Cambio climático y terrorismo: dos monstruos del sXXI

Omer Freixa

¿Cuál es la relación entre el cambio climático y el terrorismo? Muchas.

Al inicio de la Cumbre contra el Cambio Climático en París, el pasado lunes 30, el Presidente anfitrión, al igual que Barack Obama, vinculó la masacre en la ciudad del pasado 13 de noviembre, que dejó 137 víctimas y más de cuatrocientos heridos bajo responsabilidad del ISIS, con el efecto del cambio climático. “No estoy eligiendo entre la lucha contra el terrorismo y el calentamiento global. Son los principales retos que debemos afrontar. Debemos legar a nuestros hijos mucho más que un mundo libre de terror, les debemos un planeta a salvo de los desastres, habitable y sustentable”, sentenció François Hollande.

África apenas es responsable del 4% de la emisión global de dióxido de carbono y, sin embargo, es el continente que más sufre el impacto del fenómeno. A propósito, se viene ayuda, dispuesta en el marco de la discusión que se lleva a cabo en la Cumbre contra el Cambio Climático de París (hasta el 11 de diciembre), con la aprobación de 16 mil millones de dólares en los años que siguen. Una vez más la visión occidental paternalista de los africanos como pobres inválidos que no pueden disponer de nada sin ayuda occidental.

Son muy pocos los que se benefician y si el 80% del impacto será en las regiones en desarrollo, no habría ningún beneficio a futuro.

La desertificación es inevitable, las sequías son cada vez más frecuentes y avanza el secado de los lagos (el caso de mar de Aral es el más dramático). Para quienes viven de los recursos pesqueros, estas terribles complicaciones provocan la pérdida inmediata del modus vivendi de miles de pescadores. Junto con el efecto de El Niño, genera una hambruna sin precedentes en Etiopía, que implica más de trescientos mil niños en desnutrición severa, mientras, del otro lado, el lago Chad ha perdido catastróficamente el 90% de su superficie desde 1963. Tenía 22 mil kilómetros cuadrados, hoy le quedan no más de mil quinientos. Muchos de los afectados han huido de la zona o se han volcado a las filas de la mortífera agrupación terrorista Boko Haram, que en 2014 sólo operaba en Nigeria (fue el grupo terrorista más dañino del mundo ese año) y, en 2015, debutó en Camerún, Níger y Chad. Estos cuatro Estados son los que comparten frontera en la superficie del lago amenazado, en donde el grupo nigeriano, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), ha generado una zona de guerra, con la destrucción, por caso, de la impresionante cifra que ronda unas mil cien escuelas este año. En otros términos, miles de niños pierden su escolarización, en cierta forma, a causa del calentamiento global.

También el cambio climático tiene relación con el desastre que se ha tornado Siria desde 2011. Por sucesivas sequías unos 1,5 millones se han visto forzados a migrar del entorno rural a la periferia de las grandes ciudades. En ese semillero de disconformidad y carencias de toda clase se forma el caldo de cultivo del radicalismo islámico más rancio, el del Estado Islámico, el grupo terrorista más mediático, pero no el más mortífero, puesto que el tratado en el párrafo anterior no es tan visible porque no ataca una gran urbe como París, pero provoca estragos en la población local, como la muerte de más de tres mil civiles en lo que va del año, principalmente en Nigeria, y el abandono del hogar por parte de unas 2,5 millones de personas. Asimismo, mientras tuvo lugar la conmoción internacional por el ataque en el satírico francés Charlie Hebdo, unos dos mil murieron apenas en menos de dos semanas, cuando Boko Haram arrasó hasta los cimientos de un poblado del olvidado noreste de la citada Nigeria, el país más poblado y la primera potencia económica de África.

Sin embargo, el olvido es casi total respecto a sus cerca de 170 millones de habitantes y, particularmente, de los que son objeto de la violencia islamista. No hay empatía con víctimas ajenas al mundo occidental, siquiera con las niñas kamikaze que utiliza Boko Haram para perpetrar atentados en sitios concurridos, como mercados, con contados episodios de esta naturaleza en lo que va de 2015, no sólo en Nigeria. Por otra parte, en el Cuerno de África, la masacre de la célula somalí al-Shabab, en conflicto con el Gobierno de la vecina Kenia, que golpeó duramente en una universidad, dejó 147 estudiantes muertos el 2 de abril, frente a una escasa y pobre cobertura mediática. Este caso (como el ataque con casi setenta víctimas a un gran shopping de la capital keniata en septiembre de 2013) se agrega a este lamentable inventario de áreas irrelevantes donde el fundamentalismo islámico golpea con fuerza. Se cumplieron ocho meses y el recuerdo de abril de esos jóvenes de Garissa es de muy tenue a inexistente.

En definitiva, el terrorismo existe en África, pero no es tan visible para las cámaras occidentales como si se tratara de París u otra metrópoli occidental. Egipto y Libia pueden complementar, pero la lista advierto que es parcial. Incluso la crisis de refugiados europea, a propósito del “no país” libio, un punto de embarque, en Argentina ha perdido interés mediático. Pero el problema es una bomba de tiempo, justo cuando el domingo 29 la Unión Europa, tras el acuerdo producto de una reunión de líderes, ha decidido endilgar a Turquía el problema de hacerse cargo de más de dos millones de refugiados pagándole la abultada cifra de 3.200 millones de dólares y, además, facilitando otras concesiones. El mundo occidental, de criticar la falta de libertad de los turcos y acusar a Ankara (con justa razón) de no reconocer al día de hoy el genocidio armenio, pasa a confiar en ese “malvado” para que cuide a los refugiados. Cabe agregar que la mayoría de estos últimos es siria. También en buena medida estos desesperados son más víctimas del cambio climático.

Pero volviendo específicamente al calentamiento global, una previsión estima que su costo sería el de unos cuatrocientos mil millones de dólares para inicios del siglo XXIII. Eso sí, si no estalla todo antes. Como sentenció Albert Einstein hace décadas, si no es que estamos viviendo la Tercera Guerra Mundial ahora (Siria), la cuarta será con piedras. Por el momento, el costo del cambio climático implica el desplazamiento anual de unas veinte millones de personas en el mundo, es decir, el abandono de sus hogares. Para 2050, podrían ser 150 millones los afectados al año. En los mapas del tema se observa que los rojos están principalmente en África y en el sudeste asiático. Los países emergentes son las principales víctimas de estos males, pero la preocupación parte, desde París, de los líderes del mundo desarrollado.