macri. Me interesa en esta ocasión hacer referencia de manera puntual a ciertas ideas que circulan en torno a la forma en que se ponen en marcha las políticas públicas.

Un trabajo muy influyente publicado en la década del setenta por Guillermo O’Donnell y Oscar Oszlak (Estado y políticas estatales en América Latina: hacia una estrategia de investigación) ayuda a asomarse a cómo pueden pensarse la formación y el desarrollo de las políticas públicas.

Los autores se inclinan por pensar las acciones del Estado no tanto como respuestas puntuales a inputs o demandas de la sociedad, sino como tomas de posición frente a lo que llaman “cuestiones socialmente problematizadas”. Así, usan la analogía de pensar este tipo de procesos como se piensa una frase musical. En ellas, cada nuevo acorde no puede entenderse en forma aislada, sino en el contexto de otros acordes que lo preceden y algunos más que le siguen. “Cada uno de ellos condiciona el futuro desarrollo de la frase musical y, en última instancia, de la obra que esta integra”. Así, las políticas estatales serían algunos acordes de un proceso social -donde también intervienen actores que no son la administración pública- tejido alrededor de un tema o una cuestión.

O’Donnell y Oszlak indican que no todos los temas o las cuestiones llegan a ser problematizados. Es decir, que solo sobre algunos temas hay sectores, organizaciones, grupos o incluso individuos estratégicamente situados que plantean que puede y debe hacerse algo a su respecto y están en condiciones de promover su incorporación a la agenda de problemas socialmente vigentes.

Este enfoque ayuda a ir un poco más allá de algunas ideas que se dan sobre las políticas públicas. Es decir: las agendas de problemas sobre las que debería actuar el Estado no forman parte de consensos a priori. No es cierto que todos estemos de acuerdo sobre qué cuestiones son problemas socialmente relevantes y cuáles no lo son. Sobre qué cosas debe hacerse algo. Esa agenda está en permanente construcción y no siempre se compone de simples consensos. Además, en la sucesión de acciones que implican las políticas públicas no solo hay que prestar atención a cómo actúa el Estado, sino también a cómo se muestran los distintos actores sociales, algunos más poderosos, otros menos.

Así, debería reflexionarse: ¿Todos los actores sociales consideraban que el sistema de Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) era un problema para el país? ¿O que los planes sociales focalizados debían dar paso a esquemas de ayuda más abarcativos, como la asignación universal por hijo?

Hay una idea que también merece ser discutida y es cómo se conforman las políticas que suelen llamarse “de Estado”. Habrá que notar que los planteos de Macri -el principal líder opositor- acerca de que mantendrá a grandes rasgos algunas de las principales medidas tomadas por el actual Gobierno no hace sino confirmar que se trata de políticas de Estado, es decir, cursos de acción que el sector público sostiene en el tiempo más allá de cuál sea el partido político que gobierne.

En general, se presenta a las políticas de Estado como pacíficos acuerdos a priori entre distintas fuerzas políticas, en consonancia con aspiraciones prácticamente unánimes de la sociedad. Y en este caso nos damos cuenta de que no siempre (¿o casi nunca?) es ese el modo en que ocurren las cosas.

En no pocas ocasiones algunas de las políticas que logran consensos con el tiempo surgen en medio de resistencias, conflictos, acusaciones por parte de algún sector de que se violentan las instituciones o los derechos adquiridos. Es el tiempo en la aplicación de las políticas, las correcciones que se van haciendo sobre la marcha, la aprobación de algunos aspectos y la desaprobación de otros por parte de sectores importantes de la sociedad, la comprobación de ciertos resultados lo que va generando -en un proceso del que participa el Estado, pero también la sociedad, con marchas y contramarchas- las llamadas “políticas de Estado”.

Este tardío giro estatista de Macri hace pensar también que muchas veces son los “feos, sucios y malos”, en el marco de conflictos y tensiones, y no los que se dicen respetuosos de las formas y los buenos modales los que terminan poniendo las piedras fundamentales de las que luego, con el tiempo, serán consideradas “políticas de Estado”.

¿Te acordás de los cacerolazos?

El 9 de noviembre pasado, un columnista del diario La Nación escribió que “la historia de las manifestaciones deberá escribirse de otra manera de ahora en adelante”. Otro editorialista consideró a su vez que “el pueblo” había mostrado su “rostro”. Y desde las mismas páginas un intelectual habló de “un nuevo sujeto político”.

El 18 de abril de este año, un cronista de un diario de la capital acompañó durante el cacerolazo convocado ese día con un abogado “robusto” y de “35 años”, quien administra una página de Facebook llamada “El Cipayo”. Le dedicó al hecho una larga crónica. El mismo día, un analista político de aquel periódico consideró que la presidenta Cristina Kirchner se encontraba “frágil y abrumada” ante las protestas.

Cuando faltan pocos días para el lanzamiento formal de la campaña electoral, la situación parece algo distinta de aquel “auge” cacerolero. Por un lado, el principal contendiente del Gobierno en la provincia de Buenos Aires, Sergio Massa, a quien el kirchnerismo buscó en las últimas horas caracterizar como neto “opositor”, eligió un discurso bastante más ambiguo que el de las protestas que tuvieron epicentro en la Ciudad de Buenos Aires. De hecho, amonestó al actor Fabián Gianola, otro precandidato en su lista por afirmar que en la actualidad se vive una “dictadura K” -una idea que se escuchó de algunos sectores que participaron de aquellas manifestaciones-. Al mismo tiempo, vetó de la lista a dirigentes de tono muy crítico con el Gobierno, como el economista Carlos Melconian.

El intendente encarna una de las propuestas opositora con más volumen pero, a diferencia de cierta estridencia en las marchas de protesta contra la gestión kirchnerista, apela a la “concordia” y a la “paz”. Y se aleja del discurso muy crítico de las manifestaciones al reconocer “aciertos” del actual oficialismo, como la Asignación Universal por Hijo, la “inclusión jubilatoria” o la política de derechos humanos.

Su apuesta es mantenerse dentro de ese tono lo más posible, quizás hasta el final de la campaña, de modo buscar seducir a un “centro” basado en cierto “sentido común” de posiciones no tan intensas en lo político. Los votos que busca no están sólo en la oposición más frontal, sino también en sectores que no sienten repulsión por las políticas implementadas en la última década. Para unos parece tener guiños, gestos más que palabras y para otros destina algunas afirmaciones como las que repasamos.

El último fin de semana, una encuesta difundida por la consultora Poliarquía indicó que, lejos de la “fragilidad”, la gestión de la presidenta Cristina Kirchner conserva un 46% de respaldo en la provincia de Buenos Aires. Por su parte, el gobernador Daniel Scioli, quien viene de ratificar en las últimas semanas su alineamiento con la Casa Rosada, es aprobado por el 56% de los bonaerenses.

Este tipo de evaluaciones realizadas por consultoras de opinión pública, así como la estrategia encarada por Massa quizás haya desconcertado a los sectores más “enojados” con el Gobierno nacional.

Lo cierto es que los escenarios políticos permanecen más abiertos que lo que indicaron meses atrás ciertas evaluaciones, siempre apresuradas y deseosas de ver un “fin de ciclo”.